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El peligro sabe bien

Me llamó Juana, por cariño me llaman Juanita. Tengo 19 años y vivo en un barrio muy peligroso, donde sales y no sabes si regresaras con vida.

Salgo de mi casa como todos los días a las 7:30 AM. Me gasto exactamente media hora para llegar a la tienda donde trabajo.

Estoy a punto de tomar el autobús cuando se escuchan unos disparos, acostumbrada a que eso sí era siempre, solo me agaché y puse las manos en mi cabeza. Escuchaba gritos de un lado para otro, podría jurar que sentía las balas pasar muy cerca de mi cuerpo. Hasta varios minutos después, que solo se escuchaban lamentos. Levante mi cabeza y vi como una madre gritaba ayuda por su hijo.

No me acerqué, eso me pondría en peligro, así que salí de ese lugar. Aun así, mandé un mensaje a emergencias y me devolví a mi casa, era obvio que no me recibirían una hora tarde.

Abrí la puerta de la casa, dejé un beso en la frente de mi abuela y fui a mi habitación, entre suspirando y una pistola tocó mi frente, lo único que hice fue levantar mis manos.

—Hago lo que quiera, pero no nos mates— musité tartamudeando y en respuesta escuché una risita ronca que hizo erizar mi piel.

—Buena chica, me vas a curar la herida que tengo en el brazo y luego me ayudarás a salir de aquí— me exigió y recordé que tenía los ojos cerrados del susto.

Mi boca se abrió al ver semejante moreno frente a mí, su cuerpo estaba bien trabajado, sus hombros y brazos ideales para sostenerse, su pecho duro y cada cuadro estaban perfectamente trabajados.

Inconscientemente, me ruboricé y mi intimidad pálpito cuando mi mirada llegó a su entrepierna y su estrecho pantalón de cuero marcaba un poco su pene aún dormido.

—Si lo sigues viendo así, me olvidaré de la herida— susurró a centímetros de mi boca, su aliento a cigarro y alcohol me dejaron sin aire.

Con una sonrisa se apartó y se sentó en mi cama, coloco el brazo en su pierna para que observara mejor la herida y con su otra mano señaló el botiquín de primeros auxilios.

—Olí todas tus pantis— musitó con una sonrisa descarada, haciéndome ruborizar y asustar al mismo tiempo.

—¿Cómo entró?— interrogué sin verlo.

—Tu ventana estaba abierta…— respondió acariciando mi cabello.

—Tu cabello huele bien…— susurró en mi oreja y un gemido escapó de mi boca.

—Tu abuela es sorda, ¿no?— me puse nerviosa, y él se dio cuenta.

—Sí, no le hagas nada…

—A ella no le haré… Pero a ti— lamió mi lóbulo y pensé que hacía ahí doblada, aun sin tocar su herida, escuchando como ese hombre me excitaba solo con sus palabras.

—Tu herida…— musité tartamudeando.

—Es solo un rasguño— aseguro limpiando el mismo la sangre que tenía casi seca.

—¿Cómo te llamas?— pregunto sin verme

—Juana— respondí

—Juanita, yo soy Brayan Ortiz— confesó con una sonrisa ladina, disfrutando mi asombro.

En mi habitación estaba nada más y nada menos que el líder de la banda del barrio vecino. El peor enemigo.

—Salí a casar y me llevo el premio mayor— declaró levantándose y apartando el botiquín.

—No. No entiendo— pregunté asustada.

—Muy simple, esta noche serás mi mujer— afirmó besando mis labios, subiéndome a sus caderas para pegar mi espalda contra la pared.

—Espera yo…— no me dejó hablar, sus besos eran tan demandantes, lamía mi cuello y rompió mi blusa para apoderarse de mis senos.

No me permitía explicarle que era mi primera vez en todo. Él solo se dedicaba a presionar su erección en mi centro, arrancando gemidos de dolor y placer.

Camino a la cama y me lanzo, asustada y excitada con las manos atrás, quise retroceder, pero me detuve al ver como se quitaba el pantalón y bóxer, mostrando su enorme pene erecto.

—Yo…— quise hablar, pero me hizo señas que le diera mi mano y seguido la colocó en su erección. Solté gemidos tras gemidos al sentir como él se masturbaba con mi mano.

—Sé que eres virgen Juanita y no me puedo irme sin enseñarte tantas cosas peligrosas— confesó dejando mi boca más abierta.

—Aquí lo voy a meter, no uses los dientes— me advirtió, tomo mi cabeza y beso mis labios hasta dejarme sin aire, no sé qué me pasaba, pero todo lo que hacía me excitaba.

Acercó su erección a mi boca y me ayudó a manejarlo, me dio náuseas, pero sus toques en mis senos, mis pezones me enloquecían.

—Suficiente Juanita, aprenderás…— musitó con su voz ronca.

Yo estaba perdida, excitada y sin fuerza humana de negarme a que terminará lo que había empezado, sus besos en mi cuello, senos y bajando a…

—¡Aaah!— gemí de golpe al sentir su lengua lamer mi centro.

Buscaba separarlo, pero él se metía más, solo quedaba alar su cabello y abrir más mis piernas, gritar y suplicar hasta sentir como mi cuerpo se tensaba.

—Libérate…— demandó y volvió a su trabajo. Cerré mis ojos y me dejé llevar hasta sentir como llegaba a mi primer orgasmo.

Quería reír, nuestro enemigo me estaba llevando al límite del placer.

Se saboreó como yo, me saboreó una tarta, subió abriendo mis piernas y un susto invadió mi ser, lo tenía grande y estaba segura de que me dolería.

Fue entrando y chupando mis senos, de esa manera desviaba mi dolor hasta tenerlo todo dentro.

—¡Joder!, esta no será la última vez, Juanita— declaró en mi oído.

Salía y entraba suave, hasta asegurarse que ya no tenía dolor, sus movimientos eran tan placenteros, su sudor junto al mío, su piel y la mía. Salió de golpe y puso un preventivo.

Mis piernas temblaban ya, volvió y entró suave, llenando todo mi ser.

El peligro estaba en mi habitación, en mi cama y lo peor, yo lo estaba disfrutando, juntos llegamos al clímax y él me regaló una sonrisa perfecta, mostrando sus blancos dientes.

—Esto fue lo mejor que me pudo pasar esta noche, Juanita— confesó acostándose a mi lado, abrazando mi cuerpo.

Los siguientes días, Brayan buscaba las maneras de entrar al barrio y colarse a mi habitación para darle rienda suelta a nuestra pasión, enseñándome tantas formas de satisfacerlo.

Y así fue como me acostumbré a probar el peligro, me sabía tan bien que no quería parar.

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