2. Verte bailar no es suficiente.
— Olvida las esposas— dijo Dylan apagando el cigarrillo y caminando hasta el reservado VIP, el mejor, el único que ella usaba.
Lo cierto era que Dylan vivía obsesionada con ese hombre que se sentaba a verla siempre de lejos. Jamás se acercaba demasiado y jamás intentaba tocarla, a veces le dejaba grandes propinas, pero a través de su jefe y algunas veces recibía regalos de él. El hombre había logrado que ella bailara para él, se obsesionase poco a poco con su presencia, tenía algo que la enloquecía y la hacía querer más. La hacía esperar el momento en que ese hombre se acercara. No entendía por qué no lo hacía, sí claramente había expresado su interés con todos esos detalles.
Era tanta su ansiedad por verlo, que el camino hasta el reservado se le hizo muy largo, justo en la puerta estaba Dag, uno de los guardas de seguridad en los que Dylan más confiaba.
— Está dentro — le dijo mostrándole las esposas — pero se negó a ponérselas.
Dylan le arrebató las esposas sin decir nada y entró al interior de la sala con ellas en las manos. Era algo que jamás habría hecho con cualquier otro cliente. Sin esposas no había baile, pero es que no podía evitar querer que él si pretendiera tocarla, que él si se comportara como todos los demás, pero no lo era y precisamente por eso le gustaba.
— Me ha hecho esperar demasiado tiempo, Phantom, ya creí que solo me agasajaba por caballerosidad y no porque realmente tuviera interés en mí — dijo ella mientras se subía en el pequeño escenario que había en la habitación, se agarraba a la barra que estaba anclada al techo y le mostraba las esposas — me dijeron que no está dispuesto a usar esto ¿Tiene claro que no puede tocarme verdad?
—Por supuesto que no lo estoy— le respondió él, desde su cómoda posición en un sillón que semejaba el trono de un rey.
Y por supuesto que él era un rey. Toda su vida había sido educado de esa manera, para un día heredar el imperio de su padre, para comerse el mundo entero, pero en ese instante solo quería un plato en el menú, una única cosa, estar entre las piernas de esa mujer.
—¿No bailarás para mí si no me las pongo?— le preguntó a la joven levantándose y caminando hacia ella.
Era una hembra que lo volvía loco. No solo era su hermoso cuerpo o el color de sus ojos lo que lo tenía de ese modo. Era algo más, algo que lo obligaba a ir a verla, a dejarle grandes sumas de dinero y, sobre todo, a obligar al maldito dueño de ese local a cerciorarse de que nadie más pudiera tocarla. Daba igual lo que tuviera que pagar o extorsionarlo, pero nadie la tocaría, al menos no antes que él, tal vez después de usarla no le importara.
Detuvo sus pasos justo en el momento en que la tuvo frente a frente, tomando las esposas de sus manos, pero fue hacerlo y sentir como una maldita corriente eléctrica de deseo puro le atravesó el cuerpo, haciendo que su entrepierna se endureciera sin ser capaz de evitarlo.
—¿Dime que harás mi hermosa conejita?
La respiración de Dylan se aceleró en el instante en que lo vio acercarse a él, era algo que no podía ocultar, ya que su pecho se alzaba en busca de aire. ¿Qué tenía ese hombre?
La verdad es que era guapo, pero no era el primer hombre guapo que llegaba a ese local e intentaba seducirla o le hacía mil regalos, incluso le proponía grandes cantidades de dinero, pero ella jamás sintió nada parecido a lo que sintió la primera vez que lo vio entrar al bar y sus ojos colisionaron mientras bailaba.
— Hacer lo que me ha pagado por hacer, bailar para usted — respondió la joven desabrochando su bata y dejando que esta cayera al suelo para descubrir el hermoso cuerpo desnudo que poseía.
Una hermosa y exuberante rubia de veinte años, recién cumplidos, en realidad. Tan solo un par de pezoneras doradas cubrían sus rosados pezones y un tanga en el mismo tono tapaba su feminidad, tan perfecto que daba que parecía, casi dibujado, parte de su piel.
Joder, verla así hizo que él casi jadeara y es que su belleza no solo era regia, sino etérea, perfecta para sucumbir y arder con ella, para quemarse juntos cuando, al fin, pudiera tenerla.
Sí, jamás una mujer lo había enculado tanto como la que estaba frente a él. Porque esa era la mejor palabra para definir como se sentía; enculado o, mejor dicho, hechizado por esa mujer que, más que una conejita, era una maldita sirena.
—Entonces hazlo… — se obligó a decir algo, aunque su voz, al igual que su maldito cuerpo, lo traicionó al salir de su garganta gruesa y afectada por lo que estaba viendo.
— ¿Es lo que quieres no? Verme bailar — murmuró la joven muy cerca del rostro de ese hombre para luego aferrarse con la pierna a la barra y dar una vuelta alrededor de ella, dejando que se le marcara la musculatura, leve y delicada, pero definida por las horas de entrenamiento y práctica del pole dance — ¿O espera usted algo más de este encuentro?
La verdad es que verla bailar no era suficiente, tenerla cerca de él contoneándose no era ni remotamente lo que deseaba, por lo que se obligó a tragar saliva aprovechando que ella se aferró a ese poste.
Las esposas que debería ponerse, se encontraban en sus manos en esos momentos y si había algo que deseara más que verla bailar era tocarla.
—Por supuesto que verte bailar no es suficiente — susurró Ethan al oído de la joven porque aunque hubiera deseado permanecer en su lugar, no podía.
Su deseo era tal que lo necesitaba, era tocarla y eso haría, usando esas mismas esposas que ella había llevado para él. Antes de que Dylan fuera capaz de contraatacar, el hombre había cerrado las esposas sobre sus muñecas, sujetándola del barrote, atrayéndola hacia él y dejándole sentir su deseo aprisionado bajo la tela de su pantalón mientras su pelvis se pegaba a ella.