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Capítulo 35

Ese mismo día, Pedro, acudió al Ministerio de Comercio Exterior, para comunicar al viceministro, de la decisión que había sido tomada en México por los ejecutivos del Grupo.

El funcionario lo recibió con la noticia de que los inversionistas que habían estado negociando con la industria del vidrio, habían comunicado también su retiro; que realmente le era difícil entender cómo personajes del calibre de los inversionistas mexicanos, cuyas fortunas se median en miles de millones de dólares, que llegaban a Cuba en sus aviones y yates particulares, valuados en millones de dólares, se doblegaran, ante la presión o amenaza de que les serían retiradas sus visas de entrada a los Estados Unidos si insistían en invertir o hacer negocios en Cuba.

Pedro apuntó que muy a su pesar cumplía con las instrucciones y a manera de explicación le comentó:

—Mira Ricardo, la realidad es que la mayoría de los hombres de negocios de verdadera importancia en México, en especial los de Monterrey, casi viven en los Estados Unidos; es decir, los fines de semana sus esposas hacen las compras de comestibles y productos de uso cotidiano en el hogar, en las ciudades fronterizas norteamericanas tales como McAllen, Brownsville y Laredo en Texas.

Sus hijos estudian en escuelas y universidades norteamericanas también; tienen casas para pasar los fines de semana y vacaciones en San Antonio y la Isla del Padre en Texas y Vail, Colorado, así como en San Diego y Los Ángeles California; su ropa la compran en New York o en Chicago.

De modo invariable atienden a su salud en Houston, Texas o en Los Ángeles, California. De tal manera que retirarles la visa para ingresar a los Estados Unidos, es prácticamente privar de los medios de vida a estos personajes.

Su interlocutor, con quien Pedro había desarrollado una amistad cercana, entendió la explicación y le manifestó cuánto sentía que ese afán que había mostrado durante los últimos cuatro años por desarrollar una empresa o negocio mexicano en Cuba se viera ahora detenido.

Como también el propósito del Gobierno de Cuba de dar las máximas facilidades para invertir en la isla a los mexicanos, se veía interrumpido por una ley a todas luces inaplicable fuera del territorio de los Estados Unidos, aunque para su desgracia, eficaz en su propósito de alejar la inversión mexicana de Cuba.

—¿Y tú, que piensas hacer ahora Pedro? —preguntó su amigo.

—No lo sé, realmente me tomó por sorpresa esta decisión y como tú sabes los dos últimos años me he dedicado cien por ciento a llevar a cabo este proyecto; por el momento no tengo alguna otra actividad que esté desempeñando. Creo que regresaré a mi país y volveré a mis funciones de abogado consultor.

—Yo creo —añadió el viceministro— que con los conocimientos que ahora tienes, sobre todo de las condiciones de la economía cubana, las relaciones que has hecho en el medio y la experiencia en exportar al mercado de Cuba, no deberías dejar tus actividades aquí, sino buscar en tu país productos que nosotros necesitamos y tratar de enviarlos a nuestro mercado, como una especie de representante de empresas mexicanas que estén interesadas en hacer negocios con Cuba, no necesariamente en invertir aquí.

—Creo que Ricardo tiene razón, —comentaría Celia, esa misma tarde— con la experiencia que has desarrollado en el mercado cubano y las relaciones que tienes, deberías tratar de representar a otras empresas cuyos dueños no tengan miedo de que les retiren la visa.

En tu próximo viaje a México comenta con Pedro Argüelles este asunto; yo estoy dispuesta a seguir trabajando contigo y podríamos alquilar un pequeño departamento o vivir en mi casa mientras empezamos a generar dinero.

Pedro, se encontraba ante un dilema, pues el hecho de que prácticamente le hubiera dedicado todo su tiempo al proyecto de Cuba durante los dos últimos años, lo había desconectado de los clientes que tenía en su despacho de abogado, y si bien al regresar intentaría hacerse de una cartera de clientes a la brevedad posible, no era fácil hacerlo de la noche a la mañana.

