Capítulo II
Pese a todos esos planes y sueños, una tarde llegó ella hasta el departamento que Juan tenía, vestía de manera moderna, con un gran escote en la blusa y una minifalda bellamente ajustada a su escultural cuerpo, lo que la hacía verse real-mente hermosa y provocativa.
Cuando Juan abrió la puerta y la vio, se sorprendió mucho por la visita:
—¡Carmela...! Mi amor... ¿Qué sucede que has venido a buscarme?
Sin responder a la pregunta, ella lo abrazó, rodeándole el cuello con sus brazos y lo besó con verdadero amor y pasión, el agente le correspondió a la caricia con igual deseo, Sólo que, en su mente había algo que lo mantenía inquieto, así que separándola con suavidad insistió:
—¿Qué sucede mi amor...? ¿Por qué es todo esto?
—Por nada en especial, simple y sencillamente porque quiero ser tuya ahora mismo. ¡Ámame como jamás lo has hecho...! Te lo pido por favor —respondió ella con una amplia sonrisa.
—Pero... ¿Por qué?... no me lo explico —insistía el oficial.
De nuevo, los labios de ella se prendieron a la boca de él, entregándose de lleno a esas caricias, las manos del hombre comenzaron a recorrer el virginal cuerpo por primera vez en su vida, sintiendo aquellas formas voluptuosas y bellas.
Juan, prácticamente la adoraba, y por eso mismo se dejó arrastrar al torbellino de amor y deseo que Carmela, presentaba ante él de manera abierta y directa.
Tomándola de las manos, con ternura, la dirigió a la recámara sin pronunciar palabra, ella lo deseaba así y así sería, después averiguaría los motivos exactos que la habían empujado a ello, por el momento Carmela, lo necesitaba y él no rehuiría a la situación, después de todo su más grande anhelo era casarse con esa hermosa mujer.
En la recámara la detuvo cerca de la cama y como si se tratara de un ritual delicado y sagrado, comenzó a despojarla de sus ropas mientras que sus varoniles manos acariciaban las tibias y delicadas formas de ella, sintiendo una pasión y un deseo, que rayaba en lo irreverente.
Sus labios también cooperaban al acto, haciendo que la excitación creciera en Carmela, quién como toda respuesta al tributo que recibía, acariciaba la cabeza de su amado con suavidad, Juan, la deposito en la cama, contemplando su figura desnuda, como una obra de arte, como algo único, bello y delicioso, para después desnudarse con rapidez.
Se acostó sobre de ella apoyando los codos en la cama para no dejarle todo su peso encima, la muchacha lo abrazó y lo besó en los labios, sus manos recorrieron la espalda musculosa del hombre, en medio de sus exquisitas piernas sentía el duro instrumento amatorio, excitado al máximo y que en forma lujuriosa rozaba contra su sexo, virginal.
Juan, se posesionó de una de las cerezas que ella tenía por pezón, coronando aquellos tersos, blancos y lechosos senos y comenzó a chuparlo con ternura, mientras que con su mano acariciaba y apretaba el otro, arrancándole tiernos suspiros de lujuria a la hermosa mujer que se le entregaba de aquella manera tan plena, nunca antes había disfrutado tanto acariciando el cuerpo de una mujer, como en aquel momento.
Con movimientos de cadera se fue colocando a la entrada del sexo femenino y poco a poco presionó para que la unión de sus cuerpos se realizara, penetrando aquella cavidad húmeda y excitada que por primera vez recibía un intruso en su interior.
El himen cedió ante la presión permitiendo la introducción, un quejido de dolor y placer escapó de la garganta de Carmela, y así Juan, se detuvo unos minutos y aprovechó para soltar los pezones que había estado besando, chupando y lamiendo, y clavó su boca en la de ella, para succionar sus labios, primero uno y luego el otro, la muchacha comprendió aquella maniobra y correspondió chupeteando también relajando todo su cuerpo de nueva cuenta.
