Sinopsis
Un comandante de la policía Federal, aparece muerto y un agente, su brazo derecho, está desaparecido, mientras que, en el estado, varias parejas han sido asesinadas por un maniático que mata al hombre, viola y mata a la mujer. Juan González, es comisionado para que investigue y resuelva el asunto lo más pronto posible, pues los altos mandos están realmente nerviosos y confundidos. Juan, es un agente Federal de Investigaciones Especiales, le comisionan investigaciones muy especiales, que por regla general deben ser discretas, rápidas y sobre todo efectivas, sin importar otra cosa que solucionar los casos. El problema para Juan, es su carácter violento y su lado pasional, ya que en todas y cada una de las investigaciones que realiza, se encuentra con mujeres que por una o por otra razón, terminan en la cama del agente, disfrutando de su fogosidad. Y al igual que las mujeres, los muertos se van amontonando, sólo que Juan González, cuenta con el apoyo incondicional de su jefe, quién le pide resultados al precio que sea, puesto que él tiene que rendir cuentas a los altos funcionarios que lo comisionan. De esa manera, Juan, investiga, corrupción policiaca, trata de personas, secuestros de mujeres, incluso, tiene que investigar en una casa hogar para estudiantes, en donde todas las habitantes son mujeres y una de ellas aparece muerta. Cada investigación que inicia, está llena de suspenso, de intriga, de pasión, ya que las mujeres parecen sentir especial atracción por el valiente agente que no sabe decirle que no a una hermosa mujer y siempre está dispuesto a cumplir con sus deseos. Sin importarle exponer la vida, el Federal, se involucra hasta las últimas consecuencias en todas y cada una de las investigaciones que lleva a cabo. ¿Habrá alguna bala que lleve escrito su nombre? ¿Una mujer podrá detenerlo y hacer que renuncie a lo que tanto, ama, la policía Federal? Eso sólo podrá saberlo, leyendo las aventuras de “Entre el Deber y el Placer”.
Capítulo I
Escudada en las sombras de la noche, se movía con precisión y sigilo, de esa forma, aquella enigmática figura, avanzaba por los pasillos de esa casa de huéspedes.
Sus movimientos eran lentos, firmes, seguros, llenos de seguridad, con pleno conocimiento del terreno que pisaba, en pocos segundos llegó hasta la puerta de uno de los dormitorios, la cual abrió procurando no hacer ruido.
La casa sólo albergaba mujeres estudiantes, todas ellas entre 18 y 24 años, las que ahora, a las tres de la madrugada, dormían de manera placentera y relajada.
Como una sombra más entre las tantas que tenía la habitación, se deslizo entre las cuatro camas de aquel dormitorio, buscando una en especial, la que le interesaba.
En la escasa iluminación del recinto, descubrió lo que quería y ahí contemplo a la hermosa mujer que dormía a pierna suelta, por unos segundos la observo con detenimiento.
En realidad, era preciosa, un camisón de franela, largo, le cubría de pies a cuello, sólo que, el faldón se le había levantado un poco, permitiendo que las hermosas piernas y parte las carnosas nalgas, se exhibieran al aire, de manera impúdica y sexual.
El calzón que llevaba, era de seda transparente, así que podía contemplar con claridad, los detalles de su intimidad, la cual era por demás atrayente, lo mismo que, sus divinas piernas, torneadas y firmes, eran una tentación muy agradable para cualquiera que las viera, tal y como se encontraba en aquellos momentos de placidez y relajamiento total.
Un odio mortal brilló en los lujurioso ojos que la admiraban, con fría determinación, sacó de entre sus ropas un filoso cuchillo, la hoja lucia limpia, impecable, dispuesta, apretó el mango del cuchillo con firmeza y levantó su brazo derecho sobre su cabeza, su mano viajó con fuerza, al descender directo hacia el pecho de la hermosa muchacha, para que con un certero golpe le atravesara el corazón clavándole el cuchillo hasta el mango.
Un nuevo golpe volvió a descargarse sobre su hermoso pecho, y con un tercero, que siguió el mismo camino de los dos anteriores, la remato, la sangre empapó el camisón de la hermosa durmiente y comenzó a esparcirse por toda la cama.
La hermosa mujer, no tuvo tiempo de despertar, la muerte la sorprendió casi de inmediato, sin darle oportunidad de saber lo que estaba sucediendo. La sangre siguió emanando de forma abundante y aquella figura asesina, contempló su obra con fanatismo al tiempo que pensaba:
—¡Te lo mereces por puta...! ¡Maldita golfa...! ¡Ya no le harás daño a nadie con tu belleza...! ¡No podrás lastimar a ninguna otra persona con tus mentiras, ¡perra!
