Capítulo 8
Finalmente, las lecciones terminaron, Ross y Samalisa Ela se fueron juntos, así que cuando me fui, tomé mi teléfono de mi bolso.
Diez llamadas perdidas de la abuela y mi sonrisa desaparece en un segundo.
Me subo a mi auto y ajusto el espejo, tratando a toda costa de frenar el ataque de ansiedad que está a punto de venir. Necesito todo en orden. Conecto mi teléfono a bluetooth y luego enciendo el motor, luego inmediatamente llamo a la abuela. Espero que no haya pasado nada grave.
-Cariño, tu mamá aún no ha regresado, así que te recogeré de la escuela, ¿de acuerdo?- Cierro los ojos por un momento, recuperando el control, luego vuelvo a mirar el camino.
Uno de sus episodios, solo este.
-Abuela ya estoy casi en casa, no te preocupes- Trato de convencerla de que no salga.
-¿Pero cómo? ¿Y quién te acompaña?- pregunta preocupada. No sé cuántos años crees que tengo ahora.
-La madre de uno de mis compañeros, no te preocupes- le tranquilizo, encontrando la única excusa plausible.
-Está bien, está bien, entonces te haré el almuerzo, que creo que tu mamá debe haber llegado tarde al trabajo. Te voy a cocinar un poco de pasta, ¿te parece bien cariño?- Sonrío levemente, aunque siento que la tristeza se acerca.
"No lo dejes, Janette".
-Está bien abuela, te hablamos luego-.
Cuelgo la llamada, luego acelero un poco. Tengo que llegar a casa lo antes posible antes de que se le ocurra otra estúpida razón para salir de casa. La próxima vez no tendrá tanta suerte de encontrar a alguien que la ayude. Cualquier cosa podría pasarle a ella, indefensa como está.
Ella no recuerda lo que comió ayer, pero recuerda perfectamente lo que me gustaba comer cuando era más joven, y tal vez si le preguntara algo sobre el día que cree que es hoy, también podría darme la respuesta correcta. .
La mente humana es mágica. Magia peligrosa que casi nadie sabe manejar.
Estaciono en el camino de entrada, cuando salgo del auto y me acerco a la entrada noto que hay alguien en la sala con la abuela. Pongo un pie en la casa y una extraña melodía de música clásica me da la bienvenida. Cierro la puerta y camino directamente hacia la sala de estar, de donde parece provenir la música. Miro hacia la puerta y tan pronto como me doy cuenta de una cabeza rapada de cabello rubio platino, reconozco de inmediato al hijo del vecino.
El chico que la encontró el sábado por la noche.
Me quedo en la puerta esperando que él o la abuela me noten, pero ninguno de ellos lo hace. Ambos están sentados en el sofá y con los ojos cerrados, casi como en trance. Me aclaro la garganta para llamar su atención, pero es solo cuando apago la música que ambos abren los ojos y finalmente me ven.
-¡Por fin has vuelto! Llame inmediatamente a Janette, la acompañaba la madre de un amigo suyo del colegio -, la abuela cree que soy la madre.
Paso mi mirada al chico sentado a su lado. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Dentro de la casa? El sábado me dijo que la abuela muchas veces lo confunde con papá, ¿lo ha vuelto a hacer? Dios, pobre chico.
Hago un gesto de -lo siento-, él solo me sonríe y asiente con la cabeza, como diciendo -no te preocupes-.
-Abuela, soy yo Janette- Me acerco a ella lentamente, nunca sé cómo lo tomará. Siempre me duele explicarle cómo son las cosas. Por no hablar de cuando se olvida de que su abuelo se ha ido. Me rompe el corazón verla revivir su dolor, cada vez, como la primera vez. Pero sobre todo, y tal vez sea egoísta, me duele cuando no recuerda quién soy.
-Detente Amelia, ve a buscar la pasta en la cocina, estoy hablando con Micheal- ella desaparece con un movimiento de su mano, luego vuelve a mirar al hijo del vecino. Y no, su nombre no es Michael, ese es el nombre de mi padre. Tenía razón, ella lo cambió por él otra vez.
Ella los extraña y me da rabia, mucha rabia, que la hayan abandonado sin pensarlo dos veces.
-Él no es Michael, abuela. Déjalo ir a casa, me acerco de nuevo. Julián, el hijo del vecino, me detiene con un gesto de la mano.
-Está bien, no la pongas nerviosa. Vine aquí para ver cómo estaba después de la otra vez- me explica en voz baja, tal vez para que la abuela no lo escuche.
Asiento débilmente, -está bien- solo digo.
¿Por qué?
Los dejo solos, incrédulo, y voy hacia la cocina. Dejo mi bolso en el suelo y reviso la pasta. Lo vierto y luego lo condimento con la salsa de tomate de la abuela.
Cocinó para cinco.
Suspiro pesadamente, luego saboreo lo que ha preparado. Muchas veces la abuela se confunde y usa los ingredientes equivocados, pero por suerte esta vez todo sale bien.
