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Jude
Conducir siempre me ha hecho sentir libre.
Cada vez que subo a una moto es como si estuviera conectando con mi otra mitad. La mitad que conecta con mi padre.
Recuerdo que mi papá nos enseñó —a mi hermano y a mí— a manejar una moto desde muy pequeños. Nos enseñó todos los trucos, las técnicas, la manera correcta de maniobrar una curva. En pocas palabras, nos metió de lleno en el mundo del motociclismo.
Al principio me gustaba practicar todos los días en la moto —lo hacía para pasar tiempo con papá y Theo—, pero después de un tiempo decidí que lo mío era la música. Siempre ha sido la música.
Ver a mi mamá tocar el piano como toda una profesional, como una diosa de la música, me hizo querer ser igual que ella. Alguien que cambiara y alegrara al mundo con su notas y melodías.
Ella fue una reconocida pianista y cantante de música clásica en Europa. Allí es donde mi padre la conoció.
En ese tiempo, él se encontraba iniciando con la escudería familiar —maniobrando su tiempo para atender a la naciente empresa y poder participar en las carreras— y mi madre empezaba su carrera musical.
Mi papá siempre nos ha dicho a Theo y a mí que cuanto se vieron el uno al otro, cayeron perdidamente enamorados —como en las películas—. Según él, sintieron algo en ese momento que nunca antes habían sentido, algo que no sabían que existía.
Pasaron los años, se casaron, nos tuvieron a Theo y a mí, y mi madre para cuidarnos se retiró parcialmente del mundo musical. Digo parcialmente, porque siguió escribiendo canciones —las cuales vendía. Hoy en día se las considera como unas de las canciones más escuchadas a nivel mundial—. Además, también de dar clases de música en el centro cultural del pueblo.
Ella me enseñó todo lo que sé. La esencia de ella está en mí y creo que en mis canciones se nota su amor y dedicación en mi formación como cantante, compositora y músico.
Claro que, por dedicarme a la música, no dejé de conducir mi moto. Una vez al mes en Los Ángeles, iba a una pista y corría; corría como si me persiguieran mis miedos y me estuvieran alcanzando. Es la vía que tengo para serenar un poco mi ajetreada vida.
Sintiendo cómo la velocidad de la moto va disminuyendo a medida que me acerco al taller de la escudería, me tranquilizo un poco, pero mi pulso sigue acelerado por la adrenalina.
Después del emotivo momento que tuve con mi padre, le comenté lo que me estaba pasando y cómo me sentía y él —como siempre hacía para que liberara mi ansiedad y presión—, me entregó un casco y un uniforme. La mejor terapia que existe para tranquilizarte.
Cuando me estoy deteniendo frente al taller veo a un chico salir de la cochera y el corazón se me acelera.
¿Quién será ese hombre?
«No sé, pero si con solo su presencia aceleró tu corazón como lo hizo, no es bueno» —dijo mi inconsciente.
Y no se equivoca nada, no puede ser bueno.
Musculoso, alto, con ojos tan azules que te atrapan, cabello castaño, es decir, todo lo que representa el pecado en persona.
Desde que terminé todo con Justin, no se me ha pasado por la cabeza conocer a nadie más y no creo que se me pase por un tiempo, pero este hombre que está frente a mi haría cambiar a cualquiera de opinión.
Al estar la moto completamente detenida, no logro ni bajarme de ella cuando el chico bonito y sexy, me encara y me comienza a atacar.
Yo toda confundida no sé cómo reaccionar.
¿Quién coño se cree para hablarme así?
—¿Quién te crees que eres, idiota? ¿Crees que puedes llegar aquí y quitarme todo por lo que he estado trabajando por años? Si crees que George te va a contratar por lo que acabas de hacer, estás muy equivocado, porque la estrella de la escudería soy yo y no puede haber dos...—no termina de hablar cuando me quito el casco y lo dejo reposando sobre mi costado.
