Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo IV

—Dado que usted es un catedrático en anatomía humana, quisiera que me diera su opinión sincera sobre la mía —y al decir estas palabras, Perla, se despojó de su bata dejándola caer a sus pies, quedando desnuda por completo, ante la mirada sorprendida del maestro

Perla Grajales, de 25 años de edad, 1.62 de estatura, piel blanca, rostro hermoso, ojos grandes y de mirada profunda, boca de tamaño regular, labios carnosos, nariz respingada, cabello castaño claro, siempre hasta los hombros, con un cuerpo que no le pedía nada a nadie, además de que era muy sensual y coqueta.

Estaba ahí frene al maestro, luciendo toda su hermosa anatomía, al natural y sin pudores, el mentor, incapaz de resistirse a lo que veía, musitó con un sincero deseo:

—¡Está usted preciosa, divina!

—¿De verdad se lo parezco, maestro? ¿No me está mintiendo para no hacerme sentir mal?

Al ver que el maestro la admiraba de aquella manera tan descarada, con lujuria en la mirada, y un deseo ardiente en su rostro, ella caminó, voluptuosa y sensual, acortando la distancia hacia el profesor, que la contemplaba confundido, sin atrever a moverse, y sin darle tiempo a nada, Perla, lo abrazó pegando su boca a la de él.

El mentor correspondió con toda la pasión que había acumulado a lo largo de los años, en los que a las mujeres bellas sólo podía admirarlas a distancia, mientras que sus manos comenzaban a recorrer el cuerpo delicioso y bello de Perla, quién, aunque sabía que los estábamos espiando, viendo toda aquella acción, se dejó manosear.

Sus bocas se separaron y el maestro se adueñó de una de las duras y suculentas, chiches de ella mamando con desesperación y con un placer que se le notaba en el rostro.

Perla, lucia excitada, todas nos dábamos cuenta de ello, y esa excitación aumento cuando él maestro dejó el pezón de la muchacha para bajar directamente a la peluda intimidad, en la cual clavó su boca, su lengua penetró en la húmeda y aromática vagina, tratando de paladear las mieles íntimas de nuestra compañera, la metía y la sacaba como si así lograra mayor placer.

Mientras tanto, sus expertas manos se habían apoderado de las duras y bien formadas nalgas de Perla, apretando, masajeando, separándolas, con todo el placer que era capaz de sentir en ese momento, uno de sus dedos se clavó en el apretado orificio trasero de la estudiante que, sujetó la cabeza del maestro y la pegó más hacia su cuerpo, al tiempo que se movía frenética, jadeando de placer, disfrutando plenamente de aquella ofrenda a su belleza.

Ella misma nos contó que rápidamente alcanzó el orgasmo, luego levantó al maestro y lo besó con pasión, quería probar el sabor de las mieles de su propio sexo, que aún brillaban en los labios y en la lengua de aquel hombre que la había hecho gozar.

Con verdadera experiencia, rayando en la maestría, desnudo al profesor y su mano se apoderó del excitado miembro, que mostraba un buen tamaño, ideal para una rica sesión de placer.

La otra mano comenzó a acariciarle las piernas, el maestro se estremeció y recorrió toda la piel de ella, Perla, se arrodillo y pasó aquel instrumento de carne dura y palpitante, por sus mejillas de lado a lado, pasándolo primero por su boca entreabierta y húmeda, para luego, al final, meterla a su cavidad bucal, claramente podíamos ver como succionaba como si bombeara en espera de la salida de la simiente del profesor.

Cuando este se encontraba a punto de llegar al clímax, ella se separó y poniéndose de pie dijo coqueta y sugestiva, viéndolo a los ojos:

—¿Te gustaría meterme ese rico garrote en mi vagina? Te aseguro que es deliciosa y te hará gozar como nunca lo soñaste en tu vida —le preguntó incitándolo al parche.

—S-sí... sí quiero metértela, muñequita linda —contesto el maestro conteniendo apenas la excitación que lo embargaba de pies a cabeza.

