Capítulo 3
- Marco, si quieres que busque un significado alegórico del tipo que es la llave de tu corazón, debes saber que estoy demasiado borracha para poder pensar - exclamó Alessandra enfadada.
Marco se echó a reír y cuando la vio haciendo pucheros, suspiró suavemente.
- Vale, cambio de estrategia.- afirmó, antes de agarrarle las manos y tomar posesión de sus desconcertados iris - Esta llave no abre una puerta cualquiera, abre la puerta de mi casa.-
Alessandra contuvo la respiración. Un sinfín de emociones la recorrieron y acabó sintiéndose aún más mareada.
Sus piernas empezaron a temblar compulsivamente y su corazón, el único que estaba lúcido en ese momento, estaba a punto de estallar.
- Marco…- murmuró Alessandra, con la voz quebrada.
El hombre tragó abundante saliva y trató de contener su emoción.
- Duermes más en mi cama que en la tuya. Te apoderaste de la mitad del armario y tu ropa interior también está en mi cajón de ropa interior. En mi baño está tu cepillo de dientes y al lado de mi crema de afeitar, hay un paquete de toallas sanitarias - Marco se detuvo para respirar hondo y apretó con más fuerza los dedos de la chica - Ven a vivir conmigo Alessandra.- aseveró con los ojos brillantes. con emoción.
Alessandra sintió que se le retorcía el estómago y estuvo a punto de vomitar. Y no por el alcohol.
- Marco, ¿estás seguro? - tartamudeó la chica, desconcertada.
- Nunca he estado más seguro.- afirmó con convicción.
- Aunque sea desordenada, rompo cosas y pateo mientras duermo - se aseguró con la voz quebrada.
- Especialmente por este motivo.- dijo el hombre riendo.
Alessandra estalló en una risa nerviosa, sin poder decir nada, pero la respuesta ya estaba grabada en su mente y en su corazón.
- ¿Y si te arrepientes? - preguntó Alessandra, temblando como una hoja.
- ¡Pues siempre puedo asfixiarte con una almohada! - bromeó Marco, acariciando su rostro.
Alessandra permaneció en silencio y Marco, comprendiendo sus miedos, la agarró por la barbilla y se acercó a su rostro.
- No sé qué pasará mañana, pero sé que te amo hasta la muerte. - confesó, limpiando una lágrima que había empezado a correr por el rostro de la niña - Ya te lo dije, Alessandra: hoy y mañana siempre te elegiré -
No hubo más dudas para Alessandra. Se pertenecían hasta tal punto que todo miedo racional acabó pereciendo ante las certezas del corazón. Estaba escrito en su alma: su futuro estaba juntos.
Marco sostenía firmemente una bandeja llena de golosinas cuando entró al dormitorio, pero no se sorprendió al encontrar a Alessandra todavía roncando como un lirón.
Su cuerpo acurrucado en posición fetal estaba envuelto en pesadas mantas y su respiración regular era el único sonido audible en esa habitación a esa hora de la mañana.
Marco sacudió la cabeza y sonrió cálidamente. Le encantaba ver dormir a Alessandra y no porque estuviera dotada de una belleza principesca. Su cuerpo tendía a adoptar posiciones decididamente incómodas, pero la boca en forma de corazón que hacía pucheros en una carita dulce siempre infundía una fuerte calidez en su pecho.
Marco disfrutó como loco mirándola.
Ella era divertida.
Incluso en ese momento, la visión de Alessandra con las rodillas apoyadas en el colchón y el trasero levantado lo hizo reír suavemente.
Se acercó de puntillas, sujetando firmemente el desayuno, y tras recoger la bandeja de la mesa de noche junto a la cama, se inclinó hacia ella.
Con la punta de los dedos le acarició el rostro y cuando Alessandra arrugó la nariz molesta, Marco se rió.
- ¡Bebé, despierta! – susurró suavemente, sacudiendo su hombro con delicadeza.
Alessandra dejó escapar un gruñido molesto y en respuesta, se giró hacia el otro lado y le dio la espalda.
Marco puso los ojos en blanco, sonriendo, porque sabía lo difícil que era despertar a su mujer.
- ¡Alessandra, despierta! ¿Sabes qué día es hoy? - preguntó en tono acariciante.
- No. - gimió ella, sin abrir los ojos.
Le hizo cosquillas en la nariz y cuando su mano se deslizó en su cabello para masajear su cuero cabelludo, Alessandra sonrió y dejó escapar un gemido de placer.
- ¡Es un día importante! ¡Es nuestro aniversario! - exclamó emocionado.
Esperaba alguna reacción, pero después de observar a su mujer durante unos segundos, la única señal de vida que pudo presenciar fue el codo de Alessandra deslizándose debajo de la almohada y la cabeza de la niña buscando una posición más cómoda.
Frunció el ceño, perplejo, y al ver a Alessandra inmóvil, al borde del sueño, enarcó una ceja con escepticismo.
- Alessandra, ¿entiendes? - se aseguró Marco con impaciencia - ¡Dije que es nuestro aniversario! - reiteró con más decisión.
