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Mi jefa es un manjar

Un manjar, eso es mi querida jefa, tan elegante y sexi a su vez. No me canso de observarla y desearla al mismo tiempo. Soy un maldito pervertido que solo desea escuchar gemir a su jefa.

Me llamó Diego y aquí estoy, caminando detrás de ella, con mi mirada fija en su culo, disfrutando como sus caderas se mueven de manera elegante y sexi.

Me preguntó si sabe que deseo tenerla en mi cama y dejarle claro que diez años no son nada. Porque sí, soy diez años menor que ella.

En mis 25 años deseo con locura a una mujer de 35, un manjar de mujer.

—Diego, recuérdame ir por un vestido a la boutique de mi amiga— me habló justo cuando las puertas del ascensor se cerraron y solo quedamos ella y yo.

—Sí señora— respondió viéndola a los ojos, tal vez buscando que se pudiera nerviosa.

—Ya te dije que soy Lorena— me recordó con su bella sonrisa, tan hermosa e inocente.

—Claro, Lorena— musité con vos ronca y una media sonrisa y logré lo que quería. Al oír cómo se aclaró la garganta y desvío la mirada.

Nuestros perfumes se juntaban y más creció mi deseo por tenerla abierta para mí. Probarla y azotarla hasta que me pidiera más.

Las horas fueron pasando y llegó justo el momento donde manos iríamos a la boutique de su amiga. Quién no solo vendía vestido elegante, también unas prendas que hacían que mi imaginación volará.

En el lugar solo escuchaba como su querida amiga le recomendaba unas lencerías que no era de mis gustos. Como si las estuviese comprando para usarla conmigo.

Llegó un momento donde ya no pude más y me acerqué, tome un conjunto de lencería rojo, pasión, de encaje en forma de rosas, era tan delgado, que si pasaba mi lengua ella sentiría el calor.

—Si es para sorprender a un hombre, este es perfecto— interrumpí el diálogo de las damas, entregándole el conjunto a mi jefa. Quien fijó su mirada en mí, pude sentir y ver como se erizó y lo disfrute como nunca.

—Es mi hora de salida, la veo mañana, jefa— hablé nuevamente y salí con una sonrisa en mi rostro.

Pude escuchar como ella le gritó a su amiga que estaba loca y cante victoria, ella sí se había dado cuenta de mis más oscuros deseos por ella.

Así paso una semana en la que sentía como mi jefa ya no era la misma, no era capas de sostenerme la mirada, sus sonrisas las evitaba y estaba siempre nerviosa.

—¿Hice algo que le molestará?— interrogue con mi vos ronca.

—¿Disculpa?— musitó levantando su mirada.

—¿He hecho algo mal para que esté tan incómoda?— cambie mi pregunta, buscando la verdad.

—No, claro que no, es solo que…—

—Le incomodó lo de la lencería— terminé por ella, estaba seguro de que se refería a eso.

—Es que yo no tengo a nadie y…— sus nervios me hicieron reír.

—¿Se está riendo de mí?— me reclamó molesta, con sus brazos cruzados.

—Lore…— hablé lo más bajo y sexi posible. Acercándome a ella, quien no dudo en levantarse de la silla.

—¡Diego!— me advirtió, con una vos que no era lo que deseaba.

—Solo quiero ver si las cargas— le hable sensual, quitándome las gafas que me hacían ver inocente.

—De que hablas— habló sorprendida.

—La lencería que te recomendé, Lore…— musité, ya cerda de ella.

—Soy tu jefa…— susurró estando ya excitada y aún no la tocaba.

—Lo sé, puedo ver todos los días como tu culo me pide a grito. Como tus tetas desean ser lamidas y chupadas por mí. Comerte tan rico como un manjar— susurré en su oído, lamiendo su lóbulo.

—Aaah, Diego…— gimió al sentir mi mano tocar sus piernas y sin verlo venir, la senté en el escritorio.

—Sé buena y quédate ahí— le ordené. Seguidamente, me acerqué la puerta y pase seguro, sonreí al ver que me obedeció.

—Diego— quiso hablar sería.