—Bueno, te voy a dejar, sólo que, antes tienes que concederme un caprichito que tengo y después te daré una parchada tan rica que durante toda tu vida la recordaras con placer y delirio —insistió ella enardeciéndolo más, mentalmente, para manejarlo a su antojo.

—Lo que tú me pidas, reinita.

—Bueno, entonces quiero que te pongas en cuatro patas y que me beses los pies, eso me excita mucho, casi me hace llegar al orgasmo como nada, además tienes que ladrar como perrito y mover la cola al hacerlo.

—Pero es que eso... me parece...

—Si no quieres no lo hagas, lo único que yo quería era estar más caliente para complacerte en todo, pero si tu no lo deseas, pues ni modo así lo dejaremos ya —dijo Perla, con crueldad y sadismo viendo la desesperación del maestro.

—Está bien... está bien, lo haré tal y como tú quieres.

Y ante los ojos de todas nosotras que espiábamos, el maestro se puso en cuatro patas y comenzó a mover sus desnudas, huesudas y caídas nalgas, simulando que movía un rabo invisible, luego se acercó a los pies de ella y no solo los beso, sino que los lamió dócilmente, Perla, se movió de lugar llamándolo al tiempo que le chasqueaba los dedos.

El maestro gateo hacia ella como si fuera su cachorro, nuestra compañera hizo una seña y el maestro se levantó sobre sus rodillas con las manos al frente dobladas como los perros que esperaban una caricia o un regalo de sus amos, ella le sobo la cabeza al tiempo que decía:

—Ahora si te has ganado mi pasión, vamos, métemela toda y hazme sentir mujer, quiero tener varias venidas con tu macana dentro de mí.

Tal vez mi lenguaje le parezca vulgar y corriente, claro, que ella se expresaba así y tal vez con mayor obscenidad, se lo cuento de esta forma para que se dé cuenta clara de cómo era Perla, en su comportamiento cuando quería conseguir algo.

Bueno, pues una vez que le dijo eso al maestro, se recostó en el suelo tendida sobre su bata, el mentor se montó sobre de ella y la penetró de un solo impulso, ensartándola con facilidad, se movían frenéticos como fieras en celo que se ayuntaran.

En aquel momento el mundo había terminado para ellos, no les importaba nada, ni estarse amando en el salón de clases, tal vez si hubiéramos entrado todas, ni por enterados se hubieran dado, solo les interesaba satisfacer sus deseos pasionales.

Cuando por fin llegaron a la cúspide del amor disfrutaron de su orgasmo mutuo y después, Perla, se levantó poniéndose la bata, el maestro mientras se vestía le dijo amoroso:

—Puedes contar con que tienes todo el año aprobado, solo una cosa te pido, que de vez en cuando pienses en mí y pasemos juntos una tarde o una noche como esta.

—Procuraré hacerlo…

Salió del salón y se reunió con nosotras, burlándose de manera cínica y abierta de lo que había hecho con el caliente maestro. Y no sólo eso, sino que nos mostró su celular, la muy cabrona, había estado grabando todo lo que hiciera, desde que ingresara al salón colocó el teléfono de manera que la cámara abarcara el sitio donde ella pensaba hacer su espectáculo.

—Es un pobre pendejo, estoy segura que, con otra buena cogida, que le dé, hará lo que se me pegue mi jodida gana. Infeliz libidinoso, ja, ja, ja... cagado se veía moviendo las nalgas como lo hace un pinche perro lame huevos como él —comentaba Perla viendo el vídeo.

Ella tenía un novio oficial, su nombre es Danilo Contreras, el cual es celoso en extremo y obviamente no sabía las andadas de su querida, pura y virginal noviecita, bueno, al menos así es como él la creía. Por eso esa tarde le dije como respuesta a sus burlas hacia el maestro:

—Perla, haces muy mal, debes cambiar tu forma de ser… ya debes controlarte, así sólo quedas mal con todos, además, Danilo te quiere de verdad, tu misma sabes que desea casarse contigo, es un buen muchacho, sencillo y trabajador, y...

