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Capítulo III

—Me quedo a su lado, comandante y me pongo a sus órdenes —respondió Juan.

—Excelente, ya verá que nos vamos a entender muy bien… no tengo problemas en que trabaje los asuntos como quiera, sólo espero resultados y con eso lo apoyaré en todo.

Casi seis meses después, el comandante Claudio Benítez, fue promovido a la policía judicial federal y se llevó con él, a los mejores de su grupo de investigadores, entre ellos iba Juan González con el que había trabado muy bien los casos que se les asignaron.

A medida que se acercaban a la casa de huéspedes, Juan volvió a la realidad, apartando a Carmela, de sus re¬cuerdos. A unas calles del lugar, él sonrió con cierta tristeza al pensar:

—“Fueron los días más felices de mi vida, ella vivía ahí, en esa casa de huéspedes, por eso sé que sólo reciben mujeres estudiantes, en fin, guardo un bello recuerdo de Carmela, estoy seguro que nadie podrá sacarla nunca de mi corazón”.

Un estremecimiento involuntario recorrió su cuerpo al entrar a la casa de huéspedes volvió a pensar en su amada Carmela, fue como si la viera en las escaleras sonriéndole.

Pensó en las tardes en que la condujo hasta ese sitio y la vio desaparecer tras la puerta, con su andar cadencioso despertando los más mórbidos deseos con el movimiento de sus ricas nalgas y sobre todo por el vaivén de su estrecha cintura, que permitía que su curvada cadera se balanceara con ese ritmo sensual que tenía al caminar.

La llegada intempestiva de Natalia evito que volviera a sus cavilaciones.

—Buenos días... ¿Son ustedes de la policía? —les preguntó.

—Sí, yo soy Juan González y él es el agente Noriega.

—Mucho gusto, yo soy Natalia Guzmán, yo fui quien los llamó, si quieren seguir-me los llevaré hasta donde está el cadáver de nuestra compañera.

Ellos asintieron y siguiendo a la muchacha, penetraron hasta la recámara del crimen, al llegar la voz de Juan sonó profesional, sin matices:

—Espero que no hayan tocado nada

—No, agente, todo está como lo encontramos hace unos minutos, al despertarnos los gritos de la señora encargada de la casa, que se desmayó.

Juan, penetró a la recámara acercándose al cuerpo de la estudiante asesinada, todo el equipo de peritos, tomaba sus posiciones y trabajaban sobre el asunto.

Mientras el médico legista hacía su examen preliminar, los peritos buscaban huellas, todos concentrados en las labores que realizaban, Juan, vio un momento el cadáver y luego salió a iniciar su interrogatorio con quien había descubierto el cuerpo.

Hablaría con todas y cada una de ellas para darse una clara visión de los hechos, primero, con la encargada de la casa quien respondió asustada:

—Sí, señor, yo la encontré cuan¬do vine a despertarlas, fue algo es¬pantoso, sus compañeras aún dormían, despertaron cuando comencé a gritar, después me desmayé y ya no supe más.

—¿Escuchó algo por la noche, algún ruido...? ¿No se dio cuenta de lo que ocurría en el dormitorio? —Juan, les hizo las mismas preguntas a las estudiantes que compartían la habituación escenario del crimen— Cualquier cosa que recuerde puede servir, por insignificante que le parezca, piense y responda lo primero que le llegue a la cabeza.

Todas negaron ante aquellas preguntas, sólo que, el instinto de Juan, le decía que había algo más en todo aquello, así que siguió insistiendo buscando a alguna estudiante que lo ayudara.

Tenía la sospecha de que alguien que conociera bien la casa debió cometer el crimen, ya que la ubicación de las camas y la forma de los pasillos de la casa, eran verdaderas trampas para alguien ajeno al lugar, no le hubiera sido tan sencillo llegar a la víctima.

—¿Tenía enemigos su compañera Perla, o alguien que quisiera verla muerta? —les preguntó a todas al mismo tiempo, reuniéndolas para ver sus reacciones.

