Capítulo 3
Estamos los dos, tirados sobre la pequeña alfombra de la sala, platicando sobre las fotos que vimos en estas últimas horas. No fue tanta tortura, me refiero a recuerdos imborrables como algunas personas suelen hacerlo: tomar fotos a sus hijos cuando los bañan. No fue así con George y Emma. Gracias a Dios.
Ya es de noche y me sorprendió mucho el hecho de que Patrick se presentara formalmente a George y a mamá. Y eso que ella ya lo conocía.
Matthew se coloca a horcajadas de mí, viéndome fijamente.
— ¿En qué piensas?
—Muchas cosas—digo picara.
Se aparta y se sienta en el sofá, acariciándose la barbilla con parsimonia. Mamá baja a la sala con nosotros y lo extraño del caso, lleva consigo su bolsa cuando sale para trabajar. Ya es un poco tarde.
—Me llamaron para una película, iré rápido, espero no tardarme—me besa la frente y le da un beso en la mejilla a Matthew.
George también tuvo que retirarse por trabajo.
—Está bien, mamá.
Y sale apresurada y el último ruido que se escucha en la casa es el de la puerta al cerrarse. Me levanto del suelo y me siento al lado de él. Me pasa un brazo por encima del hombro y me jala a su regazo. ¿Qué si disfruto esto? Como podría decir que no.
— ¿Quieres estar a solas conmigo? Porque yo sí quiero—murmura.
Sonrío maliciosamente.
—Creí que tú eras el que no quería que utilizáramos la casa de Emma como un motel.
Se pone de pie para quedar frente a mí con un aire autoritario tan intimidante, que excita.
—Ahora estamos solos.
— ¿Y exactamente qué harás? —me cruzo de brazos.
Mira a su alrededor, pensando. Me pongo de pie y aprovecho para alejarme un poco de su alcance. Me mira extrañado y ladea la cabeza sonriendo.
— ¿Elizabeth Reed, quieres jugar?
Asiento. Comienzo por correr cerca del comedor de la cocina y me detengo un momento para mirarlo. Está sonriendo ampliamente.
—Vamos, atrápame—lo animo.
Vuelvo a correr—con mucho cuidado de no atorar mi férula en algo—, en dirección a la sala de estar, lo despisto por un momento, decido subir por las escaleras y esconderme ahí. Levanto un poco la mirada hacia donde se encuentra. Viene hacia acá. Me tapo la boca para no reírme. Esto es divertido.
—Señorita Elizabeth—dice tranquilo.
— ¡Ahh! —grito del susto.
Me toma en brazos, atrayéndome a su cuerpo. No lo suelto, no quiero que me vaya a caer. Comenzamos a subir las escaleras, lenta y rítmicamente a según los pasos de Matthew. Observo su rostro, atractivo, ojos azules fundiéndose en un color metálico fantástico. No puedo evitar besarlo por mi cuenta.
—Elizabeth—murmura—. Vas a hacer que pierda la cabeza y nos tropecemos en las escaleras.
No le hago caso.
Sube más rápido las escaleras y en cuanto llegamos al pasillo del segundo piso, me retiene contra la pared, pegando sus caderas contra mi cintura. Mi respiración se complica, toma mi rostro entre sus manos y me besa con fuerza. Me sujeta por la cintura con una mano y con la otra, desabrocha el botón de mis jeans.
—Vamos a mi habitación—jadeo.
Rápidamente entramos sin razonarlo o pensarlo. Cierra la puerta y en menos de lo que me imagino, ya estamos en la cama. Nos miramos fijamente, combinando nuestras respiraciones. Empieza a besarme el cuello, pequeños besos que hacen que el corazón me amartille como loco en mi pecho.
— ¿Así que en dos semanas nos casaremos? —digo apenas con voz audible.
Araña mi barbilla con los dientes.
—Sí, ya sé en donde nos podemos casar.
— ¿En serio? —Por un momento me enfoco en la idea.
Se detiene de besarme y sonríe pícaramente.
— ¿Podemos hablar en otro momento?
Me muerdo la lengua. Ya veo que le interesa mucho continuar.
—Muy bien.
Me planta un beso casto y cariñoso en los labios. Tiene razón, mejor hay que continuar con esto.
*
Mamá no ha llegado, pero ya nos hemos vestido con nuestros pijamas y estamos los dos juntos, acostados en la cama. El lleva unos pantalones sueltos de pijama, negros con una camisa blanca que provoca que la gran parte de sus músculos marcados se noten exquisitamente. Me gusta estar en su regazo, oler su aroma.
— ¿En dónde nos casaremos? —rompo el silencio.
Se aparta un poco para mirarme.
—Adivina.
Lo miro ceñuda.
— ¿Qué? —esboza una sonrisa traviesa—. ¿No quieres adivinar?
No le respondo, lo sigo mirando igual.
—Estás enojada.
— ¿Pregunta o afirmación? —digo.
—Afirmación.
Niego con la cabeza y al fin cambio mi expresión.
— ¿Entonces? —arruga el entrecejo.
