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Capítulo 2

La madre de Lorraine ya está diseñando mi vestido. Según lo que sé, tendrá un diseño contemporáneo y de época del siglo XIX, sin exagerarlo mucho. Miranda ya tiene los preparativos, las decoraciones y todo lo necesario para celebrar la boda a lo grande (solo entre nuestras familias).

Bien este manuscrito ya está. Me levanto para guardarlo con los demás y me encamino a la máquina de café que tenemos en la oficina. Me sirvo un poco en mi taza y antes de beberlo, lo huelo. Mmm, que rico. Sabe muy bien, similar a un Starbucks. Comienzo extrañar a Matthew, al menos debo agradecer que en unas horas lo veré para irnos a California. Uf, mejor dejo de pensar en eso. Doy otro sorbo y miro mi anillo. ¿Cuánto le costaría comprarlo? Diamante y rubíes, son joyas bastante caras.

—Elizabeth, el lunes llegará alguien para pedirte ayuda con su historia—me avisa Rachel.

—Está bien.

Regresaremos el domingo en la noche de Los Ángeles, así podré ayudar a esa persona.

Mi problema de hoy es que en vez de que las horas me parezcan eternas como otros días, pasan volando. No puedo dejar a un lado a mis padres. Pronto los veré para darles una noticia bastante precipitada. Confió en que los dos no les vayan a dar un infarto. Solo espero eso.

*

Matthew me da pequeños besos en la mejilla, cuello y labios para que despierte.

—Vamos, dormilona, ya llegamos—continúa besándome.

Por primera vez dormimos juntos en la habitación del Jet. Abro un poco los ojos y por la ventanilla. Una mañana amarilla resalta por ahí. Un bello amanecer, junto con Matthew.

—Vamos, Elizabeth.

Me cubro con el edredón. No quiero llegar (pero ya sé que esa es la realidad).

—Elizabeth Reed, ¿eso es lo que quieres?

No sé qué quiera decir con eso. De pronto me empieza a hacer cosquillas sin piedad. ¡Ay, Dios! ¡Basta!, comienzo a soltar risotadas como loca, mientras continua con su tortura de cosquillas por todos lados.

— ¡Ya! ¡Basta! —Chillo entre risas—. Está bien, ya estoy despierta.

Se detiene y me mira divertido. Pasa su mano delicadamente, acariciando mi rostro. Tiene una mirada tierna y suave, que me derrite como si yo fuera un hielo y él fuego. Sin romper nuestra conexión de miradas, salgo de la cama y recojo nuestra ropa.

— ¿Me pasas mi camisa? —alza una mano para que se la lance.

La tomo en manos y aprovecho para arrojársela en la cara. Se la quita del rostro y esboza una sonrisa de oreja a oreja.

—Bien, bien, creo que me lo merecía—dice en voz baja.

Se pone su camisa y enseguida camina hacia mí. Me toma por la barbilla y me besa con fuerza. En otras palabras, un poco brusco. Lo siento tenso, si, al igual que yo. Compartimos emociones.

— ¿Estás bien?

—Si—murmura—. Solo espero que tus padres estén de acuerdo con esto.

Frunce levemente el ceño y me da otro beso. Nos comenzamos a cambiar. Cada uno ayuda al otro por turnos, según la prenda de ropa. Es divertido, ahora el me ayuda con uno mis zapatos Converse, a amarrar las agujetas. Acomoda la férula de manera que me quede más cómoda. Tal vez parezca una niña pequeña, pero que Matthew me ayude, es más que satisfactorio.

—Preparada, señorita Reed.

El avión ya aterrizo y solo esperamos las indicaciones de Philp (el piloto) para poder bajar.

Ya fuera del Jet, Patrick nos ayuda con el equipaje, subiéndolo todo a un BMW negro. Saco mi pequeño ladrillo y lo enciendo para llamar a George.

—Vamos sube, nena—me indica Matthew.

Entro sin dejar de buscar el número de papá en mi agenda, poco moderna. Pongo mi teléfono a la oreja y me dispongo a llamarlo. Son las siete de la mañana, ya debe andar despierto. Contesta al segundo tono.

— ¿Hola? —dice.

