Capítulo 4 - ¿Me recuerdas?
JAMES
—¿Estás bien? — su mano aprieta con más fuerza la mía, pero es el único movimiento que hace —
«¿Me recuerda? ¿Sabe quién soy?».
Me mira con sus grandes ojos castaños sin decir ni una palabra. Parece que está batallando consigo mismo y no tiene idea sobre lo que se supone debe hacer. Algunas personas pasan y se nos quedan viendo y honestamente la repentina atención me pone muy nervioso.
«Vamos, recuérdame». Sigo repitiendo en mi mente una y otra vez, deseando que el entendimiento cruce a través de su mirada y se dé cuenta... que aquel niño del hospital soy yo.
—¿Jimmy? — la voz de mi hermano nos sobresalta a los dos y él finalmente suelta mi mano, siento el frío al perder la calidez de su contacto y la decepción se instala en mi pecho cuando nuestro tiempo a solas ha concluido.
—Hola, Nate — sonrío y vuelvo a colocar mis lentes sobre mis ojos. Tomo el par de libros y mi mochila del suelo y la cuelgo en uno de mis hombros.
—¿En dónde estabas? — se acerca y me da un corto abrazo —. Me tenías preocupado, te busqué por toda la cafetería.
—Sí, lo siento — guardo el paquete casi completo de M&M's en el bolsillo de mi pantalón, sintiéndome nervioso ante la mirada de Jasper aún sobre mí —. Estaba luchando con esta ladrona de billetes — señalo hacia la gran máquina dispensadora a mi lado.
—Ah, la vieja Maggie — sonríe y asiente —. Es un dolor de culo cuando no conoces el truco, pero... — de repente se da cuenta de la presencia de alguien más y se gira para enfrentarlo —. ¿Jas? ¿Qué haces aquí?
—¿Ah? — es ahí cuando aleja su intensa mirada de mí y la clava sobre mi hermano —. ¿Qué dijiste? — aún parece un poco aturdido.
—Que qué haces aquí — mi hermano frunce el ceño —. Íbamos a buscarte al baño justo ahora.
—Sí, amigo — un chico que no reconozco golpea su espalda y sonríe —. Pensamos que te habías ido por el inodoro o algo.
—No seas pendejo — Jasper resopla con fastidio —. Deja de ver tantas caricaturas.
—Toma, esto pesa — Nate descuelga uno de los bolsos que cargaba sobre sus hombros y se lo pasa —. Pero, ¿cómo encontraste a mi hermano? — su expresión pasa a ser una de confusión —. No recuerdo haberte enseñado una foto suya o decirte cómo era.
—Bueno, eso hubiera sido lo ideal, idiota — resopla de nuevo —. Solo lo estaba ayudando con Maggie cuando... Espera — sus ojos se abren grande —. ¿Él es tú hermano?
—Sí — sonríe y coloca una de sus pesadas manos sobre mi cabeza —. Este es mi Jimmy. ¿No es adorable?
—¡Nate! — lo reprendo y quito su enorme mano de encima, él se ríe por mi vergüenza.
—Oye, un placer — el desconocido extiende su mano hacia mí y yo la estrecho con timidez —. Soy Stephen, pero puedes decirme Steve.
—James — murmuro y él expone su blanca dentadura.
—Bienvenido a la prestigiosa Universidad de Michigan, en donde los sueños se vuelven realidad y toda esa mierda — se acerca a mí y susurra —. Si te llega a tocar alguna clase con el profesor Jones, te aconsejo que te sientes al final — después susurra aún más bajito —. Tiende a tirarse pedos.
Eso me hace reír y cubro mi boca con el dorso de mi mano. Nate golpea su nuca con la palma y Steve se queja.
—¡Oye! — el tal Steve hace un puchero y se soba el cuello con una mano —. Son consejos que le servirán, nadie quiere pasar dos horas completas inhalando pedos apestosos.
—Es su primer día, deja que explore las cosas por sí mismo — mi hermano cruza los brazos sobre su pecho.
Es una tonta excusa y todos lo saben, mi hermano es solo muy sobreprotector conmigo. Desde que le confesé hace cuatro años que era gay, no le gusta que los hombres estén muy cerca de mí. Si esta fuera la era medieval, estoy seguro que gracias a Nate moriría virgen y soltero.
—Nate — tiro de la manga de su camisa y él voltea a verme —. ¿Dónde está la biblioteca?
—Tardaste más de lo que pensé en hacer esa pregunta — niega divertido y toma mi mano —. Ven, por aquí.
Jasper y Steve nos siguen, hablando de cosas sobre la práctica que al parecer tuvieron antes y algo respecto a unas abejas o algo así. Los pasillos de la universidad poco a poco se van vaciando, así que no nos encontramos con muchos estudiantes en nuestro camino a la biblioteca, lo cual es genial ya que no me gustan las multitudes.
