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Amantes de Safo 02

“Yo nunca me he acostado con un hombre. Nunca. Fíjate qué pureza, yo no tengo de qué avergonzarme... Mis dioses me hicieron así ¿Cuántas otras podrían decir lo mismo?”

Ancas de cebra, escorzos de serpiente,

combas rotundas, senos colombinos,

una lumbre los labios purpurinos,

Hay que vivirlo para sentirlo

Si no hubiera experimentado yo misma, en carne propia y en placer intenso, su insaciable y desenfrenada lujuria pasional, jamás lo hubiera creído, así me lo contara la persona en la que más confiara en el mundo.

María del Rosario, no sólo es una de las hembras más bonitas que existen en la faz de la tierra, con una belleza que atrae y un cuerpo que provoca los más excitantes pensamientos, tanto en hombres como en mujeres, siempre que pasa por algún lado, sino que, también es una de las damas más insaciables en lo que a sexo se refiere.

Es en extremo hermosa de sus facciones, preciosa, diría yo, con cabello largo, brilla demasiado de lo negro que es y su piel es morena bronceada.

Sus tetas son tan pronunciadas como unos conos, firmes y altivas, su aureola rosada cubre la punta de sus senos y se oscurece cerca de sus pezones que parecen dos capullos hechos de la misma lujuria, para el deseo, para la pasión, para pegarse a ellos y no soltarlos jamás.

Su vientre es plano, liso y su cintura delgada, estrecha, que dan forma deliciosa, a unas caderas esbeltas y torneadas, su trasero es redondo, demasiado pronunciado y su zona genital está cubierta por tupidos rizos oscuros de vello púbico.

Ella usa vestidos demasiado sensuales que se le adhieren al cuerpo como un guante a la mano. Toda ella es una maravilla y más tarde descubrí que no usa ropa interior.

Desde tiempo atrás había escuchado demasiados chismes acerca de ella, aunque nunca los había creído, puesto que era la mujer más delicada, tierna, dulce y amable que yo había conocido y eso sólo mostraba su buena educación y su sencillez.

Entonces llegó el día en que pude convencerme por mí misma que los comentarios anteriormente escuchados no se acercaban ni poquitito a la realidad, si bien muchos eran demasiado exagerados y fantasiosos, en la realidad, se quedaban cortos.

Fue una hermosa tarde, en que María del Rosario, me llevó a su departamento, me había invitado una copa para platicar conmigo ya que según me dijo, le parecía una persona interesante y deseaba conocerme un poco más.

Me había tratado tan bien desde que la conociera, que no pude negarme, es más, no quise negarme, me encantaba estar con ella, aspirar su perfume, disfrutar de su bonita cara, escuchar su interesante voz y aprender un poco más de sus modales.

De esa manera llegamos a su departamento, justo como lo había imaginado, muy adecuado para la forma de ser de ella, bellamente decorado, con elegancia y estilo, además, todo se encontraba en perfecto orden y nada parecía fuera de lugar.

Nos sentamos en la confortable sala y comenzamos a platicar de diferentes cosas, aunque ella siempre sabía encausar el tema hacia mi persona, fue así como le conté que fui hija única, que mis padres viven en un estado del Sur del país, que sólo tuve un novio con el que tuve mi primer encuentro sexual y que tuve que dejarlo en el pueblo donde me crie por venir a buscar fortuna y que desde ese tiempo no había vuelto a tener nada sexual con nadie.

Hablar con ella era como desahogarme, como sacar todo el lastre de mi alma y eso me hizo sentir muy en confianza, muy tranquila y relajada, ella casi no me habló de su pasado o de sus relaciones sexuales, sólo me escuchaba y de cuando en cuando me hacía preguntas relacionadas con lo que hablábamos.

Tal vez fue el relajarme a su lado, o tal vez fue el licor por las copas que había bebido, no lo sé, el caso es que, me sentí algo mareada y se lo dije, fue entonces cuando casi me suplicó me acostara en su cama para que se me pasara y así lo hice.