Cuando no hay nada que evite que nos miremos, entramos en un contacto visual indescriptible.
Siento mi cuerpo acelerarse. Siento como si me hubiera caído un rayo y estuviera teniendo descargar dentro de mí. Como si estuviera todavía sobre la moto y no hubiese parado de correr a toda velocidad.
Él chico lindo —pero idiota—, al parecer sentía lo mismo que yo —o al menos eso creo—, ya que me está mirando con la misma intensidad con la que yo lo estoy miran a él.
Nos quedamos mirando unos minutos sin emitir palabra alguna, hasta que él parece reaccionar y retoma su reclamo —sin sentido— hacia mí.
—Como decía y lo recalco mucho más ahora, tú no me vas a quitar mi puesto y si piensas que solo por verte tan maldita bien vas a convencer a...—no lo dejó terminar de hablar.
—Mira idiota, no sé quién eres ni me interesa, pero deja de gritarme. Que yo sepa, no te he hecho nada. Aparte, ¿Quién te crees para decirme que no tengo oportunidad de ser parte de la escudería?
Me mira con ironía.
—Primero, ¿Crees que no me has hecho nada? Me has hecho de todo. Superaste mi puto récord. Y segundo, esta escudería es todo para mí, es mi mundo, es por lo que me levanto todas las mañanas y quiero que así siga siendo, pero contigo en ella, no sé si eso pueda seguir siendo —dice eso último con voz decaída y baja, como si no quisiera que lo escuchara decir eso—. Así que discúlpame si estoy arremetiendo agresivamente sobre ti, es solo que, no puedo creer que alguien haya superado mi maldito récord —su voz es calmada esta vez, pero su cara refleja su notoria molestia.
Es su voz normal la que está usando ahorita.
La tonada de su voz hace que mi oído inmediatamente lo escuche. No se me hizo muy difícil saber cuál era su rango.
Es un barítono. Mi pulso se acelera más de lo que ya estaba.
¿Qué carajos me pasa?
«Creo que estás fascinada y enamorada de su rango vocal. Imagínate como debe ser qué te cante al oído» —me dice mi subconsciente.
Hoy al parecer le está encantando soltar indirectas, además de fastidiarme.
Puede que me guste como suene el barítono en él, pero no puedo dejar que se me note.
Tratando de disipar esta extraña reacción de mi cuerpo, lo encaré de nuevo.
Al parecer, está molesto conmigo porque superé su récord.
Al detallar su cara —que se supone que es de molestia—, me doy cuenta que parece constipado y no puedo evitar reírme. No creo que sea de los que suelen molestarse.
Entre su cara y la ridiculez de su reclamo, es obvio que mi lado chiflado —y que sale en los momentos que no debe hacerlo— iba a salir para aminorar la tensión de la situación.
Él me mira más molesto que antes. Es muy graciosa su reacción.
No es mi culpa que sin querer haya superado su récord.
—¿Puedes dejar de reírte como una loca y bajarte de mí puta moto? —dice furioso.
—No me voy a bajar de tu puta moto. Estoy muy cómoda aquí —estoy actuando como niña, pero no me importa. Él es el idiota que se pone como loco sin saber cuál es la situación.
No tengo en mente, ni me interesa ser una corredora de MotoGP. Y si me interesara, ya hace mucho tiempo que hubiese comenzado a participar en las carreras.
—¡Gracias, Dios! Te prometo que no voy a seguirme tirando peos mientras duermo — grita Theo arrodillado en el suelo a nuestro lado, tendiendo sus manos al cielo.
Yo lo miro con asco.
Él se da cuenta y salta hacia mí para abrazarme con fuerza. Yo hago lo mismo.
No lo he visto en mucho tiempo y necesitaba este abrazo. Necesitaba a mi familia.
