Prólogo 2
El balcón del restaurante es enorme. Está oscuro en las esquinas, la luz no llega hasta aquí, y ahora mismo está prácticamente vacío. A la derecha alguna pareja gorjea dulcemente, pero a la izquierda...
Lentamente, pero con bastante confianza, me dirijo hacia la rubia. Intento encender fuego, pero el mechero parece no tener gasolina.
- ¡Mierda! Otra pulsación del botón y no hay luz. - ¡Joder!
- ¿Necesitas una mano? - Me incliné hacia un lado y saqué el mechero del bolsillo.
Un ligero movimiento de mis dedos y la rubia se estremeció. Incluso se tambaleó ligeramente hacia atrás, mirándome fijamente a los ojos.
Una pequeña llama de fuego se interpuso entre nosotros. Y pude ver su cara perfectamente.
- Gracias -se encendió la chica, dando una calada y soltando un chorro de humo fino-. - ¿Algo más? - enarcó una ceja mientras yo no me movía, sin dejar de mirarla.
Me quedé mirándola, intentando averiguar qué era lo que me había pillado. Así, sin más, para que en un instante la deseara. Hacía mucho tiempo que no me sentía atraído por una mujer. Sólo para aliviar el estrés y relajarme. Y eso no es frecuente.
Nauseabundo. No puedo evitarlo, la herida sigue sangrando. Las puñaladas... cada día... me cortan vivo. Me lo recuerda.
Para no olvidarlo.
- ¿Lo echas de menos? - El fuego se ha ido, y también el encendedor en mi bolsillo.
- Estoy aquí con mi marido -la rubia se dio la vuelta, decidiendo que debía de haberme despistado. Otra bocanada de humo, excepto que mi mano temblaba por alguna razón.
- Soy consciente de ello -dijo, y la provocó, recibiendo a cambio una mirada asustada.
- ¿Cómo? - Sus ojos brillaban incluso en el rincón en penumbra. Ojalá pudiera distinguir el color, pero no importaba.
Le devolvió la mirada, sus ojos se entrecerraron a tiempo de captar el color, pero la miró fijamente el resto de su vida. Empieza a piropearla, idiota. Lo único que quiero es follarme a la rubia. Ni siquiera tienes que posponerlo demasiado. Todo el mundo tiene un precio.
Esta va a costar un poco más que las otras, por lo que parece.
- ¿Crees que importa? - Estiré las vocales, disfrutando del efecto producido.
Resoplé. Volví a girarme. Y soltó otra bocanada de humo al aire.
- Si no importa, entonces no merece la pena empezar.
Es lista. Me hizo sentir aún más curiosidad. Sabes por qué estoy aquí, preciosa. ¿Qué está rompiendo, entonces? ¿Está tratando de hacer un precio? ¿O simplemente está de mal humor?
"Yo no soy así", no me lo creo cuando la miro. Sí que lo eres.
- Entonces sugiero que continuemos de una vez -dio un solo paso, apoyando el pecho en la espalda desnuda de la chica.
La rubia volvió a estremecerse: ¿por qué tanta timidez? Aunque con un maridito como Vovchik, me parece, ya ha tenido bastante de los hombres normales.
No puedo creer que no esté engañando a su marido. Mi intuición nunca me ha fallado.
- Me ha confundido con otra persona", la chica ni siquiera se giró, continuando inmóvil. Ella tampoco sería capaz de moverse; simplemente caería en mis brazos.
- Yo nunca -apretó más fuerte, extendiendo las manos sobre la barandilla a ambos lados de su actual compañera-. - Nadie -le acercó los labios a la sien-. - Nadie -la tocó ligeramente, y la rubia pareció dejar de respirar-. - No me confundo.
Se apartó bruscamente, no queriendo continuar aquella conversación sin sentido. Me aparté bruscamente, no quería continuar esta conversación sin sentido. No era mi método de persuasión, largo e inútil.
Un impulso temporal, nada más. No quería problemas ahora.
- Llévame a casa -se llevó a su hermano a un lado, disculpándose con sus compañeros-.
- ¿Te has divertido? - Marat caminó conmigo hacia la salida, sacando las llaves de su bolsillo mientras avanzaba.
Yo permanecí en silencio, pues mi estado de ánimo era bajo. Ni siquiera quería darle explicaciones a mi hermano. Que fantaseara sobre por qué me escapaba del evento tan pronto. Me vendría muy bien un descanso: los dos últimos meses habían sido demasiado estresantes.
No quiero volver a caer en el abismo.
No habría forma de salir de él por segunda vez sin consecuencias.
Y no tiene sentido presionarme, es mucho más fácil mandar a todo el mundo a la mierda.
Hace más de un año que no subo al primer piso. No sé por qué aún no he vendido la casa. Supongo que me acostumbré. Maldito conservador, a veces es difícil superarse. Hall enorme, dos dormitorios, estudio y comedor en la planta baja: me basta solo a mí, y no quiero a nadie más aquí.
A nadie más. Y nunca. No cruzaré el umbral de esta casa...
Me quité el reloj, entré en el dormitorio, lo puse con cuidado en la mesilla y me tumbé en la cama. Como estaba, vestido, con la mano bajo la cabeza. Cerró los ojos, deseando desmayarse un rato.
"Si no importa, no merece la pena empezar", surgió la imagen de la chica rubia. Vívida. Increíblemente sexy.
Y provocativa.
"Entonces sugiero que vayamos directamente..."
Excepto que no tenía ni idea de lo fatídica que sería esa frase...