Sinopsis
Muy pocas personas, de las que habitan en las grandes ciudades, han dejado pasar la oportunidad de vivir una experiencia única en alguna paradisiaca playa. Los vacacionistas y turistas que visitan estos lugares que son la atracción idónea para esos momentos de esparcimiento, incluso para los recién casados que buscan disfrutar de su luna de miel cobijados por el calor de una playa, el mar y el sol. Lo que muchos de estos vacacionistas, turistas o cualquier persona que acude a una playa, no se imagina, es que no están solos, siempre hay personas que los ven y que los observan, tomando nota mental de lo que hacen. Y es así como un costeño, curioso y comunicativo, decidió dar a conocer los momentos que le ha tocado ver la forma en que algunas personas se divierten, gozan o sufren en la tranquilidad deliciosa de un puerto. Este personaje, común en todas las playas del mundo, que lo mismo alquila motos acuáticas, que vende cocos con licor, que ofrece cocteles de mariscos, o recomienda lugares para divertirse, así como sitios económicos para hospedarse, por medio de las páginas de esta novela, nos narra muchas de las cosas que le ha tocado vivir, ver y escuchar. Los personajes, podemos ser usted, yo, o el vecino, lo cierto es que, son seres humanos que de una o de otra manera llegaron a la playa para vivir una experiencia que los sacara de la rutina diaria de la gran ciudad. Algunos regresaron a sus lugares de origen felices de la vida, otros, con más preocupaciones de las que traían al llegar y no faltan los que volvieron con un profundo arrepentimiento por haber emprendido el dichoso viajecito. Así que, cualquiera que haya sido su experiencia en alguna playa, la historia que aquí va a leer, le mostrará que tal vez sucedió muy cerca de donde usted se encontraba, o quizás hasta fue testigo y no prestó la debida atención.
Capítulo Uno
Hola, brodis, ¿cómo han estado? Espero que bien y sobre todo que tengan mucha salud para que disfruten de todo lo que la buena vida les ofrece y tiene para darles, siempre y cuando sepan donde buscarlo.
Por acá, por las hermosas playas de Acapulco, Guerrero, en México, todo va de pelos, como si fuera el paraíso, tenemos, mar, playas, selvas y sobre todo, mucho turismo que viene a divertirse y a disfrutar en grande de sus merecidas vacaciones.
Y precisamente, esos son los momentos en los que más disfruto de mi trabajo, soy como un guía de turistas, llevo y traigo viajantes por todo el puerto, conozco todas las playas y sé como se mueve la gente de esos lugares.
Tal vez por eso, con mucha frecuencia, solicitan mis servicios y yo, pos encantado de servirles pa lo que se les ofrezca, y conste que no es albur, es lo que me sale del pecho, puro cariño costeño.
Y bueno, para que no sientan muy larga esta introducción y puedan disfrutar mejor de lo que tengo que contarles, como ya les dije, toda la vida la he pasado en el puerto y por lo mismo, he sido testigo y participante de muchas historias que aquí, como en todas partes del mundo, se desarrollan con finales diversos e inesperados.
Es por eso que me encuentro narrando estas aventuras que me tocó conocer de cerca, y una que otra que me contaron, o que supe en alguna platica, así que disfrútenlas:
Gozando en la playa
Había decenas de personas desnudas por doquier corriendo cayendo, luchando y revolviéndose en la arena, otras descansando de manera cómoda sobre alguna toalla y protegidos por su gran sombrilla. Algunas parejas, unas cuantas, se hacían el amor detrás de los montículos de arena, otros se revolcaban en la orilla mientras la resaca llenaba sus cuerpos de espuma. Los quejidos y gemidos no se hacían esperar
De pronto mi pie tropezó contra algo y caí en la arena. Buscando a tientas, mis manos encontraron el cuerpo suave y tibio de una mujer.
Le quite su traje de baño y a continuación me quite mis pantalones.
La brisa del mar acariciaba sus erguidos pezones, y yo empecé a darle masajes a sus henchidos senos, enterrando finalmente mi cara entre ellos.
Ella lanzó un gemido de placer y me enredó en sus brazos:
—¡Estoy lista!... ¡Estoy lista!... ¡Métemela! —musitó ella con urgencia— ¡Métemela!... ¡Ahora mismo, ya no aguanto más!
Y se la metí hasta los huevos, arrancándole un profundo gemido de pasión y éxtasis.
Desnudo, como vine al mundo, permanecí parado contemplando a la hermosa chica encuerada, que me sonreía desde la gran cama.
Su piel blanca relucía como oro, cuando los rayos del sol vespertinos se reflejaban sobre su cuerpo joven y firme. Aún ahora, de espaldas, sus senos de puntas rosaditas permanecían orgullosamente erguidos.
