Capítulo 36
—Que coincidencia, a nuestro amigo Mario Moya Palencia lo han designado Embajador de México en Italia, con sede precisamente en Roma. No dejes de visitarlo, le dará mucho gusto que lo hagas.
—Ya veo que tú y Celia están de nuevo juntos… me da mucho gusto si es para tu felicidad y tu tranquilidad… de corazón te lo digo.
—Lo sé, y gracias, aunque por ahora sí, estamos juntos, trabajamos juntos y vamos a ir a México, juntos, para obtener representaciones de firmas mexicanas que quieran hacer negocios en Cuba, todo es trabajo.
—Me imagino que los niños deben estar grandísimos —dijo ella, evitando comentar que a parte del trabajo, se le notaba el gusto a Pedro, de estar con Celia, y muy dentro de su ser, Meche, sabía que tarde o temprano, esta volvería a lastimarlo.
—Efectivamente, deberías verlos, ya casi son unos adultos.
—Si puedo lo haré, por lo pronto diles que les mando besitos con el cariño de siempre y que los extrañé mucho en Europa.
—Con gusto les diré, todo eso, de tu parte.
—Pues bien, ya no te detengo; si puedes pasar, por la casa para conversar, a mi mamá y mi hermana les encantará verte, sabes que se te quiere y bien.
—Lo haré, claro, yo también les tengo gran aprecio a las tres.
La pareja se abrazó y besó nuevamente y cada uno volvió a su lugar.
—Es Meche, acaba de regresar de Europa —dijo Pedro dirigiéndose a Celia, quien con molestia manifiesta apenas alcanzó a decir.
—Sí, ya me di cuenta el gusto que te da verla… me daban ganas de darte las llaves del cuarto para que te fueras con ella a darle la “bienvenida” como lo habrás deseado
—No tengo idea a que te refieres… sí, me da mucho gusto ver que se encuentra bien y que las cosas le están funcionando tal y como ella lo deseaba, eso es todo.
—Sí… aunque esa ni tú te la crees… si bien que me di cuenta como te la comías con los ojos, como si nunca hubieras visto a una mujer…
—Figuraciones tuyas… nada más que eso…
A Celia, no le hacía ninguna gracia la hermosa rubia que durante una época salió a pasear y convivió con sus hijos y con Pedro, había algo en ella que no le gustaba, algo que la hacía repelerla de inmediato, como si tuviera alguna enfermedad contagiosa, no quería admitir que eran celos, que al verla tan hermosa y distinguida, con esa personalidad que traía, producto de su roce con los Europeos, no pudo menos que sentirse inferior a ella, por eso buscaba una excusa.
Tenía que encontrar algo que le permitiera ocultar los celos que sentía de verla tan feliz y radiante, entonces pensó que, Meche, le recordaba, por su físico, a una vieja amiga con la que llevo muy buena amistad y por su forma de ser, la mantuvo alejada de su familia, ya que era demasiado liberal, en el sentido personal de la palabra.
Por eso no soportaba a Laura, su amiga, ya que Celia estaba segura que, Laura, le daba placer a quién se lo pidiera hombre o mujer y no tenía empacho en ofrecerlas si era necesario, era toda una jinetera descarada y por eso no le caía bien.
Por eso no la quería cerca de ella, por eso la mantenía alejada de su entorno, no quería que de la noche a la mañana se metiera con alguna persona que ella estimara o que quisiera para ella, como a Pedro, y al ver a Meche, el recuerdo de su amiga, la hacía repudiarla, lo bueno es que Pedro no la invitó a la mesa y podrían seguir tranquilos.
El resto de la velada transcurrió en cierto ambiente de tensión, de forma principal, por los celos que invadían a Celia y que esta no se atrevía a aceptar, era como el perro del hortelano, ni comía y ni dejaba comer.
Unos días más tarde, mientras caminaban por la calle 23 rumbo a las oficinas de Mexicana de Aviación, se cruzó con ellos una muchacha con la figura clásica de las bailarinas, esbelta, piernas largas y bien formadas y movimientos suaves y cadenciosos.