La cadera de él empujo otro poco y su miembro avanzo más, destrozando por completo el himen que había mantenido sellada la entrada a aquella vagina, al ser derrocada, la virginidad, un hilillo de sangre escurrió por entre las ricas nalgas de la muchacha, al mismo tiempo la lubricaron un poco más y eso permitió que él pudiera entrar hasta el fondo, al tiempo que con sus manos se apoderaban del carnoso trasero.
Carmela, lo apretó por la cintura para jalarlo más contra su cuerpo, impidiendo que él se moviera, deseaba mantener aquella posición mientras su desvirgada vagina se adaptaba a la presencia del intruso que la había convertido en mujer, mientras que, con su suave y tierna voz le decía llena de amor:
—Te adoro, Juan, te adoro.
—Como yo a ti mi cielo —respondió el hombre besándola nuevamente.
Ella aflojó sus manos y al verse libre de aquella presión, la cadera del agente inicio el movimiento entrando y saliendo con ritmo, Carmela, muy excitada y entregada a lo que hacía, movía sus caderas tratando de seguir los movimientos de él, sus manos que acariciaban la recia espalda varonil, rasguñaron al momento en que gemía y disfrutaba del orgasmo que se le presentaba y trataba de manifestarlo de aquella manera.
Juan la seguía incansable con su vaivén de caderas, provocando en Carmela, que, la sensación grata que había experimentado, aumentara convirtiéndose en lujuria, detuvo sus movimientos y sus uñas dejaron de apretar para acariciar con delirio, sus nalgas volvieron a empujar y a retraerse siguiendo el ritmo que su amado llevaba.
Un nuevo orgasmo la recorrió justo en el momento en que él colmaba su pasión, por primera vez en el interior de ella, bañando con su líquido seminal el útero y los ovarios, quedaron quietos por unos segundos y después se tendieron en un completo estado de laxitud.
Agitado y feliz, se separó de ella y se recostó a su lado en la cama, para encender un cigarrillo volviendo a la realidad del momento, fue ella la que rompió el silencio que se había formado en torno a ellos, viéndolo fijamente a los ojos comenzó a hablar, su voz sonaba tranquila y serena, sin perder su dulzura acostumbrada:
—Creo que es el momento preciso de decirte algo que te he ocultado por algunos días, y es el motivo principal por el cual vine a entregarme a ti.
—Me tienes intrigado, ¿de qué se trata? —pregunto inquieto el agente
—Quiero que lo tomes con calma tal y como yo, hay cosas que no tienen remedio y no se puede hacer nada para evitarlas, así que hay que aceptarlas y ya... Hace una semana que me confirmó el doctor que tengo cáncer en la sangre.
—¿Qué...? No, no puede ser.
—Pues así es, tengo leucemia, el médico me dio dos meses de vida, sugirió que viera a otro doctor, aunque no había error posible, yo ya lo sospechaba desde antes.
—No puedo creerlo, dime que se trata de una broma cruel.
—No, no te miento, por eso quise ser tuya antes de que me llegue la muerte, después de estos momentos que acabo de vivir contigo, no me importa lo que suceda de aquí en adelante.
—Quisiera tener tu valor para soportar esto, Sólo que, no puedo, es demasiado cruel para ser verdad. ¡Maldita sea la vida...! Hay tantos asesinos sin entrañas en la ciudad que merecen morir por todo el daño que causan y el destino quiere que tú, que eres el sol de mis días, la alegría de mi vivir, la que estás condenada a morir.
¡Maldito sea el destino que me tocó vivir...! Reniego de él y de la vida misma que así nos castiga.
—Ten calma, no blasfemes, no reniegues de la vida que es renegar de Dios, él es quién me mando esta suerte y yo la acato como debe de ser, además él me brindo la dicha de conocerte y de ser tuya, ¿Qué más puedo desear ya...? He tenido más felicidad, en estas semanas, de la que muchos llegan a conocer en toda su vida, soy feliz por eso.
