Harper y Keylan: el amor entre dos asesinos

PRÓLOGO: 

«Dos almas podridas en negrura que de alguna forma lograron crear su propia luz, una luz que nadie más podía apreciar, una luz paradójica cargada de oscuridad»

Como si el mismo clima estuviera al tanto, el diecisiete de septiembre del año 1982, mientras el cielo parecía quebrarse con estruendos cargados de furia, un precioso niño de pelo oscuro como el mismo carbón y ojos grises y resplandecientes, vino al mundo. Su nombre era Keylan Wilson.

Desde sus ocho años, él creció en una hermosa cuna de oro, rodeado de detalles que cualquier otra persona envidiaría, era el hijo menor de aquella elegante familia compuesta por seis integrantes, pero él no era como todos los del linaje Wilson, pues en su mente crecían las más indescriptibles monstruosidades, pensamientos que no podía controlar y lo convertían en alguien enfermo y desquiciado.

Y él comprobó que algo en su interior estaba por completo corrompido aquella vez, cuando apenas cumplía sus catorce años y frente a sus ojos, rápidos como un violento torbellino, vio a un hermoso conejo de pelo blanco pasar.

El indefenso animal, por completo ajeno al destino macabro que abría sus fauces hacia él, se acercó a Keylan, quien se hallaba agachado, dispuesto a recibirlo.

Si tan solo en los ojos grisáceos de ése muchacho, el conejo hubiese sus intenciones distinguido, tal vez sus destino no hubiese sido uno tan atroz. Una vez el animal entre sus manos, el jovencito de pelo oscuro, se tomó el tiempo de detallar cada extremo de su grácil anatomía: peludo, encantador, rápido, frágil, muy frágil, y pequeño, era aquel animalillo, tan indefenso que masacrarlo, sería la tarea más sencilla alguna vez llevada a cabo.

Por un momento quiso tranquilizarse a sí mismo y soltar al animalillo, pero sentía la depravación por sus venas correr e incinerarle, como lava que fluye con voluptuosidad de un volcán, el impulso de apretujarlo hasta matarlo no logró contenerlo, con ambas manos masacró al animalillo y en aquél entonces fue cuando él supo que era un monstruo. Aquel fue el día en el que sus manos se mancharon con sangre por primera vez.

Aquel fue el día en el que sus manos se mancharon con sangre por primera vez

Mientras él creció en cuna de oro, Harper no. Su vida era lo contrario a la de Keylan.

Su vida siempre fue aquel sufrimiento, aquel dolor constante, siempre fue muy difícil desde tan temprana edad, debido a los abusos y maltratos a los que era sometida. Perfectamente recordaba, con su mente cargada de traumas, golpe tras golpe atestado en su rostro, en noches oscuras en donde nadie la cantaba una canción de cuna, en donde no sentía el calor de lo que era una familia y de aquella vocecita femenina diciéndole que «todo estaría bien», ella también recordaba la forma en la que ella soportó en silencio todos los golpes que su progenitora descargaba en su cuerpo, con una rabia ciega y de la que Harper no conocía raíz.

Con una madre alcohólica, perdida en vicios y locura, su padre pudo conseguir rápido su custodia, pero lo que se avecinaba al vivir con aquel hombre, era la aglomeración de sus más horrendas pesadillas, era su paso al infierno, a la locura que le esperaba.

Ninguno conocía el amor, pero ambos de cierta forma soñaban con encontrarlo.

Érase una vez una pequeña niña que no conocía el odio, pero cuyo corazón fue infestado por él.

Érase una vez un niño que estaba lleno de rabia, lleno de odio, lleno de una ira incontrolable y explosiva, pero que soñaba algún día con ser amado.

Se conocían, pero no habían pasado por lo mismo, eran de clases sociales desiguales y sus historias eran muy distintas, no obstante ambos tenían trazados un camino juntos.

Él a ella prometió que ambos estarían juntos hasta el final y al conocer su historia sabrás que él si cumplió con su promesa.

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