Entramos juntas a la recámara que más bien parecía un nidito de amor, todo decorado de manera excelente, acogedora y sobre todo, la cama, de gran tamaño y confortable.

Me recosté y ella me contempló por unos minutos, yo me sentía flotar, el lugar olía tan bien como ella, el ambiente era muy relajante y agradable y su presencia, frente a mí, en una actitud de admiración hacia mi persona, me tenía extasiada.

Entonces, mientras mis ojos se agrandaban, aquella encantadora belleza empezó a menearse sensualmente, siguiendo el ritmo de la música que había puesto en el aparato de la sala, con cadencias suaves y excitantes, al mismo tiempo que se iba quitando, poro a poco, la ropa de una manera muy sensual y provocativa, como si fuera una profesional en el striptease y debajo de su vestido no llevaba ninguna otra prenda.

No me sentí apenada, ni mucho menos intimidada, verla sin ropa era un espectáculo que muy pocas personas iban a poder disfrutar en la vida y yo era una de las elegidas, así que con la mirada, recorrí cada parte de su piel, como si la estuviera acariciando, deleitándome con su hermosura y gozando con la visión que me ofrecía de toda ella.

Instantes después, viéndome fijamente a los ojos, se subió a la cama, con movimientos felinos y muy suaves, se fue acercando hasta a mí y se colocó sobre mi cuerpo, con lentitud y ternura, lo que hizo que un pequeño gemido brotara de mi garganta al momento mismo que sentí las formas de su hermoso cuerpo untándose con el mío de manera plena, mientras se acariciaba con las manos y me excitaba de una forma que no recordaba haber sentido nunca en mi vida, era tan delicioso disfrutar de todo aquello, que no me atrevía a moverme.

Ya no era el licor ingerido, ya no era el mareo que me había hecho recostarme, era simple y puro deseo el que sentía, pasión por saber qué era lo que me tenía preparado para esa noche, me encontraba empapada de las pantaletas y quería gozar más, mucho más.

Lentamente me fue despojando de mi ropa, sin prisas, incluso, yo le ayudaba sin que ella me lo pidiera, sabiendo que eso era lo que ella quería de mí, hasta que, al final, logró dejarme desnuda por completo, estaba como en el momento en que nací.

Medio recostada a mi lado, comenzó a acariciar mis pechos, sólo con la palma de su mano derecha, la cual se deslizaba sobre mi piel sin tocarla, rozándola, deslizándola, como si estuviera esculpiendo mi figura, y esas caricias me tenían loca.

No decía nada, no podía hacerlo, mis gemidos salían de manera suave, como si no quisieran romper ese maravilloso momento en el que nos encontrábamos, cuando de pronto, sentí que sus caricias se volvían más intensas, sus dedos apretaron mis pezones, me estremecí, y ella acerco su perfecta boca a mi pecho y comenzó a succionar en forma delicada.

Mis gemidos aumentaron de volumen, su diestra, dejó mis pechos y se deslizó por sobre mi vientre, llegó hasta el nacimiento de mis pelos púbicos, y sin apresurarse, con sus dedos abrió mis labios vaginales, el aroma del deseo, llegó hasta mis fosas nasales.

Sin que me lo esperara, introdujo uno de sus expertos dedos en mi vagina, ensartándolo muy en lo profundo, arrancándome un gemido de placer, de excitación, de entrega, ya que en ese momento supe que le pertenecía por completo, por eso fue que, yo le hice lo mismo, mientras que, con la mano libre, apenas si le rozaba los endurecidos y deliciosos pezones.

Con su espalda arqueada y su cabeza inclinada hacia atrás, mi dama se levantaba y caía de nuevo con un frenesí descontrolado sobre mi dedo. Que deliciosa se sentía esa vagina estrecha y jugosa, estoy segura que la mía estaba igual de encharcada o tal vez más.

Su húmeda vagina efectuaba sonidos lujuriosos, mientras sus dedos frotaban mi clítoris en forma desesperada, como si quisiera sacarle brillo. Me estaba volviendo loca con sus caricias, con sus besos, sus chupaditas en todo lo que le quedaba al alcance de sus labios.