—¡Hey Pedro! Vaya niño, estabas perdido —exclamó al tiempo que se acercaba a él para besarlo en la mejilla con mucha familiaridad.
—Vaya Liz Mary, que gusto verte —contestó aquél.
—Tú debes ser Celia, la esposa. Pedro siempre hablaba de ti —continuaba la muchacha dirigiéndose a Celia, que únicamente hizo un gesto afirmativo con la cabeza, no pudo evitar la punzada de celos que sintió al verla besándolo.
—¿Cómo van las cosas en el Capri? —preguntó Pedro.
—Bien, pronto iremos a México en gira. Por cierto, mañana es el toque de tambor de Anisleidy, que se hace santo y me pidió que invitara a los amigos; de seguro le gustará que estés presente, ve con tu esposa, ya conoces su domicilio en Luyanó. Vayan por la tarde.
—Seguro —dijo Pedro.
Se separaron después de otro beso en la mejilla y continuaron cada uno su camino.
—¿Era esa una de tus amigas las bailarinas del Capri? —la voz de Celia, sonaba entre molesta y divertida, ya que no quería demostrar lo que en verdad sentía.
—Si, así es.
—¿Y piensas asistir al toque de tambor?
—Por supuesto, desde hace meses Anisleidy me había invitado.
—Pues ni creas que te voy a acompañar, yo tengo creencias religiosas distintas. No sabía que tú eras santero.
—Yo no soy santero, también tengo mis creencias religiosas, aunque soy respetuoso de las que cada quien profesa. Así como asisto a una primera comunión de un católico y al bar mitzvah de un judío, también puedo asistir al toque de tambor de mi amiga que se hace santo.
—Ya veremos mañana, si me siento con ánimo te acompaño.
Al día siguiente por la tarde, la pareja se encaminó al barrio de Luyanó en donde vivía la amiga de Pedro.
Al cruzar por la esquina de Reforma y Pérez, rumbo a la calle de Melones que era en donde vivía Anisleidy, Celia volteando hacia su derecha exclamó:
—Vaya tú si no tienes vergüenza, estoy segura de que a propósito pasaste por la casa de Marina. Tenme al menos un poco de respeto.
En efecto, acababan de pasar frente a la casa de Marina.
—¿Y tú cómo sabes que aquí vivía Marina? Yo nunca lo mencioné.
Celia estaba tan enojada que ya no pudo contenerse.
—Bien, tu debes haber creído que yo me iba a quedar tan tranquila cuando regresé y me enteré de tu aventura con ella. Pues para que lo sepas, averigüé donde vivía, quien es su mamá, su hermano y su padrastro y toda su familia, así como lo que hacía y con quien salía; y no me hace ninguna gracia que ahora tú me pases frente a su casa, tal vez esperando verla.
—Vaya que eres candela —Pedro reía divertido— pasé por aquí porque en la próxima esquina doblaremos a la izquierda para llegar a la casa de mi amiga.
Al llegar a casa de Anisleidy, los invitaron a pasar a un salón en donde se hallaban los invitados. En una pieza contigua estaba colocada la ofrenda a los pies de Yemayá, Orisha Madre de las Aguas, quien, al principio, cuando el mundo sólo era fuego y rocas ardientes, bajó y apagó el fuego y formó el Océano. De Yemayá salieron los ríos, los Orishas y todo lo que alienta y vive sobre la tierra.
Yemayá está sincretizada con la Virgen de Regla de San Agustín, proclamada Patrona de la Bahía de La Habana. Viste una bata adornada con serpentinas azules y blancas, símbolos del mar y la espuma, un cinto ancho de tela y un peto en forma de romboide. Luce una corona de siete puntas. Sus collares llevan siete cuentas azules seguidas de siete cuentas de cristal transparente.
La ofrenda consistía de un receptáculo o sopera coloreada de azul y blanco con florones y siete manillas o pulseras entrelazadas. Había frutas entre las cuales Pedro, distinguió el melón de agua, piña, papaya, manzanas, plátanos y naranjas.
Había también tamal de maíz, frijoles negros, sin caldo, coco quemado, y cuatro pescados enteros en un plato con rayas blancas y azules.