- Sí. - murmuró la chica con voz ronca - Lo celebraremos el año que viene -
Marco agudizó la mirada, molesto, y tras echar un vistazo al abundante desayuno que había preparado cuidadosamente para la ocasión, una idea malsana le hizo cosquillas. mente.
Se acercó furtivamente a la mesita de noche y después de agarrar un vaso lleno de agua, se inclinó hacia el cuerpo aquietado de Alessandra, mientras una sonrisa sádica se curvaba en sus labios.
Le echó una copiosa cantidad de agua en la cara, sin molestarse en mojar también las sábanas, y Alessandra, al entrar en contacto con el líquido helado, se incorporó y soltó un grito de puro terror.
- ¡Buenos días princesa! - bromeó con una sonrisa - ¡Por fin te has despertado! -
Alessandra se llevó una mano al pecho, mientras su caja torácica se inflaba y desinflaba enérgicamente, intentando recuperar la respiración regular.
- ¡¿Quizás te has vuelto loca?! - tronó la chica enojada - ¡¿Quizás has decidido matarme?! -
Marco no pudo resistir la vista de su cara empapada y se echó a reír en su cara. Alessandra no se lo tomó bien; ella enarcó las cejas y, presa de un ataque de ira, agarró una almohada y se la arrojó violentamente.
- ¡Te juro que te mataré! - gritó exasperada.
Marco rápidamente lo agarró y mientras Alessandra cruzaba los brazos sobre su pecho, molesta, el hombre sonrió y se arrastró hacia ella.
Se colocó encima de ella; Alessandra intentó resistir, decidida a ponerse de mal humor por el terrible despertar y Marco, divertido, apoyó las palmas de las manos sobre el colchón y, haciendo uso de la fuerza, la dominó con su cuerpo.
Alessandra intentó oponerse, pero el peso del hombre le resultaba insoportable y tras varios intentos desistió.
El cuerpo de Marco se extendió sobre el de ella, pero la chica no tenía intención de dejar que se saliera con la suya.
Giró la cabeza y colocó un brazo entre sus pechos, creando distancia entre ellos.
Una risa vibrante escapó de los labios de Marco y el hombre, complacido por la actitud reticente de su mujer, le olfateó el cuello y suspiró suavemente.
- ¿Estás enojado? - murmuró persuasivamente.
- Mucho.- dijo la niña, altiva.
El hombre sonrió contra su piel y movió sus labios hacia su oreja.
- ¿Y cómo puedo compensarte? - susurró con voz ronca, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
Alessandra sabía a qué juego quería jugar y decidió complacerlo: sonrió melifluamente y se abandonó a las tentadoras atenciones que él le brindaba.
Marco sintió que su cuerpo se relajaba y, creyendo haber superado su enfado, le depositó un cálido beso en el cuello. Chupó con delicadeza, intentando calentar el ambiente y cuando sintió a Alessandra temblar debajo de él, sonrió satisfecho.
Se movió hacia su barbilla, sin dejar nunca su piel y cuando llegó a la comisura de su boca, se lamió los labios.
Alessandra acogió sin dudar la boca pecaminosa de Marco, pero el hombre no sabía que todavía estaba decidida a hacerle pagar caro la afrenta que había sufrido.
La muchacha aprovechó ese momento de pasión para tomarlo por sorpresa; sin despegar sus labios de los del hombre, estiró el brazo para agarrar el vaso medio vacío y mientras Marco buscaba su lengua, ella volcó el agua sobre su cabeza con un gesto veloz.
El abogado se quedó helado al instante y un escalofrío sacudió su cuerpo. Se quedó helado cuando su rostro se contrajo en una mueca de asombro y sus ojos incrédulos buscaron los de su mujer.
Alessandra se burló y con la peor cara de bofetada, le acarició el pelo mojado.
- Feliz aniversario mi amor.-
- ¿Has revisado el asado? -
Alessandra puso los ojos en blanco y dejó escapar un gemido exasperado.
- Sí Flami, cada cinco minutos.- respondió molesta, con el teléfono metido entre el hombro y la oreja, mientras se ponía torpemente el liguero.
- Bien.- afirmó satisfecha - ¡No quisiera que todo ese tiempo dedicado al teléfono para darte instrucciones acabe siendo inútil! -
Alessandra torció el labio molesta, pero no podía culpar a su amiga: podrían pasar años, pero su notoria incapacidad en la cocina nunca la abandonaría.
Esa noche había decidido preparar una cena romántica para Marco, para celebrar su aniversario, pero Alessandra era muy consciente de sus límites culinarios y para preservar su seguridad, así como la de sus paladares, había pedido ayuda a Flaminia.
Su amiga de mayor confianza era una experta cocinera y sabía muy bien cuánto esfuerzo le costó a Alessandra preparar esa cena, por lo que estuvo feliz de ayudarla en lo que para ella representaba una ardua tarea.
- ¿Crees que le gustará? - preguntó Alessandra con ansiedad.
- ¡Por supuesto que le gustará! - la tranquilizó Flaminia al otro lado del teléfono - ¡Efectivamente, teniendo en cuenta lo mal que cocinas, Marco se quedará sin palabras! -