Cuando llegamos, obviamente se encuentra cerrada debido a la culminación de las clases, pero al menos me sirvió para saber su ubicación. Puedo obtener una vaga visión de su interior a través de uno de los ventanales y es enorme. Siento las familiares cosquillas en mi estómago al ver la cantidad gigantesca de libros apilados uno al lado de otro; imagino las diferentes texturas deslizándose en mis dedos y el olor de sus antiguas páginas.
Coloco mis palmas sobre la ventana y mi acelerada respiración empaña el cristal. Mi corazón bombea con fuerza y sé que no podré dormir hoy deseando a que las horas pasen con mayor rapidez para poder obtener alguna de esas reliquias y nadar entre el conocimiento de sus páginas.
—Ya veo que te gusta — escucho su risa —. Lástima que ya esté cerrada.
—¡Nate, es genial! — me volteo y lo rodeo por su cintura en un abrazo, dando pequeños saltitos por la emoción —. ¡Es mucho mejor de lo que la describiste! — Él pasa con ternura una mano sobre mi cabello —. No puedo esperar a que sea lunes.
—Bueno, es ilegal irrumpir ahora así que tendrás que hacerlo — se burla —. Ahora, vamos. Te llevaré a casa.
—No — me apresuro en responder y me separo de él —. N-no, está bien. Tomaré el autobús.
«Por favor, Nate. Por favor, no insistas».
—No seas tonto — me quita el bolso y me aferro a los libros antes de que me los arrebate —. Traje mi auto, puedo llevarte.
—Nate, vivo en la dirección contraria a la tuya — «por favor, déjalo. No insistas más» —. Te tomará mucho tiempo regresar a tu casa, puedo tomar el autobús, de verdad no es problema.
—¿Crees que te dejaré ir solo? — frunce el ceño y comienza a caminar hacia la salida —. Sin peros, Jimmy. Vamos que se hará tarde — «No, no, no...».
—¿Estás bien? — Jasper me pregunta algo preocupado, trago grueso y trato de ahuyentar las lágrimas que amenazan por salir. Me siento incapaz de responder, así que simplemente asiento, clavando los dedos en el material rugoso del cual están hechas las portadas de los libros entre mis brazos —. ¿Seguro? Parece que viste a un fantasma — se acerca más y veo que alza una mano en mi dirección, pero me alejo rápidamente.
—Sí... Lo estoy — susurro, comenzando a caminar detrás de mi hermano.
No insiste y agradezco que no lo haga, el miedo cala profundo en mis huesos y me concentro en recordar los párrafos de aquel libro de Patrick Rothfuss que tanto me gusta, pero no parece funcionar ahora.
Para cuando llegamos al auto de Nate, él se despide rápidamente de Jasper y Steve chocando las manos. Deja su gran bolso en el maletero y el mío en el asiento de atrás para luego deslizarse detrás del volante.
—¡Oye, nos vemos mañana! — Steve agita animadamente su mano en mi dirección y yo le respondo con una temblorosa sonrisa.
Sube a su auto y Jasper me observa con detenimiento. Por un momento, mientras sus ojos se encuentran conectados a los míos, me olvido de todo. El miedo poco a poco se desliza a lo profundo de mi mente para ser reemplazado por una agradable calidez en mi pecho.
Él da un paso en mi dirección y parece querer decir algo, pero Steve toca la bocina de su auto para llamar su atención y rápidamente vuelvo a estar de pie frente al carro de mi hermano en el estacionamiento de la universidad.
—Vamos, Jas — saca la cabeza por la ventana de su auto —. Se hace tarde, ¿qué esperas?
—Sí, ya voy — antes de subirse, vuelve a mirarme —. Nos vemos — dice con simpleza y poco después el auto de Steve está abandonando el estacionamiento.
La decepción aplasta cualquier esperanza que pude haber tenido para que me reconociera y con un pesado suspiro, mis temores vuelven a aparecer. Mis dedos tiemblan al momento en que abro la puerta del copiloto y subo, ajustando el cinturón de seguridad a alrededor de mi torso.
—¿Tu padre tiene turno en la farmacia? — dice distraídamente golpeando sus pulgares sobre la pantalla de su teléfono.
«Espero que sí. Oh, Dios, por favor que sea así».
—No lo sé — murmuro.
—Bueno, si no está puedes decirme y te llevo a comer hamburguesas, ¿de acuerdo? — sonríe y deja el teléfono a un lado para encender el auto.
—Sabes que no puedo, tengo toque de queda — miro por la ventana cuando nos empezamos a mover.
—Rayos, había olvidado eso — resopla —. Todavía no entiendo cómo fue que dejaste caer esos envases de vidrio sobre tu cabeza, el moretón en tu frente duró días, Jimmy. Debes tener más cuidado.