— ¡Papá! Hola, ¿cómo estás? —trato de mantener una conversación de lo más normal—. Eh, te llamaba para decirte que he llegado a Los Ángeles.

Escucho como pega el grito de la euforia.

— ¿Necesitas que vaya por ti al aeropuerto? Ahora mismo voy, mi niña.

—No, vine con Matthew, vamos a la casa de mamá, ¿te importaría ir tú también?

Se queda uno momento, callado.

—Claro, ¿necesitas que vaya ahora?

Me muerdo el labio. Espero que no se encuentre muy ocupado.

—Claro, si tienes tiempo, papá.

—Está bien hija, en unos momentos los veo. Recuerda que siempre tendré tiempo para mi hija.

—Te amo, papá.

—Yo más, no lo olvides.

Y cuelga. Bien, ya está arreglada la visita de papá para la noticia. Miro de reojo a Matthew quien también está hablando por teléfono. ¡Está hablando con mamá! Se supone que YO AHORA MISMO LA LLAMARÍA. ¡Se supone que YO!

—Muy bien, Emma, nos vemos.

Me mira con una sonrisa bastante bobalicona.

— ¿Qué le dijiste? —siseo.

De pronto recuesta su cabeza sobre mis muslos, acostado mirando al techo, sus ojos centrados en los míos.

—Que habíamos llegado.

Le paso mi mano por su cabello, disfrutando de los sedoso y muy suave que es. Su mirada gris se combina con ese color azul que tanto me gusta.

— ¿Sabes cuánto significas para mí? —pregunta con voz aterciopelada.

—Tal vez—digo tímida.

Se incorpora para mirarme mejor y me devuelve una sonrisa pequeña y fugaz. Fija su vista en mi mano izquierda, en donde llevo puesta la pulsera de platino con el pequeño edificio de la E y el anillo de compromiso.

—Me gusta cómo se te ve el anillo.

— ¿Crees que no lo llevaría puesto? — digo en voz baja mientras lo fulmino con la mirada.

Niega con la cabeza mientras ríe un poco.

—Quiero que, a partir de ahora, vean que eres mía, solo mía.

Recuesto mi cabeza sobre su hombro, cierro los ojos esperando llegar con Emma.

El tráfico fue intenso, pero hemos logrado llegar. Sin darme cuenta, me quede profundamente dormida durante todo el recorrido. Matthew me mueve con cuidado para que despierte; abro los ojos y poco a poco identifico la luz brillante del sol y el paisaje de las altas palmeras en las calles. Patrick estaciona el BMW enfrente de la casa.

—Vamos—me susurra Matthew.

Comienzo a temblar; sé exactamente lo que va a suceder. Exagero, no puedo ver el futuro. Salimos del auto, tomados fuertemente de la mano. Veo que mamá se asoma por la puerta, y viene corriendo emocionada hacia acá.

—Elizabeth, Matthew—me abraza a mí.

Él retrocede un paso y solo se inclina para darle un beso en la mejilla a Emma.

— ¿Papá está aquí?—pregunto enseguida.

—Sí, pasen. Oh, estoy muy feliz.

Bien ya está aquí, espero que la felicidad de mamá no se transforme inesperadamente en los próximos minutos. Matthew me rodea la cintura con el brazo y pasamos adentro. George está sentado en el comedor, disfrutando de una rebanada de pay de limón. En cuanto me ve, se levanta y se acerca a abrazarme.

—Hola, pequeña.

Matthew me suelta. George luce muy feliz de volver a ver a su hija. Siento un poco de alivio porque aún no se han percatado del anillo de compromiso que llevo. Todos ya estamos aquí, bien, es hora de empezar a hablar. Mamá y George toman asiento en la sala, cada uno en un sofá. Matthew se sienta, pero yo no.

—Necesito utilizar el baño—siseo.

