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Capítulo 63

Si ofrecían dinero por darle en la madre, muy pocos dentro de la cárcel resistirían la tentación de ganarlo, lo que lo ponía en la mira y al alcance de la mayoría de los reos, claro que después de lo que hizo en la crujía de admisión, lo iban a pensar o lo iban a atacar a traición, como acostumbraba la mayoría de los presos.

Para esos momentos, todos en el Palacio Negro de Lecumberri, sabían que se había enfrentado a cinco peligrosos delincuentes y que les había dado una lección, por un lado, eso le convenía, aunque por el otro, sabía que ahora ya no lo atacarían de frente, ahora le buscarían la espalda.

Dejó sus pensamientos a un lado y se puso alerta al ver que llegaban a la puerta de la crujía “D”, la que está asignada para delitos de sangre, en la que se encuentran los peores homicidas, la cloaca donde se guardaba lo peor de lo peor, donde los asesinos son lo que son sin que nadie se meta con ellos, so pena de terminar muerto.

Las enrejadas puertas metálicas se abrieron rechinando sus goznes y al grito de: “¡Ya parió la leona…!”

Lo metieron de un empujón que lo agarró desprevenido provocando que tropezara de manera aparatosa, no obstante, no dijo nada y todos sus sentidos se pusieron alertas, se recompuso y comenzó a caminar por el pasillo sintiendo y viendo las miradas recelosas y de reojo que le lanzaban algunos a su paso.

Otros lo veían de manera directa, con arrogancia y prepotencia, esperando cualquier oportunidad para lanzarse sobre de él, en general todos parecían fieras al acecho, Alexis, no los veía de manera directa, sus ojos los recorrían con rapidez esperando que cualquiera de ellos hiciera el menor movimiento para atacarlo, estaba dispuesto a defenderse, no iba a ser tan fácil terminar con él si eso era lo que querían.

Al recorrerlos con la mirada, el pachuco podía notar en los ojos de la gran mayoría una indiferencia de muerte, una frialdad de cementerio, una negrura de tumba, ninguno de aquellos reos podía ocultar su desprecio por la vida, si no todos, la gran mayoría había conocido “el placer” de matar, de arrancar una o varias vidas y aquello no les había causado ningún problema en su vida diaria, al contrario, los había cebado para seguir matando.

Caminando hacía la celda que le habían asignado, de pronto vio a un hombre que se paraba en medio del patio con una clara actitud retadora, Alexis, pensó que había llegado el momento y que tendría que pelear con aquel reo que se veía resuelto y dispuesto a todo, era imponente verlo en espera de que avanzara más.

Era un hombre cuarentón, alto, casi 1.80 de estatura, musculoso, con seguridad, andaría pesando más de 100 kilos, su agradable rostro mantenía una especie de sonrisa cínica y su dura mirada indicaba que no le importaba nada, Alexis, no detuvo su camino hasta que se encontró frente a frente con aquel hombre.

—Soy el mayor de la crujía, aquí mando yo y espero que te portes a la altura o te parto la madre que para lo hagas —le dijo de pronto viéndolo a los ojos con esa mirada de psicópata— si no conoces las reglas pregúntalas, si las conoces síguelas y así te evitaras broncas conmigo… ¿estamos… cabroncito?

—Sí… —contestó en forma escueta, el pachuco

El hombre se hizo a un lado y Alexis, siguió su camino, llegó hasta la celda que le correspondía y en la puerta se encontró con otro reo que se hizo a un lado para que Núñez, ingresara a la celda.

—¿Tú eres el Mamas…? —le preguntó el hombre viendo que Alexis, se sentaba en la litera inferior.

—Sí… así me dicen…

—Yo soy el jarocho… tu compañero de celda… —dijo el hombre parado frente a él— bueno, me llamo Manuel Molina, aunque todos me dicen el jarocho por ser de Veracruz.

—¿Y el Guacho…? —preguntó Alexis recordando a su viejo amigo.