Por otra parte, él había sostenido que los cambios que se llevaban a cabo en la isla fortalecerían el mercado interno y brindarían oportunidad a empresas mexicanas de exportar sus productos a Cuba.

En el mes de octubre anterior, en forma similar al mercado agropecuario, el Gobierno Cubano había creado el Mercado de Artículos Industriales y Artesanales, con el propósito de abrir tiendas minoristas, ferias y otras opciones que promovieran la venta de artículos en lugares públicos y en locales específicos, mediante precios acordados libremente entre vendedores y compradores, de productos industriales y artesanales que fueran elaborados por las industrias locales, los Centros de Producciones Varias del Ministerio del Interior, producciones secundarias de entidades y organismos estatales y los que produjeran los trabajadores por cuenta propia autorizados por la Ley.

Los establecimientos de venta tendrían sus propias fuentes de ingresos como eran: arrendamiento de espacios y muebles, así como comisiones por gestión de ventas de mercancías a consignación y otro tipo de servicios prestados tales como almacenaje, parqueo y otros.

A principios del mes de noviembre, el día 8, el Ministerio del Comercio Interior publicó una Resolución aprobando y poniendo en vigor los Lineamientos de la Política para la Organización de las actividades comerciales, gastronómicas y de servicios en moneda nacional cubana y en moneda libremente convertible.

En dicha resolución se definía al comercio mayorista y al minorista y a las entidades que podían realizar uno y otro, así como aquellas que podían ejercer todas las modalidades de la gastronomía.

Se hacía una relación detallada de todas las empresas del Estado que podían desarrollar las distintas actividades comerciales y se les agrupaba por ministerios para dejar clara la sectorización de las mismas.

Todas estas disposiciones, en opinión de Pedro, tendían a ir incorporando a la economía interna una serie de actividades que servirían como detonador del propio mercado interno y que irían incorporando cada vez un número mayor de divisas en actividades secundarias.

Era, por lo tanto, un indicio de que se iba a desarrollar un comercio interior que necesariamente recurriría a la importación de artículos de consumo producidos en el exterior.

Todo ello terminó por animarlo a continuar en Cuba y a buscar en México empresas que se interesaran por exportar sus productos al mercado cubano.

Durante el mes de Diciembre Pedro cerró las oficinas y acordó con la empresa Cubalse en dejar la casa de Siboney.

—Tu tía Anita está alquilando un departamento en Nuevo Vedado, cerca del Cine Acapulco, deberían ir a verlo —comentaba Carolina.

—Cierto, vamos a verlo, a lo mejor nos conviene —exclamó Pedro.

La casa de Anita estaba ubicada en la calle de Tulipán, entre Bellavista y Panorama, en una zona arbolada y muy tranquila.

—Pasen ustedes, el departamento está en la planta superior —indicaba la tía.

El departamento era en realidad muy atractivo, pues tenía dos recámaras, baño, cocina en la que cabía el desayunador, una estancia amplia para albergar sala y comedor, un pequeño recibidor, terraza, estacionamiento, entrada independiente y sobre todo, un despacho independiente para recibir a los clientes, además de un privado; contaba con el servicio telefónico en el despacho y en el departamento propiamente dicho.

Tanto a Pedro como a Celia, les pareció magnífico.

—Con un departamento tan grande los bichos van a querer estar con nosotros todo el tiempo —comentó Celia.

—Pues precisamente eso es en lo que estoy pensando —añadió Pedro— la idea sería que el hecho de rentar el departamento en las condiciones favorables en las que se encuentra, sería precisamente que los niños vivieran con nosotros, una de las recámaras sería para ellos y dejarían de vivir con tu mamá.

Tú y yo ocuparíamos la otra y realmente viviríamos como debe hacerlo una familia. El despacho contiguo es perfecto para que tengamos la oficina y con los servicios que tiene podríamos funcionar adecuadamente, instalando el fax; y me fijé que hasta tiene dos escritorios y un sillón en la recepción y otro en el privado.

Celia pensaba y cavilaba a cien por hora.