—Ya te advertí que yo era una rubia natural —me dijo mientras elevaba el felpudo vello rubio de entre sus muslos, hacia mi— ¿Notas la diferencia con esas rubias teñidas con quien sales y con una que tiene todo al natural?
—¿Qué te hace pensar que yo salgo con rubias teñidas?
—Pues que tú, mi macho incansable, de seguro estas acostumbrado a coger a menudo y con lo que se te presenta, sin importar como esté ni quién sea —murmuró ella— Tu cosota tiene cantidad de práctica, ¿no es así?
—Me gusta mantener mi equipo en forma, todo músculo que no se ejercita tiende a atrofiarse —dije mientras me echaba sobre ella de nuevo.
—¡Oh, sí, puto cabrón! —susurró— ejercítalo conmigo todo lo que quieras.
La besé ligeramente en los labios y dejé correr mi boca abierta, bien despacio, sobre su pulsante garganta, succionando de manera leve.
Apoyándome en mi mano derecha, deje que mi mano izquierda acariciara el interior de sus muslos de piel de seda, mientras mis calientes labios recorrían sus firmes y perfumados senos.
Mientras le mamaba con fuerza su pezón derecho, le metí con firmeza el dedo medio, de mi mano derecha, en su estrecha, húmeda y tibia rajadita.
Lanzó un gemido y pegó su sexo con urgencia contra mi mano. Luego lanzó otro quejido, agarró mi cabeza con sus manos y la apretó contra sus senos.
Mis dedos trabajaban rítmicamente en su sexo, pellizcando y frotando su clítoris. Aquello la estaba volviendo loca de placer y su cuerpo se retorcía bajo mi mano.
Finalmente, agarró, mi miembro erguido y comenzó a frotar la piel del mismo hacia arriba y hacia abajo con firmeza y rapidez. Luego acarició mis testículos con extrema suavidad, y me murmuro al oído en un suspiro:
—¡Cógeme! Mi semental hambriento ¡métemela!
—¿Estás segura de que ya estás lista?
Lanzó un quejido cachondo y luego y pegó su boca abierta contra la mía, metiéndome su lengua casi hasta mi garganta, aquella era su respuesta de aceptación.
Me arrodillé entre sus piernas abiertas y pasé la palma de mi mano sobre su rajita, que imploraba ser penetrada.
Cayendo sobre de ella le encajé mi lanza hasta lo profundo, mientras ella apretaba sus piernas y manos alrededor de mi cuerpo.
A pesar de que era la sexta vez que se la metía en menos de cuatro horas, no tardé mucho en venirme, ni ella tampoco, a tal grado era nuestra pasión.
De pronto la rubia, se estremeció, se puso tensa y se hundió en un mar de placer.
Yo lo hice al mismo tiempo, echándole los chorros de mi liquido caliente dentro de ella con frenética urgencia, provocándole un nuevo estremecimiento.
—¡Eres tremendo, cabroncito! —suspiro la rubia, satisfecha
—Mi objetivo es complacerla, señorita —dije con fingida humildad.
—¡Y qué clase de puntería, amiguito! —río.
—Bueno, considerando que el adorable objetivo es una rubia natural y...
—Está bien —río ella— basta ya de que haya dicho que soy una rubia natural. Es obvio que no sabes apreciar las mejores cosas de esta vida.
—Oh, te equivocas —respondí— Si que las aprecio ¿y sabes algo? Tú eres una de las mejores cositas que me he tropezado últimamente.
—Está bien, chico listo —dijo ella— Tú ganas. No te vayas, vuelvo en seguida.
Se apeó de la cama revuelta, y se dirigió al baño. La puerta del mismo se cerró tras ella y, a poco, se pudo oír el ruido de la regadera.
Crucé mis dedos detrás de mi cabeza y me dije:
—“Bienvenida al paraíso de Acapulco, mamacita”.
El encontrar a esta rubia ninfomaníaca había sido una inesperada sorpresa.
Una vez que había decidido irme de la Ciudad de México, por la duración del verano, el abandonar mi empleo como gerente de la Compañía Scotch, fue relativamente fácil.
Era un buen empleo, y no estaba mal el sueldo que tenía, aunque ya había estado demasiado tiempo sentado de tras de un escritorio.
Dos años y tres meses, para ser exactos, él viejo Scotch realmente lo había sentido cuando le dije que me iba.
—¿Qué puedo hacer para que te quedes, Roberto? —me preguntó— ¿Crees que un aumento de sueldo lo lograría?
—No, sólo quiero descansar y tomarlo con calma por un par de meses —le dije— pienso irme a la playa y acostarme bajo el sol. No he tenido verdaderas vacaciones en los últimos siete años, señor Scotch.
El movió la cabeza.
