Capítulo 3.
Ambos estaban ya arriba, su padre contaba el dinero que ambos clientes habían pagado a cambio de profanar de manera horrible el cuerpo de la muchacha, mientras ella reunía el valor para hablarle.
La muchacha estaba desnuda, únicamente una sábana fina cubría su cuerpo, su labio estaba partido y sus ojos rojos a causa de las lágrimas, pues otro hombre había ido a abusarle, uno más violento que los dos anteriores, se veía por el rabillo del ojo en el espejo y agradecía que por lo menos la hinchazón que su rostro mal formaba se había ido. Sus piernas endebles a duras penas contaban con la fuerza necesaria para aguantar su peso, el cual cada día era menos, al igual que la voluntad de su alma, al igual que su cordura, que se desvanecía como polvo en el viento.
La muchacha apenas había conseguido ducharse, el dolor que le invadía cada vez que el agua la tocaba era estremecedor. El agua parecía lava, iba quemándole cada herida que en su piel dibujada estaba. Aquellas heridas, semanas completas se tomarían para desvanecerse. Y ella tenía el presentimiento de que antes de que esas lograsen sanarse del todo, más heridas su piel mancharían.
—P-Pa...d...re... —titubeo la castaña que contenía las lágrimas, mientras trataba de ignorar el agudo dolor que tenía en su área intima—. P-Padre, yo estuve p-pensando en si tú...
—Este cuarto es un asco, te he ordenado tantas veces que lo limpies, ¿de qué manera te lo repetiré? ¿De qué manera? ¿Acaso quieres volver a ver a Alexander y a sus amigos por acá? ¡¿Acaso eso quieres?! ¡Maldita sea!
Los ojos de ella se dilataron en pavor, como a quien le hablasen de la más cruel pesadilla.
La última vez que su padre había traído a aquellos hombres había sido cuando ella había intentado escapar por primera, él los había llamado y ellos le habían entregado un dinero a su progenitor, después el grupo, que en total estaba compuesto de seis hombres, se habían llevado a Harper a un lugar que ella no conocía de ninguna forma, luego habían abusado de ella por cuatro días completos, se alternaban para hacerlo, ella lo recordaba como una horrenda pesadilla, habían atado su cuello de una pared, colocado un trozo de tela en sus ojos y la habían empezado a abusar dos al mismo tiempo, y así dos más, y no se habían detenido por unas cuatro horas, así había sido por cuatro días. Había sido una de sus peores pesadillas, había sido de esas que vivías, palpabas, en donde desearías despertar, pero caías en cuenta de que jamás te dormiste, de que aquello realmente estaba sucediendo.
De que la realidad era más cruel que cualquier pesadilla.
Ella negó frenéticamente, su padre sonrió, le gustaba ver el miedo resplandecer en aquellos ojos que tanto habían sufrido.
—Bien, aunque, ayer, ayer te comenté que los gemelos vienen, lo hice, ¿cierto?
Harper sintió aquel nudo escalando por su garganta, pero solo asintió.
Su padre se dio la vuelta, dispuesto a salir de aquel cuarto, pero ella lo llamó, haciendo que el hombre detuviera sus pasos.
—Pad-dre... yo... yo q-quisiera p-pedirte q-que me... dejaras ir al parque... h-hoy —murmuró ella con apenas un hilo de voz.
El padre de Harper se acercó a ella en tan solo dos largas zancadas y la sujetó por el cuello comprimiéndola con ambas manos. Ella tosió abruptamente y soltó algunas gotas de saliva ante el acto tan imprevisto.
—¿A qué quieres ir al parque? Dime, pequeña puta, ¿es que acaso te verás con algún muchacho? —lo preguntaba y lo afirmaba al mismo tiempo.
Harper negó como se lo permitió la situación.
—Y-Yo... no tengo amigos... yo solo iré a tomar aire, p-por favor... h-han sido muchos clientes en e-estos días... y y-yo q-quisiera t-tomar aire fresc-co... sab-bes que no t-te pido nada... te lo imploro... s-si q-quieres me arrodillo y t-te lo p-pido...
El padre de Harper soltó un suspiro y dejo libre el cuello de la fémina quien inhaló con desesperación buscando el aire que sus pulmones demandaban. Su corazón estaba malogrado. Dentro de ella escuchaba los alaridos de sueños rotos, sueños de que alguna vez su padre la mirase con un sentimiento distinto al desagrado.
—Arrodíllate, anda, quiero verte hacerlo.
Ella así obedeció y se arrodilló lo más rápido que el dolor de ser violada por horas se lo permitió.
Él la sujetó por el cabello y lo acarició, observándola desde arriba, prepotencia se veía caminar por los ojos de aquel hombre.
