Capítulo 3 (parte 3)
Después de asearnos nos acostamos sobre mi cama, desnudos y abrazados. Rámses examinó mi cuarto y vio parte de sus pertenencias en los alrededores, lo que lo hizo sonreír.
—Me gusta tu cuarto. Se veía más pequeño por la pantalla.
—Antes tenía una silla aquí dentro, pero jamás la usábamos.
—¿Usábamos?
—Sí, la coloqué pensando que cuando Gabriel y yo viéramos una película él la ocuparía, pero siempre terminamos viéndola desde la cama.
Torció el gesto y me dio ternura verlo, porque a pesar de todo el tiempo y todas las cosas que habíamos vivido, aun sentía celos. Le di un beso en la mejilla y él me respondió con un beso en la frente.
De la frente pasó a mi cuello, de mi cuello a mis pechos, de mis pechos bajó por mi vientre hasta que su cabeza estuvo dentro de mis piernas y su lengua atrevida me hizo gemir. Lo vi tocarse mientras me continuaba besando y por un segundo su ceño se arrugó.
—¿Qué?
Él rió sin romper el beso tan íntimo que me estaba dando.
—No mentí con el dolor de la muñeca.
Fue mi turno de reír, ya después me avergonzaría nuevamente.
—Déjame entonces ayudarte, no quiero comprometer tu carrera.
Cuando nos sentimos cerca del clímax frenamos, no era como queríamos llegar al orgasmo.
Él rebuscó en la misma mesa de noche por un condón.
—Ehm… no hay más condones.
—¿Qué? Oh… bueno, no sabía que venías, no tengo más.
Me acosté en la cama un poco decepcionada. Conté los días desde mi último periodo y era muy riesgoso tener relaciones sin condón porque me encontraba ovulando.
—Necesitamos condones.
—Lo sé, ¿Por qué no trajiste?. No sé dónde guarda los suyos Gabriel.
—¿En el baño?.
—Es probable. Podríamos ir a revisar.
—¿Exactamente en qué parte? No es que tenga mucho tiempo para buscar.
—Será rápido, buscamos entre los dos.
—¿Por qué los escondes?.
¿Qué?
Rámses se levantó de la cama y salió del cuarto con toda su desnudez expuesta, haciéndome suspirar. Nunca me cansaría de ver sus tatuajes ni de que me parecieran endemoniadamente sexys. Cuando se giró pude ver para mi horror que llevaba el teléfono en el oído.
No estuvo hablando conmigo, sino con Gabriel.
Lo mataré, lo mataré.
Dejaré que me haga el amor y luego lo mataré.
Por favor, que Gabriel no esté cerca de nadie.
Regresó a los pocos segundos con su cara victoriosa y el pequeño paquete metálico entre sus manos.
Volvió a tumbarse sobre mí.
—Dime por lo menos que ya no estaban en el restaurante.
—Ya no estaban en el restaurante—volvió a trazar un camino imaginario de besos sobre mi pecho—, iban bajando en el ascensor del centro comercial.
Él mordió uno de mis pechos en el momento justo que terminó la frase, solo para evitar que mi vergüenza me cortara todas las ganas que le tenía.
Se colocó el condón y se volvió a perder dentro de mí.
Como siempre, esta segunda vez fue más lenta, más calmada, más intensa. Disfrutamos las caricias, los besos, retrasamos todo lo que pudimos el orgasmo, grabando en nuestra memoria todos nuestros sonidos, sabiendo que el otro hacía lo mismo.
Las sensaciones me aturdían, me sentí borracha de placer, deseando perderme por un espiral orgásmico que me robase el aliento y hasta la vida.
—Rámses, ya no aguanto más.
—Solo un poco más bombón, quiero que acabemos juntos.
Su voz era gruesa y entrecortada. Clavé mis uñas en su espalda.
—No puedo, no puedo. Se siente tan bien...
