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Capítulo Tres

—Sí, he conocido algunas, aunque nunca alguien como usted... digo, nunca alguien que esté tan buena como tú, Erica —replique.

—Bueno —respondió Erica con una maliciosa sonrisa— seré tuya cada vez que quieras, si me dejas disfrutar de tu hermosa verga a mi manera.

Nunca había oído que se expresaran así de mi aparato, aunque me olvide de todo tipo de terminología cuando ella se la metió en la boca.

Apretó mis nalgas y las presionó contra su cara, y sentí como mi pene casi le llegaba hasta la garganta. Por un momento perdió la respiración, aunque luego se separó un poco y me la comenzó a mamar, a lamérmela con la lengua, mordisqueaba ligeramente con sus dientes, acompañándolo de unos ruiditos animales, satisfecha y glotona.

Era la primera vez que me la mamaban y la sensación era fantástica.

Moví mis caderas instintivamente para metérsela más adentro y me vine a chorros, una y otra vez, dentro de su boca. Mi maestra se sorbió con deleite hasta la última gota, que le deposite dentro.

Yo entonces me eché en la cama.

Desde ahí pude observar a Erica, todavía sentada en el suelo, con sus ojos cerrados, y saboreando mi néctar, con una suave sonrisa en sus labios.

—Fue algo riquísimo, Roberto —finalmente murmuró— ¡Tu vara es grande y tan hermosa! Que no tienes idea de cuanto me gusta.

Levantándose del suelo, Erica se me acercó y me dijo:

—¿Tienes otra remesa para mi hambrienta rajadita?

Todavía un poco sorprendido con aquel lenguaje suelto, moví mi cabeza de manera afirmativa y le dije “sí”. Erica, se acostó a mi lado y pude sentir el contacto de su cuerpo tibio de pies a cabeza, cómo me excitaba esa mujer.

—Yo me vine cuando tú te viniste —me murmuró al oído—siempre es más rico cuando siento la pinga de un hombre latiendo dentro de mí. Entonces mi orgasmo es más intenso y perfecto. ¿Estas listo?

¿Que si estaba listo? Vaya pregunta, estaba preparado para templármela por toda la noche sin parar, mi camote se agitaba solo de la excitación que sentía.

Moví mi mano derecha hacia el triángulo de pelo negro, entré las piernas de Erica, y le acaricié los labios de su sexo. Nuestra excitación fue en aumento y de pronto Erica, empezó a gritarme ansiosa:

—Métemela, Roberto, métemela... Anda, rápido.

De inmediato me arrodillé entre sus piernas abiertas y se la encajé hasta lo último produciéndole una corriente de placer a través de su cuerpo.

Ella respondía a cada uno de mis empujes y pronto empezó un movimiento circular bien despacio con sus caderas que casi me vuelve loco de deleite.

Mi cabalgata esa vez fue corta, aunque, ¡Ay! Deliciosa. En pocos segundos la experta Erica, me la había sacado y me vine con un grito de alivio.

Erica, se vino casi a continuación.

Sentí como se ponía tensa en mis manos, me mordía en el hombro y pegaba sus caderas con fuerza contra mí.

Nos pasamos cuatro horas con nuestros cuerpos juntos.

Me enseñó posiciones poco usuales, y por supuesto lo hacía gustosa pues ella gustosa disfrutaba del papel de maestra.

Nos volvimos a ver cinco o seis veces más, después de aquella ocasión, aunque al fin nos cansamos uno del otro y nos separamos.

Aprendí mucho de la señorita Erica Montes, así y todo, me dio una nota bien baja en mi examen de matemáticas, ¡qué injusta! ¿no?

Ahora me reía al pensar lo furioso que me puse con aquella baja nota, aquello había pasado hacía mucho tiempo y ya no me importaba. Más bien le estaba agradecido a Erica, por haber sido tan buena maestra en otras materias.

Regrese a la frescura de mi apartamento y saque mi máquina de afeitar.

Después de afeitarme colgué mis trajes en el closet, puse las pocas camisas, calzoncillos y medias que poseía en las gavetas del aparador y me dije que debería unir placer al lado práctico y comprarme algunas ropas, mientras exploraba al vecindario.