—Sonará mejor en un momento— le dije entre sus labios, besándola con arrebato, su boca estaba mejor de lo que pensé, dulce y delicada. Puse sus manos hacías atrás y me dediqué a besar su cuello. Bajando a sus senos.

—Diego…— nuevamente mi nombre en su boca y está vez más excitada. No le dije nada, baje el encaje y tomé uno de sus senos erectos en mi mano.

—Lore, mírame— le exigí, sacando mi lengua para pasarla por su seno y jugar en su pezón.

—Aaah…— gemía y gemía sin parar, pero no me detuve hasta verlos rojos.

Ella estaba extasiada, al límite, baje mi mano y toque su centro, gruñe al sentir la humedad en mis dedos.

Rodé la silla para sentarme, coloque sus talones en el escritorio y la abrí para mí.

—¡Diego no!…— exigió, pero más para ella, que para mí.

—Esto recién empieza mi Lore, no iré sin dejarte claras, mis malditas ganas por explotar ese coño— Recalque y enseguida pase mi lengua por su centro, aun con la lencería podía sentir su piel.

No escuché más sus quejas, solo sus hermosos gemidos, que no se detenían, como tampoco mi legua en su centro, hasta verla convulsionar y sentir sus fluidos.

Ella recuperaba la respiración y yo quitaba mi ropa, le sonreía tan malévolamente, que sentir miedo en su mirada, pero no me detuve, debía aprovechar por no estaba seguro si ella me permitiría ser su asistente nuevamente.

Coloque un preservativo y la baje.

—Diego, esto…—

—Te va a encantar, Lore— susurré en su oído, la bajé y le di vuelta. Quite toda su ropa y bese su espalda.

—¿Sabes cuanto amo esta cola de caballo que te haces?— le susurré mientras la enrollaba en mi mano izquierda y giré su cabeza para besar su boca.

—No lo sé…— respondió con vos ronca. Estaba disfrutando como jugaba con mi hombría en su trasero, gruñí al sentir su entrada bien cerrada. Volví a empujar y maldije, estaba tan apretada. Ambos maldecimos de lo bien que se sentía.

—Todos los días soñaba con hacerte esto, Lore— le confesé.

Solo fueron suficientes unos pocos movimientos suaves, decidí usar muy bien su coleta, sus gritos no se detenían al sentir su trasero chocar fuertemente contra mi pelvi. Sus nalgas bailaban y yo las azotaba con mi otra mano.

Estaba en la gloria, ahí disfrutando del manjar de mi jefa y estaba aseguro que no sería la última vez.

Sus piernas temblaban hasta casi no poder sostenerse, unos movimientos más y ambos llegamos, caí sentado en su silla y ella sobre mí. Nuestros pechos subían y bajaban.

Unos minutos después ya estábamos recuperados, ella se vestía sin verme a la cara. Quería reír y pedirle que me dijera si le había gustado, pero calle.

—Mira Diego…—

—Me voy mañana de vacaciones, si quieres que siga trabajando para ti, te espero en mi apartamento— la interrumpí para lanzar mi última carta.

Había muchas cosas de ella que quería y la importante, era poder besar todo su cuerpo sin tanta prisa.

Salí de su oficina con una sonrisa, tarareando una canción hasta llegar a mi auto y luego a mi apartamento. Me duché y pedí comida. Esa noche vería una película y esperar el día siguiente.

La mañana llegó y desperté por el ruido del timbre, quien me buscaba tan temprano, no merecía vivir, salí solo en bóxer y abrí molesto. Pero inmediatamente mi molestia se fue al ver a mi manjar frente a mí.

—No me dejaste los apuntes…— la interrumpí tomando su mano y halando para pegarla a la pared. Reclame su boca con deseo, buscando despojarla de su ropa.

—Diego…—

—Luego te doy los apuntes— susurré en su cuello, quitando todo lo que me impedía besarla.

No fue mucho tiempo el que pasó para tenerla debajo de mí, con nuestras manos entrelazadas y nuestros cuerpos unidos. Gimiendo de placer.

Disfrutaba tanto al manjar de mi jefa y ella también.

Fin

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