—¡Bah!... ¡Ese pobre imbécil no vale la pena!... ni quien piense en él, como hombre no me sirve y mientras yo pueda divertirme por otros lados, lo voy hacer hasta que se me pegue la gana. Es más, si me caso con él tendré mucho cuidado en procurarme una buena dotación de amantes para que no me falte placer —me decía ridiculizando a su enamorado.

—Es peligroso jugar con fuego, Perla, tarde o temprano te puedes quemar y las lamentaciones vendrán con el fracaso, piénsalo —le dije

—Yo no tengo que pensar en nada, nunca le he tenido miedo a nadie y mucho menos al infeliz de Danilo, que, aunque me ha amenazado de que si me sorprende engañándolo me va a matar junto con mi amante. No le temo, sé que antes de tocarme un pelo, es capaz de suicidarse primero, además la vida es corta y hay que disfrutarla plenamente gozándola rico.

—Ojalá y no te arrepientas algún día de lo que haces. Recuerda que cuando se juega, no siempre se puede ganar y duele más perder cuando una menos se lo espera —le advertí.

—Las que nacimos para vencer siempre, nunca rehuimos un reto, sé jugar lo mío no me pueden ganar de ninguna manera, así que olvídalo ya y no te atormentes por mí.

Sin hacer caso de consejos de nadie, ella siguió su vida de libertinaje, acostándose con cuanto hombre le gustara o le conviniera, volviéndose cada día más experta en las relaciones sexuales, era de las que no se detenía ante nada ni por nadie.

Algo que no me consta, aunque que se murmuro mucho, fue que hasta con una de las maestras tuvo intensas relaciones lésbicas, eso nunca confirmado, y cuando le preguntábamos a Perla, sólo se reía y comentaba que lo mejor era no decir ni si, ni no, porque podría suceder, con lo que nos dejaba con las mismas dudas sobre el asunto.

La última conquista que le conocimos, fue un cirujano, el médico le doblaba la edad, aunque es muy apuesto y varonil, muy velludo como le gustaban a Perla.

Ella misma nos contó que él la anduvo pretendiendo varios días hasta que finalmente se encontraron en un elevador, atorados entre dos pisos y ahí la abrazo y la beso sin asegurar que nunca antes la habían besado de aquella manera, con pequeñas mordidas en los labios y lengua, haciéndola estremecer de placer anticipado.

Las manos del galeno, subieron bajo la bata de ella y le quitó las diminutas pantaletas, que acostumbraba a utilizar, él sólo se bajó el cierre del pantalón y se sacó, al decir de la propia Perla, la reata más larga y gruesa que jamás había visto.

Dijo que de sólo contemplarla sintió que tenía un fuerte orgasmo, el cirujano la tomó por las nalgas y la levantó un poco con sus manos sin dejar de besarla, ella tomó el chile de él y se lo colocó a la entrada de la vagina, deseosa de disfrutarlo plenamente.

Julián Juárez, el cirujano, dobló un poco sus rodillas y comenzó a hacerle el amor, así de pie, ella lo abrazó por el cuello y él la recargo contra la pared del elevador, lo que aprovechó Perla, para colocar sus hermosas piernas alrededor de la cintura del cirujano.

Los movimientos de las caderas fueron suaves, sin prisa, disfrutando los dos de cada entrada y salida, mientras se besaban y se acariciaban, cuando estaban por llegar al orgasmo, Julián le pidió que se pusiera en cuatro patas, ella obedeció y él se le montó haciéndole el amor de “a chivito en precipicio”, de esta manera alcanzaron el orgasmo.

Agitados, sudorosos y satisfechos, mientras se acomodaban las ropas y volvían a poner el elevador a funcionar, Perla, le dijo con sinceridad:

—Te juro que desde que te vi, tuve deseos de ser sólo tuya.

—Lo mismo me paso a mí cuando te vi moviendo ese sabroso culo por los pasillos del hospital, por la forma en que te meneas, supe que cogerías sabroso —respondió él.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.