—Sí, fui descuidado. No volverá a pasar — siento más palabras abandonar mis labios, pero todo parece ajeno a mí a medida que seguimos acercándonos a casa.
«Que no esté ahí, por favor».
El resto del camino transcurre en silencio y cuando se estaciona lentamente a un lado de la acera, mi pulso se acelera y mi corazón palpita fuertemente contra mis costillas cuando veo una de las luces encendidas.
—Oh, sí está en casa — me quito el cinturón de seguridad y cojo mi bolso del asiento trasero —. Llegamos un poco tarde, ¿quieres que hable con él?
—¡No! — él frunce el ceño por mi repentina reacción y me golpeo mentalmente por ser tan estúpido. Aunque los golpes llegarán en físico apenas cruce esa puerta —. Quiero decir... — trago repetidas veces intentando conseguir una respuesta convincente —. Ya es tarde, Nate. Debes ir a tu casa, sabes que queda lejos de aquí y no quiero que nada te pase. Además... — aprieto los libros contra mi pecho —. Es viernes, ¿no tienes planes?
Él se queda en silencio por un largo momento mientras estudia con su penetrante mirada mi rostro. Intento parecer lo más convincente posible, sin demostrar los verdaderos sentimientos moviéndose como gusanos en mi interior.
—Sí — suspira y niega con la cabeza —. Los chicos y yo iremos al Bleu.
—Allí está — me obligo a sonreír y abro la puerta —. Mejor ve ahora, te escribiré más tarde. ¿De acuerdo?
—Bien, no lo olvides — me señala acusadoramente con un dedo —. La última vez te quedaste dormido y me quedé esperando como un tonto.
—Lo prometo — sonrío, rogando para que se apresure antes de que mi padre pierda la paciencia y salga.
—Te quiero, Jimmy. Nos vemos mañana.
—Yo también te quiero, Nate — él me guiña un ojo antes de que cierre la puerta de su auto y lentamente arranca, dejándome a mí de pie en la acera con mis turbulentos pensamientos. Lo veo alejarse hasta que gira en una esquina y tomo una profunda respiración, tratando de armarme de valor.
Sigo temblando al momento en que deslizo la llave en la cerradura y giro el pomo para abrir la puerta de la entrada. Padre está esperándome de pie en la sala, con su cinturón de cuero favorito colgando de una de sus manos y respirando agitadamente.
—Te dije que no quería ver a ese hijo de puta de nuevo por aquí — masculla entre dientes con la mandíbula fuertemente apretada.
—Lo siento, padre — retrocedo lentamente, aunque sé bien que de nada servirá —. No volverá a ocurrir.
—Eso dijiste la última vez — da unos pasos en mi dirección y mi vista comienza a nublarse por las lágrimas —. Pero sigues desobedeciendo, sigues siendo un niño malcriado que no agradece el gran esfuerzo que hago para mantenerte.
—Eso no es cierto, padre — niego rápidamente con la cabeza y mi espalda choca contra la pared cuando no tengo más espacio para huir —. Lo aprecio... Lo aprecio mucho.
—¿Me estás diciendo mentiroso? — su voz baja y es aún más escalofriante que antes, comienzo a temblar —. ¡Deja de llorar! — un fuerte golpe con su cinturón impacta en mi muslo y muerdo mi lengua para no gritar. Siempre es peor cuando grito —. ¡Deja de comportarte como un asqueroso marica y empieza a hacerlo como un hombre!
—Lo siento — mis dedos aprietan tan fuerte los libros contra mi pecho que comienza a doler.
—No creo que lo hagas — me quita con brusquedad mi mochila y los libros y los arroja al suelo —. De rodillas.
—Padre, yo...
—¡De rodillas!
Temblores agitan mis extremidades y las lágrimas siguen humedeciendo mis mejillas. Sin querer aplazar más lo inevitable me coloco sobre mis rodillas, con las manos abiertas en el suelo frente a mí.
—Serán veinte esta vez — me advierte, pero yo nunca me molesto en contarlos de todas maneras —. Y veremos si así dejas de desobedecerme de una maldita vez.
—Sí, padre — respondo en voz baja antes de sentir el primer calor insoportable sobre mi espalda.
—¿Lo sientes? — otro golpe.
—S-sí, padre... — otro golpe de nuevo. Mis pulmones comienzan a fallar, necesito mi inhalador, pero mi mochila está muy lejos.
—¿Estás arrepentido? — el siguiente impacta en mis hombros.
—Sí... — aprieto mis manos en puños mientras las lágrimas siguen corriendo. Mi garganta me arde mientras le ruego a mis pulmones que aguanten un poco más.
—¿Lo volverás a hacer? — el siguiente impacta en mi espalda baja con mucha más fuerza que los otros.
—¡No! — grito e inmediatamente me doy cuenta de mi error.
—Jodido marica — murmura.
Eso es lo último que recuerdo antes de desmayarme sobre la alfombra de la sala.