Sin mirarlos, camino a la puerta del pequeño baño de la estancia. Me encierro. ¡Dios! Este es el momento, tenía que hablar. Siento el mismo miedo cuando se lo dije a Lorraine, pero ellos son mis padres ¿cómo reaccionarán? Tomo un poco de agua y me lavo la cara. No conozco a mis padres ante estos tipos de reacciones, ni siquiera cuando les dije que había muerto mi hámster. Todo saldrá bien, si, eso presiento. Me miro en el espejo, tengo mejillas rosadas y mis ojos lucen muy grandes. Parezco asustada. Miro al anillo, no me he separado de él desde que me lo dio. Vuelvo a humedecerme el rostro. Tengo que parecer calmada y mi expresión no me está ayudando. Me seco, suspiro profundamente y abro la puerta. Debo ser más valiente de lo que creo. Aprieto los labios, disimulando una ligerísima sonrisa, mamá y papá tiene expresión diferente. Matthew se pone de pie.

—Saldré al patio para que puedas hablar con ellos.

¿Qué? Lo detengo por el brazo.

— ¿Qué hiciste? —inquiero.

Se encoje de hombros.

¡Les dijo! ¡Oh, Dios!

Con temor, me acerco a la sala y me siento en un sofá, sola y un poco incomoda. Los dos me miran con mucha atención. Más de la necesaria. Trago saliva.

—Matthew nos acaba de pedir tu mano, Eli—comienza George.

—Qué sofisticado—digo en voz baja.

¿Por qué demonios les dijo sin mí? No debo enojarme, no debo.

—Hija—George se pone de pie—. Estamos un poco confundidos.

No los culpo. No tengo idea a que responder ante eso. Entrelazo mis dedos, tratando de articular algunas palabras adecuadas.

— ¿Qué dicen? —pregunto.

Los dos intercambian miradas rápidas.

— ¿Éstas... Embarazada? —preguntan los dos al unisonó.

¿Por qué todos preguntan eso?

—No, claro que no—río, nerviosa.

Sonríen un poco.

— ¿Estás segura? —pregunta mamá.

¿Qué si estoy segura de casarme o si estoy segura de no estar embarazada? Les dedico una tímida sonrisa. No han perdido la cabeza y tampoco han tratado de negarme algo, me está apoyando y eso me reconforta un poco.

—Lo amo, mamá, me hace muy feliz.

Por unos instantes nos quedamos en silencio, ellos con expresión pensativa. Sé que no es nada fácil esto para ellos, tampoco lo es para mí, pero ya crecí y encontrado lo que en verdad quiero para mi futuro.

—Llama a Matthew—sonríe cálidamente George.

Me levanto rápidamente y camino a grandes zancadas al patio trasero. Mi corazón empieza a latir más rápido, y no es exactamente de miedo. Ahí está él, parado, mirando hacia el cielo con las manos en los bolsillos de su pantalón. Tan sexy, como siempre.

—Matthew—lo llamo con la mano.

Se gira con una leve sonrisa en el rostro. Me toma por la mano y pasamos adentro juntos. George y Emma parecen decididos...

—Tienen nuestra bendición—dice papá.

No puedo evitar llorar. Me acerco para abrazarlos a los dos. Mamá también llora, y no rompemos nuestro abrazo hasta que Matthew empieza a volver a hablar.

—Muchas gracias, les prometo que haré feliz a su hija el resto de mi vida.

Oh, te amo tanto.

—Oh, hija, te vas a casar—dice mamá con mucho entusiasmo—. ¿Dónde está el anillo?

Rápidamente, alzo mi mano izquierda y se la estrecho. Mamá pega un enorme grito al cielo—aturdiéndome a mí, no sé si a ellos dos también—, pero enseguida toma mi mano bruscamente, mirando más de cercas el pequeño pero hermoso anillo.

— ¿Piensan tener hijos? —pregunta George.

Una ligera punzada en una de mis sienes hace que por poco grite de la exclamación y me ponga a cacarear como gallina. Miro por el rabillo del ojo a Matthew; parece tranquilo con el tema—eso creo—, pero en sus ojos hay una chispa diferente.

—Bueno, eso ya lo veremos en el futuro—aclara tranquilo.

Buena respuesta, replica mi subconsciente. Ahora todos fijan su mirada en mí. Yo simplemente me sonrojo.

— ¿Ya tienen fecha? —pregunta Emma.

—En dos semanas—responde Matthew-

Al igual que ellos dos, abro los ojos como platos. ¿Tan pronto? ¿Cuándo lo decidimos? Ya no me he emborrachado para decir que he perdido cierta parte de mi memoria. ¡Dos semanas! Debe estar bromeando.

