Capítulo 3
Dios mío, estaba en una condición lamentable.
-¿Quieres salir y hablar?- Estaba tan ocupada pensando en las horribles condiciones en las que yacía abandonada en esta cama, que ni siquiera me di cuenta de que él había dejado de demorarse en sus despedidas de Ashley y que ahora la atención de ambos estaba puesta en mí.
me miró de forma extraña en el borde de la puerta mientras se acercaba a él, y vi su mímica de un -ya vamos- bastante intimidante. Apreté las manos, tratando desesperadamente de ocultar toda esa agitación en dos puños cerrados y suspiré con la boca cerrada, finalmente levantándome.
Cuando llegamos al inmenso césped frente al dormitorio donde me alojaba, ninguno de los dos parecía dispuesto a decir una palabra todavía. Caminábamos lentamente, uno al lado del otro, en silencio entre las matas de hierba bien cuidadas y los árboles que ahora estaban casi completamente desnudos. Había caído la noche y con ella un cielo estrellado, salpicado de luces y apenas iluminado por un segmento de luna. Había una brisa ligera, casi imperceptible, que me hacía cosquillas en el pelo y me envolví en mi sudadera, frotándome los brazos para no sentir frío. -Yo... realmente no sé por dónde empezar Cesar- murmuró de repente, dejando de caminar como lo habíamos estado haciendo durante diez minutos seguidos y lo miré, alzando su rostro a poco más de un paso de él.
-¿Es esto suficiente para ti?- Pregunté con voz débil, sacando del cuello de mi sudadera el colgante que mantenía alrededor de mi cuello. Sus ojos se iluminaron mientras lo miraba, parecía casi conmovido ahora que no había más alcohol que alterara su estado de ánimo y le devolví la sonrisa.
-¿Recuerdas todo lo de anoche?- preguntó con cautela, levantando su mano hacia la pequeña rosa. Tragué cuando sus dedos apenas tocaron los míos para tocarla, la forma en que la miró no dejó lugar a dudas.
Debe haberse preocupado mucho por esa niña en el pasado .
-Creo que sí-, admití con incertidumbre, después de todo había luchado por recomponer todos esos recuerdos borrosos, pero nadie podía asegurarme que eso era todo y habló de nuevo.
-¿Puedo preguntar… qué pasó en tu pasado?- El silencio ensordecedor que durante los primeros momentos siguió a esa pregunta fue suficiente por sí solo para delinear el vacío que llenó mi infancia. Si intentaba ir más allá del orfanato, veía oscuridad. Como si alguien hubiera apagado un interruptor en mis recuerdos, pero nunca como en ese momento había sentido tanta necesidad de indagar en mi interior. Rascando con las uñas en mi pasado para intentar entender algo sobre mí.
Y en mi cabeza resonaban un sinfín de preguntas a las que ni siquiera podía expresar.
¿Por qué él recordaba todo de su infancia tan vívidamente y yo no? Porque yo era la única persona en el mundo que no podía traerle ni un solo recuerdo de cuando ella era tan pequeña.
-¿Sabes por qué, ni por un instante, tomé tus palabras, tus dudas, de que ella y yo podíamos ser la misma persona como pura locura? Debido a que fui adoptado a los quince años por los Harrison, es de ellos que tomé mi apellido... antes de esto, viví en un orfanato, pero nunca tuve ningún recuerdo de lo que pudo haber sido mi vida antes de entrar a esas paredes- retorcido pero real, era todo lo que acababa de decir.
Por extraño que parezca, esto es lo que yo era. Un enorme signo de interrogación, un pasado indefinido, de orígenes desconocidos.
Una duda viva, un misterio perenne.
-¿Y nunca les preguntaste nada sobre tu pasado a las personas que te cuidaron en este orfanato?- preguntó con razón. Aparté un mechón de cabello, dejando escapar un gran suspiro que era la melancolía que brotaba dentro de mí cada vez que me daba cuenta de todo esto.
-Lo intenté muy pocas veces, nadie me respondió, tal vez porque entonces era muy joven... entonces lo dejé pasar, me resigné a fingir que ya no quedaba nada por entender, limitándome a vivir la realidad. en me encontraba en todos los días- admití con cara baja -ya nadie me preguntaba sobre mi pasado, porque nunca había habido ninguna razón para hacerlo, hasta que apareciste tú- creí verlo tragar, su mandíbula se contrajo levemente en eso Una luz tenue que apenas me permitía ver sus rasgos y me balanceé sobre mis talones. Estaba nerviosa, hablar de un tema así me inquietaba inexplicablemente.