Entonces hice algo que no sabía que podía hacerlo durante una relación, apreté los músculos internos de mi feminidad y le arranqué un gemido que lo hizo enloquecer.
—Merde. Hazlo otra vez.
Y lo hice y entonces él estuvo al borde del clímax y caímos al mismo tiempo por ese abismo de placer. Sus jadeos se mezclaron con mis gemidos, y nuestros nombres se confundieron en cada una de sus letras cuando los suspiramos.
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—No puedo creer que hayas llamado a Gabriel para preguntarle por los condones.
—Era una emergencia.
—No, no lo era. Solo espero que tus papás no hayan escuchado la conversación.
—Si lo hicieron, pero no te preocupes, Gabriel hablaba en clave.
—Define clave.
Él meditó su respuesta.
—Mejor hablemos de otra cosa.
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Seguíamos acostados en la cama cuando la puerta de la casa se abrió. Nos levantamos con pereza a vestirnos y entonces la puerta de mi habitación se abrió de repente, sorprendiéndonos.
—Amelia es una emergencia…—Isaack apareció en la puerta de mi cuarto con su cara de terror.
En cuanto escuchó mi grito y vio a Rámses desnudo, exclamó una maldición, balbuceó una disculpa y cerró la puerta.
—Dime que no es normal que entre a tu habitación sin tocar antes.
—Mejor hablemos de otra cosa.
La verdad es que Isaack no era de tocar puertas y en su defensa, no creo que hubiese imaginado que Rámses y yo nos encontráramos aquí, desnudos.
Nos vestimos con rapidez y salimos del cuarto.
—Lo-Lo lamento tanto. Yo no creí que… bueno sabía que Rámses venía pero… en fin… es una emergencia.
—¿Qué pasó?—pregunté viéndolo palidecer.
Isaack miró a Rámses cohibido de hablar delante de él y el francés entendiéndolo se excusó para irse a dar un baño.
—Se me paró.
—¿Qué?
—¿Cómo que qué? El reloj, mi emergencia es que se me paró el reloj. Amelia, se me paró el pene.
—Normalmente eso no es una emergencia.
—Lo es si eres heterosexual y se te para por otro hombre.
—Primero, es hora de que admitas de que tu heterosexualidad es una leyenda urbana, y segundo, ¿ese otro hombre es Donovan?.
Él asintió con sus mejillas explotando en escarlata y yo solo pude sonreírle feliz.
—No te rías, esto es serio. Nunca me había pasado antes.
—¿Qué hubo de distinto?.
—Nada, eso es peor. Yo me estaba bañando y él llegó al departamento, me pidió el baño prestado porque el suyo está tapado desde nuestra última fiesta. Es normal que alguno orine mientras el otro se baña. Pero esta vez salí de la ducha creyendo que ya había terminado y lo vi…
—¿Viste a Donovan haciendo que?.
—¡No haciendo qué! Lo vi, se lo vi Amelia y antes de que digas “¿Qué vistes Isaack?”—agregó en una mala imitación de mi voz—, no le vi su reloj, le vi su pene y fue cuando ocurrió…
—Oh…
Él se tumbó en el mueble de la sala y tapó su rostro con el brazo.
—Esta… reacción física… va más allá de lo que puedo procesar. Cuando solo eran dolores estomacales al verlo podía creer cualquier cosa… pero esto…
—No eran dolores estomacales, llama a las cosas por lo que son: Mariposas en el estómago.
—Menos mal que el que estudia medicina es Rámses, porque dudo que le puedas decir a un paciente tuyo que sus dolores pélvicos son producidos por larvas mutadas en su barriga.
—No, si yo fuese doctora y un paciente me llega con tus síntomas, ¿sabes qué le diría?
—¿Que?
—Que es gay y que la mejor cura es afrontarlo en vez de seguir inventándose excusas. Isaack, te gusta Donovan, ¿cuándo lo entenderás?
—Lo entiendo Amelia, pero me asusta todo lo que aceptarlo implica.