—¿Lo conociste…? —interrogó el Jarocho y sin esperar respuesta siguió— salió hace como tres meses, cumplió de punta a cola… muy buen cuate ese Guacho… además de muy platicador… esta era su celda…

—Sí… lo sé… ¿y tú como sabes de mi apodo?

—Ah, es que en las crujías se ha hablado mucho de ti en estos días… por lo que hiciste en la de admisión… hasta hoy por la mañana supimos que vendrías a la “D” y la verdad es que tenía muchas ganas de conocerte… creí que serías más alto y musculoso… al menos así te imaginé por lo que se platica sobre tu persona…

—¿Ah, sí…? Pues que se dice… —interrogó Alexis, interesado

—Bueno, pues que vienes por doble homicidio y robo… te metiste a una furcia y a un joyero… que al llegar descontaste a un celador y te dieron hasta por debajo de la lengua… que al llevarte a ingreso te surtiste a unos vales que te querían dar lo tuyo… así que tenías que ser más alto y más musculoso pa todo eso.

—Sí, me imagino que así lo pensaron todos… y a propósito de alto y musculoso… ¿quién era ese buey que me detuvo en el patio…? —preguntó Alexis sabiendo que el jarocho había visto todo lo que había pasado.

—Es el mayor de la crujía… Pancho… todo el mundo le tiene miedo y lo respetan, él es el que manda aquí.

Alexis se puso de pie viendo con fijeza, al Jarocho que le sostuvo la mirada:

—¿Y por qué lo entambaron…?

—Ah, pues esa sí que es una historia muy larga…

—Cuéntamela… no creo que tengas prisa por ir a algún lugar…

—Me caes bien… —dijo el Jarocho sonriendo— me cai que me caes bien y sólo por eso te voy a contar la historia del Pancho… o de Francisco Manrique como se llama el pariente ese…

—“Soy producto de México, del ambiente mexicano. Mi niñez fue triste, una niñez como la de tantos niños que carecen de lo más necesario para vivir” —así les dijo el Pancho, a las autoridades cuando hizo su declaración.

“Mi padre era jefe de veladores de las minas de oro y plata de Pachuca, de las que salieron millones de pesos. Mi padre era un hombre honrado, y a pesar de que los mineros le decían que se podía robar una o dos barras de oro para asegurar su porvenir y el de la familia, jamás quiso hacerlo y prefirió dejarnos en la miseria…”

“En 1939 decidí ir a Estados Unidos como bracero y estuve trabajando en los campos recolectores de California… Gané unos dólares, pero preferí seguir como luchador, lo que ya hacía desde dos años antes…”

“En la Segunda Guerra Mundial me di de alta como ametralladorista en los aviones B 29, nunca estuve en el frente por no hablar inglés; me condecoraron y me dieron una beca para que estudiara.”

“Con la beca estudié en una academia de baile de salón y fui tan aprovechado que gané varios campeonatos de baile, con los gabachos a los que les gustó mi estilo, y ya en México, en las pistas del sublime Salón México obtuve por dos años consecutivos el primer lugar en concursos de danzón y de tango, no había quien me llegara y la mayoría hasta copiaba mis pasos y mi estilo.”

“Como luchador no lo hice tan mal, luché en Estados Unidos, México, Alemania, España, Portugal, Francia e Italia. En todas partes dejé bien parado el nombre de México como luchador y deportista…”

“Cuando conocí a Ricardo Barbosa, mi cómplice, me dediqué a matar toros y novillos. Me gané el título del Siete de Espadas debido a que Le metí siete veces el estoque a un toro y ni así se murió el desgraciado.”

“Conocí a Jorge Avelar, ‘El Trompelio’ al que Barbosa se refería como su mozo de espadas. Tiene enormes orejas, nariz leptorrina y ojillos de rata. Es un imbécil que vestía al estilo torero para complacer a Ricardo.”

“Cuando nos apañaron, por el asunto ese del cura, tenía ya, tres meses viviendo con Barbosa en un edificio, en el centro de la ciudad, por allá por las calles de Bolívar.”