Durante algunos segundos admiró su macabra obra, sonrió con verdadera satisfacción, por fin había conseguido su propósito, el motivo que condujera, hasta ahí, sus pasos
Con la sábana de la cama limpio su cuchillo y el guante que cubría su mano, quitándoles la sangre de la muchacha que los manchara al acuchillarla.
El silencio que reinaba en aquel recinto y que en ningún momento se había interrumpido, continuaba envolviéndolo todo, sin embargo, en el ambiente flotaba un aire pesado, se podía oler la presencia de la muerte que cobraba una nueva víctima, de manera silenciosa y total.
La sombra asesina, tal y como llegara hasta aquel recinto, regresó sobre sus pasos sin prisa alguna, sabía que contaba con todo el tiempo del mundo, así que no había ninguna razón para precipitarse y cometer errores que delatarán su presencia.
Los rayos del sol de un nuevo día, alumbraban anunciando la mañana, cuando la encargada de aquella casa de huéspedes recorrió las alcobas despertando a sus inquilinas para que desayunaran antes de iniciar sus labores cotidianas, pronto llego al dormitorio donde ocurriera el crimen la noche anterior y de forma despreocupa ingresó gritándoles:
—Bueno niñas... ya levántense o van a llegar tarde a sus clases, vamos, no sean flojas, ya es tarde para que sigan durmiendo.
De pronto, en su rostro se dibujó un gesto de terror y espanto, un desgarrador grito brotó de su garganta en forma inevitable, provocando con esto que la alarma cundiera.
—¡Oh Dios Mío...! ¡Nooo...! ¡La han matado! ¡La han matado! —grito la casera aterrada.
Angustiadas y alarmadas por aquel grito, las demás compañeras de cuarto de la víctima, comenzaron a despertar incorporándose rápidamente de sus camas algunas notaron de inmediato el cadáver de la muchacha, gritando aterradas, otras se mantenían ecuánimes ante la situación, otras más, no comprendían exactamente que estaba sucediendo y hubo otras que se desmayaron cayendo nuevamente en sus camas, no habían soportado aquella visión, al igual que la encargada de aquella casa, quién sin sentido rodó por el suelo de manera pesada:
—Ojalá sólo sea un desmayo y no le haya dado un infarto con la impresión que se llevó —dijo una de las muchachas observándola.
—En lo que tú la revisas, yo voy a llamar a la policía —dijo otra.
—Mejor espera a que reaccione la señora —respondió la primera.
—No, entre más tiempo pase el asesino puede escapar —insistió la segunda de las muchachas.
—Tienes razón, entonces ve.
Natalia, marcó el número de la jefatura de policía, su mano no denoto nervio-sismo alguno en ningún momento, sólo su mente se mantenía ocupada mientras efectuaba la llamada:
—¿Quién pudo haberla matado de esa manera...? Todas sabíamos que no era una virtuosa, ni una amiga en la que se pudiera confiar con plenitud, aunque no era para que la hubieran asesinado de esa manera tan cruel —pensaba Natalia, con toda tranquilidad.
De pronto una voz varonil que se escuchó por el auricular del teléfono la sacó de sus cavilaciones volviéndola a la realidad del momento.
—¡Jefatura...!
—¿Bueno...? Mire hablo para denunciar un crimen... sí... un homicidio, mataron a una compañera de estudios, en la casa de huéspedes —explicó Natalia, lo mejor que pudo.
—Deme la dirección y los demás datos… es muy importante que no toquen nada hasta que nosotros lleguemos... no importa quién sea, que no toquen nada ¿entendió? —dijo el hombre.
—Sí, sí señor como usted diga, la dirección es Gladiola 99 en la colonia Paraíso.
—De acuerdo… no se olvide de mi recomendación, que nadie toque nada…
—Ya avisé a la policía... ¿Qué paso con la señora? ¿No será mejor llevarla a la otra habitación para que se reponga? —dijo Natalia, al momento de regresar al lado de sus compañeras.
—Tienes razón, vamos a llevarla a su cuarto, no vaya a ser que despierte y al volver a ver el cadáver de Perla, se va a desmayar de nuevo y seguiremos igual.
Y mientras entre cuatro de ellas trasladaban a la encargada de la casa hacia su cuarto, en la jefatura de la policía federal, en una oficina del servicio secreto de Inteligencia, Juan González, discutía acaloradamente con el comandante Claudio Benítez, su jefe.
—Te digo que vas a ir a realizar la investigación… y es una orden, no una petición.
—Sí, jefe, ya lo entendí, sólo entiéndeme tú a mí… no quiero ir a esa casa… asigna a otro y deja que los locales se encarguen del asunto como corresponde.