—Pulga, me diste un susto de muerte —me dice en un susurro sin romper el abrazo—. Estaba por llamar al equipo SWAT para que te buscara hasta el fin del mundo.
Me separo de él para verlo a los ojos.
—Eres un exagerado, garrapata —le digo—. Pudiste haberme llamado o al menos, mandarme un mensaje.
Entrecerró los ojos pensando mis palabras, como siempre lo hacía.
Extrañaba su linda carita cuando hacía eso. En esos momentos parece el ser más indefenso del mundo —aunque claramente no lo es.
Es solo su estado de confusión. Es algo que siempre le pasa.
Al sopesarlas abre los ojos entendiendo.
—No entiendo cómo no se me ocurrió —admite.
—Yo sí —le digo y me da un golpe en el hombro—. Auch.
—Ustedes dos se pusieron de acuerdo hoy para hacerme sentir estúpido ¿no?
—Yo nunca me pondría de acuerdo y menos hablaría con un idiota como él —admito.
Theo forma con su boca una "o", reflejando la sorpresa que le dio mis palabras.
—Y yo no hablaría nunca con una loca como ella —me contraataca.
—Para que sepas, idiota, yo no soy una loca, soy una chica genio. Una prueba de eso es la vuelta que hice ahora. Como tú dijiste "superaste mi puto récord". Esas son cosas de genios.
Se puso rojo de la furia y me iba a responder, pero mi papá llegó a la escena y prefirió no hacerlo.
—Mi gomita es una chica extraordinaria —dice abrazándome.
—¿Gomita? —dice confundido el energúmeno, pero sexy, gritón.
Todos ignoran su confusión.
—No es para tanto, papá. Solo corrí como siempre lo hago.
—No seas modesta, mi gomita, sabes que corriste de maravilla.
—Es verdad, pulga. Lo hiciste genial. Tenía tiempo que no te veía correr así. Pero lo que me interesa saber es por qué el maldito mundo te cree desaparecida. ¿Sabes que esta mañana tú manager dio el discurso más despreocupado habido y por haber de tu desaparición? No se notaba nada su preocupación siquiera.
No me extraña nada eso, Felicity es una idiota. Ahora lo sé.
—Después hablamos de eso, garrapata. Estoy un poco cansada, creo que me voy a ir a casa.
—Deja que te llevamos, ¿no es así, LG?
El mote que le tiene mi hermano es el más raro del mundo. ¿Quién deja que lo llamen como una compañía de productos electrónicos?
Es algo que solo haría mi hermano, por supuesto.
Miro la cara del energúmeno sexy y parece confundido, además de que no deja de mirarme.
¿Qué tengo? ¿Habrá algo en mi cara?
Tras esos pensamientos, me paso la palma de mi mano por mi cara de forma disimulada para comprobar que no hay nada.
—No hace falta, Theo. Papá sacó mi moto del depósito, más tarde él llevará mi equipaje.
—Theo, déjala sola. Necesita aclarar su mente y estar en paz por unas horas, antes de que te pegues a ella como garrapata —dice papá.
—Bueno, pero más tarde no te salvas.
—Dirás, que mañana no me salvo. Después de acomodar mis cosas, voy a dormir hasta mañana y quién sabe, hasta el año que viene.
—Toma las llaves —papá me las tiende—, la moto está afuera.
—Gracias, papi —me bajo de la moto, no sin antes ponerle el seguro para que no se caiga y tomo las llaves para dirigirme hacia la salida, dándoles un beso en la mejilla a él y a Theo en el camino—. Nos vemos más tarde.
Antes de seguir, me volteo hacia donde está el chico al que mi hermano llamó LG.
—A ti espero no verte más nunca en vida, energúmeno —le saco el dedo corazón de una de mis manos, no sin antes acercarlo a los labios para besarlo y lanzárselo.
Él en respuesta hace lo mismo.
Dije que no quería volver a verlo más nunca en la vida, pero no me molestaría si ello no se llegara a dar.