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Beso robado

El enojo me quemaba por dentro mientras subía las escaleras hacia mi habitación. No podía creer que Bruno siguiera acosándome. Mi cabeza daba vueltas con pensamientos de rabia. ¿Qué se creía ese imbécil? Apenas llegué a la habitación, me quité la ropa y me metí a la ducha, tratando de despejar mi mente con el agua caliente, pero no podía sacármelo de la cabeza. Su constante presencia, su descaro. Todo en él me revolvía el estómago.

Después de la ducha, me puse una bata y escuché un ruido proveniente de la parte baja del departamento. Me tensé de inmediato. Sabía que Adán no estaba, y no esperaba a nadie. Bajé las escaleras, cada paso más rápido que el anterior, y al llegar al pie de las escaleras, lo vi.

El maldito Bruno estaba allí, parado con una sonrisa arrogante que me hizo hervir la sangre.

—¿Qué haces tú aquí? —le solté con la voz cargada de odio, mientras apretaba los puños.

—Te ves hermosa, cariño —dijo, mirándome de arriba abajo sin el más mínimo respeto. Sus ojos recorrieron mi cuerpo como si fuera su propiedad—. Solo olvidaste tu bolso, pensé que te gustaría tenerlo de vuelta.

Noté el bolso en su mano, pero no era su intención noble lo que me hacía hervir de rabia. Todo en su mirada, en su manera de acercarse, me ponía al límite.

—Lárgate, Bruno. No estoy jugando —le advertí, con la voz firme, aunque mis manos temblaban ligeramente de la furia contenida.

En lugar de marcharse, sonrió aún más y cerró la puerta detrás de él con un golpe seco. Su mirada no se apartaba de la mía mientras se acercaba lentamente, y yo retrocedía hasta que sentí la pared fría detrás de mí. Estaba lista para levantar la mano y golpearlo con todas mis fuerzas, cuando de repente se abalanzó sobre mí y me besó con brutalidad.

El asco y la furia se mezclaron en mi interior mientras luchaba por apartarlo, pero sus manos eran firmes, sosteniéndome contra la pared. Su boca se movía sobre la mía con fuerza, sin darme un respiro. Empujé su pecho, pero él no cedía. Mi mente gritaba, pero mi cuerpo se encontraba paralizado por la intensidad del momento, por la confusión, por el miedo.

—Bruno... suéltame... —logré decir entre jadeos, pero él solo me sostuvo más fuerte.

—Sabes que no puedes resistirme, Alicia —susurró, su aliento caliente en mi oído mientras sus manos se deslizaban por mi cintura—. Te tuve una vez, y lo haré de nuevo.

Me empujó contra la pared con una fuerza controlada, lo suficiente como para que no pudiera moverme, pero sin hacerme daño. Su boca descendió rápidamente hacia mi cuello, y sentí el calor de sus labios mientras lamía mi piel con una mezcla de deseo y posesividad. Mordió suavemente mi oreja, y no pude evitar sentir una corriente de placer recorrerme, aunque mi mente gritaba lo contrario. Lo odiaba, odiaba cómo me hacía sentir, pero mi cuerpo traicionaba cada pensamiento de resistencia.

Sus manos hábiles encontraron el nudo de mi bata y lo deshicieron con facilidad, dejando que la tela se aflojara alrededor de mi cuerpo. Mi respiración se volvió errática, atrapada entre la necesidad de gritarle que se detuviera y la inquietante realidad de que, por más que lo odiara, mi cuerpo estaba respondiendo de una manera que no podía controlar.

—Bruno... —traté de protestar, pero mi voz salió débil, casi como un susurro perdido entre la tensión del momento.

Él ignoró completamente mi intento de detenerlo y deslizó sus manos por mis costados, dejando que la bata se abriera lentamente mientras continuaba besando y lamiendo mi cuello. Cada roce de sus labios me hacía estremecer, y cuando sus dedos rozaron mi piel desnuda, mi cuerpo se tensó aún más.

—Sabes que te gusta... —murmuró contra mi piel, mientras sus manos comenzaban a explorar con más audacia.

Sabía que no debía permitirle avanzar, que debía detenerlo, pero estaba atrapada en una mezcla de emociones: asco, placer, confusión... No podía encontrar la fuerza para apartarlo.

Sentí el calor de sus palabras en mi piel mientras sus manos seguían recorriendo mi cuerpo, enviando una mezcla de sensaciones por todo mi ser.

—Ally, me encanta tu piel, podría recorrerla por horas —murmuró contra mi cuello, su aliento cálido contrastando con el frío de mi cuerpo tembloroso.

Un escalofrío me recorrió, pero no supe si era de placer o repulsión. Quería gritarle que se detuviera, que me dejara en paz, pero las palabras se atoraron en mi garganta. Mi mente estaba hecha un caos; lo odiaba, odiaba cómo se atrevía a invadir mi espacio, pero había algo en su toque, en la forma en que sus labios se deslizaban por mi piel, que me paralizaba.

—Basta... —mi voz salió quebrada, apenas un susurro.

Sin embargo, fuimos interrumpidos porque llegó Adam.

Me quedé helada mientras veía a Bruno acomodarse el pantalón, claramente molesto por la interrupción, pero con esa maldita sonrisa arrogante en su rostro. Sabía perfectamente lo que había estado a punto de pasar y se estaba regodeando en ello.

—Nos veremos pronto, cariño —dijo con una mezcla de burla y deseo antes de salir por la puerta, dejándome con una mezcla de ira y confusión.

Cuando Adam entró por completo al departamento, me miró con una expresión que era una mezcla de sorpresa y preocupación. Me apretaba la bata, intentando ocultar el caos que Bruno había dejado tras su invasión.

—¿Interrumpí algo? —preguntó Adam, su voz sonaba más seria de lo habitual.

Lo miré sin saber qué responder. Estaba demasiado agitada, demasiado avergonzada, y al mismo tiempo, furiosa por haber permitido que Bruno se acercara tanto otra vez.

—No, no es lo que parece —le dije, mi voz apenas saliendo de entre mis labios, todavía sintiendo el peso de los dedos de Bruno en mi piel.

Adam frunció el ceño, claramente preocupado. Era mi amigo, mi confidente, y aunque no habíamos hablado de Bruno, sabía que él podía intuir que algo no andaba bien.

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