—No, yo no sé de nadie que deseara algo malo para ella, siempre se portó bien y nunca me dio motivo de queja en los dos años que llevaba aquí —respondió la encargada de la casa.

El rostro de Natalia, se descompuso al oír aquello, sus palabras denotaban un profundo coraje cuando se dirigió al agente para decirle:

—Yo no sé si tenía enemigos o no, aunque, tarde o temprano iba a terminar así, era una puta sin moral alguna, que disfrazaba su verdadera personalidad estudiando para engañar a todos, por eso es que, jamás supieron cómo era en realidad.

Una de las compañeras de Perla, intervino obligándola a callar:

—¡No, Natalia...! No digas eso, será mejor que te quedes callada —intervino Claudia.

Juan se acercó a Claudia y con energía le hablo:

—Déjela que siga hablando, de lo que ella diga podemos encontrar una pista que nos lleve hasta el asesino, no tiene caso que se calle las cosas, tarde o temprano descubriré toda la verdad que rodea a este asunto.

—Es que Perla era mi mejor amiga y no me gusta que hablen mal de ella, sobre todo que digan cosas que ofendan su memoria, más ahora que ya está muerta y no puede defenderse —replico Claudia con determinación y valentía.

—Yo no pretendo ofenderla, sólo digo la verdad, es más, tu bien sabes que no miento, esa puta desgraciada no merecía vivir, por eso le rompieron la madre —insistió Natalia, sin ocultar el profundo coraje que sentía en contra de la occisa.

—Tal vez, Natalia, sólo que, ni tú ni yo podemos juzgarla, ella tenía sus propias razones para ser como era, aunque algunas piensen que era de lo peor, aunque para otras como tú, era motivo de envidia su conducta —defendió Claudia, su punto de vista.

—Eso sí que no, yo no le envidiaba nada, por el contrario, me daba gusto no ser como ella, además no dudo que tu conozcas bien esas razones de las que hablas, a ti te contaba todo, no solo eras su mejor amiga, sino también su confidente y tal vez hasta su alcahueta.

—Por eso mismo, no quiero que comentes nada negativo de Perla, no sólo por respeto a su cadáver, sino por atención a su padre que la adoraba por sobre todas las cosas y si la noticia lo va a impactar, será peor si escucha chismes y rumores sobre de ella.

—¡Pobre de ese señor… me da lástima! Él la tenía en el mejor de los conceptos, y ella no lo comprendía así, no sólo no correspondía al cariño y consejos de su padre, era una infeliz sin moral y sin principios que no se detenía ante nada cuando quería algo.

Juan, se había concretado a oírlas discutir, sabía que en aquellas situaciones salen cosas que muchas veces se ocultan en los interrogatorios, sólo que, el momento de hacer preguntas había llegado, así que saco un cigarrillo y mientras lo encendió se dirigió a Natalia:

—Quiero que me diga en concreto que era lo que ella hacía que a usted le parece tan pecaminoso y reprobable, explíquemelo con detalles por favor —le dijo con seriedad.

—Era una perdida en toda le extensión de la palabra, se acostaba con todos los maestros de la escuela de enfermería, donde las tres estudiamos, además con varios de los médicos Internos del hospital donde realizamos nuestras prácticas.

En pocas palabras se revolcaba con cualquiera que a ella le conviniera, no se detenía ante nada ni ante nadie para obtener buenas calificaciones o ganarnos alguna apuesta a cualquiera de nosotras, que en verdad estudiamos o que nos damos nuestro lugar cuando alguno de los Internos del hospital nos pretendía.

Ella quería ser siempre la atracción principal y no permitía que tuviéramos un noviazgo limpio, siempre se interponía seduciéndolos y cogiendo con todo ellos —la voz de Natalia, era dura y estaba cargada de odio y de un rencor profundo.

Juan, la escuchaba atentamente, sabía que había encendido la mecha y no tenía que dejar que se apagara, su mente mientras tanto, trabajaba a toda prisa.

