Capítulo 125
María, insistía en verlo y hablar con él, Alexis, se levantó y abrió la puerta, la muchacha entró de inmediato, y le entregó un sobre diciéndole, con tono misterioso, que se lo habían enviado por medio de un muchacho, nervioso sujetó la carta y preguntó las señas del que llevara la carta.
Cuando ella termino de decirle como era, el pachuco no tuvo duda alguna de que se trataba del Cheo.
Le dio las gracias a María, y al quedar a solas vio el sobre, estaba cerrado, no llevaba ningún remitente, sólo su nombre aparecía sobre el inmaculado papel blanco del sobre. Tampoco traía el sello de correos, ni timbres postales, seguramente habían enviado ese sobre dentro de otro sobre, que sí traía timbres, sello postal y con instrucciones precisas. Lo rasgo y encontró una carta:
Alexis, mi amor, mi querido “Mamacito”:
Para cuando estas líneas lleguen a tus manos, yo ya no estaré en Jalisco, mi hermano al enterarse de lo que había sucedido con mi cuñado Gamaliel, y por qué salimos de la ciudad, ha decidido que Miranda y yo partamos a Nueva York, donde radica nuestro hermano mayor, allá es dónde podremos estar seguras y lejos de cualquier peligro.
Miranda, estuvo de acuerdo que entre más nos alejemos, mejor será para nosotras y para su hijo, que es lo que más le preocupa en este momento y por lo que está dispuesta a luchar con toda su alma, así que pronto partiremos.
Me ha dicho que educando a su hijo en los Estados Unidos podrá hacer de él un buen hombre, tal y como Gama, lo hubiera querido, sobre todo ahora que puede iniciar una nueva vida llena de tranquilidad al lado de mi hermano.
Yo no quería ir con ella, no me dejaron otra alternativa, te juro que te amo y que a pesar de la distancia seguiré queriéndote con toda mi alma, como lo he hecho desde que te conocí, desde que te besé por vez primera.
Espero que alguna vez puedas venir a buscarme, aunque no sé cómo podrás hacerlo ya que tengo prohibido enviarte la dirección a la que vamos y no estoy segura de poder volver a escribirte, aunque me encantaría hacerlo para contarte todo lo que vaya viviendo y que tú me platiques lo qué es de tu vida y me digas lo mucho que me extrañas.
El no volver a escribirte es por si esta carta cae en otras manos. Me permitieron enviarte la presente con la condición que sería bajo esos términos y por medio de una persona a la que mi cuñado estimaba mucho.
Te adoro y he pensado mucho en ti. No tienes idea de todo lo que te extraño y aunque dicen que el verdadero amor lo vence todo, tengo muy pocas esperanzas de que volvamos a encontrarnos, no obstante, es lo que más deseo en la vida.
De todos modos, nunca olvides a quién por ti hubiera llegado a dar la vida si hubiera sido necesario, así como sé, que tú hubieras dado tu vida con tal de verme feliz y que no me pasara nada malo.
La prueba está en que, te quedaste para enfrentar los peligros que se ceñían sobre mi hermana, espero que algún día nos volvamos a encontrar y que nos sigamos amando con esa intensidad con la que lo hicimos.
Con mi adiós te envío mi más amoroso y sincero beso.
Te ama y nunca te olvidara
Dolores
Alexis comprendió que había perdido para siempre a su gran amor. No obstante, la vida seguía y como es bien sabido, siempre da muchas vueltas, tal vez, alguna vez, en algún momento, podrían volver a encontrarse.
María le avisó que ya estaba listo el baño, se metió a bañar y trató de no pensar en nada, sólo actuó de manera mecánica. Vistiendo su ropa normal salió de Casa Gaona y se dirigió a su taller.
