Sinopsis
- ¿Para qué lo necesitas? - preguntó el hombre a mi torturador, y me estremecí. Le reconocí, aunque no le conocía. Incluso en la semioscuridad de la habitación, su dura mirada me atravesó. - Pagará las deudas de su marido -sonrió el líder de la banda, y el desconocido borró la media sonrisa arrogante con los ojos. - ¿Desde cuándo te dedicas a cobrar deudas? - El tono gélido me produjo un escalofrío. - ¿No puedes competir conmigo? - Timur, tú... -siseó mi torturador, pero el desconocido lo interrumpió bruscamente-: - Me la llevo. Como si lo hubiera cortado. Sólo que ahora su primera pregunta se arremolinaba en mi mente: "¿Por qué me quieres?"
Prólogo
Timur
- ¡Qué mujer tan increíble! - Nunca había oído algo así de boca de mi hermano. - Me pregunto dónde la habrá encontrado Vovchik.
- Llevan mucho tiempo casados -le di un sorbo a mi copa de champán, y seguí observando con mi hermano menor a la rubia de largas piernas vestida con un vestido burdeos hasta el suelo.
Era espectacular. Demasiado guapa para este cerdo gordo. No codicioso, al parecer, y así se lo tomó; no hay otra forma de explicar la extraña elección de la chica.
Conozco a Vladimir Marchenko desde hace mucho tiempo. Desde hace al menos diez años, creo. Sin embargo, he visto a su mujer por primera vez. Para algunas personas es Vladimir Anatolyevich, pero para mí es sólo Vovchik. Me debe mucho. Y para mí no es un hombre al que respetar.
Pero ahora, mirando a la hermosa mujer a su lado, he decidido aplazar la deuda. Veré si tengo la oportunidad.
Hasta hace poco, otras mujeres no me interesaban. Aunque incluso ahora era un interés puramente deportivo, ésta me llamó la atención en algo.
Rubíes en las orejas y en el cuello: a la chica le encanta el color rojo. La pasión es su credo en la vida, así que ¿por qué eligió a ese mocoso como marido? Sabía mucho de él, pero no podía entender una sola cosa: ¿cómo una mujer tan hermosa estaba en su cama? ¿Qué la atraía de él?
- Yo me la habría follado", se sinceró mi hermano pequeño, como de costumbre. ¿De qué hay que avergonzarse?
Robar un millón y acostarte sólo con la reina.
- Tranquilízate -terminé mi champán y le di una palmada en el hombro al chico-. - Supongo que no le falta gente que quiera follársela.
- Eres un empollón -murmuró Marat, dejando la copa vacía sobre la bandeja-. - Ni siquiera para dejarme soñar. Por cierto -se volvió hacia mí-, ¿cuándo es el próximo partido?
- Dentro de una semana -solté enfadada, sabiendo exactamente de qué partido hablaba. Sonrió, cogió su mano y se dispuso a irse.
Sonrió, cogió otro vaso de agua mineral y, desafiante, bebió un sorbo, mirándome a los ojos a través del vaso con sorna. Sabía cómo cabrearme, ese hermano odioso.
Sabe dónde pegar.
- Quiero ver cómo Vovchik pierde hasta la última pasta -el chico tenía una mano en el bolsillo del pantalón y un vaso de agua mineral en la otra-. - Y luego pondrá a esa preciosidad en la cuerda floja.
Marat se rió, y yo apreté los dientes en respuesta. A veces su cinismo me ponía enfermo, pero lo atribuía a su juventud y a su sangre caliente. Aunque tenía treinta años, estaba claro que eso no era cosa de mi hermano. Él y yo éramos diferentes, pero al mismo tiempo los parientes más cercanos. Lo más parecido que tengo a nadie. Ni él tampoco.
Pero a veces quiero estrangularle. Apenas puedo contenerme de darle un puñetazo en el cuello. Como lo estoy haciendo ahora. Y el bastardo sabe que no lo tocaré.
Por eso es tan listo, y a veces se pasa un poco.
- Tengo una copa vacía en la mano, esperando al camarero. El champán era la única bebida alcohólica que podía tomar en eventos como éste.
Y sólo en pequeñas cantidades: el alcohol me es indiferente desde hace mucho tiempo. Hubo un tiempo en que me metía whisky todos los días, deseando caer en un estado de inconsciencia. Olvidarme de mí mismo durante un rato. Caer fuera de la realidad al menos durante un par de horas.
Cuando mi alma se hacía pedazos y no podía traer de vuelta el pasado. Era el infierno en todo su sentido.
Y realmente quería ir allí...
- Voy a mezclarme con la gente -Marat me palmeó el hombro, pero ni siquiera reaccioné-.
Odio este tipo de actos benéficos. Es un espectáculo secundario con un poco de patetismo. Aburrimiento e irritación, con una inexplicable impotencia por añadidura. Como si me hubiera metido en una habitación mal ventilada, cerrada por dentro con todos los cerrojos. Y sin suficiente oxígeno. Recuerdo que antes me encantaba: era como si todo ocurriera en otra vida.
Pero fue ahora cuando decidí poner fin al aburrimiento de observar a una mujer hermosa. Como un depredador acechando a su presa, seguí todos sus movimientos. Tomando un sorbo de champán, la rubia cogió a su marido bajo el brazo. Tratando de llamar la atención, sólo Vovchik estaba ya bastante borracho de coñac.
"Apuesto cien libras a que ahora se la folla", me encantaba apostar mentalmente. Es lo que tengo: cada uno se vuelve estúpido a su manera.
Otro sorbo y la chica resopla mientras su marido claramente no escucha sus argumentos. Una pequeña disputa familiar, Vovchik sostiene otro vaso de alcohol y la rubia se dirige con confianza hacia el balcón.
Por cierto, ¿por qué este imbécil ha decidido emborracharse? Hoy no hay nadie dispuesto a jugar a las cartas. Los oligarcas están apretados de dinero, a veces sus caras me dan asco.
- Timur Jalidovich, ahí estás -oí una voz familiar cerca y me di la vuelta, gimiendo mentalmente-.
Qué inoportuno has aparecido, mi querido amigo. Aunque sólo he venido a verte a ti. Bueno, las mujeres pueden esperar, hay cosas más importantes que hacer. El hombre vino desde Alemania. Y está dispuesto a invertir en negocios, y eso no es algo que se tire por la borda hoy en día.
- Encantado de conocerte, Hans -le estreché la mano e incluso esbocé una sonrisa-. - ¿Qué tal el vuelo?
Mañana nos veremos en un ambiente formal, pero mientras tanto sólo estamos hablando. Nada de nada, pero algo de negocios; así es siempre en los negocios, y yo aprendí a seguir las reglas sin hacer movimientos bruscos.
Diez minutos y le doy la mano a mi interlocutor. Hemos llegado a un acuerdo, hemos discutido los puntos principales de antemano, ahora podemos relajarnos por fin, y salir de aquí, pero por ahora...
La mujer no está por ninguna parte - bueno, es un balcón.
¡La noche deja de ser lánguida!