Metí mi cartera bajo la cintura de mi traje de baño y salí, cerrando con llave mi departamento.

Estaba colocando la llave en mi cartera cuando, al cruzar el patio, la puerta del departamento número dos se abrió y un joven bajito, pantalones cortos y una camiseta de mangas cortas, salió del mismo.

—¡Espérame, compadre! —me gritó— no te muevas. Espera hasta recibir ayuda antes de entrar en la selva, o perecerás —luego se dio media vuelta, cerró con llave su puerta y empezó a silbar bien algo, como si estuviera un poco chiflado.

Esperé hasta que llego a mi lado corriendo, con su cara de duende, iluminada por una sonrisa amistosa. Habiendo conocido numerosos individuos inoportunos en mi vida, me decidí a recibirlo con calma.

Además, bien pudiera ser uno de esos afeminados de que hablaba el chofer del taxi, aunque después de echarle un vistazo a aquel chiflado, se podía afirmar que ese no era su problema.

—Señor, considérese usted salvado. ¡Y que sea una lección para usted! Nunca penetre en la jungla sin llevar su guía blanco. Mi nombre es José Rosas, señor —me dijo alargando su mano regordeta— ¿Y usted es el doctor Carvajal?

Ya por entonces empecé a entenderlo.

Se trataba de un individuo corto de estatura, que se hacia el loco para ocultarse de la realidad de su propia apariencia. Ocultaba su defecto bajo una rutina de comedia. Le estreche la mano y quede sorprendido de la gran presión que tenía en la misma.

—Roberto Calleja —le respondí— famoso turista y alcohólico a ratos.

—Magnifico, ¿Qué te parece si nos largamos al próximo oasis y le damos algún liquido a los camellos? Así podremos también llegar a conocernos mejor. Y antes de que me preguntes, te aseguro que soy un tipo fulastre.

—Deberías estar en el teatro —le dije, mientras caminábamos por la calle— una persona como tú, con ese gran sentido del humor, no debería estar desperdiciándose de a gratis en la calle y con gente que no entiende tu arte.

Su expresión se puso seria de pronto.

—Roberto eso es lo que he estado tratando en estos últimos diez años malditos, sin ningún éxito. Esos bastardos de los cines no me quieren dar una oportunidad. Te aseguro que el talento solo no basta —agregó sombrío— de todas formas, sigo trabajando de dependiente de bar por las noches y viviendo de esperanzas.

—Es realmente una pena —le dije

—Pero no me puedo quejar de mi suerte.

—Estaba preocupado por encontrar un lugar donde comer y tomar, y la primera persona con quien me tropiezo es un dependiente de bar.

—Ya te dije, considérate salvado, yo seré tu guía.

—Te diré que me he venido a la playa a tomar el sol, a nadar y por sexo, aunque no necesariamente en ese orden de importancia. Yo tenía un trabajo regular en la ciudad de México, lo dejé por venirme a haraganear un buen tiempo, hasta que se acaben mis ahorros y entonces… tal vez busque trabajo como cantinero.

—Pues escogiste un lugar apropiado —dijo José gesticulando ampliamente— Esta playa es todo lo que pudieras desear. La playa es de las mejores, los lugares de diversión de primera. Sólo que no te metas en el en el bar “La Magia”.

—¿La Magia…? ¿Por qué?

—Está lleno de homosexuales y lesbianas.

—Vamos, por lo visto he escogido el lugar adecuado. Aquí los pecadores abundan.

—Mi consejo es que te hagas un cliente habitual del lugar a donde vamos ahora. Es lo mejor de toda la playa. Yo trabajo ahí y te lo recomiendo de todo corazón.

José señalo un anuncio luminoso sobre un edificio, entre una joyería y una tienda de ropa de hombre.

El anunció decía: bar “Bajo la Luna”

—A juzgar por el título, el bar ha de ser un lugar donde vienen hombres astronautas o algo así… tal vez de otras galaxias.

—Aquí solo servimos a individuos que gustan de la bebida, comida y cualquier hembra que entre por la puerta.

