4. Prestamistas, seguros inagotables y confesiones.
4. Prestamistas, seguros inagotables y confesiones.
—¿Puedes prestarme doscientos dólares…? Prometo pagarte el último de este mes. Lo necesito. —diría que este es la última vez que me meto en líos como estos pero lo dudo. Las semanas que llevo trabajando son pocas para pedir por adelantado aunque Lourdes se ha portado bien, no quiero abusar. Todo por dinero.
—Tranquila. —mostró una sonrisa que erizó mi piel, retrocedí un poco en busca de la puerta, ya estaba en la boca del lobo— sabes que puedes pagarme de otra forma… —retrocedí asustada otra vez, sólo tenía que correr— podría solucionar tu vida con solo un acto… —sentía asco con solo imaginar lo que a ese hombre le pasaba por la mente. Asco, repulsión, y otras como esas.
—Agradezco el ofrecimiento, pero prometo pagar antes de terminar el mes. —quería huir, estaba cerca de la puerta, tomé el dinero con fuerza. Aún pensaba si era dinero mal ganado y pues eso no era prioridad ahora, no debía pensar en eso, solo pagar al abogado.
—No querría lastimarte si eso no llega a suceder. No tendré más paciencia contigo —tomé eso como amenaza. Estaba segura que si no le pagaba me iría mal.
—No será necesario. Eso lo aseguro.
Salí del lugar y fuí corriendo, no quería estar en ese sitio. Ya no llegaba a tiempo a la universidad, solo me quedaba irme a trabajar.
Entré por la cocina cómo de costumbre y allí había una mujer con algo en las manos.
—¿Esta claro?
No escuché lo que hablaba con mis compañeras. Eso fue lo único que pude escuchar.
—¿Y estás son horas de llegar? —eso iba para mi.
—Tengo permiso para entrar a esta hora. Tengo una constancia. —estaba cansada para gastar mi saliva con esa mujer.
—Claro, aquí todos hacen lo que quieren. No puedo creer que tipos de gentuza son. Hablaré con Alan y estarán despedidos todos.
Bufé. Era irritante. ¿Si nos despiden a todos? Está loco, ese hombre no tendría a nadie que le cocine o que le lave...
—¿Tienes algo que decirme? —su mirada era tan altiva que rebasaba la personalidad de mis compañeras.
—No señora…
—Señorita… —corrigió. No podía darme la oportunidad de que me despidieran no después de la advertencia con ese hombre. Tenía o tenía que conseguir ese dinero. Era un si o si.
Salí de la sala y fuí a mi habitación. Es pequeña pero cómoda. Guardé el dinero y lo escondí en una caja de chocolates que había comprado hace tiempo, ese era mi escondite secreto.
Me quité mi ropa y me coloqué el uniforme, estába agotada con el día que llevaba.
Me fuí a trabajar, tomé la pila de ropa que se había acumulado y empecé a lavar, no entiendo como todos los días aparece tanta ropa si solo en esta casa vive un hombre y la mujer de turno claro está.
Me molestaba todo, tenía que hablar con Lourdes para que me pagara el último del mes para así regresar el dinero al prestador, tenía que adelantar el pago del abogado.
Ya faltaba poco con mi pila de ropa, me dolía los dedos, había ropa que sólo era a mano y otras que tenían específico de enjuagar con agua tibia o sola. Era un trabajo agotador, me dolía la columna por estar tanto tiempo parada. Las migrañas por la preocupación habían vuelto y no tenía dinero para pagar mis medicinas.
—¿Ya estás terminando? —apareció Lourdes.
—Si. Sólo falta esto. —señale la camisa en mis manos.
—Niña… tienes las manos roja. —me quitó la camisa. Empezó a lavarla ella— ya me han contado lo que pasó ésta mañana. Ella es una Baby, —se río— Es la de turno, debes tratarla con respeto, tienes que poner las manos en agua tibia, tienes alergia al cloro.
Ya no me importaba lo que tenía. Me jaló y buscó algo en uno de los muebles de la estancia y con agilidad me untó un bálsamo y empezó arder como nunca.
—Aguanta. No seas cobarde —las lágrimas salían y no era por mis heridas en las manos sino por todo el día, prácticamente me han amenazado con violarme si no pago y las migrañas volvieron y todo me sale mal. Sólo quiero huir, sólo me quedo por ella.