—Sencillamente, no entiendo a los jóvenes de hoy —dijo pasando sus dedos por el escaso pelo cano— Cuando yo tenía su edad, nunca hubiera soñado en abandonar un buen empleo como el que tú tienes, sólo por irme a descansar a la playa.
—Quizá yo no sea tan ambicioso como usted. —musite cínico— La verdad es que necesito estas vacaciones. Reconozco que este ha sido un gran empleo y ha sido un gran placer trabajar para usted, pero necesito un cambio de vida. Ahora dispongo de algunos ahorros y los voy a usar para pensar qué es lo que realmente deseo hacer.
El viejo Scotch me alargó la mano y me dijo:
—Si cambias de parecer, Roberto, debes saber que tu empleo está esperando por ti.
—Gracias, señor Scotch —respondí— Muchas gracias por todo.
—Diviértete en la playa —dijo, dándome una palmada en el hombro— y mantén tu bragueta bien cerrada, muchacho.
—Le prometo todo, menos eso —dije riendo.
No me tomo mucho empacar e irme del cuarto amueblado que tenía rentado.
Pude meter todo lo que poseía en un par de maletas, lo próximo que hice fue parar en el banco y hacer que me transfirieran mi cuenta de ahorros, y mi cuenta de cheques a otra oficina del mismo banco en Acapulco, Guerrero.
Me decidí por este puerto porque me había habituado a pasar los fines de semana ahí el verano anterior, y me pareció una playa bastante buena para vaguear, dado que la conocía bastante bien.
La mañana siguiente me tomé un buen desayuno y me dirigí a la estación de autobús.
Compré un boleto de ida y me senté en el salón de espera. Un empleado me había dicho que el próximo viaje para Acapulco, demoraba cerca de veinte minutos.
Así, pues, ahí estaba sentado. Roberto Calleja, de veintisiete años, buena salud, solvente y libre como un pájarito. Y con todo un verano en el futuro inmediato sin nada que hacer, excepto divertirme.
Me estaba preguntando cuanto tiempo me tomaría acostumbrarme a no hacer nada, cuando, al levantar la vista note a la rubiecita.
Había paseado por mi lado meneando un traserito que me decía “sígueme”.
Llevaba puestos unos pantalones largos bien apretados que le marcaban sus nalgas y una blusa azul de seda, lo suficientemente abierta como para revelar el par de senos más blancos y de piel más suave que viera en mucho tiempo. La estudie mientras se paseaba inquieta por el salón de espera, tratando de saber qué clase de mujer era.
No puedo decir que yo sea un experto en mujeres, aunque me he acostado con varias y creo reconocer ciertos tipos. La rubiecita me dijo la impresión de ser una gozadora que conocía mucho mundo. Tenía una mirada de experimentada, a pesar de su expresión inocente y del pucherito de niña en su boca.
Con ella hice un avance más bien directo, echando a un lado las formalidades de presentación, me di cuenta que no sería difícil llevarla a la cama.
Abordamos el autobús juntos, y me dio cierta información acerca de ella, en nuestro viaje hacia la playa. Vivía en Acapulco, y trabajaba de secretaria en un despacho de un abogado que era de gran influencia.
Había estado gozando de lo lindo en los Estados Unidos y en su conversación no trato de ocultar su gran interés en los hombres, especialmente en la cosota, que aquellos llevaban entre sus piernas.
Cuando llegamos a Acapulco, me había invitado a su departamento y yo tenía una clara idea de lo que haríamos cuando llegáramos ahí. Y así sucedió.
No habíamos terminado de cerrar la puerta de su moderno departamento cuando me arrojó sus brazos al cuello. Tenía que admirar su honestidad, sin embargo, estaba consciente de ser una ninfomaníaca y yo no le importaba, lo único que quería era que me la cogiera muchas veces, y que se hicieran pocas preguntas.
Naturalmente yo estaba encantado de seguir su juego y darme un buen gustazo. Pero ya había pasado cuatro horas y todavía no estaba satisfecha.
Ya yo estaba empezando a perder un poco el interés y con toda franqueza, ya estaba un poco cansado.
—Unas veces mucho y otras veces nada —pensé.
La vieja historia de la vida lujuriosa de Roberto Calleja.
—Hey, mi macho, no te iras a dormir ahora ¿verdad? —me dijo la rubiecita, cuando salió del baño completamente vestida y con nuevo maquillaje.
—Estaba pensando que sería buena idea el llegarme a la esquina y comprar algunas cervezas y algo para comer ¿te parece bien?
—Creo que me podría convencer —dije sonriéndole— A decir verdad, cerveza y comida chatarra son mi segunda y tercera cosas favoritas. Adivina cual es la primera.
Se acercó a la cama y, juguetona, agarro mi miembro dormido.
—Yo sé cuál es tu cosa preferida y, esta es la mía.