Lo seguí dentro del bar. Este estaba decorado con unos cilindros muy grandes en las esquinas y lleno de luces por todos lados.

José se sentó en un taburete ante la barra y yo me senté a su lado.

—Le diré a Lalo, el dependiente de día, que te trate bien. Es un tipo reservado y si no te lo presento pasaría largo tiempo antes de que te identificara, aunque vinieras todos los días… es medio especial, aunque al final, es un buen amigo.

—No parece muy amistoso entonces.

—No es eso. Él ya lleva más de 25 años de tras del mostrador sirviéndole tragos a todo tipo de individuos, y te desilusionas un poco con la poca calidad. ¡Hey Lalo! ¡Ven acá!

Lalo Robles, tenía una cara enigmática, como si hubiera sido tallada en piedra, y la voz y modales de un monje budista. José, me lo presento.

Mientras Lalo y José charlaban sobre los asuntos del bar, yo dejé correr mis miradas por el resto del mismo. Lo primero que noté fue a tres jóvenes con el tipo de amas de casa dándose su trago matutino que posiblemente, las impulsara para cumplir con el resto del día con las rutinas de la casa.

Al extremo del mostrador noté una pelirroja sentada sola, tomándose una cerveza. Ella me estaba mirando, aunque en cuando le sonreí, viro la cara.

Esto me irritó levemente, y no pude separar mis ojos de ella. Tenía cierta feminidad que pedía acción en cada movimiento que hacía.

Luego descubrí otra pareja en una cabina.

Lucía como si el hombre estuviera enfadado acerca de algo, y le estuviera peleando. Aún sentado, podía apreciarse que se trataba de un gigante.

La chica era una morenita de cuerpecito espléndido. Entonces volvió la cabeza y casi pierdo la respiración. ¡Cielos, que hermosa era!

Había algo en su cara que lo hacía a uno derretirse, tenía un pelo negro y largo que le llegaba hasta la cintura, una preciosidad por donde quiera que se le viera.

—¿Has visto alguna visión, amigo? —me preguntó José Rosas, trayéndome a la realidad.

—¿Quién es aquella hermosura sentada con aquel gigantón? —Pregunte.

José, se volvió en su taburete y mirando en la dirección indicada, volviéndose luego rápidamente para decirme con un tono serio.

—Olvídate de ella a menos que quieras que te partan todos los brazos y piernas. Nadie puede acercarse a esa preciosura.

—Me gustaría tratar —repliqué

—No, no lo tratarás, ese gigantón que está con ella es su hermano, y es un hijo de puta con mal genio. Se encargará personalmente de reducir a pedazos a quién se atreva a tocar a su hermana. Además, he oído decir que ella es todavía virgen. Y si es así, para qué preocuparse por ella, cuando hay tantas otras pollitas deseosas y listas por donde quiera… no, si lo que sobran son mujeres ardientes.

—Bien, pero ¿quiénes son ellos?

—Eduardo y Linda Torres. Él trabaja en un casino de juego en el otro lado de la playa, a unas siete calles al sur de aquí, Linda solo tiene veinte años y vive con una amiga cerca de los canales, en una parte residencial y lujosa de la playa.

—¿Dónde vive su hermano?

—Oh, buena pregunta —río José— y se lo que piensas. Pero él la tiene bajo vigilancia las veinticuatro horas del día. Si quieres seguir un buen consejo piensa en otra chica.

—¿Y qué tal aquella pequeña pelirroja?

José, dirigió una mirada al final del mostrador del bar.

—¿Quieres decir, Graciela Lujan? No hay problema. Si quieres conocer esa gatita, te la puedo presentar.

—Bueno, ¿y qué esperas?

—A sus órdenes, señor —dijo deslizándose del taburete y dirigiéndose hacia la pelirroja. Hablaron por unos momentos y luego José me hizo un gesto con la cabeza, de que me les uniera. Antes de levantarse Lalo me advirtió:

—Muchacho, ten cuidado con esa pelirroja, es un poco loca.

—Gracias Lalo —dije encaminándome hacia José y la pelirroja.

Graciela Lujan y su hermano de Linda intercalaban miradas constantemente, aunque esto no me detuvo.

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