—Bien—contesta perplejo papá.

Agradezco infinitamente que no le haya dado un infarto. Será mejor que desayunemos antes de que otra gran impresión los vaya a desmayar.

Unos minutos más tarde, estoy con mamá cocinando omellets, con el toque especial que les sabe dar al estilo Emma Sullivan. Matthew no ha dejado de hablar con George. No sé exactamente si de negocios o de los Yankees y sus últimos partidos.

—Hija—me habla en voz baja mamá—. ¿Estás segura de comprometerte? Es muy repentino y eres muy joven—pone su mano sobre mi hombro.

—Lo sé—suspiro—, pero, sé que no encontraré a alguien más honesto y especial como él. Hay tantas cosas que he aprendido de él.

Me sonríe y sirve los omellets en varios platos. Me siento bastante liberada con esto, tranquila, emocionada y cómoda. Mientras desayunamos, mamá le saca plática a mi futuro esposo y él como todo un caballero, responde a todas sus dudas.

— ¿Qué prefieres los días con mucha nieve en Manhattan o los días sofocantes de calor?

¿Qué pregunta es esa, mamá?

—Definitivamente, los días con mucha nieve.

George y Emma sueltan risitas, mientras yo, me abstengo de hacer algún gesto reprobatorio para mamá. Sería muy grosera si hiciera eso.

—Matthew, ¿quieres venir a mi habitación? —me pongo de pie.

—Claro, si me permiten.

Dejo los platos en el fregadero y con cariño lo tomo de la mano para guiarlo escaleras arriba. Mi turno de mostrarle "la casa". No sueltes una carcajada Reed. Llegamos al pasillo del segundo piso en camino a dirección al dormitorio.

—Qué linda habitación—dice al entrar.

—No he dormido suficientemente para decir que es completamente mía, solo un par de veces—musito.

Se sienta en el borde de la pequeña cama y toma un libro que se encontraba encima. ¿Un libro? Comienza a hojearlo con mucha atención, en sus labios aparece una ligera sonrisa. No es un libro, es mi álbum escolar, donde tengo fotos repletas de la escuela. Ya recordé, la última vez lo dejé con mamá. Ahora sonríe pícaramente. Pasa la primera página en donde estoy en el jardín de niños y solo tenía 4 años. Salgo muy sonriente.

—Hermosa como siempre—me besa la sien.

Pasa a la siguiente página y salgo yo, vestida como una conejita. Mi cara se ruboriza completamente, y Matthew me dedica una bellísima sonrisa, posiblemente tratando de no reírse. Pasa a la siguiente foto. No comprendo porque mamá lo dejo aquí. Uf, la siguiente foto es de mi graduación de jardín de niños. ¿Así o más vergonzoso?

—Creo que nunca me cansaré de ver estas imágenes—me rodea la cintura y me atrae más para que también pueda ver el álbum.

Siguiente página: mi foto de grupo en la primaria... Pasamos las demás fotografías hasta llegar a la graduación de la preparatoria. Matthew la mira con especial atención. Estoy junto con Lorraine ahí.

— ¿Quién es ella? —frunce el ceño.

—Lorraine.

Me comienzo a reír sin razón.

Tal vez no la reconozca por el cabello corto y castaño claro. Se lo pintó de negro hace unos años, un poco después de haber entrado a la facultad con ella. Suelta una risotada mayor.

— ¿En serio?

—Sí y creo que, si te escuchara riéndote de ella, te mataría.

Suelta un bufido entre risas.

—Eso lo quiero ver.

Yo no.

—Soy capaz de comprarles este álbum a tus padres.

—En realidad, este es mío, lo tenía en Manhattan, pero accidentalmente mamá se lo llevo y cuando vine iba a traerlo de regreso, pero lo volví a olvidar—suspiro—. Si quieres me lo llevo.

—Por favor—me toma por la barbilla y me besa lentamente—. Te amo, Elizabeth, te amo.

Me aparto de su beso y lo miro; tiene los ojos oscuros y brillantes, resaltando un poco más lo azul en su iris. En pocas palabras: hermosos. Llenos de amor.

Mamá entra a la habitación.

—Chicos, ¿quieren ver el álbum familiar?

Oh, no.

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