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3. Regalo de cumpleaños

— ¿Lo notas? Tú has provocado esto, hace mucho tiempo que lo provocas.

Llevó la mano derecha alrededor de su cintura y dejó besos suaves sobre sus hombros y cuello, conteniéndose, por el momento, de no morder y marcar, aunque no podía prometer que fuera capaz de eso más tarde.

—Te deseo a ti… conejita.

Ella jadeó al notarlo contra su cuerpo, su polla… maldita sea cuántas veces quiso algo así, pero solo de él, solo con él, ese calor, ese aliento sobre su piel, había fantaseado tantas veces con que hiciera algo así.

— Parece que las velas de mi tarta cumplieron mi deseo— aseguró ella —hace solo unos días fue mi cumpleaños y usted fue mi deseo, que por fin se acercara a mí y dejará de mantener la distancia, no crea que fue capaz de ponerme estás esposas porque quiso, solo porque yo le dejé, cualquier otro estaría de camino al hospital.

No era un comportamiento normal en ella, jamás se dejaba tocar por sus clientes y sabía que una bailarina de Striptease como ella, no podía aspirar a más cuando se trataba de un hombre como él y tampoco lo pretendía, su libertad no tenía precio, pero su obsesión debía ser saciada.

—Así que yo fui tu deseo conejita— mencionó él con la voz ronca y llena de deseo.

Él sabía, de sobra, que había sido su cumpleaños.

Ese día en especial había salido de su trabajo antes de la hora estipulada solo para poder ir a la azotea del piso que estaba frente a su departamento y ahí poder observarla, ver lo que hacía, como ella y su amiga celebraban ese día y al fin ella soplaba una pequeña vela con el número 20 puesta sobre un Cupcake.

Era extraño. Era una mujer hermosa, pero con escasa vida social, tenía hombres dispuestos a poner el mundo a sus pies, pero no le interesaba ninguno. Tampoco le interesaba invitar a nadie en su vida privada. Normalmente, las mujeres que estaban en esos clubs terminaban como amantes de algún pez gordo o aprovechándose de cualquiera que le hiciera una buena oferta, pero ella no, lejos del escenario, no quería saber nada de hombres y ni el dinero ni los presentes la impresionaban, de hecho los suyos eran los únicos que no había devuelto.

Ethan tenía que admitir que su obsesión por la chica había empezado un poco antes de que ella llegara al club. Un día, cuando de casualidad fue con su amigo y asistente al museo, ella andaba de compras o huyendo de alguien. No tenía idea, pero al chocar con él la peineta que tenía en el cabello se cayó y él la recogió, en ese instante creyó que venía de buena familia.

Ethan tenía ojo para las cosas caras, su ropa, aspecto y bolsos no eran de los que se pudiera permitir cualquier mujer.

— Deseé que usted sea el primer hombre — confesó ella sabiendo que sería difícil de suponer que una bailarina como todavía fuera virgen, pero jamás le había interesado lo suficiente ningún hombre como lo hacía él.

—Lo seré, seré tu primer hombre — susurró en su odio, mientras dejaba que sus manos traviesas recorrieran su cuerpo hasta llegar a su entrepierna.

Ethan casi soltó un gemido cuando fue consciente que apenas estaba cubierta por esas braguitas que llevaba y las cuales solo hizo a un lado. No tardo en abrirse paso con sus dedos a su interior, gruñendo al percatarse de lo húmeda que se encontraba, al abrir sus pliegues con sus dedos, hasta encontrar ese botoncito que la haría jadear al acariciarlo.

— Por Favor…— Gimió por la forma en que él acariciaba esa zona de su cuerpo que ella había tocado tantas veces pensando en él, dejando la ventana abierta para que algún vecino con suerte la viera mientras fantaseaba que él podía verla y tal vez estaría haciendo lo mismo que ella.

—Me convertiré en tu mejor regalo de cumpleaños — murmuró él sin dejar de besar sus hombros, con sus labios, agradeciendo ser ambidiestro. Porque con su mano izquierda, hacía que sus pantalones cayeran por sus piernas, al igual que su bóxer, dejando al descubierto su erección, la cual no dudo en hacerle sentir a la joven al frotarse de una vez más contra su trasero.

— Hazlo… Phantom, esperé demasiado por este día, te has hecho desear demasiado.

Ella no podía creer que no le importara estar a su merced, atada a la barra en la que solía bailar mientras se movía contra esos dedos, esa dureza que podía sentir contra su culo y no pensaba despreciar, se removió para intentar liberarse. Pero no porque no quisiera estar atada, más bien por la necesidad de tocarlo, quería palpar esa polla en sus propias manos.

—Estoy más que listo para ti mi conejita.

— Entonces hazlo— A pesar de ser su primera vez, estaba muy excitada, muy húmeda, lo necesitaba y quería dentro, era como si toda la vida hubiera estado esperando solo para él, como si él fuera su destino.

En esos momentos necesitaba tenerla suelta, para poder manejarla cómo deseaba, por eso liberó antes que nada sus manos, haciendo que volteara a ver y así poder mirarla de frente para verse reflejado en esos ojos que ahora estaban desprovistos del antifaz que siempre usaba, era tan hermosa, tan perfecta.

Ella no lo sabía, pero no solo la observaba desde la azotea del edificio enfrente de su departamento, también ahí, en esa sala donde bailaba con otros hombres.

Llevándolo a enfurecer una y otra vez al ver el deseo en los ojos de otros hombres mientras le pedían que se quitara el antifaz sin conseguir su cometido.

Ethan la tomó de las nalgas, haciendo que se aferrara a sus caderas al alzarla, quedando su coño húmedo justo en la punta de su polla como si lo invitara a poseerla.

— Quiero tu polla dentro de mi Phantom—. Exigió ella jadeante, con la voz cargada de deseo.

—Y la tendrás, la tendrás mi conejita— gruñó él, llevándola hasta el muro más cercano de la habitación y no dudo en hacer realidad su petición, se enterró en ella, sintiendo como sus paredes se amoldaban a su grosor y dureza.

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