Capítulo 3 (parte 1)
Yo aún conservo cierta fe en la humanidad.
—¿Rámses?. ¡Rámses!.
Sabía que era él. Esas manos, su perfume. Intenté zafarme y escuché su risa mientras evitaba que me soltase.
Soy una tonta, ¿Cómo creí que se perdería el cumpleaños de Gabriel?.
Y ayer… ¡de seguro estaba en el aeropuerto!.
—Rámses por favor.
—¿Quién es Ramsés?
—É Rámses. Y es un tipo allí…
Él soltó una fuerte carcajada y me soltó.
—Con que un tipo allí ¿no?.
Le sonreí y salté sobre él para que sostuviera mi peso en sus brazos.
—Vaya, con que este es el famoso Rámses—dijo detrás de mi Sara.
—Hola Sara, hola Isabel, ¿Cómo están?—Gabriel saludaba a mis amigas y ponía especial interés en la que no le prestaba la más mínima atención.
Mientras ellos conversaban, y con ellos quiero decir, mientras Gabriel intentaba hablar con Isabel y era ignorado y Sara intentaba llamar la atención del portugués y era ignorada; yo besaba a Rámses en el cuello, dándole pequeños besos por cada uno que él también me daba a mí. El único momento cuando no se ignoraron fue cuando lo felicitaron por su cumpleaños.
—Te extrañé tanto Bombón—susurró contra mi cuello, sin importarle quien nos veía—, te tengo tantas ganas…—ni quien nos escuchaba.
Hasta ese momento había permanecido en sus brazos, con mis piernas sin ni siquiera tocar el piso, pero entonces las anudé a sus caderas.
—Márcame, ya, Rámses—le susurré contra su oído y vi cuando su piel se erizó.
—Hermano, llaves, ahora—le ordenó a Gabriel.
—No, no, no, no me dejarán aquí varado. Se aguantan sus ganas cachondas en mi cumpleaños.
Bufé molesta, el portugués tenía razón.
—Bájala ahora mismo, Rámses, antes de que se te haga muy tarde.
Fue el turno de bufar de mi novio y refunfuñando me bajó.
Ni un beso en los labios nos habíamos dado, porque la verdad sea dicha es que si nos besábamos no habría fuerza humana capaz de hacer que parasemos.
Rámses apoyó su frente en la mía y mordisqueó su labio inferior, conteniéndose con brillante valor de besarme. Finalmente con un suspiro resignado nos separamos.
—Bien, ahora que controlaron sus libidos podemos organizar mi fiesta—Gabriel nos dedicó una mirada de advertencia y se giró para hablar con Sara e Isabel— ¿Irán, verdad?—preguntó con sus ojos estaban fijos en la pecosa.
—Claro que sí, allí estaremos—respondió apresurada Sara.
Las chicas y Rámses ya se conocían, aunque no en persona. Más de una vez llegamos a hacer un video llamado donde se saludaron.
—No te veías tan alto en persona—habló Isabel, con su mirada fija en Rámses, revisando sus brazos, sus tatuajes que se escapaban debajo de su camiseta, su rostro…
Me aclaré la garganta para que ella dejase de mirarlo de esa manera y lo hizo, un tanto ruborizada.
—Será esta noche en la casa, lleguen a las 8—explicó Gabriel—. Mañana no hay clases así que no tienes excusa, Isa.
La aludida rodó los ojos y una vez más le vi la mirada sonreír mientras fingía ignorar a Gabriel y este se desinflaba frustrado.
—¿Qué tal el viaje?—le preguntó Sara a Rámses mientras caminábamos al estacionamiento de la universidad.
—Una mierda como siempre. El vuelo se retrasó, me quedé sin batería, una tipa se sentó demasiado cerca de mí y tenía un perfume espantoso, los niños lloraban, me moría de hambre…
Rámses, que casi nunca era tan conversador, se encontraba muy dicharachero contando sus penurias, alternando palabras en francés que confundía a las chicas.
—Entonces…—dijo Sara arrastrando las letras y tratando de llamar la atención de Gabriel— nos veremos esta noche.
La miré por encima de mi hombro y entorné los ojos para recordarle que era un lugar donde no quería ir.
—¡Amelia!—gritó Anthony mientras corría hasta nosotras.
—Menos mal que te alcanzo. Hola—se acercó para darme un beso en la mejilla.
—¿Cómo estás Anthony?.
—Bien, oye, quería saber si podíamos hacer juntos el trabajo de cálculo. Es en pareja de dos y ustedes son tres.
Miré a Sara e Isabel y se encogieron de hombros, no era la primera vez que esto pasaba y siempre buscábamos a una cuarta persona para nivelar nuestro impar grupo.
—Claro Anthony, no hay problema. Podemos reunirnos la próxima semana si quieres.
—Perfecto. Puede ser en mi residencia.
—No—dijeron los O’Pherer, ganándose miradas reprobatorias de mi parte.
—Lo organizamos en la semana—respondí a manera de despedida. No era un tema que quería discutir con los hermanos presentes, sobre todo cuando estaban en ese modo celoso y sobreprotector.
Finalmente subimos a la camioneta y llevamos a Sara y a Isabel hasta su residencia. Rámses me contó en el camino más detalles de la elaborada sorpresa: cuando su papá me había llamado para consultar los límites de su tarjeta para el supuesto regalo de Gabriel, era en realidad para poder comprar los pasajes para Rámses y para él.
Los planes iniciales eran que llegasen la noche anterior pero con el retraso del vuelo llegaron esta mañana, Gabriel los fue a buscar mientras yo venía a la universidad con Isaack.
Él era la cita candente que tenía el portugués.
—Así que tu intención era sorprenderme anoche.
—Mi intención Bombón era sorprenderte en la cama.
—Aun puedes hacerlo—tercié y él sonrió.
—Pues buena suerte con eso…—se burló Gabriel…
Abrió la puerta de la casa y la conseguimos repleta de personas. Fernando, Hayden y Mike estaban sentados en la sala. Corrí hasta los brazos de Fernando y luego a los de Mike y de Hayden.
—¡Hey! que el cumpleañero soy yo.
—Y eres la razón por la que estamos aquí hijo—Fernando lo abrazó con fuerza y besó sus mejillas.
—No seas tan celoso bizcochito, no tenemos la culpa de que Amelia sea mucho más atractiva que tú.
Mike lo estrechó contra sí y palmeó su espalda fuertemente.
—¡Feliz cumpleaños, Gabriel! Espero que ahora seas un año más sabio y un año menos problemático—Hayden fue el último en abrazar al cumpleañero.
—Por fin, alguien que aún tiene fe en mí.
—Nosotros tenemos fe en ti, solo que somos más realistas—replicó Fernando.
—Y yo aún conservo cierta fe en la humanidad—finalizó Hayden.
Pasamos el resto de la mañana conversando sobre las universidades de cada uno, sobre las clases, los compañeros y como nos iba con las evaluaciones. Hayden fue el que sacó el permiso para Rámses, pero no pudo aplicar el mismo favor para Susana y aunque dije que era una lástima, fue una mentira, porque en realidad ella seguía sin causarme ni una pizca de gracia.
Llegada la hora del almuerzo salimos de la casa a un restaurante cercano por un almuerzo decente. Si bien Gabriel y yo manteníamos comida siempre en el refrigerador no era para tantas bocas hambrientas y vaya que estos hombres comían. De por si las raciones de comida de Gabriel eran el doble de las mías y sabía muy bien que las de Rámses y Fernando eran igual de asombrosas.