Julio 04, 1942, 19:30 horas
Transcurrió toda una semana, en ese tiempo leyó en el periódico que habían encontrado a otra muchacha muerta, tirada en la calle y de acuerdo a las fotos se veía idéntica a las dos anteriores de las que Alexis, sabía, al ver la nota y las fotos que Valente estaría trabajando en el asunto y que muy pronto atraparía al despiadado asesino que cometía esos crímenes, de una o de otra manera lo detendría, confiaba en él.
Llegó la noche del sábado, después de hacer cuentas, pagar los sueldos, guardar lo del abono y cerrar el taller, se dirigió Casa Gaona, para ponerse su traje de pachuco y luego irse a bailar al México.
Caminaba por la calle de Bucareli ya casi para llegar a casa Gaona, cuando de pronto dos hombres con tipo de agentes de la secreta le cerraron el paso por los costados, tomándolo por sorpresa, antes de que pudiera moverse sintió la pistola que se clavaba en sus costillas con firmeza y determinación:
—No intentes nada o te va a cargar la chingada —dijo el tipo con una voz amenazante, era un poco más alto y fornido que Núñez y al hablarle le hacía sentir la punta de la pistola en sus costillas.
Tenía la piel muy blanca, y lo apodaban el Güero; atlético y mal encarado, de unos 30 años, su pareja era muy moreno, casi negro, de facciones toscas, de la misma edad, y todos lo conocían como el Prieto.
—¿Qué quieren de mí? —pregunto Alexis, poniéndose alerta.
—Que camines hasta ese carro y subas en él sin hacer tonterías; nada me daría más gusto que meterte un balazo aquí mismo… así que tú decides lo que vayas a hacer, a mí me da lo mismo —insistió el pistolero.
—¿Y si no quisiera hacerlo…? —pregunto sin darse por vencido.
—Hay muchas formas de obligarte, aunque, tú no eres ningún gil y sabes que lo que te conviene, así que mueve las nalgas y súbete al carro... pronto —le dijo el güero al tiempo que le amarraba las manos a la espalda.
Sabía que jamás iba a ser más rápido que una bala, así que, subió al carro en el asiento trasero, a sus lados se acomodaron cada uno de los hombres, había otro al volante y uno más al lado de este. Continuaba sintiendo la pistola sobre sus costillas, era estúpido intentar cualquier cosa. Vio que el carro se ponía en marcha.
—No sé qué es peor... sí caer en manos de matones o en manos de la policía... hablan igual... se comportan igual y hasta visten igual... lo más seguro es que igual no tienen madre… al final todos son iguales, unos hijos de la chingada que les vale madre todo… con tal de ganarse unos pesos —pensaba Alexis
Mil pensamientos cruzaban por su mente, tal vez lo llevaran a algún lugar solitario en donde lo golpearían y torturarían hasta que dijera todo lo que sabía respecto a Miranda y el dinero.
O tal vez lo matarían en venganza de lo que había hecho con los otros, de una o de otra manera tenía que esperar a que las cosas se fueran dando por sí mismas, no podía hacer nada por el momento.
Nadie dijo una palabra mientras el carro avanzaba entre el tráfico, Núñez, tuvo deseos de hacer varias preguntas, no las hizo, sabía que era inútil. Lo único que podía hacer era esperar.
Llegaron hasta una elegante casa en las afueras de la ciudad, por el rumbo de San Jerónimo, los músculos de Alexis, se tensaron, el momento definitivo se acercaba, tenía que estar más alerta que nunca.
No sentía ningún temor, lo que le ocurriera no le intimidaba ya que sabía que Miranda, y el hijo de Gamaliel, estaban a salvo de estos tipos y eso le daba valor. Lo bajaron del carro y lo condujeron hasta una gran sala, en donde, en un elegante sillón, estaba sentado un hombre de recia personalidad.
