CAPITULO 3. (parte 2)
Seguí esperando por una respuesta sin evidenciar lo incómoda que me sentía. Una chica se acercó a mí, era la que estaba dando la manicura a la otra. Me extendió la mano acompañada de una sonrisa sincera
—Hola, si, estás en el lugar correcto. Soy Andrea.
—Megan Asper —respondí estrechando su mano.
—Lo sabemos —dijo—, todas conocemos a tu hermano — una risita nerviosa salió de ella acompañada por algunas otras mejillas sonrojadas a su espalda.
Solo pude reír con ella.
—Hoy no tendremos reunión. La presidenta del grupo está enferma y hasta que no nombren a una profesora sustituta solo perdemos un poco el tiempo. ¿Qué necesitabas?.
—Bueno, yo busco eso justamente, tutorías, me quedó matemática 1 del año pasado.
—Pues has venido al lugar indicado pero deberás esperar que se nombre la nueva presidenta. Ella es quien distribuye las tutorías entre nosotras —y señaló a las otras chicas y a ella misma con su dedo—, las tutoras. ¿Te anotaste apuntaste en la lista?.
—Eh, no. No sabía que había una lista.
—No hay problema. Ten, anótateapúntate.
Me entregó un lapicerolápiz y me apunté a una hoja que estaba sujeta a una gran cartelera de corcho. La lista superaba a las treintenas de muchachas, contándome.
—¿Cuántas alumnas pueden tener cada una?
—cuatro Cuatro alumnos máximos.
—¿Y la profesora también sirve de tutora?
—No, eso va contra las reglas.
No tenía que ser un Einstein para saber que la probabilidad de que me quedará sin tutora eran muy altas. Respiré para calmar mis nervios y tomé mi teléfono para mandarle un mensaje a mi hermano.
—Hoy no habrá clases, ¿sigues esperándome?.
—Sorry hermanita, pensé que tardarías. Paso por ti en 20’veinte minutos — respondió.
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Me senté en un escritorio al lado de la chica Andrea, que continuó haciendo la manicura a la otra chica. Si este grupo de chicas eran las que harían posible que no repitiese el año y aprobara, pues más me valía comenzar a agradarles.
Y eso era una tarea bastante difícil, nunca se me dio bien hacer amistades, por lo que me sentí torpe apenas me senté con la determinación de ganarme un poco de su confianza.
Sube por mí al salón 301. Ven con todos los encantos Asper, necesito ayuda — le tecleé a mi hermano.
¿Con ropa o sin ropa?.
Reí sin poder disimularlo y ganándome algunas miradas curiosas. Ry era capaz de presentarse en boxers si se lo pedía, ya una vez yo lo salvé de un novio celoso de una forma parecida. Pero no quería matar a estas chicas con una vista de Ryan sin ropa, allí sí que me quedaría sin tutoras.
Con ropa, pero solo la necesaria — respondí.
¡Hecho!.! Te quiero —fue su último mensaje.
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Los veinte minutos me pasaron rápido. Logré entablar una conversación aleatoria y trivial con esas chicas y más de una vez nos carcajeamos con las ocurrencias que alguien comentaba. Yo no era una chica de muchas amigas, las mujeres solían odiarme y tratarme mal. Por un lado se sentían inseguras como si fuese a saltarle encima a sus novios y restregarme contra su pierna u otro miembro. A veces sentían celos si pasaba que estaba con el chico de sus sueños; envidia por la seguridad que desprendía; o rabia e incluso vergüenza por mi vida sexual activa y sin pudor.
Sus comentarios hirientes me sacaron lágrimas hasta que aprendí a que sus palabras crudas e insensibles solo era una prueba de su inmadurez. A más de una que me criticó por tener relaciones sexuales la vi detrás de las gradas del instituto arrodilladas y no precisamente rezando.
—¿Crees que me quede queda bien este color? — preguntó la chica de piel morena llamada Nazaret—, el negro debe hacerme ver más delgada, ¿no?
—Con tus ojos y ese color chocolate, deberías usar colores claros. Te quedarían bellísimos — aseguré.
—Pero evita el blanco, no quieres parecer una galleta oreo — le dijo su compañera de escritorio ganándose un codazo.
La puerta se abrió y una muy conocida melena castaña se asomó.
—Megs, ¿estás lista? — preguntó mi hermano.
Oh Dios, no lo puedo creer.
Cuando dije que usara solo la ropa necesaria tuve que ser más específica. Ryan estaba en la puerta del salón con su pecho al desnudo. Su camisa blanca estaba empapada guindando colgando de uno de sus hombros y sus pantalones estaban igual de mojados, pegados por completo a sus piernas y tan bajos que se entrevía esa V de su cadera que sabía que pararía los corazones de estas pobre criaturas a mi alrededor. Su cabello igual de húmedo goteaba sobre su rostro y su pecho. Cruzó sus brazos y flexionó sus músculos. Oí a mi espalda algunos suspiros ahogados y escuchaba menos respiraciones de las que debían ser, alguien dejó de oxigenarse.
—Si no lo estás puedo esperar —sonrió con amplitud disfrutando el momento—, no creo que a las chicas les moleste mi presencia.
Un grito ahogado descubrió a Nazaret y Ryan solo le guiñó el ojo. ¡Dios!, las va a matar a todas. Me levanté cuidando que no notaran mi sonrisa y me giré para despedirme de ellas. Pero pude haber tomado un lápiz y habérmelo clavado en el ojo en su presencia y aun así no me hubiesen notado. Carla, babeaba literalmente sobre el pupitre y ella era la que parecía más consciente de todas. Solo Andrea se logró espabilar para decirme un tímido adiós con sus mejillas encendidas en escarlata.
Llegué a la puerta pero Ryan no se movía, lo hice retroceder a empujones y aúnaun así metió su cabeza por el resquicio para despedirse.
—Nos vemos bellas — ronroneó su mejor voz seductora.
Cerré la puerta y no habíamos dado un par de pasos cuando escuché gritos histéricos que nos hicieron reír.
—Tú y yo debemos definir mejor nuestros códigos. Ayuda no significa llegar sin camisa, mojado y hacerle creer a esas chicas que las azotarías en un cuarto rojo, en cualquier momento. Eso guárdalo para cuando pida la caballería.
—Primero: esto —y se señaló el pecho y la camisa— fue solo casualidad; y segundo no haría nada que ellas no quisieran y si hubieses visto las miradas que me daban, él que debía tener miedo de ser azotado y amordazado era yo. Podré tener 50 cincuenta sombras, pero te juro que ellas tienen más.
Reí y giré los ojos.
—¿Y qué te pasó?— cuestioné subiendo al autococheautomóvil.
—Melissa pasó.
Ryan se sentó a mi lado en boxer, la ropa húmeda tuvo que dejarla en la maleta del autococheautomóvil. Le di un golpe en el hombro en cuanto puso el motor en marcha. Odiaba a Psicomelissa y él lo sabía. Me daba terror que estuviese con ella porque esa chica tenía una obsesión con él, tanto que incluso llegó a expresar sus celos por mí.
Soy su hermana por Dios santo.