Capítulo 3
No había luz en el sótano. La ventana era pequeña. Y la luna brillaba con fuerza. Tres sillas, un viejo cubo y yo: qué ambiente tan romántico. Es lo que siempre he soñado toda mi vida. ¡Es como un cuento de hadas, no un encierro!
Tiemblo de frío y de humedad. Llevaba una rebeca y pantalones ligeros, debería haber sabido que pasaría la noche en el húmedo sótano.
- ¿Qué hacemos? - Hablé en voz baja, temiendo que mis palabras fueran demasiado fuertes en la habitación vacía.
Las personas equivocadas me oirían, y no quería tener que enfrentarme a ellas de nuevo. Ya había tenido bastante en casa cuando la bestia, respirando entrecortadamente, me gritó en la cara lo de su deuda:
- ¡Me lo debes, zorra!
Era como si no conociera más palabras que "perra". Después de cada frase, la decía con y sin razón. Menudo cabrón de medio pelo. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
Nunca quise a mi marido. Simpatía, sí, y una sensación de paz y seguridad. Pero amor... Pero ahora tampoco sentía odio. Sólo maldición. Por no habérselo dicho a tiempo. Al menos intenté detenerlo: el juego nunca era bueno.
- Suspiré con tristeza, deseando que todos los hombres juntos cayeran al suelo.
Ahora mismo, ¿cuál es el problema? Uno está allí, sin duda. Es de esperar que los demás se unan pronto. Es extraño, nunca me he caracterizado por ser sanguinario, pero acaba de estallar. Primero me asustan, luego me meten en un coche, luego me tiran en un sótano húmedo. Como en una cursi película de terror, sólo faltaba que el maníaco hiciera una aparición espectacular.
El último pensamiento me hizo estremecerme, rodeándome con los brazos: no hay suficientes monstruos sin maníacos fantasmales. Y, por cierto, aquí están- sonó una cerradura, la puerta se abrió y en el sótano entraron tres.
- Creo que me gustaría dejar de molestarte. - El jefe (si no entendí mal), al que le gustaban las "zorras", sonrió y encendió la luz. - Será mejor que os haga compañía -tomó una silla y se sentó, poniendo la pierna sobre la cabeza-. - Entonces, ¿hablamos o callamos?
Es preferible lo segundo, a veces ayuda más que la conversación. Hasta hace poco, no tenía ni idea de ningún deber. Y no tenía ni idea del dinero virtual que iban a exigirme. Tal vez incluso la tortura: la idea me produjo escalofríos y volví a estremecerme.
- La chica es muda -se rió uno de los escoltas del villano. Los demás le siguieron. Me miraron fijamente y yo guardé un silencio glacial.
Soy una chica temperamental, a veces incluso inestable. Sobre todo cuando estoy alterada. Podría decir algo innecesario, y entonces sufriría yo misma. Prefiero no decir nada, es más seguro para mi futuro aquí. Que se rían, ya que no son intelectuales. Al menos no me enfadaré.
- Escucha, marioneta -volvió a la vida el cabecilla-. - ¿Qué coño quieres con ese vejestorio?
"No lo entenderías", respondí mentalmente, sin dejar de mirarle.
¿Y tiene algún sentido explicarle algo a este imbécil? Mi matrimonio con Volodya es un acuerdo mutuamente beneficioso. Él me proporciona una vida cómoda, y yo le proporciono comodidad y calor en casa. Y la envidia de los que me rodean (no puedo evitarlo) - una esposa joven y hermosa, que se les caiga la baba, devorando sus ojos. Estaba en la sangre de los hombres complacer su propio ego.
- Había mucho dinero", volvió a reír el degenerado a espaldas del cabecilla. - Y parece que la chica hace un gran trabajo con la boca, ya que Vovan incluso se casó con ella. Así que, guapa -dio un paso, luego otro-, ¿por qué no vemos qué sabes hacer?
Ahí es donde la cosa se pone realmente espeluznante. Tres. Estoy sola. Sin ningún sitio donde pedir ayuda.
"¡Vete a la mierda, hijo de puta!" - Deseé mentalmente a mi marido, aunque ya era demasiado tarde para desearlo, cuando oí el gruñido amenazador del hombre principal:
- ¡Déjala en paz, Pashka!
El degenerado se congeló. Sonrió, lo que hizo que me apretara aún más contra la pared, pero retrocedió, no queriendo discutir con el jefe.
- ¡Iré primero si quieres! - Me importa una mierda -dijo, y el hombre de la silla sonrió.
- Me importa una mierda -resopló, sacando un paquete de cigarrillos del bolsillo-. - Dame la pasta y te la regalo.
"¡Maldito trato!" - mi cabeza bullía de pensamientos, uno más adornado que el otro.
Es la cosa más escandalosa que he visto nunca. La escoria de la tierra no puede ayudarles. Tiran el destino de la gente como si fueran cartas. Probablemente ni ellos mismos han olido la pólvora, como dicen algunos, pero pretenden ser tipos duros.
Fenómenos. Y son todos naturales.
Y mi maridito tiene la suerte de sentarse en la misma mesa con ellos.
- Así que tal vez..." El degenerado, que me había echado el ojo, vaciló. - Para hacerla más cooperativa.
- Cálmate -hizo una mueca, luego dio una calada y soltó una bocanada de humo lentamente-. - No es momento para divertirse. Primero los negocios, luego...
- ¿Me estoy entrometiendo? - Se oyó una voz ronca y el bandido dio un respingo.
Se puso en pie de un salto y se volvió hacia la puerta abierta.
No podía ver quién había entrado, pero la voz me resultaba dolorosamente familiar.
La había oído. No hace mucho, de hecho. Algunos retazos de memoria, pero, por desgracia, no una imagen completa.
- ¿Qué estás...?", tosió el bandido, tirando a un lado su cigarrillo a medio fumar. - Cómo has encontrado...
- No es difícil -fue la misma voz ronca y familiar-. - Si te lo propones.
El hombre sonrió y dio un par de pasos. Caminaba hacia la luz, y sentí una especie de congelación en mi interior.
- Estamos en paz, Timur -tartamudeó el jefe, retorciéndose como un pez e intentando mirar al recién llegado a los ojos.
Éste no le prestó atención. Se limitó a mirarme de pies a cabeza, escudriñándome con la mirada.
- ¿Qué quieres de ella? - preguntó el hombre a mi torturador, y yo me estremecí.
Ahora le reconocía con seguridad, aunque oficialmente no nos conociéramos. Incluso en la penumbra de la habitación, su dura mirada me atravesó.
- Pagará las deudas de su marido -sonrió el jefe de la banda, y el desconocido borró aquella media sonrisa descarada con los ojos.
- ¿Desde cuándo te dedicas a cobrar las deudas de las mujeres? - El tono gélido me produjo un escalofrío. - ¿No puedes competir conmigo?
- Timur, tú... -siseó mi torturador, pero el desconocido lo interrumpió bruscamente-:
- Me la llevo.
Como si lo hubiera cortado. Sólo que ahora su primera pregunta se arremolinaba en mi mente:
"¿Por qué me quieres?"