Hago tres platos, solo con la esperanza de que pronto la abuela vuelva a la realidad. Es difícil escucharla e ignorarla.
-Toma, esto es para ti- coloco un plato frente a Julian.
- No tenías que hacerlo, de verdad. Me hubiera ido en breve- me sonríe amablemente, y realmente no sé qué lo impulsa a quedarse y sufrir todo esto. ¿Crees que obtienes algo de mí? una mierda?
Pero tal vez soy demasiado superficial, ¿verdad? Tal vez realmente vino por la abuela. Quizás el sábado no me miró así por segundas intenciones.
Salgo del auto casi corriendo en cuanto veo a mi abuela sentada afuera de la casa, en los escalones, con el hijo del vecino. Su nombre debería ser Julián.
Tan pronto como estoy lo suficientemente cerca, mi abuela me sonríe.
-Cariño, ¿por qué corriste así? Le dije a Julian que te calmara, estoy bien-.
Sí claro, estás bien. ¿Y si no te encuentra? Si hubiera ido quién sabe dónde. ¿Qué pasa si un coche te atropella? ¿Y si tuvieras miedo de algo? ¿Y si alguien te hubiera hecho algo?
-Sí lo sé, de hecho estoy tranquila. Ahora que te he visto- Me acerco a ella, siento la mirada de Julian sobre mí, así que me giro para mirarlo.
-Gracias por encontrarlo- le digo, haciendo que la abuela se levante.
-Deber-.
Le sonrío agradecida, él me ayuda a llevar a la abuela a la casa. La ayudo a acostarse, luego le doy sus medicamentos.
Menos mal que nunca bebo demasiado.
Cuando la veo relajarse vuelvo a bajar, finalmente me quito los tacones. Los dejo en la sala, donde salto del susto.
-Siempre soy yo- Julian me sonríe, levantando las manos.
Sí. Aunque lo olvidé.
Lo miro distraídamente, tal vez demorándome demasiado en sus pantalones cortos grises.
Levanto la vista y también encuentro el suyo pegado a mi vestido.
Nuestras miradas se encuentran y es como si hubiera un destello en ese preciso instante.
-Gracias de nuevo, ahora puedes irte, la acosté. No hay necesidad de resistir- digo inmediatamente, despertando de mis pensamientos.
Cuando la abuela está enferma no pienso con claridad y es mejor no tener niños cerca. O al menos no los chicos que la abuela conoce.
- Claro, y no te preocupes. Para mí siempre es un placer ayudarte- comienza a girar hacia la puerta, pero lo detengo por un momento.
-¿Siempre?- le hago eco, confundida. La abuela nunca me habló de él.
Se vuelve hacia mí.
-A menudo me confunde con tu padre. Eres tú Janette, ¿verdad?- se lame el labio inferior, mientras sigue mirándome con esos ojos penetrantes.
Ellos son verdes.
-Sí, soy yo- digo en voz baja, tratando de quitarme la idea de dejarlo en la cabeza.
- Siempre está hablando de ti. Ella te quiere mucho, le pareces una persona muy especial.
Mi corazón se salta un latido.
-Ella también es para mí-.
-Sí, me imagino. Así que buenas noches, Janette- me sonríe levemente, nuevamente sus ojos recorren mi cuerpo. -Sí, me tengo que ir ahora- continúa, dándome la espalda para ir hacia la salida.
Me las arreglo justo a tiempo para devolverle las buenas noches.
-Es lo mínimo-, acomodo mejor la bandana que tiene atada al cuello y luego me siento bajo su mirada.
-Amelia, ¿y para el pequeño?- La abuela sospecha cuando pongo el mío y su plato en la mesa también.
-La llamé y ella come en casa de su pareja- Invento.
Hasta que no recuerde quién soy realmente, es mejor no molestarla, como dijo Julian. No quiero que se moleste en absoluto.
-Pobrecita, cualquier excusa es buena para no estar contigo. Y esto es porque siempre te metes con ella: la abuela come el primer bocado, yo me quedo con el mío en el aire.
Aquí hay otra de sus diatribas que no me harán sentir mejor.
-Es trabajo, ya sabes, mamá. Me estresa mucho- digo maquinalmente, comenzando a comer de nuevo.
Mamá siempre decía eso, también lo recuerdo bien para ella.
-¡Trabajo Trabajo! Siempre en el trabajo, usted es! ¡Un día terminarás dejándola sola a esa pobrecita!- Me regaña con una mirada y tengo muchas ganas de tranquilizarla, decirle que no será así, pero tiene razón.
Nos dejó solos. Nos dejaron solos. El trabajo siempre ha sido más importante para ellos que la familia. Ciertamente más importante que yo.
-Eso no pasará, siempre estaremos ahí para ella- interrumpe Julian de repente, haciendo que mi mirada sorprendida se eleve hacia la suya seria.
Solo lo conocía de vista, pero parece saber perfectamente cómo tratar con la abuela. Como si hubiera estado allí antes. Espero que ese no sea el caso.
En su lugar huiría, no sé ni de dónde saco la fuerza para estar cerca de ella todos los días.