—Duele —digo cuando ya la mirada de Lourdes me examina buscando algo en trasfondo.
—Creo que te duele más haberte aguantado la respuesta a la Barbie de turno que unos dedos irritados por el cloro. —me reí, creo que soy fácil de leer, eso puede contar como debilidad.
—No he tenido un buen día
—¿Es el abogado? Ya te he dicho que tengo mis ahorros…
—Ya le pagué algo. Sólo tengo que conseguir antes del último doscientos dólares.
—No ganas eso. ¿Como harás? Dejame darte un poco y completas.
—No quiero deberte, puedes hablar con el jefe para que me adelante el pago, no quiero vacaciones. Sólo quiero trabajar. —estaba dispuesto hacer todo.
—Puedes pedirle al Estado ayuda.
—¿Crees que no lo he hecho? No me ayudan, ven sólo a una niña de veintiun años queriendo hacerse cargo de otra niña de díez años.
—Sigue luchando. Ya verás que todo se arreglará. Estás muy joven para llevar esa carga tan grande. —¿Quien era el responsable de entregar cargas? Para decirle que llevo ocho años con una que en vez de aligerarse cada vez se vuelve más pesado y aveces parece que veo la luz en ese túnel oscuro pero solo es un espejismo, espero que esa luz que veo ahora sea real.
—Mmmm están aquí… —entró la que se había invocado hace unos minutos— Señorita Lourdes, la solicitan en la cocina… —Lourdes se levantó y con un asentimiento se marchó dejándome con la súper B.— ¿Y tu que haces sentada? No se te paga por estar sentada sino por trabajar. ¡Levántate!.—era una orden, doblegué mis ganas de responderle y me levanté— ¡lava.. !—tome otra vez la camisa que estaba lavando y empecé a restregar la tela con rabia, me molestaba su presencia. Ella sonreía mientras imponía su poder sobre mi. Era las ganas de matarla la que me cegó y cerró mis oídos, no oía lo que me hablaban, no me dí cuenta que alguien había entrado, no escuché que me gritaban, no escuché que me dijeron que parara, tampoco vi las manchas de sangre que empezaron a teñir la camisa blanca, ni el color que el agua había tornado, estaba ida en tantas cosas, ¿como explicar mi laguna mental si yo misma no puedo explicarmelo?, era una sensación extraña. No sentí que sus brazos me zarandeó, ni que sus labios pronunciaron mi nombre. Lourdes fue quien me habló, la escuché a ella, con su actitud de madre protectora— ¡Niña, reacciona! —fue suficiente para sentir mis dedos arder y ese líquido caliente correr por mis manos cuando puse mis brazos frente a mí, era rojo vivo, era sangre, sin poder controlar lo que hacía mis manos temblaron, hice puños de ellos para evitar el sangrado pero fue inevitable, fue inevitable cuando él actuó, tomó una de sus camisas bien dobladas, esa que tanto exigió lavar con delicadeza, envolvió mis manos para detener el sangrado, presionó y un gemido salió sin poder evitarlo. Ahora tenía razón para llorar.
—Estas loca. ¿Como te hiciste esto? —quería responder pero no salía nada de mi boca, veía su frente arrugada. Sus cejas casi se unían y esa mirada de reproche… era guapo pero a mi no me atraía su físico, me provocaba golpearlo por su actitud de niño rico— ¿No piensas responderme?
—Yo… Ah..
—Fue el cloro… le dije que dejara de lavar… ella continuó lavando. —Lourdes habló por mi, como casi siempre.
—Pero ¿por que no responde…?
—Yo estoy bien —quité mis manos de las suyas. Ese tipo de atención no estaba acostumbrada. Retrocedí, chocando con la batea.— sólo fue un accidente, no volverá a pasar.
—Si Lourdes te dijo que dejaras de lavar ¿cual es la necesidad para que siguieras haciéndolo?.
—La señorita me lo exigió —le dije entre los dientes.
—¿Que señorita? —ahora era estúpido.
—La señorita de turno. —dije molesta mientras se le formaba una sonrisa en sus labios. Volteó para donde estaba ésta con su cuerpo de Barbie en el marco de la puerta.
