El hombre de aquella noche.
Estaba completamente furiosa porque no me permitían ver a mi hermano. Mi padre prácticamente me chantajeó para que asistiera a una cena aburridísima en su casa. Allí estaban mis hermanastras, las hijas de su nueva mujer. Sofía, que era bastante callada, y Eva, con quien había encontrado a mi ex en la cama.
Para empeorar las cosas, el imbécil de Bruno Mussi, o como se llame, también estaba presente. Lo odiaba profundamente. No podía evitar notar cómo Eva no dejaba de coquetear con él, y eso solo me enervaba más.
En lugar de prestarle atención a la incómoda escena, me dediqué a hacerle cosquillas a Mateo, mi hermanito, quien no paraba de reírse.
—Ya, Ally —dijo Mateo, entre risas—. Estás haciendo cosquillas por todas partes.
—Lo sé, mi amor —le respondí con una sonrisa forzada, tratando de mantener la calma. Era lo único que podía hacer para desviar mi atención del caos que se desarrollaba a mi alrededor.
Eva seguía coqueteando con Bruno, lanzándole miradas seductoras que me hacían hervir de rabia. Cada gesto, cada sonrisa, parecía una burla hacia mí. Me centré en Mateo, ignorando todo lo demás mientras esperaba pacientemente a que la tortura de la cena llegara a su fin.
—Ally, ¿por qué no te unes a la conversación? —me preguntó Eva con una sonrisa que no lograba ocultar su desdén.
—No estoy de humor para socializar —respondí cortante, sin siquiera mirarla. Mi enfoque seguía en Mateo, quien seguía riendo mientras yo le hacía cosquillas.
—No seas tan dramática, Ally —intervino Sofía, con su tono reservado y distante.
—No estoy siendo dramática, simplemente no tengo ganas de fingir que me importa esta cena —le contesté, con la voz más firme de lo que me sentía.
Bruno se acercó a la mesa, aparentemente ajeno a la tensión. Lo miré de reojo, odiando aún más su presencia. Se acomodó en una silla y empezó a conversar animadamente con Eva, quien claramente estaba encantada con la atención.
Cuando finalmente se sirvió la cena, traté de mantenerme al margen, ocupándome de Mateo mientras el resto de la conversación giraba en torno a temas que no me interesaban en absoluto. No podía dejar de pensar en cómo mi padre había usado a mi hermano como una excusa para obligarme a esta tortura.
—¿Por qué no te unes a nosotros, Ally? —insistió mi padre, notando mi evidente incomodidad.
—Prefiero quedarme con Mateo —dije, mientras lo abrazaba con más fuerza—. Él es la única parte de esta familia que realmente me importa.
Mi padre suspiró, frustrado, y se volvió a la conversación con Bruno y las demás. Yo continué haciendo cosquillas a Mateo, esperando con ansias el momento en que pudiera escapar de esta cena y regresar a la seguridad de mi propio espacio, lejos de todas las intrigas y tensiones familiares.
Me alejé de la mesa y fui a la cocina, buscando un respiro y un vaso con agua. La tensión en la sala era abrumadora, y necesitaba un momento para calmarme. Mientras me servía el agua, sentí una mano en mi cintura que me hizo dar un brinco.
—¿Quién te crees que eres para tocarme? —dije, girándome bruscamente para enfrentar a Bruno, con los ojos llenos de furia.
Bruno, con una sonrisa juguetona, se acercó aún más.
—Vaya, qué carácter tan encantador —comentó, su voz llena de un tono seductor—. No puedo evitarlo, me atrae tu actitud.
—Déjame en paz, Bruno —le advertí, tratando de mantener la calma mientras me alejaba de él.
—Oh, vamos, no seas así —dijo él, acercándose aún más—. Solo estoy tratando de conocerte un poco mejor.
—No estoy interesada en conocerte —respondí, con firmeza—. Además, ya tengo suficientes problemas sin tener que lidiar con tu coqueteo desagradable.
Bruno no parecía amedrentado por mi rechazo. En cambio, su sonrisa se volvió más ancha, como si disfrutara de mi resistencia.
—No es necesario ser tan dura —dijo, acercándose a mí con una mirada de interés—. A veces, es bueno relajarse y disfrutar un poco. ¿No lo crees?
Me sacudí, intentando liberarme de su agarre y alejándome aún más. La última cosa que necesitaba era más complicaciones en mi vida.
—Lo que necesito ahora es estar sola —dije con determinación—. Así que si no tienes nada más que decir, te agradecería que te mantengas a distancia.
Con una última sonrisa enigmática, Bruno levantó las manos en señal de rendición y dio un paso atrás.
Cuando Bruno comenzó a acercarse a mí, mi instinto de protegerme me llevó a actuar sin pensar. Tomé lo primero que encontré sobre la encimera y, en un acto impulsivo, le lancé el contenido del vaso. El impacto fue inmediato, pero no fue agua lo que salió disparado; era café hirviendo.
—¡Lo siento, lo siento! —me disculpé frenéticamente mientras veía el café escurrirse por su camisa.
Bruno se quejaba, agitando sus manos para tratar de enfriar la quemadura. Me apresuré a ayudarle, tratando de quitarle la camisa manchada y quemada.
—¡Dios, lo siento mucho! —repetí, mientras intentaba minimizar el daño, sin poder evitar sentirme culpable.
En ese momento, noté el tatuaje en su espalda: una rosa estilizada que reconocí inmediatamente. Mi corazón dio un vuelco al darme cuenta de a quién estaba tratando.
—No puede ser, eres tú —dije con voz temblorosa, el reconocimiento y la sorpresa mezclándose en mi tono.
Bruno, aún con la camisa arrugada en la mano, me miró con una mezcla de dolor y sorpresa.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, frunciendo el ceño mientras intentaba entender mi reacción.
—Eres el hombre con el que... —empecé, antes de darme cuenta de que no podía decirlo abiertamente. Solo me quedé mirándolo con incredulidad—. Eres el mismo de aquella noche.
Bruno se quedó en silencio, su expresión cambiando a una mezcla de comprensión y diversión.
—Así que ahora entendemos por qué tienes tanto carácter —dijo, su tono de voz sugiriendo una mezcla de admiración y desafío—. Esto solo hace las cosas más interesantes.
Me sentí atrapada entre la vergüenza y la frustración. No solo estaba lidiando con la situación incómoda de la cena, sino que ahora me enfrentaba a un recordatorio inesperado de mi noche más vergonzosa.
—Esto no está bien —murmuré, tratando de controlar mi enojo y la confusión.
Me di la vuelta, preparándome para salir de la cocina cuando Bruno me detuvo.
—Ally, espera. —Su voz era más suave, casi conciliadora—. Vamos a hablar, cariño.
No me contuve y le pegué un puntapié y luego simplemente salí corriendo del lugar. No deseaba verlo nunca más.