Capítulo 2
- Creía que iba a escribir su testamento", levanté la pierna, sentada en el despacho del abogado.
Estuve despierto media noche, sin apenas poder dormir, aunque al anochecer estaba agotado. Aquel "peor" de boca de Valera no me dio paz. Ya he pensado todo lo que he podido - en una palabra, resultó ser una tontería. Volodia no tiene a nadie: ni padres, ni hermanos, ni siquiera a su ex mujer y sus hijos. Parientes lejanos, aunque es poco probable que aparezcan.
Sólo a mí. El único heredero legítimo.
Y ahora la dura mirada del abogado no presagiaba nada bueno.
- ¿Por qué el testamento? - Valera suspiró con tristeza. - Lo tienes todo tal cual.
- Casa, una empresa, dos coches y una casa de verano en Europa -sonreí, ya que mi marido nunca me ocultaba nada-. - Las cuentas bancarias. Para ser sincera, tengo demasiado solo, Valer, - sonreí, pero inmediatamente redondeé los ojos, ya que el abogado en el mismo aliento dijo enérgicamente:
- Volodia vendió la casa de campo en Europa hace mucho tiempo, - hizo una pausa, y luego aturdido aún más: - Se compró antes del matrimonio, así que no se necesitaba su permiso. Ceros orgullosos en las cuentas, la casa fue detenida, y la empresa será cerrada tan pronto como mañana - suspiró. Otro suspiro. Mirada triste. - Por evasión de impuestos.
- ¿Qué? -Incluso me incliné un poco hacia delante, porque aún no había digerido toda la información que tenía en la cabeza.
O estoy alucinando o me está dando un ataque de nervios. ¡¿Cómo?!
¿Cómo es posible que haya pasado esto? No tenía ni idea. No tenía ni idea de que Volodya estaba en una situación financiera tan desesperada. O mejor dicho, nuestra familia.
¿Por qué, en nombre de Dios, ese imbécil no me dijo nada cuando estaba vivo?
- Porque no lo aprobarías -el abogado miró con tristeza mi angustia, y sólo ahora me di cuenta de que había dicho la última frase en voz alta-.
Ahora estás hablando como el culo, joder. Pero averiguaría la verdad de todos modos, por dolorosa que fuera. Tenía la fuerza sacada de alguna parte, junto con la determinación de que podía hacer grandes cosas con un poco de esfuerzo.
- ¿Qué es lo que no hay que aprobar? - Qué rabia me daban los acertijos y reticencias de Valera. Qué es más fácil, y luego contarlo todo de una vez.
- Ligero, te calmarías para empezar -el abogado hizo una mueca, y enseguida añadió-: - "¿Quieres un poco de agua?
- ¡Qué mierda de agua! - Exploté, porque estaba harto de tantas putas indirectas. - Valera, vayamos al grano. ¿Por qué están embargadas las cuentas y la casa?
- Tu marido le debe dinero a un... -tartamudeó, mirándome como un perro apaleado.
- El bandido -asentí confirmando mis palabras, pues no soy una chica tímida-.
He visto muchas cosas en mi vida. Había visto suficientes bandidos para el resto de mi vida, podría escribir unas memorias sobre ellos.
- Se podría decir que sí", el abogado seguía dudando en ir al grano, y yo ya me revolvía en la silla con impaciencia. Adiviné, por supuesto, por qué me debía dinero. Ya me balanceaba en mi silla con impaciencia.
- Jugar -dijo al exhalar, y sólo ahora me daba cuenta de lo poco que había conocido a su marido.
Había vivido con él casi cuatro años, pero aún no nos habíamos hecho íntimos. Había hecho la vista gorda a muchas cosas, las había ignorado, no había prestado atención a los pequeños detalles, y ahora resultaba ser en vano.
- Durante los últimos seis meses ha estado como un loco -confirmó el abogado mis palabras-.
Por eso se ha puesto nervioso últimamente. Debe dinero a unos mafiosos. Y yo, ingenuo de mí, pensé que el hombre tenía problemas en el trabajo. No lo toqué, no lo molesté, y aquí está el resultado.
Maldita sea, toda esta situación me cabreó.
- ¿Qué se supone que debo hacer? - Cambié de tono, me recosté en la silla y miré fijamente al abogado.
Esperaba que me diera un buen consejo, en plan vieja amistad. Yo también tenía dinero: la vida me había enseñado a ahorrar y a pensar en el futuro. Espero que mis tarjetas no estén bloqueadas. De lo contrario, estaría jodido.