Con la delicia de los dedazos, Rosario, obtenía el orgasmo, antes de que yo lo hiciera, era más que claro que ella estaba ardiente y anhelante por poseerme y con toda seguridad, no se esperaba que yo me le entregara de aquella forma tan directa y total. Seguía moviendo su dedo, sacándolo y después me lo insertaba más de prisa para que yo obtuviera mi placer.

La condenada no pudo esperar más, cambió de posición e introdujo mi endurecido clítoris, que para esos instantes de cambio perdió su erección, en su hambrienta boca, dándome el tratamiento de resurrección para volver a levantarlo por completo.

Lo podía chupar a placer, ya que muy pronto recuperó su tamaño, mostrándose erguido y dispuesto a disfrutar de aquella hermosa boca que me regalaba uno de los momento más excitantes y deliciosos de mi vida, aquello era en realidad, sublime, maravilloso.

Cuando mi excitación volvió a aparecer, nuevamente penetró uno, dos, tres de sus dedos para moverlos dentro de mi almejita con más violencia y lograr así que yo obtuviera dos extraordinarios orgasmos, antes de que yo derramara mi líquido en sus carnosos labios.

Y ella no perdió el tiempo, bebió del néctar íntimo que yo le obsequiaba como premio a su labor y a su esfuerzo por darme uno de los momentos más bellos de mi vida, dejándome en una languidez plena y completa que me envolvió enseguida.

Descansamos, es un decir, ya que, mientras yo me encontraba en verdad exhausta, aquella hembra insaciable, ardiente y pasional, se masturbaba con desesperación y urgencia, sin descansar ni un solo instante.

No tardé mucho tiempo en mi recuperación y al ver como se chaqueteaba de forma incontrolable, mi cuerpo se volvió a encender con intensidad, era tan delicioso estarla viendo, aquella diosa de la pasión, desnuda y perfecta, se acariciaba en honor a mí, seguramente añorando los momentos previos a mi clímax.

A continuación, nos pusimos de pie e intercambiamos mamadas en las tetas, al mismo tiempo que nuestros "gatitos" se acariciaban, tallándose con intensidad, intercambiando besos húmedos y caricias candentes, para irnos acomodando de tal manera que efectuamos el sexo oral, ese cunnilingus delicioso que nos brindamos en un perfecto y excitante 69, mientras nuestros dedos se introducían en el ano de la pareja.

No pasó mucho tiempo y nuevamente obtuve otro intenso orgasmo, el cual se tragó completamente, gimiendo y paladeando mis jugos con deleite, en ningún momento despegó su boca de mi hambrienta rajada, sus gemidos parecían penetrar en el túnel de mi vagina para darme un placer adicional con los aires de su aliento.

Yo también le succioné toda su miel hasta dejarla limpiecita, me encantaba, no sólo probar y saborear aquella hermosa panocha, sino verla, olerla, sentirla tan cerca de mi rostro, como si quisiera besarme toda y dejarme impregnada de su esencia.

Fue algo maravilloso y único, pues al fin había encontrado a la mujer de mis sueños. María del Rosario, es la mejor compañera y amante que he tenido en mi vida y procuraré tenerla contenta y satisfecha, pues no cabe duda que es una mujer insaciable que me ha contagiado de su hambre sexual, provocando que a cada momento la desee más y más.

Desde ese día, vivimos juntas y compartimos todo, disfrutamos de nuestros cuerpos, de nuestras caricias, de nuestra ternura y de nuestro amor.

Con eso no quiero decir que no tengamos problemas, claro que los tenemos, como cualquier pareja, por celos, de ella hacia a mí o de mi hacia ella, por diferencias de opinión, que si a ella le gusta el chocolate y a mí las fresas, que si ese vestido no me queda bien o ella no luce tan maravillosa y hermosa con algunos pantalones.

Problemas, simples, los complicados, los arreglamos hablando, charlando y llegando a algún acuerdo, no obstante, de una o de otra manera, somos felices, nos amamos y eso es lo que verdaderamente importa en una pareja.

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