—Mira, yo también creo que es un departamento que nos brindaría magníficas condiciones para vivir y trabajar, pero de ahí a que los niños vivan con nosotros y de que aparte de trabajar yo me dedique a atender la casa hay mucha diferencia.

—Podemos encontrar a alguien que te ayude.

—No es precisamente eso, la realidad es que no estoy segura de que quiera formar una familia contigo.

Pedro también se quedó pensativo. El entusiasmo de encontrar un lugar en esas condiciones había hecho que se precipitara en conclusiones sin haber meditado el alcance de su propuesta.

—Tienes razón, me precipité al hacerte esa proposición, me dejé llevar por el entusiasmo. Es claro y ambos lo sabemos, que tú no tienes el propósito de hacer una vida familiar conmigo.

—No es que sea contigo o no, lo cierto es que no tengo el propósito de hacer una vida familiar con hombre alguno.

—Es una lástima desperdiciar este departamento, aunque yo no necesito uno así para vivir sólo; en todo caso puedo instalarme en el Hotel Nacional en donde acaban de inaugurar un piso ejecutivo con todos los servicios propios de una oficina; y recuerda que con mi tarjeta de Huésped Distinguido me hacen un descuento del 50% en el precio de la habitación. Pedro Argüelles estuvo hospedado por temporadas en el mismo hotel.

—Dame un par de días para pensarlo —terminó Celia.

Quedaron en llamar a la tía Anita en un par de días para darle a conocer su decisión y se despidieron de ella con el afecto de siempre.

A Carolina no le pareció la decisión de Celia, que esa misma noche le comentó los sucesos del día, aunque conociendo a su hija, no quiso hacerle recomendación alguna. La misma Celia sabía que Carolina, tomaría partido apoyando a Pedro, en su propuesta, por lo que evitó preguntar a su mamá su parecer sobre el asunto.

Dos días después Pedro, se registraba en la carpeta del Hotel Nacional de Cuba, con toda seguridad el hotel con más tradición en La Habana.

Se trata de una construcción de nueve niveles sobre una colina en El Vedado que da frente a la calle “O” y en la parte posterior ve hacia el mar. Rematan la construcción dos torres que se elevan tres niveles más sobre la azotea y que le imprimen un gran señorío a la construcción.

Cuenta con jardines muy amplios que bordean con el Malecón y rematan en la esquina del Malecón y la calle 23 con una fuente y una cascada, que son las delicias de los chicos que pasan por ahí durante el verano.

Cuenta además con dos albercas de grandes dimensiones y con pasillos amplios y frescos en donde los huéspedes y visitantes pueden disfrutar de bebidas refrescantes y ocasionalmente de la música que interpreta un trío; además dispone de servicio de restaurantes y cafeterías. El Comedor de Aguiar está considerado como uno de los restaurantes con mejor cocina en La Habana, y su centro nocturno, el Cabaret Parisién, presenta noche a noche la mejor variedad de La Habana.

Los niños se pusieron felices, pues todos los fines de semana los pasaban en el hotel con Pedro, nadando en la alberca y disfrutando del Room Service junto con su mamá y Pedro.

Precisamente una noche en que bajaron a cenar al comedor De Aguiar, a donde habían invitado a Iván y Sara, cuando Pedro se encontraba acomodando la silla de Celia y se disponía a tomar asiento, escuchó una voz conocida que lo llamaba

—Pedro, ¡que gusto verte!

La voz provenía de la mesa contigua en donde nuestro amigo identificó de inmediato a su querida y vieja amiga Meche.

Ella se levantó de su asiento y esperó que Pedro, se acercara para abrazarlo y besarlo efusivamente, con un verdadero placer de tenerlo frente a ella.

—Vaya, el gusto es mío —exclamó él con sincera alegría.

—¿Cuándo regresaste?

—Hace apenas un par de meses y debo volver a Italia en febrero del próximo año, pues después de obtener el post grado me ofrecieron un trabajo interesante en Roma, así que ya te imaginarás lo emocionada que estoy

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