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Capítulo 3 (parte 2)

Hayden era el más decente con sus porciones, definitivamente tenía que ver con que era el que menos horas al día dedicaba a ejercitarse, aunque con Rámses en la casa se había sentido más motivado a cambiar su rutina y quitarse un poco la adicción al trabajo como él mismo reconoció.

Fuimos a un pequeño restaurante italiano que en más de una oportunidad nos había quitado el hambre a Gabriel y a mí, cuando nos daba pereza cocinar.

Unieron dos mesas para que pudiéramos sentarnos todos juntos. Rámses en ningún momento llegó a interrumpir el contacto físico conmigo, incluso cuando estábamos comiendo se tomaba un momento para acariciar mi pierna, mi cuello o tomando mi mano por encima o por debajo de la mesa. Y yo hacía lo mismo con él.

Llevábamos casi dos meses separados, la necesidad de tocarnos y sentirnos era apremiante. Para cuando pedimos el postre no lográbamos disimular la urgencia que teníamos de levantarnos de la mesa y marcharnos a un lugar más privado.

Con mi mano por debajo de la mesa, fue mi turno para acariciar su muslo, lo estaba haciendo sin ningún fin sexual explicito, aunque las ganas las tenía, y aún así logré accidentalmente ponerlo de humor.

Lo supe porque se removió en la silla y con bastante descaro acomodó la pequeña erección que le causé. Desde ese momento todo fue para peor. Acercó su silla a la mía, lanzó su brazo por encima de mis hombros y con su mano acariciaba la piel desnuda de mis brazos. De vez en cuando incluso besaba mi cuello con fingida inocencia y yo volvía a acariciar su muslo, esta vez con verdaderas malas intenciones.

—Pero bueno… ¿ustedes pueden por lo menos respetarnos la cara? No han parado de toquetearse desde que llegamos—Fernando aunque hablaba en serio, escondía la burla por debajo de sus palabras, sin embargo me ruboricé.

—No puedo, tenemos dos meses sin vernos. Esto puede afectar mi carrera en medicina.

—Nadie ha muerto por abstención—le recordó Hayden.

—Pero los dolores de mi muñeca son más frecuentes.

Me ahogué con mi propio grito contenido.

—¡Rámses!—cerré mis ojos con fuerza y escondí la cara dentro de mis manos.

Toda la mesa se reía, esperaba que no fuese de mí.

—¿Qué?, podría comenzar a sufrir del túnel carpiano.

—Ay por Dios, ya cállate—me lamenté, mientras seguían riéndose.

—Yo no quiero ningún hermano minusválido, así que vayan al departamento. Tienen una hora y media. Haré que me lleven a comprar mi regalo.

Gabriel alzó sus cejas varias veces, no sé si por lo que esperaba obtener de regalo o por lo que estaba sugiriendo para Rámses y para mí.

Rámses se levantó con rapidez de la mesa y los demás volvieron a reír. Me hizo levantarme con él y era tal su descaro que sentí que la cara se me caería a pedazos de pura vergüenza. Estaba tan apenada que no lograba moverme.

—Bombón, si no caminas juro que te cargaré hasta la casa, estos dos meses he desarrollado más los músculos de los brazos.

Y no me pude mover, mi boca estaba abierta de par en par viendo a Rámses gesticulando con su mano un movimiento que dejó claro para todos nuestros acompañantes y algunos otros comensales a lo que se refería.

Entonces sus ojos brillaron con total malicia y lujuria. Se agachó y me lanzó sobre sus hombros. Ni siquiera se despidió, solo tomó mi cartera y nos sacó del restaurante.

Terminé riéndome, no me quedaba de otra. Rámses caminaba por la calle conmigo encima, esquivando a las personas, dando largas zancadas y hasta apurando las luces de los semáforos.

Desde ese angulo veía su redondo trasero, su espalda definida y ciertamente sus ahora más musculosos brazos. Era imposible que eso sea por nuestra abstención, pero me daba risa creer que sí.

Solo me puso en el piso cuando llegamos al edificio y entramos al ascensor. Me hubiese devorado allí mismo si no se hubiesen subido otras personas con nosotros.

—Las llaves, Bombón—me pidió.

Cuando llegamos a mi piso Rámses abrió la puerta con gran rapidez, como si estuviese familiarizado con las llaves y la cerradura, incluso más que yo.

Apenas entramos el comenzó a quitarse los zapatos, mientras yo me aseguraba de cerrar la puerta. Ni siquiera tuve tiempo de voltearme, porque me estampó contra la misma, con sus brazos apresándome. Apartó el cabello de mi cuello y se adueñó de él mientras presionaba su erección contra mi trasero.

Sus manos viajaron por dentro de mi blusa y apretó mis senos por encima de mi sostén. Era cuestión de segundos, pero nuestras respiraciones estaban aceleradas y los corazones desbocados.

Sin ninguna delicadeza me volteó y me cargó para que lo apresara con mis piernas.

Y finalmente nuestras bocas colisionaron con desespero.

Su boca mordió la mía y la mía devoró la suya. Nuestras lenguas danzaban desesperadas, anhelantes, deseosas. Mis dedos halaron su cabello para unirlo más a mí, no lo sentía lo suficientemente cerca, tanto tiempo separados había sido una tortura.

—Vamos al cuarto—lo apremié en el segundo que interrumpimos el beso buscando un poco de aire.

Rámses me llevó serpenteando entre la mesa y los muebles de la sala.

—Este no, el del frente—le dije cuando pretendía entrar al de Gabriel.

Abrió la puerta de mi cuarto con una patada y nos tumbó en la cama justo después de patear la puerta para cerrarla.

Nos arrancamos la ropa, que ahora no era más que un estorbo y cuando por fin estuvimos desnudos, le dije que buscase un condón en mi mesa de noche. Sin ninguna prenda sobre nosotros, nos unimos en una sola entidad. Gemimos y suspiramos cuando nos perdimos en el contacto, mi piel se erizó cuando por fin se sintió satisfecha del contacto.

Rámses comenzó a moverse y yo a imitarlo. Estábamos tan desesperados que más de una vez perdimos el ritmo, pero no nos importaba, porque la sensación después de tanto tiempo sin tenernos, era única.

Yo fui la primera en llegar al clímax y lo hice justo cuando el hizo prisionero uno de mis senos en su boca y lo mordisqueó. Eran demasiadas terminaciones nerviosas que se encontraron dormidas por mucho tiempo y que ahora explotaron al mismo tiempo.

El orgasmo de él fue más intenso, gimió, gruñó y jadeó mi nombre y unas cuantas maldiciones, mientras agotaba su deseo.

Se tumbó sobre mí, su peso me aplastaba, pero hasta eso lo disfrutaba, sobre todo porque no quería aun romper el contacto. Pero no podía ser eterno y solo contábamos por hora y media desde que salimos del restaurante.

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