Alexis, lo estudio bien, tenía un poco más de 40 años y vestía con toda elegancia, lo rodeaba un agradable olor a loción fina y llevaba la camisa abierta por el cuello dejando ver un hermoso gazne de seda italiana, se mantenía relajado y su bigote ya mostraba algunas canas lo mismo que sus sienes. Tenía presencia y personalidad, y eso lo tuvo que reconocer Núñez, al momento de verlo.
Era varonil y tal vez en un pasado no muy lejano fuera un importante padrote, o tal vez dueño de algún cabaret o una casa de citas, se veía atlético, duro, decidido y estaba seguro que detrás esa fachada tranquila se ocultaba un tipo perverso y sádico, un tipo que no conoce límites y no le gusta que se los pongan.
Aunque su rostro estaba relajado, se podía notar la firmeza de sus facciones, su negra mirada era penetrante y observadora era de los hombres que saben lo que quieren y, sobre todo, conocen las formas y los métodos para conseguirlo cuando lo desean, ahora lo observaba como una serpiente observa a su presa.
Los tipos que lo llevaban lo empujaron hasta que estuvo frente al hombre, este lo observo con atención y con la mano le hizo una señal para que se sentara justo frente a donde se encontraba:
—Creí que serias más viejo... que estarías más curtido… por eso ahora que te veo, me sorprendes... —dijo el hombre con un tono amable— le dieron muy duro a mis hombres y de eso muy pocos pueden presumir… los mataron a los tres, imagino que alguien te ayudo a hacerlo… ¿Cuántos se necesitaron para acabar con ellos?
Alexis, no decía nada, sólo observaba al hombre, sin confiarse por su amabilidad, tal vez tras esa cordialidad se escondía una víbora que atacaría de manera inesperada y con determinación de aniquilar.
—¿Cuántos te ayudaron a matarlos…? —preguntó Al, de nueva cuenta y viéndolo con fijeza.
—No me ayudó nadie… no fue necesario… —respondió Alexis, sin alterarse, algo dentro de él le decía que era inútil que tratara de mentir— yo solo me defendí de ellos… no me dieron opción… tuve que hacerlo.
—¿Tú solo te los echaste…? Vaya… pues sí que tienes los tompiates bien puestos… eso lo respeto y mucho… de verdad… mis hombres querían venganza… ahora no me parece justo ya que, si todo fue derecho no hay nada que hacer, perdieron y ganaste, tan sencillo como eso —seguía hablando Alfonso— soy enemigo de las injusticias y es por eso que te encuentras aquí, con vida, quería saber cómo había sido el asunto y tener una mejor idea.
Quiero que, como amigos, me digas donde se encuentra la mujer de Gamaliel, para recuperar el dinero que con trampas le ganó a mi hermano, te doy mi palabra que a ella no le va a suceder nada si me entrega el dinero, el pachuco ese ya pago con su vida las trampas que le hizo a Cristóbal.
El hombre guardo silencio esperando que Alexis, hablara, tal parecía que no tenía intención de causarle daño, y aunque no estaba muy convencido, eso le dio confianza al pachuco para decir:
—Mire… la neta es que yo no sé quién sea usted… y al tiro, ni me importa… mucho menos lo que quiere… aunque si como dice, no le gustan las injusticias, aquí deben terminar las cosas para todos…
—Muy interesante tu punto de vista, ¿Te importaría decirme por qué debo aceptar lo que tú dices...?
—No es que deba aceptarlo, solo que lo justo es eso… no hay que darle tantas vueltas…
—¿Ah sí?... ¿Y por qué…? —preguntó con sincero interés en lo que el pachuco decía.
Alexis, se dio cuenta de que aquel hombre no se burlaba de él, se mostraba interesado en sus palabras, su rostro reflejaba sinceridad y sus ojos lo estudiaban atención tratando de entender las palabras del pachuco.
La negra y pesada mirada de Al, estaba clavada de manera fija, en el rostro tranquilo y sereno de Núñez, tratando de ver algún signo de engaño, de descubrir la verdad de lo que decía en sus ojos.