—¿Quien es el señor de la casa? —dijo en voz amenazante. La miró a ella y luego a Lourdes.
—Usted señor. —respondió Lourdes como empleada sumisa. ¿Es que todas las mujeres de esta casa son así?
—Descansa el resto del dia, llamaré a un médico, un amigo para que te revisé.
—No. —dije pronto cuando terminó de hablar.— no se preocupe, yo me iré ya a descansar. No necesito un médico. —trate de salir pero su brazo me detuvo.
—Dije que llamaré un médico y punto.
Lo miré molesta, el será mi jefe pero no mi dueño.
—No quiero un médico, no puede obligarme.
—Es una orden o dese por despedida. —mi corazón latía de una forma y fue el susto de ser despedida. Negué con la cabeza.
—Necesito el empleo. No sea malo. —le reproché.
— ¿Malo? Estoy haciéndote un favor con llamar a un médico y ¿Me dices malo?
—No tengo dinero para pagar un médico. —dije sin fuerzas. Sus ojos que antes eran bélicos se ablandaron y por un momento vi un brillo que sin duda ocultó.
—Es mi médico personal, va por mi cuenta. Estas cubierta por mi seguro.
—No lo sabía. Gracias señor. —no me podía negar. Agradecí y fui a mi habitación a esperar a que llegara el doctor. Solo llevaba días trabajando y ya usaba de su seguro, ningún empleo tenía tantos beneficios como ese y menos un jefe tan generoso, debía admitirlo que a pesar de que no me cayera era generoso.
Esperaba cuando él llegó y tocó la puerta de mi habitación. Lo miré, es guapo, hay que reconocerlo. Me sentí desnuda bajo su mirada, sin permiso se sentó en la cama a un lado de mí. Con confianza examinó mis manos, hizo unas series de preguntas a la que respondí en monosílabas, no hizo falta hablar mucho cuando hizo un recibo que indicaba mi tratamiento, fuí a tomarlo pero con agilidad lo guardo en un bolsillo, en su camisa.
—Eso es para tu jefe. —embobada me preguntaba si todos los doctores eran así de agraciados... Tenía que saber de cuanto era mi seguro, si ese era mi doctor, necesitaría de su atención médica a diario.
—Solo quiero saber cuánto es. —dije sonrojandome.
—Nada, para ti nada. —se levantó y salió, yo fuí tras él, quería saber cuánto le debía. Estaban en el living hablando cuando notaron mi presencia.
—¿Necesitas algo? —preguntó mi jefe. Asentí.
—Quiero saber cuánto debo. —se despidió rápidamente del doctor y se acercó a mí, escondí mis manos vendada tras de mí.
—Nada. Tienes seguro.
—He trabajado antes y los seguro no cubrían tanto, es atención de primera.
—Conmigo no te faltará nada. —sentí con sus palabras, como promesas. Había momentos en que ciertas palabras retornaban en mi cabeza como un dejavu a diferencia que si lo había vivido. Era obvio que lo había vivido.
—Pero señor… eso es mucho.
—Yo le pago bien a mis trabajadores —y con eso una puya de remordimiento atacó mi corazón, le estaba siendo infiel a mi jefe por dinero.
Mi conciencia me gritaba que hablara. Yo no quería, sabía que sería despedida por eso. Mi cara debió ser un matiz de expresiones, es mi debilidad— ¿quieres decirme algo?
—Si se lo digo me despedirá… —sonrió, que pensaría ese hombre…
—Entonces no me lo digas… —hizo marcharse pero continué.
—Es que si no se lo digo me sentiré mal. Soy una traicionera.
—¿Disculpa? No te entiendo —se acercó, yo empecé a balbucear.— Maia, sólo habla.
—Una mujer alta, refinada, me intersecto afuera y ofreció pagarme a cambió de información, dijo que fue una de sus Baby y que usted la cambió y que le buscara información de la chica de turno.
Volvió a sonreír. No le veía lo gracioso.
—Ok. Bien. No te preocupes.
—¿No me preocupe? Le acabo de decir eso y ¿usted no me despedirá?
—No… —se movió y caminó en dirección a las escaleras, ya había dado un largo trecho.
—Pero yo acepté… —no se si me oyó, no escuché respuesta de su parte. Dí nuestra pequeña conversación terminada.