Capítulo 1
Seis meses después...
Svetlana
- Aguanta, Svetochka", otro, no recuerdo qué "amigo" de mi marido, me tocó la espalda. Una especie de aliento, que me sentó mal, a no ser que diera algo más serio. - Es duro no tener el hombro de un hombre hoy en día.
Al menos no me daban el pésame, por decoro, o pronto estaría lamentándome por la repentina muerte de mi preciado cónyuge. ¿Cómo iban a saber si sería duro para mí o no? ¿A quién le importan mis sentimientos?
Sólo tópicos vacíos que todo el mundo aquí parece obligado a decir. Me pregunto dónde se habrán metido cuando Volodya estaba vivo. Más de la mitad de esas caras las he visto hoy por primera vez. No diré una palabra sobre los nombres y apellidos.
Malditos amigos. ¿Cómo no se me van a meter en el alma con sus preguntas y condolencias?
- No recuerdo cuántas veces respondo y me doy la vuelta, mirando la foto con el lazo negro.
Viuda. A los veintiocho años. De alguna manera había previsto todos los años que siguieron. Al menos en un matrimonio. No muy feliz, pero estable.
Y ahora...
- Sasha, mira quién está aquí...
- ¿Y qué quiere él aquí?
- Está completamente loco...
- Vitya, vámonos, si no...
Hay todo tipo de confusión alrededor. Como si todo el mundo estuviera fuera de la cadena, susurrando las mismas frases. Yo era el único que no parecía entender lo que realmente estaba pasando.
¿Quién era él? ¿Y por qué había causado tanto revuelo con su, si no había entendido mal, aspecto?
Aparté los ojos de la foto de mi marido y volví la cabeza hacia el callejón, enfocando la vista. Y me quedé helada. Aunque antes había estado de pie en el mismo sitio. Era como si yo también estuviera pegada al pavimento. En nombre de Dios, ¿qué hacía él aquí?
El hombre caminaba por el callejón con paso seguro, escoltado por guardias. Por alguna razón conté ocho hombres. Traje negro, cuello alto negro, rosas burdeos en la mano (las odiaba, por el amor de Dios) y gafas de sol oscuras.
¿Para qué coño las necesita si el cielo está cubierto de nubes? ¿Y todos los ciudadanos de San Petersburgo no verán el sol en los próximos días?
La multitud se quedó helada. Yo también. Se separan y dejan paso al hombre. La multitud parecía reaccionar de forma muy extraña ante él. No podía decir quién era, y era como si hubieran tenido bastante agua en la boca.
- "Lo siento", oí desde algún lugar cercano, y me estremecí.
Me sorprendí. Estaba tan distraída que no me di cuenta de que el desconocido se acercaba a mí.
- Gracias", susurré, mientras un rayo caía sobre mi cabeza.
Un banquete benéfico. Hace cinco o seis meses. Y un extraño... en el balcón... me ayuda a encender un cigarrillo, y después....
Una sonrisa apenas rozó sus labios - así es, leyó en mi cara que me reconocía. Ahora al menos está claro por qué llevo gafas. Incluso a través de las gafas tintadas de negro podía sentir su mirada pesada y penetrante.
Como aquella vez. Cuando me miró a la luz del mechero. Y no me quitó los ojos de encima.
Fríos. Vacíos. Tan sin vida...
Odiaba los funerales, aunque sólo había estado en uno o dos. Mi hermano había muerto hacía ocho años, y mi abuela, que había muerto de un ramillete de enfermedades seniles. Mis padres, gracias a Dios, viven, aunque apenas nos hablamos. Una vez cada quince días les digo: "¿Cómo estás?", y luego: "Sveta, mándame dinero".
Ahora, por tercera vez, estuve en un funeral. El funeral de mi propio marido, por el amor de Dios. Un ataque al corazón. A los cincuenta años. De la nada.
Todavía no me lo puedo creer, ¿cómo ha podido pasar?
Y ahora todos los problemas recaerían sobre mis hombros -quién sabía lo salvaje y enloquecedora que me hacía sentir en ese momento.
La multitud jadeó y volví en mí. Eran las segundas veinticuatro horas en las que apenas había dormido, así que mi conciencia se desvanecía por momentos. Sólo un sonido fuerte me hace estremecerme y volver en mí.
Así, me estremecí y miré fijamente al hombre vestido de negro. Sin embargo, se quitó las gafas y susurró, aparentemente temeroso de decir una palabra en voz alta. El hombre colocó las rosas sobre la tumba, se quedó unos minutos mirando la foto y... volvió a esconder los ojos tras las gafas oscuras.
- Si necesita algo -se volvió hacia mí, tendiéndome su tarjeta de visita-. - Llámeme.
No recuerdo cuánto tiempo me quedé mirando su mano, volviendo a caer en una especie de trance, sólo para sentir el contacto de los dedos de un hombre.
Los míos.
Volví a estremecerme.
- Gracias", fue la única palabra que dije hoy sin pensar.
El hombre asintió y, girándose en silencio, se dirigió a la salida. Le seguí la espalda, y sólo eché un vistazo al trozo de cartón que llevaba en la mano mientras desaparecía.
Un número de teléfono. Once dígitos.
Nada más...
- Svetochka, lo entiendo todo -el abogado de mi marido me llevaba del brazo por el callejón, de lo contrario seguramente me habría caído de la impotencia-.
Y el restaurante. Y más condolencias. Dios, ¿cómo voy a superar esto? No puedo más. No puedo más.
- ¿El testamento? - Giré la cabeza hacia el abogado bajito, que era un poco más alto que mi hombro, y sonreí. - Aunque no dejara nada, no me disgustaría.
- Peor -Valera hizo una mueca y me detuve-. - Mañana, tienes que descansar esta noche -volvió a tirar de mí hacia la salida.
¿Qué mierda de descanso es ese?
Más me vale no perder el resto de mi optimismo antes de mañana...