—No, no... no puedo aceptarlo, tiene que ser un error, un estúpido error que nos viene a causar dolor, no sabes cómo sufro al sólo saber que te puedo perder para siempre.
—No, no hay error en esto, Juan, debes aceptarlo así, te lo pido en nombre de nuestro gran amor, además deseo pedirte otra cosa.
—¿De qué se trata...? Lo que sea esta concedido de antemano.
—Que no quiero que volvamos a tocar este tema, vivamos la vida como si yo tuviera que emprender un largo viaje, sólo que, durante el tiempo que me quede de vida lo pasaremos amándonos sin límites, sin condiciones, sin promesas ni sueños.
—Como tú lo desees mi amor, además voy a pedir un permiso especial para pasar junto a ti todo el tiempo que sea, no te dejaré un momento a solas, quiero llenarme de ti para no olvidarte nunca en mi vida.
Sus bocas volvieron a unirse en un dulce beso, las lágrimas de Juan, rodaron hasta la almohada y ella prefirió no hacer ningún comentario al respeto, tan sólo, volvió a acariciarlo y a despertar la pasión en su cuerpo para que la amara.
Dos meses y medio más tarde, ella moría en sus brazos sin dolor alguno, sin agonía, con una tierna sonrisa, después de haberlo besado con todo su amor.
Cuando el momento llego, Juan, quiso avisarle a su médico, sólo que, Carmela, se lo impidió diciéndole que deseaba estar sola con él que no quería que nadie presenciara ese momento.
Poco a poco la vida se le fue extinguiendo y por último ella le pidió un beso, cuando sus labios se unieron, la muerte llego cruel y despiadada, sin darles tiempo a nada más.
Juan, la contempló por última vez, parecía dormir con tranquilidad, su rostro reflejaba, aún en el último momento, una felicidad llena de paz, de dicha, de amor.
El duro investigador no pudo contenerse más y lloró, si lloró como un niño que de pronto se queda huérfano, solo y> desamparado, sin nadie más en el mundo que lo ame.
Durante algunos minutos la estuvo abrazando, dándole el adiós postrero, llenándose de su recuerdo, hasta que finalmente dio aviso, lo que vino posteriormente lo realizo de manera mecánica, sin plena conciencia de lo que hacía.
Avisó a los familiares de Carmela, como ella se lo pidiera, ellos se hicieron cargo del sepelio y de todos los trámites, Juan, recurrió a su jefe para que lo ayudara con lo de la autopsia, no quería que nadie abriera el cuerpo de su amada.
Durante el velorio, si bien estaba rodeado por las personas que la conocían y la amaban, él se sentía más solo que nunca, aunque supo mantenerse sereno, con un gesto y una frialdad en su mirada y en sus acciones, que lo acompañaría por el resto de su vida.
Acudió al sepelio y cuando vio que la madre de Carmela, se derrumbaba, se acercó para abrazarla y consolarla, le dijo cuanto la amaba su hija y que siempre deseo que no sufriera por ella en aquellos momentos, la buena mujer, le agradeció sus palabras abrazándolo.
Al día siguiente pidió su reingreso al servicio activo, quería estar ocupado todo el tiempo para no pensar en ella, además Carmela, se lo había pedido así.
Con toda claridad le dijo que, al llegarse el momento en que ella tuviera que partir, él continuaría viviendo de la forma en que lo había hecho durante todos esos años que pasara sin conocerla, pensando que ella fue solo un sueño que llegó a su vida por uno breve tiempo, así que decidió obedecerla como un póstumo homenaje a su amor.
Cuando lo reintegraron, ya tenía un nuevo jefe, un comandante que era toda una promesa para la corporación, Claudio Benítez, quien desde el primer momento le habló claro y le dijo:
—Me gusta trabajar los asuntos de principio a fin, nada queda sin resolverse en mi oficina, si usted quiere cambiarse, adelante, lo apoyo, sólo que, si se queda, va a trabajar como a mí me gusta y sin objeciones, así que de usted depende.