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Peligro en el bosque I

Aquel golpazo en la tierra no había sido nada más que la caída sorpresiva del tigre negro con rayas blancas que mencionó la mujer hace algunos momentos, y era muy cierto que su pelo y ojos eran de un azabache intenso. Yun jamás creyó que tal cosa existiera, ya que, por lo general solo sabía de los tigres blancos y de los convencionales de color naranja.

De soslayo, el príncipe encubierto observó cómo el gesto de la débil mujer se desfiguraba en una expresión de pánico y él de inmediato movió su mano, para indicarle a ella que por nada del mundo se moviera. Aquel tigre negro que los acechaba al parecer tenía intenciones de atacar.

Pese a la caótica situación que podría avecinarse, Yun se mantuvo sereno, ya que, si estaban de suerte sólo se iría sin hacerles daño, de lo contrario tendría que atacar a muerte al feroz animal que estaba demasiado cerca. Realmente quería que esa fuera la última medida que tuviera que utilizar.

Con lentitud, Yun se fue colocando justo delante de la mujer, para bloquear la vista del animal y que supiera que él la protegería a toda costa. El animal no dejaba de gruñir y de mostrar signos de querer atacar. La frente del joven se comenzó a perlar a causa de la tensión.

Como en cámara lenta, Yun vio cómo la fiera se impulsaba con sus patas traseras y sacaba las afiladas garras. El feroz tigre iba con todo para atacarlo. En un movimiento ágil, el joven se quitó su sombrero, separó sus pies, uno detrás del otro, con las rodillas flexionadas, para desenvainar el puñal y lanzarse hacia el frente. No le temería a las fauces que tenía casi enfrente, pelearía con todo lo que tenía. Yun llevaba el puñal de frente, calculaba darle en la garganta, o si no al menos le haría una fuerte herida en las patas o en el hocico.

La mujer había lanzado un gritito de miedo y Yun había lanzado un corte horizontal que sonó en el aire, dándole a la fiera justo en una de las patas delanteras. Él cantó victoria, ya que lo había tirado al suelo, pero también el tigre había lanzado un zarpazo en su brazo derecho y Yun no se dio cuenta sino hasta que el dolor agudo y la sensación goteante de su sangre se hicieron presentes. Aunque lo que más le preocupó en ese momento era la estabilidad emocional de la mujer. Volteó hacia ella para hablarle:

—¿Se encuentra bien? —inquirió, pero la mujer, con la mano temblorosa le señaló para que se concentrara en la bestia.

Yun volteó y la fiera se había lanzado de nuevo hacia él y el único movimiento que él encontraba propicio era el de lanzarse en contraataque nevamente. Lo que ni él ni la bestia tuvieron en cuenta, fue que un objeto había pasado a traer al animal y lo había derribado hacia un lado, lejos de Yun, quien aún con la respiración fuerte debido a la adrenalina, se acercó con rapidez para observar lo que había pasado.

—¿Pero qué ocurrió? —preguntó la mujer con sorpresa.

—No tengo idea, pero manténgase al margen —pidió Yun, mientras bloqueaba con su brazo el paso de ella—. Si se levanta y usted está aquí no podré defenderla.

—Bien... —respondió ella para dar pasos hacia atrás, dejándole el espacio a Yun a investigar.

Los ojos de Yun se abrieron como platos cuando vio aquello que había derribado a la bestia y comenzó a ver hacia todos lados. Se volteó y volvió a girar con un dejo de inquietud y posible... ¿desesperación? Aquello sí que despertó la curiosidad de la mujer, ya que el muchacho, desde que lo conoció y trató con él, siempre mantenía una expresión de serenidad y seguridad en el rostro. Así que se atrevió a preguntar:

—Eh... ¿Le ocurre algo? —La curiosidad por saberlo la mataba.

—Sí... No, no —respondió Yun con la voz entrecortada debido a la inquietud que tenía.

—Es que, lo veo inquieto, por eso le pregunto —Ella se atrevió a llegar a su lado para ver lo que ocurría—. Creo que, el animal ya está muerto, y fue por esa flecha, ¿verdad?

—Eso creo —dijo Yun, aún ensimismado, porque sabía qué era lo que significaba una flecha.

El tigre había dejado de respirar, ya que aquella flecha había traspasado su garganta. No cabía duda que la dueña de aquel arma era Siu. Esa terca se había atrevido a seguirlo y ahora podía estar escondida detrás de cualquier árbol o arbusto.Yun no pudo evitar sonreír con sutileza. Ya podía imaginársela agarrándose el estómago de la risa, sintiéndose triunfante de hacer lo que ella quería.

«Esa chica no tiene remedio», pensó el príncipe para sus adentros.

No quiso seguir buscándola, si ella quería llegaría a donde él estaba. Pese a cualquier molestia que Yun llegara a sentir por la insistencia de Siu, algo lo hacía sentir un confort extraño solo de pensar que ella estuviera por ahí, de alguna manera acompañándolo en esa travesía de vida o muerte.

Las punzadas de dolor invadieron el brazo de Yun; tanto que no pudo evitar lanzar un quejido de dolor. El joven se encuclilló, mientras se levantaba la manga larga de su atuendo para ver la gravedad de la herida. A tiempo la mujer corrió en su ayuda y se agachó para examinar la herida.

—¡Por los dioses! —exclamó ella al ver que, no dejaba de sangrar aquellas heridas en forma de arañazos que le había propinado aquel tigre azabache.

—Descuide estaré bien —dijo Yun para no preocupar más a la mujer, pero fue en vano.

—No será molestia ayudar a quien me acaba de salvar la vida —esbozó con dulzura la mujer, mientras comenzaba a lavar la herida—. Por cierto... me llamo Mei. Es un gusto ayudarle.

—Agradezco su ayuda —respondió Yun, sin hacer contacto visual. La cercanía con mujeres no era su fuerte y no se sentía del todo cómodo, pero valoró mucho lo que ella estaba haciendo.

La mujer le vendó el brazo con un pedazo de tela que sacó de la falda de su propio vestido hanfu. Al terminar ella le dedicó una débil y tímida sonrisa, a lo que él correspondió también con una sonrisa ladina y ambos se pusieron de pie.

—¿Mejor? —inquirió Mei y él asintió de inmediato.

—Creo que ahora podré seguir mi camino y prometo traer a sus hijos de vuelta —seguró Yun, mientras se colocaba de nuevo su sombrero coolie.

—Tenga mucho cuidado, por favor —suplicó con las manos juntas; se veía muy preocupada.

—Descuide, volveré pronto —Se despidió y dio la vuelta para ir más adentro del bosque.

Yun estaba decidido a ayudar a esa pobre mujer que lo había perdido todo, no descansaría hasta encontrar el paradero de sus pequeños. Esa idea llevaba en la mente, cuando al cruzar una hilera de árboles un sobresalto acompañado de un escalofrío invadieron su cuerpo. Allí estaba él...

El hombre que había mencionado la señora Mei. Pero no tenía a ningún niño en su poder en ese momento. Más bien era la silueta femenina de Siu la que agarraba del cuello para querer estrangularla. Lo más escabroso fue que, era como si el hombre supiera que él iba a pasar por allí... Como si estuviera esperándolo para que viera el espectáculo mortífero que estaba ejecutando.

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