—Soy tu prometida. ¿Por qué quieres que adivine?
Roza mi nariz con la suya. Mis mejillas se tiñen de rosa por unos momentos. Siento mariposas en el estómago solo con hacer eso.
— ¿Tienes alguna idea?
Mi expresión se torna pensativa... Curiosa.
—Central Park—digo sin mucho ánimo.
—No. Te dije que quería algo más íntimo.
Alzo ambas cejas. ¿Ahora qué hizo? Tantas ideas locas comienzan a llegar como potentes autos de carrera chocando con mis neuronas. Ahora tengo temor de saber en dónde está planeando todo esto.
—Bien, me rindo—pongo cara de pocos amigos.
Su risa no se hace esperar. Ríe animado, sale de la cama para quedarse de pie frente de mí. Los pantalones de pijama se le caen seductoramente y me hace parecer una boba admirando su tan preciado cuerpo. Atractivo, solo puedo captar por el momento.
— ¿Conoces la iglesia de San Patricio?
Me saca de mis pensamientos.
—Sí, claro.
Abro los ojos como platos al descubrir su plan.
— ¿Ahí? —pregunto perpleja.
—Sí. —Se sienta en el borde de la cama—. ¿No te gusta?
— ¡Sí! Es un lugar precioso. No me había pasado por la mente.
—Ya aparte fechas así que, sólo queda esperar.
—Ya me emocioné mucho.
—También yo—me aparta unos cabellos de la cara—. Me parecerán eternas las semanas para cuando ya nos casemos.
Un escalofrío pasa por mi mano subiendo por el brazo. Me abraza a él. Acaricia mi cabello, pasando lentamente su mano por mi espalda, por encima de la blusa del pijama.
—Te amo demasiado.
—Yo no sé qué sería de mi otra yo en una línea de tiempo alterna en donde quizá jamás te conocí.
—Tampoco quiero imaginarlo—dice divertido.
El ruido de Los Ángeles es muy tranquilo, poco a poco hace que me acurruque con Matthew. No se compara con Manhattan, que es igual de ruidosa e incómoda todo el día. Bueno, lo que si me incomoda ahora es la maldita férula.
— ¿Te molesta? —acaricia mi pierna.
—Sí, un poco.
Me toma por la barbilla y me mira con atención.
—Si es necesario tendrás que utilizar la férula en la boda.
Frunzo el ceño.
—Espero que no.
Bien, mejor me tranquilizo con ese asunto. No es el fin del mundo, Reed, es sólo una férula por el bien de tu pierna. Me aparto de su regazo y me pongo de pie para caminar un poco por el dormitorio. Aclarando un poco mi cabeza, eso me recuerda a otra cosa.
—Respecto al guardaespaldas...—digo en voz baja.
Matthew sale de la cama.
—Oh, cierto. Gracias por recordarme—me dedica una sonrisa amplia—. Ya comenzarás a traerlo contigo.
Bueno, no tengo opción. Me cubro el rostro con ambas manos, disimulando sufrir.
—Debe ser tedioso que alguien te siga a todos lados, ¿sabes? Soy tímida, odio los momentos de silencio incómodo, ¿qué podría hablar con un guardaespaldas?
—No es tedioso. Inclusive es divertido.
Pongo los ojos en blanco.
Abajo se oye un ruido. Es mamá. Matthew se acicala el cabello alborotado y se arregla un poco frente al espejo del tocador. Mi estómago ruge. Tengo mucha hambre.
— ¿Y qué es? —pregunto.
— ¿Qué? —me mira a través de su hombro.
—El guardaespaldas.
—Hombre. Se llama Charles. Es ex compañero de Patrick.
— En serio, ¿estará a mi lado todo el tiempo? —Ruego en mi mente porque no sea así.
Frunce ligeramente el ceño.
—Cuando manejes, cuando salgas a comer. En el trabajo no.
Suelto una bocanada de aire. Menos mal. Abro la puerta del dormitorio y espero a que salga Matthew. Mamá viene hacia acá, se detiene a medio pasillo y con un movimiento de cabeza y un gesto autoritario, me indica que bajemos a cenar. Me vuelvo a él, quien aparece justo frente de mí.
—Hay que bajar a cenar—le digo.
Juntos en la planta baja, vuelvo a cuestionar un montón de cosas que salen de mi cabeza.
— ¿Cómo es Charles? ¿Enojón? ¿Tímido? ¿Expolicía? ¿Casado? ¿Ruso?
Mi subconsciente me abuchea. ¡Espera a conocerlo, será genial!, me grita.
—El lunes conocerás, no seas curiosa.
Alzo mis cejas.
—Ay, yo sólo quería entusiasmarme un poco—protesto.
Suelta una carcajada.
Llegamos al comedor en donde mamá ya ha servido la cena para los tres. Mmm, espagueti con albóndigas, uno de mis platillos favoritos. Tomamos asiento, yo aun sopesando las novedades de este lunes y como obligación, tener que esperar para conocer a mi propio guardaespaldas.
Bien, el futuro ya decidirá lo que nos espera.