“Con respecto al ‘México’, otro de mis cómplices, a raíz de los concursos de baile que gané, nos hicimos grandes amigos y dimos muchas exhibiciones en distintos salones… y todo se jodió, una vez que uno de mis hijos no tenía zapatos ni yo dinero para comprárselos, salí a caminar por el paseo de la Reforma cuando vi un Cadillac manejado por una mujer muy linda que llevaba un brazalete con piedras hermosas…”

“Al verla sentí deseos de arrebatarle las alhajas… de verdad, las manos me hormiguearon pensando en la forma de despojarla de sus cosas… lo cierto es que… no pude o no me di valor para hacerlo…”

“Pensando en mi pobreza, seguí hasta llegar al ruidosísimo café Tupinamba, en las calles de Bolívar 44… Ahí me encontré con Barbosa, quien me propuso asaltar una iglesia para hacernos ricos, pues decía que el curita tenía guardado muchísimo dinero debajo del colchón y que no sería tan complicado.”

“—Es un hombre muy rico —me dijo Barbosa— Sé que en su casa guarda dos millones de pesos y mucho oro. No podrá denunciar el robo porque no tiene manera de comprobar el origen del dinero.”

“Acepté e invité al ‘México’, porque sabía que él también era muy pobre… además, igual que yo, andaba necesitado y unos buenos pesos, pos nunca le caen mal a nadie, así que lo invité y él pos aceptó.”

“El asalto y la muerte del curita fue un error, pues apenas saqué la miserable cantidad de mil pesos… ¿Cuáles millones de pesos? ¿Cuáles alhajas? Pero, en fin, ya todo está hecho y ni modo…” —así fue su declaración.

Al Pancho, a Barbosa, a Trompelio, al México y al Chundo, los detuvieron por la muerte de un sacerdote al que fueron a asaltar a su casa. Pancho, era luchador. Vivía de las mujeres, a las que golpeaba.

Durante un tiempo presumió a la bailarina Andrea Lisum, en agosto de 1943 ingresó a la cárcel luego de marcarle el rostro con una navaja en el restaurante Hollywood de la calle de Basilio Vadillo.

Salió bajo fianza porque ella no levantó cargos, por miedo, tal vez.

Uno de sus cómplices declaró lleno de orgullo y altanería:

—“Me dicen el México porque le hago al baile y a la pachuqueada” —se sentía todo un pachuco

El ‘México’ tenía nueve ingresos a prisión acusado de vagancia, robo, lesiones, trata de blancas y homicidio, una verdadera lacra, como sus amigos. En Lecumberri conoció al ex boxeador Rubén Castañeda. “el Bofe”, quien se rehusaría participar en el asalto que los mandó al tambo.

—“No, no es mi arpegio” —dijo el Bofe cuando lo invitaron a formar parte de la banda.

A cambio, el Bofe, les propuso conseguir a un muchacho decidido, mediante un pago de setecientos pesos. Fue así como el Pancho, entró en contacto con Pedro Linares, mejor conocido como ‘el Chundo’.

Esa misma semana Barbosa, dijo que se necesitarían dos personas más para ejecutar el plan. Le pidió a Pancho que las reclutara. Manrique recurrió al Chundo, quien le presentó a dos ex reclusos: Roberto Barrios y Ricardo Ángeles. Manrique les ofreció setenta mil pesos como botín, ambos rechazaron la oferta al enterarse que el robo sería en una iglesia. Barrios alegó que: “la mano de Dios es más poderosa que la de la policía”.

Manrique buscó al “México”, le contó el plan y le ofreció setenta mil pesos. “El México” aceptó de inmediato y quedaron en reunirse al día siguiente en la casa del “Chundo”. Barbosa pidió no usar la violencia y se dispuso a esperar frente al volante. Manrique y los otros corrieron a esconderse en el patio de la iglesia.

Terminada la última misa el cura cerró el portón del templo y enseguida se dirigió a soltar al perro. Poco después escuchó ladridos. Salió al patio y encontró al animal muerto. Pancho saltó de las sombras y lo chineo.

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