—“¿Era una estudiante o una ramera? No lo sé, pero al parecer era una verdadera fichita, no sé porque, aunque presiento que me voy a enfrentar con algunas sorpresas desagradables para todos, en este asunto, en fin, ya veremos que sale” —pensaba Juan, analizando la situación que se clarificaba con las palabras de aquella resentida estudiante.

Natalia seguía hablando y Juan, volvió a tomar nota mental de lo que ella le explicaba:

—Todas en la escuela nos dábamos cuenta de sus porquerías, unas la alentaban a seguir, otras permanecían al margen y muy pocas, como yo, tratábamos de que se comportara de otra manera, que ya le bajara un poco al ritmo de cosas que hacía.

Recuerdo claramente que en una ocasión, el maestro de Anatomía y Fisiología, la regañó delante de todas en el salón de clases, por la forma en que vestía.

Y es que, ella, con el uniforme más corto de lo debido, escotado de tal forma que sus senos casi los traía al aire, aunque el principal motivo del regaño, fue su forma de sentarse, lo hacía de tal manera que toda su ropa interior se podía ver con claridad.

Esto es, se sentaba en el pupitre y abría las piernas de una manera descarada, como si se estuviera exhibiendo para todos, lo cual al maestro no le pareció correcto.

Perla, la usaba interior transparente, bueno, cuando se ponía calzones, porque la mayor parte de las veces no los usaba, decía que así se sentía más cómoda y le agradaba.

Total, que, en aquella ocasión, el maestro, un hombre de unos 48 años, moralista, delgado, con un carácter amargado y apocado, del que los demás maestros y maestras, sacaban provecho, se dio cuenta de la forma tan descarada de sentarse de ella y no se aguantó…

—Le voy a suplicar señorita Grajales, que procure traer batas más decentes, esta es un aula de clases y no un prostíbulo, viene a aprender anatomía y no a enseñar la suya.

Espero que esto no se repita o tendré que reportarla a la dirección para que le apliquen el debido correctivo y se comporte como debe de ser —le dijo el maestro muy molesto.

Perla, no le respondió, aunque lo vio con altivez y reto, con todo su cora¬je, cuando el maestro termino de re¬gañarla, continuó con su clase, al salir, Perla, nos llamó y nos dijo:

—Pinche viejo hipócrita, se hace el muy puritano, pero bien que voltea a verme las piernas cada vez que puede, yo le voy a bajar esos humos que tiene. Le enseñaré lo que es una mujer, bueno si aún se le para al cabrón, porque a su edad yo creo que ya no tiene erecciones.

Me lo voy a coger, sí, voy a hacer que se humille ante mí, a ver si no se muere de un infarto, porque estoy segura que en toda su estúpida vida no ha tenido una mujer como yo.

Traté de disuadirla hacer de aquello que intentaba, sólo que, no me hizo caso.

—Perla, no la riegues, el maestro sólo cumple con su trabajo, no tienes porqué vengarte, solo baja el dobladillo de tu bata y ya. No vale la pena que te amargues por él.

—Ni madres, ese pinche viejito loco, no me va a decir como debo de vestir, a lo mejor lo que quiere es verme encuerada, y yo creo que se le va hacer su sueño realidad, así que... se los brindo, ya vera el buey, le voy a cortar el rabo y las orejas.

Al día siguiente ella se puso la bata sin ropa interior, no nos tocaba clase de anatomía, sólo que, Perla, estuvo al pendiente del maestro, cuando este se quedó solo en el salón, entró a verlo en una actitud sumisa. Era una excelente actriz cuando quería:

—Maestro, vengo a disculparme con usted, no volveré a darle motivos para que me regañe, ayer me sentí muy mal cuando lo hizo —le dijo Perla, mostrando una pena que no sentía.

—Mire, Perla, usted es buena alumna, le aseguro que yo me sentí más mal que usted por haber tenido que hacerlo, aunque era necesario, nada me dará más gusto que trabajemos sin problemas, ya verá que pronto me dará la razón —respondió el galeno.

—Gracias, de verdad, ahora, maestro, abusando de su confianza... ¿Puedo pedirle un favor?

—Si está en mi mano concedérselo cuente con ello... ¿de qué se trata?

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