—Te dejaré ir, pero estarás aquí ante de las tres —el hombre tomó a Harper por la mandíbula, alzándola con fuerza—, si llegas después de las tres... —el hombre la observó a los ojos, intimidándola. —Te va a doler mucho lo que te haré y lo que te harán, créeme, créeme que jamás he sido tan serio al decir algo.
—No... te juro q-que... yo no llegaré t-tarde... —aseguró sintiendo como el olor a cigarros del aliento de su padre llegaba a ella.
—Te espero a las tres, nada de estupideces, nada de querer huir, porque sabes que te buscaré y te hallaré —concluyó el hombre saliendo de la habitación dando un portazo.
Harper suspiró con languidez y se incorporó como pudo, intentó tres veces incorporarse hasta que por fin lo consiguió.
Movió sus pasos lentos hacia su closet, abriéndolo, no pudiendo evitar esbozar una mueca en su rostro al ver todos los vestidos que su padre le compraba.
Eran solo vestidos y más vestidos.
Harper sabía que él solo le compraba aquellos vestidos así tan holgados para que así fuera más fácil que los depravados que penetraban su puerta la tocasen. Pocas veces salía, y las veces que lo hacía, lo único que hacía era con sus ojos suplicar por ayuda. Nadie nunca notó que ella gritaba de la manera más silenciosa que conocía.
La gente solo veía lo que quería ver. Y a simple vista, aquel hombre era un padre memorable que había salvado a su hija de las garras de su alcohólica madre, y que, además, la educaba desde casa, pues el padre de Harper se negaba a llevarla a la escuela, la había sacado de ésta después de verla hablando con aquel desconocido de cabello oscuro, aunque con la edad avanzada de la chica, la educación en casa claramente no serviría, pero nadie se había puesto a pensar en aquello.
Se colocaba frente al espejo y unos ojos negros la observaban, no se reconocía, no había nada familiar allí, la imagen frente a aquel espejo era la de una total desconocida, totalmente rota, con curiosidad aquellos diamantes negros observaban sus clavículas marcadas, sus hombros delgados, sus ojeras ocupando cada vez más espacio debajo de sus ojos, en su rostro se observaba un cansancio, una fatiga horrenda, cansada de ella misma, de su existencia, exhausta de cargar con aquella piel, queriéndosela arrancar de un solo tirón y olvidar por todo lo que en ella había pasado.
Extrañaba la escuela, no porque tuviese un gran grupo de amigos ahí, ni siquiera porque tuviese uno solo, simplemente la escuela fue una libertad a sus abusos, solía serlo. Pero luego de aquel día en el que su padre la había encontrado hablando con aquel chico, el hombre se había puesto histérico de la rabia y la había sacado de la escuela, la había golpeado tanto aquel día que incluso él pensó que la había asesinado. Ella había casi vomitado su propia sangre, y su padre había estado a punto de llevarla a un hospital, pero al final no lo hizo, eso lo perjudicaría, puesto que cualquiera que en sus cinco sentidos estuviese, al ver esas heridas, tan profundas y crueles, de manera inmediata incluiría a la policía.
De repente, ella sonrió un poco, recordando las ocurrencias que decía aquel muchacho con el que se encontraba en la parada de autobús, aquel muchacho de cabello oscuro y ojos preciosos, sus ocurrencias… ella no las respondía, ni le sonreía, aunque de hecho si le parecían graciosas, solo había hablado unas seis veces con él, aunque no lo conocía ni por su nombre ni nada, pero si pareció alguien agradable..., por un momento, recordando eso, ella deseó tener amigos, pero aquello era solo eso: un simple deseo.
Y ella solía admirar los deseos desde lejos, sin poder jamás cumplirlos.
Harper escogió un vestido de esos de colores opacos, el más holgado de todos, colocó su ropa interior lentamente debido al dolor que sentía y luego se cubrió con el vestido.
Bajó los escalones en todo el silencio que pudo, su padre estaba viendo la televisión mientras comía ruidosamente, ella abrió la puerta tratando de no hacer ningún ruido que molestase a su padre y caminó en dirección al parque.
Mientras caminaba tan solo sentía como tantos pensamientos la asfixiaban, tan solo quería que alguien la salvase, huir, correr muy lejos, jamás dejar de correr, jamás ser encontrada, era joven para dejarse morir así, pero siendo sincera, desde lo más profundo, ella hace mucho ya había perdido la esperanza, ella no tenía salvación, tenía sueños de ser una gran bailarina, una reconocida escultura, recorrer kilómetros mientras bailaba, que la gente la admirara por su arte, que la música le diera alas para salir del infierno.
Pero ya era muy tarde para su salvación, ella siempre pensaba, aquellos siempre eran los mismos pensamientos que llegaban a comerse su esperanza de vivir, de huir lejos: ella no podía ser salvada.
Pero lo que Harper no sabía era que estaba muy equivocada.
Y que su salvación tenía un nombre.
Y aquel era Keylan Wilson.