-¿Y nunca sientes la necesidad de saber qué pasó?- cada una de sus preguntas era legítima, tan legítima que me pregunté por qué había dejado de comprender quién había sido. Porque me había dejado vencer por la resignación de no volver a ensamblar las piezas que faltaban en mi vida. -Nunca he tenido un punto de partida para empezar…- cuando soltó mi colgante, sentí la distancia de su toque hacia mí, que nunca había deseado más cerca que ahora. Lo miré a los ojos con tanta intensidad que vi brillar sus iris, como si una estrella acabara de atravesar la inmensa oscuridad que liberaba su mirada oscura pero tranquilizadora. Y en ese momento volví a ver toda la belleza que me había estado hechizando meses atrás, tan abrumadora que hizo temblar todo mi cuerpo.
Me pregunté cómo logré besarlo anoche, porque después de todo el alcohol nubló cada una de mis acciones y no recordaba en absoluto lo que sentí. Sólo podía imaginarlo e imaginar hacerlo, hacía que mis piernas temblaran como gelatinas locas. Anhelaba sus labios mientras los miraba en esta oscuridad, tanto que sentí que mi corazón comenzaba a latir con fuerza en mi pecho con solo pensarlo.
-Ahora estoy aquí…- solo dijo, recordándome que todavía estábamos hablando de mi pasado y me mojé los labios.
Estaban secos, como mi garganta en ese momento.
-¿Por qué no me cuentas cómo era ella?- Pregunté despertando de ese deseo enfermizo que se estaba apoderando de mí y quité los ojos de su boca.
Quizás al escuchar historias sobre esta pequeña pude verme en algo, entender de alguna manera si me reflejaba o si me recordaba algo. Cualquier cosa. Bember me indicó que me sentara debajo del tronco de un árbol no lejos de nosotros, ya que estar parado en el mismo lugar como dos farolas se estaba volviendo agotador, y tomé asiento a su lado. Con las rodillas dobladas contra el pecho, giré la cara para mirarlo y nuestros hombros se tocaron. Y ahí comenzaron sus recuerdos...
Me habló de esta niña de pelo brillante y grandes ojos azules, siempre vivaz y que irradiaba tanta felicidad. Eran vecinos y pasaban las tardes jugando juntos, después del colegio y los deberes eran inseparables. Le encantaba dibujar, le encantaba tanto que su habitación estaba llena de dibujos colgados en la pared, todos hechos por ella ya que aún no había aprendido a leer. Amaba las rosas, adoraba a los animales y especialmente a los conejitos. Era dulce y reflexiva, con las personas más cercanas a su corazón pero al mismo tiempo terca y precisa. Bember parecía conocer cada matiz de esta pequeña, hablaba de ella con tanta claridad que dejaba claro lo mucho que nunca la había olvidado. Nunca la había abandonado en su pasado. Como si nunca hubiera dejado de ser parte de su vida, a pesar de todos esos años.
De repente mi estómago pareció retorcerse, se apretó en un torno que hizo que mi cabeza diera vueltas cuando dijo un nombre que nunca antes había escuchado.
-¿Quién es?- Pregunté ahogada, con un nudo en la garganta que casi me impedía hablar y no entendía por qué. Me había despertado, como si escucharlo mencionarlo hubiera sido gritado entre mil palabras susurradas en mi oído.
-Nathan era su hermano menor- mis manos temblaban inexplicablemente, las sentía sudar y mis ojos se pusieron tan borrosos que tuve que parpadear fuerte. Escucharlo me hizo sentir una sensación tan extraña, tan intensa, tan fuerte que ni siquiera podía explicar por qué pero me sentí extraño. Como si algo dentro de mí casi me empujara a llorar sin ningún motivo específico.
Un temblor abstracto.
- Nathan -, murmuré en respuesta.
Intenté mirar dentro de mí, indagar en mis recuerdos pero no podía ver nada, sin embargo, ese nombre me gritaba que despertara. Ese nombre no era tan nuevo para mí.
Ese nombre estaba vivo en mí.
-¿Estás bien?- preguntó mirándome a los ojos y me tomó un tiempo darme cuenta. Cuando centré mi mirada en la suya, como si acabara de despertar, negué con la cabeza. No podía explicar lo que estaba sintiendo, pero escucharlo decir eso cambió algo.
Ya no podía sacármelo de la cabeza.
Fue mi punto de partida.