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Recuerdos melancólicos

Una pesada maleta de viaje sobre sus hombros, la sensación de fatiga por el largo trecho recorrido y su padre encabezando aquella travesía que realizaban con frecuencia, la burla casi silenciosa de sus hermanos, sobre todo del mayor y la mirada expectante de su padre.

Así recuerda Yun las expediciones y viajes, que según Heng, eran con el fin de fortalecer el cuerpo y el espíritu, aunque él no recuerda haberse sentido más fuerte del todo. En especial porque la figura impecable de sus mayores era mil veces mejor de lo que él pudo demostrar en la vida.

—Papá... Jin y Yun se quedaron atrás, de nuevo —replicó molesto Shun, quien iba hasta adelante del camino, junto a su padre.

Ambos jovencitos se encontraban sosteniendo sus cansados cuerpos en el contrario, mientras arrastraban los pies por el esfuerzo de aquella prueba de resistencia disfrazaba de paseo de padre e hijos.

Heng negó con la cabeza mientras regresaba por ellos y les hizo una mirada de decepción que Yun sabía a la perfección lo que significaba: no refacción al llegar a la cima de la montaña o algún castigo de ejercicio físico.

Su padre siempre fue ese tipo de personas a las que no necesitaba oír para saber lo que le querían decir y en qué modo. Con él en definitiva, Yun y sus hermanos aprendieron a ver mucho más allá de las palabras.

Yun y Jin dejaron de reclinarse y emprendieron la caminata con mayor energía; un poco de dolor en el cuerpo era mejor que no comer. Al poco tiempo Jin ya había tomado la velocidad de Shun y solo él quedaba siempre atrás.

Con el pasar de los minutos sus pies parecían adormecerse y ni hablar de su respiración, que se encontraba pesada por el cambio de altitud al adentrarse en aquella zona llena de caminos de tierra, árboles y maleza en los alrededores.

Con la misma, Yun volvió al presente ¿Por qué Yun se encontraba recordando algo así en estos instantes?, se preguntaba al saberse sumerjido en la nostalgia. Quizá sintió similar aquella situación en la que se encontraba en esos momentos.

A todo eso, situándose de nuevo en el presente, Yun no sabía cuánto había estado caminando. De aquel sendero polvoriento ya no quedaba nada, en su lugar todo era arbustos, monte, piedras, árboles tan grandes como edificios y el sonido de la naturaleza que le decía lo alejado que estaba de cualquier especie de civilización.

Quizá todo le fuera más sencillo si no llevara una débil joven mujer a sus espaldas. No sabía quién era o por qué la encontró sollozando con las mínimas energías que le quedaban. Lo único que sabía era que, cuando la vio tendida en el suelo no pudo evitar ver en su rostro el de su convaleciente madre y se estremeció de un profundo dolor al no poder resolver esto de una manera más eficiente.

Pronto se vio en la necesidad de interrumpir la línea recta en la que iba caminando para poder encontrar algún riachuelo, ya que había dado de beber a la mujer en los momentos en que cobraba un poco de consciencia. El agua que podía llevar en dicho recipiente no era suficiente para dos sedientas personas.

Yun colocó a la mujer con suavidad recostada bajo la sombra de un gran árbol de ciprés, en lo que él se agachaba a llenar su cantimplora y también aprovechaba para lavarse las manos y la cara, ya que aquella batalla con el montón de rufianes, lo había dejado lleno de sudor y polvo.

—¿Dónde... estoy? —esbozó la joven en un hilo de voz. Yun escuchó de inmediato y volteó con rapidez, para acercarse de nuevo a donde la había dejado recostada —¿Q-qién es usted? ¿Qué quiere? ¿Por qué estoy aquí?

—Tranquila —dijo Yun con mucho respeto a la desconocida—. Usted estaba en el suelo llorando y luego se desmayó. La he traído a este lugar para auxiliarla.

Ella se había sobresaltado al ver al muchacho, pero en cuanto le comenzó a hablar, dejó de temer y se tranquilizó, solo momentáneamente, para volver a aquella expresión de angustia total y comenzar a llora con amargura.

—Si así lo desea, puede contarme lo que le pasa, e intentaré ayudarla —dijo Yun—. Pero si prefiere que la deje en paz, yo no intervendré más y seguiré mi camino.

—Mis... hijos ¡Un hombre, acompañado de un tigre negro, llegó a mi casa y se llevó a mis cuatro hijos! —Ella volvió al mar de lágrimas y sus manos cubrían su rostro.

Yun sintió mucha pena por ella. No sabía nada de su vida, pero el hecho de que arrebataran los hijos a una inocente mujer, era tan inhumano como el mismísimo y diabólico Kuei personificado, salido del infierno para llevarse las almas puras de la humanidad.

—Tranquilícese, por favor —dijo Yun con firmeza—. Yo soy un viajero, y vine de muy lejos en una encrucijada. Me ofrezco a ayudarle a recuperar a sus hijos, y mientras, quizá también yo encuentre lo que estoy buscando.

—¿En serio, joven? Gracias, muchas gracias —Las lágrimas no dejaban de brotar de los ojos de la mujer y con la misma se apoyó en sus rodillas e hizo una reverencia muy solemne, ya que se encontraba muy agradecida.

—No hay de qué. Tenga —respondió Yun y extendió su mano con la comida que los señores de Yumai, padres de Siu, le habían obsequiado—. Necesito que se quede aquí ¿Hace cuánto tiempo ocurrió el suceso?

—No hace mucho, antes de que usted apareciera —dijo la joven señora entre sollozos—. Se fue en dirección del bosque, solo espero que no los hayan sacado de los alrededores.

—Entonces no creo que estén muy lejos y al parecer no se fueron a la aldea. Haré todo lo que esté a mi alcance. Usted quédese aquí, no se vaya a mover, por favor.

—Usted es un tianshi caído del cielo, solo Buda pudo haberlo puesto en mi camino —La mujer, en una reverencia más, tocó los zapatos de Yun y este se agachó para tomarla por los hombros, enderezarla y mirarla directo a sus ojos avellana.

—No hay más que agradecer. Solo espere a que vuelva con noticias —esbozó Yun una sonrisa sutil, para comenzar a ponerse de pie.

—Así lo haré, joven valiente —dijo entre sonrisas la mujer.

Yun devolvió el gesto, ahora con una amplia sonrisa y antes de darse la vuelta para irse, pero un sonido proviniente de la copa del árbol en el que estaban tomando la sombra, alertó a Yun. Con mucho cuidado colocó su mano en el puñal que llevaba escondido.

Las ramas del árbol se removieron y Yun intentaba ver qué era aquello que acehaba, aunque sin éxito alguno. Algunas hojas secas comenzaron a caer en la cabeza de la mujer y en el rostro de él, quien tuvo que apartarlas con su mano.

Pronto se escuchó el sonido de una rama rompiéndose y de algo cayendo con rapidez. Lo único que se le ocurrió a Yun fue lanzarse hacia la mujer y empujarla para que a ninguno les cayera encima lo que fuera que cayera.

Aquel bulto sonó de manera estrepitosa, que levantó el montón de hojas al golpearse contra el duro suelo. Cuando el cúmulo de hojas se acentó, Yun no daba cabida a lo que estaban viendo sus ojos, que se acababan de abrir de par en par.

«Pero si es...»

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