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Capítulo 4

Timur

Me cabrean los cabrones como este fanfarrón que ahora tiembla como una hoja de álamo. ¿Asustado? ¿Asustado, hijo de puta? No va a pasar si empiezas a meterte conmigo ahora.

Bastardo suertudo - cuántas veces ha tenido suerte tonta en la mesa de juego. Sin cálculos, sólo suerte. Para tontos.

Todavía no tiene mucho valor. Miedo, supongo, siempre se mantiene a distancia, sin pasarse. Tanto mejor para mí - menos problemas ahora.

Pero fue demasiado lejos con la chica. Ha despreciado mis principios, aunque ni siquiera lo sabe. Y ahora, mirándole a los ojos asustada, sólo quiero darle un puñetazo en la cara, borrar el tono arrogante que utilizó para intimidar a la chica, y la sonrisa lasciva que realmente me pone enferma.

- ¿Por qué la quieres? - pregunté en cierto modo, como para mantener la conversación, sabiendo de antemano la respuesta correcta.

No era un misterio para mí: hacía tiempo que había advertido a Vovchik que dejara de apostar. "Mala suerte en las cartas, suerte en el amor" - ¿por qué no escuchaste a la gente inteligente, querida? Especialmente con una esposa tan hermosa. Me follaría todos los casinos juntos y pasaría todas las noches en brazos de una rubia buenorra.

- Ella pagará las deudas de su marido -sonrió Slavik, y volví la mirada hacia él. Antes no podía apartar los ojos de la chica, pero esto me hizo desear aún más borrar esa sonrisa chulesca de la cara del imbécil.

Se estremeció. Los ojillos asquerosos se fueron en distintas direcciones. Ya no se arriesgaba a ser insolente o grosero, aunque ahora estaba algo equivocado. No estoy bien ahora, pero no estoy bien según esos bastardos, aunque ¿qué clase de concepto pueden tener? Si trajeron a una jovencita y quieren ficharla para tres personas. Llegaste justo a tiempo, de lo contrario la chica bonita habría estado en problemas.

- ¿Desde cuándo empezaste a cobrar las deudas de las mujeres? - Estaba enfadado, lo que hizo que mi voz ronca fuera irreconocible. He tenido problemas con mis ligamentos desde que era niño, y ahora me sirve para ahuyentar a los chicos malos. Para mantener a los bastardos abajo. - ¿No puedes luchar conmigo?

- Timur, tú..." murmuró el idiota, pero me importaron una mierda sus excusas.

- Me la llevo -le corté sin querer más diálogos estúpidos con ese idiota, y desvié la mirada hacia la chica-. - Levántate.

- Timur, bueno tú eres...

- ¡Jalidovich! -corrigió desafiante, porque adoptaron la moda de pinchar.

Todos los chuchos intentan hacerse los machos. Será mejor que primero te conviertas en un hombre, no en un bastardo subdesarrollado.

- Lo siento -el tono de Slavik se aligeró de inmediato-, así está mejor, cariño.

Mantuve la mirada fija en Svetlana. Sí, a esas alturas ya conocía todos sus antecedentes. Viniendo de una ciudad de provincias, había muchos en Rusia. Nunca había dividido a la gente según su origen, ya fueran gente con título (y los había conocido un par de veces) o provincianos como esta niña.

Junto con su hermana, se mudaron al centro regional hace unos años, donde su abuela les dejó un piso de una habitación tras su muerte. Yo era camarera, luego camarera en una cafetería, y entonces conocí a Volodya, que se había enamorado de Svetlana, una chica muy guapa.

Me costaba creer en el amor a primera vista. Más bien era una relación mercancía-dinero. O quizá ya no sabía juzgar bien a las personas.

Excepto que por mucho que mi gente intentara averiguar que esta chica guapa le era infiel a este saco de dinero que había abandonado este mundo mortal, no conseguí averiguar nada. Tienes que preguntarte, ¿realmente no había amor perdido?

- Todas las preguntas para pasado mañana", solté cuando Slavik abrió la boca para protestar.

Y entonces miré fijamente a Svetlana, que, al cabo de un rato, tomó la decisión correcta y se levantó del suelo. Se levantó despacio y ahora estaba a mi lado. La niña temblaba, más por el frío que por el miedo a aquellos matones.

Sus ojos no delataban ni una sombra de miedo o temor. Todo un reto para mí, pero de alguna manera puedo con ello. Por extraño que parezca, nunca me había imaginado en el papel del caballero que rescata a la princesa de las garras del lobo gris.

Me pregunto cómo a veces el destino juega con nosotros sin reglas...

- Timur..." oí por detrás, al pasar por delante de la chica, y me detuve. - Jalidovich", tosió Slavik, y tuve que volver la cabeza hacia atrás. - Espero que tu palabra...

- Si vuelves a decir algo sobre mi "palabra", perderás un miembro -volví a cortarle bruscamente, y salí por fin del sótano y luego de la lúgubre casa-.

Que volviera a intentar algo así. Tendría que explicarle al idiota que yo no tiro palabras.

Iba a tener que ocuparme de la deuda de Vovchik más tarde, pero por ahora me interesaba la chica. Ahora estaba temblando y se abrazaba a sí misma.

No pude evitarlo, y cualquier hombre normal, incluso un misógino, habría hecho lo mismo: quitarme la chaqueta y echársela sobre los hombros.

- Gracias", susurró en voz baja, mirándome a los ojos mientras estábamos fuera del todoterreno. Abrí la puerta, la ayudé a entrar y caminé con confianza alrededor de la parte delantera del coche.

- ¿Hay algún sitio donde no puedan encontrarte? - pregunté mientras salía del patio, escoltado por un coche de seguridad. La seguridad es lo primero, sobre todo en mi negocio.

No hay que descuidarla, a veces puede salvarte la vida.

- No -la chica se recostó en la silla y suspiró profundamente, envolviéndose en la chaqueta-.

Me encanta cuando la gente no hace preguntas estúpidas, sabiendo de antemano que no obtendrán las respuestas. También odio a los que, a toda costa, deciden averiguar la verdad aquí y ahora. Esta, gracias a Dios, cumple ambos criterios: mira, ya estoy buscando cualidades positivas en ella.

¿Por qué?

Es que la mujer es hermosa, y yo no soy un hombre de hierro después de todo. Me la habría follado en el balcón hace seis meses sin ningún remordimiento. Incluso ahora no me importaría, pero ¿necesito más problemas? Me gustaría ocuparme de lo importante, pero estoy aquí sentado preguntándome cómo voy a volver a meterme en líos.

- Si te callas -fui el primero en interrumpir la pausa silenciosa-, me ocuparé de tu deuda.

- ¿Por qué? - Vi que la rubia giraba la cabeza de reojo en mi dirección. - ¿Por qué la quieres?

No quería mentir, y ella no necesitaba saber la verdad.

A veces la verdad podía jugar una mala pasada...

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