- Intentó, sinceramente, hacerme sentir mejor, pero yo sólo le devolví el bufido.
- ¿Por qué coño iba a necesitar calmarme si mañana no tenía dónde vivir?
Qué gente más rara, los hombres. Esperas que te ayuden, que te den buenos consejos, y dicen tonterías. Por qué me enteré de esta pesadilla en primer lugar - habría vivido tranquilamente, no me importa esta herencia.
Pero, ¿y las deudas? Definitivamente todos estos malhadados acreedores me atacarán. Valera me aseguró que se encargaría del problema, pero yo no podía simplemente enfrentarme a los bandidos.
- ¿Cuánto debe? - Me levanté de la silla, pues me dolía terriblemente la cabeza.
A casa. Bajo la manta. Y al menos olvidar por un rato -el abogado estaba aquí, aunque intenté resistirme.
- Es mucho, Luz -volvió a suspirar con tristeza-. - Aunque consigas que te suelten la casa, sigue sin ser suficiente.
- Consíguelo -hice una mueca al final-. - Y luego decidiremos -y entonces recordé al desconocido de ayer, así como el murmullo de la multitud-. - Por cierto, una pregunta más -me volví para mirar a Valera-. - ¿Quién era ese hombre que apareció ayer en el cementerio, qué hizo que la gente enloqueciera de emoción?
- ¿No os conocéis? - El hombre enarcó una ceja con mudo asombro. - Pensaba que...
- Se equivocó -tanto el abogado como su lloriqueo me irritaron sobremanera-.
¿Por qué la gente le paga dinero si no es capaz de responder bien a la pregunta? Pero ahora mismo Valera era el único que tenía alguna información y que podía ayudarme de alguna manera.
Así que mantuve la boca cerrada y no quise poner a mi único amigo en mi contra. Además, no tengo adónde ir deprisa, aunque llevo cinco minutos entornando los ojos a la puerta.
- Timur Khalidovich Shalimov...
- No es ruso, ¿verdad? - interrumpí, porque no me interesa la biografía de este tipo. Quería saber por qué la gente estaba entusiasmada.
¿Qué tiene de especial este Timur?
- Que yo sepa, es tártaro -asintió Valera, confirmando mi suposición.
- ¿Y qué tenía de especial? - Decidí no ser demasiado prudente y expresé mi última pregunta mental, ante la cual el abogado se comportó, en mi opinión, de forma extraña.
Sonrió, se reclinó en su silla y me miró fijamente mientras jugueteaba con un bolígrafo.
- Usted tiene su tarjeta", y ahora parecía un codicioso depredador que no lo soltaba. - Llámame y pregúntame.
- Deberías haberme dicho que era un gran secreto -me despedí del abogado con la mano y salí de su despacho-. Me cansé de jugar a las preguntas sin respuesta. Hoy no estaba de humor para juegos, así que mejor no fastidiarme más.
No quería irme a casa, así que decidí dar un paseo, sobre todo porque tenía mucho tiempo libre. Naturalmente, di una vuelta por el centro comercial. Cené allí, ahuyentando todos los pensamientos deprimentes. No quiero tener malos pensamientos ahora. Me importan una mierda los problemas.
Primero descansar y luego planes para el futuro.
Pero no pude descansar porque me esperaba una "sorpresa" en casa.
Y una vez dentro - había que romper muchas cerraduras. Mi marido había disuelto las guardias hacía tiempo - lo siento, no le presté mucha atención en su momento.
- Y ahora había llegado nuestra "deuda", - un hombre estaba sentado en un sillón en medio del pasillo. Con una cara tan bestial que me estremecí un poco. Otros dos se materializaron de la nada y me agarraron por debajo del brazo. - Bueno, guapa -se levantó el bruto y se dirigió imponente hacia mí-. - ¿Somos amigos? - Se acercó y olí a alcohol.
Desagradable. Repugnante. Me dieron ganas de escupirle a la cara. Y mandarlo a la mierda.
Excepto que no iba a conseguir nada más que una reacción, que no me iba a gustar.
- No me importa -me encogí de hombros, todo lo que pude, sólo que el hombre enloqueció por alguna razón. Me agarró del pelo, tiró de él hacia abajo, obligándome a levantar la cabeza, y me gritó a la cara:
- "No te hagas la tonta conmigo. ¿Dónde está el dinero, zorra?