Volvieron al salón principal en donde se encontraban tres personas sentadas dando la espalda hacia una de las paredes con una especie de manteles de tela color azul sobre las piernas y encima de ellos el tambor “batá” correspondiente: Okónkolo, el más pequeño, Itótele, el mediano, e Iyá el tambor mas grande y bajo en su sonido.
Pronto comenzaron a tocar sus tambores y a entonar, junto con cantantes o soneros, los cantos dedicados a Yemayá.
Yemayá Asesún, Asesún Yemayá
Yemayá Olodo, Olodo Yemayá
Yemayá mayó; Yemayá mayó
Ni die dié
Toda la tarde hasta oscurecer se escucharon los tambores y cánticos. Algunas mujeres, después de hacer una ofrenda en dinero, bailaban acompañando el ritmo de los tambores formando un círculo y moviendo acompasadamente los brazos y las piernas, aquel era un espectáculo hermoso.
Anisledy hizo su entrada vestida con el traje simbólico de Yemayá en color azul y se incorporó al baile. Bailaba en forma acompasada y de frente a los tambores.
El día anterior había sido iniciada o coronada en una ceremonia que se denomina la “presentación del yabó”, persona que se inicia en la regla de Ocha, ante los Orishas. Previamente había pasado por 21 días del período de iniciación y se había purificado.
Pronto sus movimientos se hicieron mas sensuales y vigorosos.
—Quizá sea “montada” por el santo —murmuró Liz Mary al oído de Pedro, quien había escuchado que en ocasiones el santo u Orisha “monta” al iniciado y habla a través de él para que todos se enteren.
Sin embargo, en esta ocasión no sucedió así, Anisleidy bailó sensualmente durante casi una hora para terminar extenuada y feliz.
Una vez terminada la ceremonia se cambió el traje azul por un atuendo blanco.
También al final del evento se repartieron dulces, frutas y comida entre los asistentes, que en forma paulatina se fueron retirando. Pedro y Celia, hicieron lo propio después de vivir una experiencia interesante para ambos.
A fines de diciembre, ambos viajaron a la Ciudad de México. Pedro había solicitado que tuvieran listo el departamento de Leibnitz, que había estado deshabitado prácticamente dos años, de tal manera que el día de su llegada aún tenía un fuerte olor a “pinol”, un limpiador y desinfectante de pisos. Tan pronto se instalaron convinieron en reunirse con Pedro, que ya había preparado una relación de empresas para que las visitaran ofreciendo la representación en Cuba.
—¿Crees que debo ir contigo a las entrevistas? —preguntaba Celia, una mañana.
—Por supuesto, aunque deberé presentarte como mi esposa —respondía Pedro— en México cuando uno va a una cita de negocios con una mujer acompañándolo, sobre todo si es atractiva, como tú lo eres, los hombres de negocios lo ven como una frivolidad, como si uno estuviera luciendo a una conquista y consideran poco serio el trato que uno ofrezca.
Si digo que eres mi esposa cubana y que trabajas conmigo, y te comportas seriamente, sin coqueteos, sí llegarán a acuerdos con nosotros; muestra tu interés en los temas que se comenten y manifiesta tu conocimiento del mercado y las empresas cubanas.
A Celia, no le agradaba la perspectiva de que la conocieran como esposa de Pedro, pues si bien en Cuba tal situación era conveniente para ambos, ella no quería que, en México, ello la limitara en forma alguna, pues no se quería ver comprometida de antemano; sin embargo, conociendo a los mexicanos, acató la recomendación.
Si bien los últimos nueve meses habían prácticamente vivido juntos, la realidad era que Pedro y Celia eran una pareja peculiar.
Ella no estaba total o completamente enamorada de él, probablemente nunca lo había estado; y él ya no estaba enamorado de ella; al menos eso decía.
Ambos se sentían bien uno junto al otro y se divertían estando juntos. Cuando salían con los niños eran realmente una familia. Trabajaban a gusto juntos, aunque no había nada más que eso, al menos así se lo decía a ella misma.