—Mira, Juan, te lo voy a decir de manera clara… en esa casa está hospedada una sobrina mía, fue mi hermana la que me llamó para pedirme que tomara la investigación, tuve que mover muchos hilos para que me la asignaran, con la condición de que incluiría a uno de sus elementos.
Así, que no vas a ir solo, vas con un agente experimentado, y si te mando a ti, es porque quiero que se hagan bien las cosas y que resuelvas esto lo más pronto posible. ¿Entendido?
—Sí, señor, sólo que…
—Lárgate de aquí antes de que te suspenda por tiempo indefinido y sin goce de sueldo.
Aunque no muy convencido, Juan, salió del privado y se encaminó en busca del agente Vicente Noriega, que era el comisionado para acompañarlo en las investigaciones.
—Mueve a la gente... tenemos un fiambre... que se presente todo el equipo de peritos en la dirección señalada... quiero verlos allá en cuanto lleguemos.
—De inmediato, oficial, tendremos listo todo en segundos —respondió Vicente
—Ah, una cosa más, déjate de jaladas, con eso de señor, oficial y demás títulos que me purgan de sólo escucharlos, soy Juan González, si me quieres llamar por mi nombre o mi apellido, me da igual, Sólo que, no me vuelvas a decir oficial y mucho menos señor, o te voy a dar una patada en el trasero que no la vas a olvidar durante toda tu vida.
—De acuerdo se… Juan… nos ponemos en marcha.
Unos minutos después de que Natalia, llamara por teléfono, el equipo de peritos se dirigía a la dirección señalada, en uno de los autos iban Juan, quién conducía con habilidad y destreza, a su lado, Vicente, lo observaba, el auto oficial en el que viajaban, llevaba la sirena abierta para que se les dejara el paso libre.
Juan, veía pasar las calles y sin poderse controlar le comento a su acompañante:
—Nunca hubiera creído que volvería a esta casa de huéspedes… son las ironías del destino que no se pueden controlar y nos juegan cada jalada que nunca sabes qué esperar.
—Si tú lo dices, es que tienes razón —dijo Vicente, sin entender nada.
Ambos guardaban silencio y Juan, comenzó a recordar ese episodio de su vida que ya creía olvidado, superado, enterrado, sólo que, ahora de la tumba de los recuerdos emergía como un muerto viviente que se empeña en retornar a la vida para causar daño.
El recuerdo de aquellos días, afloró en su mente con toda su fuerza, de manera firme y contundente, lastimando aquella vieja herida en su corazón, llenándolo de dolor y de tristeza, la melancolía le dio fuerza a sus recuerdos y tal parecía que volvía a vivirlos, estaban tan claros en su mente que no creía que ya hubieran transcurrido tres años desde aquellos acontecimientos que ahora cobraban vida en su mente.
Y es que en aquella casa de huéspedes, especial para mujeres que estudiaban. Vivió, tres años antes, Carmela, una hermosa estudiante de Enfermería, ella contaba sólo con veinte años de edad y derrochaba alegría de vivir, sensualidad y cariño, por todos los poros de su piel.
Juan, la había conocido durante la investigación de un homicidio, el cual le fue asignado, él tenía sólo un año en el grupo de homicidios y esa era su prueba de fuego.
El Hospital donde Carmela, realizaba su Trabajo Social, fue el escenario del crimen y ella era la parte primordial de la investigación y coopero con Juan en todo lo que fue necesario, hasta que se descubrió al médico culpable y este fue enviado a presidio en donde aún cumplía una larga condena por su atroz crimen.
Las salidas frecuentes y el trato continuo, hizo que Carmela y Juan terminaran enamorándose como nunca lo pensaron, a tal grado que continuamente hablaban de matrimonio y hacían planes para una vida en común, llena de hijos.
Por primera vez en su vida, Juan, tomaba en serio a una mujer y la respetaba como era debido, ya que en ningún momento había intentado siquiera manosearla, comprendiendo el deseo de ella de llegar pura y virgen al matrimonio.
Él, con una larga experiencia de aventuras amorosas de todo tipo, hasta ese momento sólo había disfrutado de lo que podía conseguir de la conquista en turno, se divertía unos meses con ella y después, por cualquier motivo se terminaba la relación y a otra cosa.
Con Carmela, las cosas fueron muy diferentes desde el primer momento, con ella se sentía tan a gusto platicando y conviviendo, que no pretendió seducirla, y eso que ella era una mujer, hermosa, sensual y con un cuerpo con el que bien podía participar en un certamen de belleza.
Carmela, le había confesado que el salir de blanco de su casa y llegar así al altar, era su más grande sueño desde que era una adolescente, lo cual, a él en lo personal, lo enorgullecía y lo llevaba a mantener una conducta respetuosa hacia ella.