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Capítulo 62

—Por peleonero… acabas de salir y ya te metiste en broncas… —le dijo uno de los celadores acercándose a él blandiendo la macana en la mano— aquí te vamos a quitar lo gallito… ya verás…

Y sin previo aviso le clavó la punta de la macana en el estómago haciendo que se doblara de dolor, otro de los celadores se acercó de inmediato y le dio un macanazo en las corvas provocando que el pachuco cayera de rodillas y ahí lo tundieron a golpes y patadas sin misericordia.

Los otros dos reos de la celda, se hicieron a un lado para evitar que les pegaran, sabían que la bronca no era con ellos, Alexis, no supo en que, momento perdió el sentido por los fuertes golpes y fue entonces cuando dejaron de pegarle, dos de ellos lo sujetaron por los brazos y lo sacaron arrastrando, otros dos voltearon a ver los reos y estos se voltearon hacia la pared en un gesto de no haber visto nada.

En el patio de la crujía, los presos vieron como lo sacaban arrastrando por el pasillo sin que nadie dijera ni hiciera nada en favor del prisionero que parecía más muerto que vivo, lo único claro era que lo conducían a la enfermería, con toda seguridad, para curarle sus heridas.

—¡No… no lo maten… no lo maten…! ¡A él no lo maten…! ¡Por favor…! —los gritos de Alexis, en la enfermería resonaban por todas partes— ¡Gama… Gama… hermano…! ¡Carnalito, no te mueras…! —tenía fiebre y tuvieron que inyectarlo para que se tranquilizara, al parecer tenía delirios y estaba alucinando con una persona.

Septiembre 4, 1946, 12:00 horas

Cuando Alexis recobró el conocimiento estaba en una cama de la enfermería, le habían vendado el tórax y una mano, tenía vendoletes en la ceja derecha y el ojo del mismo lado hinchado por completo, casi cerrado, tenía varios chichones en su cabeza y sentía adolorido todo el cuerpo.

Un hombre maduro de unos cuarenta años, vestido con elegancia, con un traje de tres piezas, con el sombrero en la mano se encontraba sentado en una silla frente a él observándolo, al principio le costó trabajo distinguirlo bien, aunque poco a poco su visión se fue aclarando y vio que el hombre le sonreía.

Tuvo el impulso de levantarse de un brinco, y su cuerpo no le respondió como él esperaba, un profundo dolor lo recorrió de pies a cabeza deteniendo sus bruscos movimientos e inmovilizándolo:

—Tranquilízate… —le dijo el hombre con voz tranquila y amable, mientras le sonreía— estas muy delicado… te dieron una buena paliza… no te preocupes por nada… aquí estás seguro y nadie te va a tocar… te lo prometo…

—¿Quién es usted y qué hace aquí…? —preguntó Alexis, tratando de acomodarse en la cama y para ver bien a aquel hombre que le sonreía de manera amable y le hablaba con un tono de voz calmado.

—Soy el licenciado Mario Monterrubio... desde hace unos días soy tu abogado… me pidió mi ahijada Elena, que te representara y aquí me tienes para ayudarte a salir de esta bronca en la que te tienen metido…

—¿Dice que desde hace unos días es mi abogado…?

—Así es… hace casi una semana que ingresé los papeles para acreditarme como tu defensor

—¿Cuánto tiempo tengo aquí…? —preguntó Alexis, confundido.

—Tres días… te dieron muy duro… se ensañaron contigo… imagino que como dicen los celadores, te atacaron unos reos y ellos te “salvaron” de morir, de otra manera ya serías un cadáver más en el anfiteatro.

Alexis, guardó silencio y Mario, lo observó con atención por unos segundos, sin dejar de sonreír le palmeo la mano al tiempo que le decía lleno de sinceridad y en voz baja para que sólo él, pudiera oírlo.

—Puedes confiar en mí… te aseguro que no haré lo que tú no quieras que haga… por eso es importante que me tengas confianza para saber con exactitud en qué me estoy metiendo y pueda hacer mejor mi trabajo…

Casi estoy seguro que los que te golpearon fueron los mismos celadores que te trajeron a la enfermería, se les veía con toda claridad en el rostro… ¡infelices abusivos! ¡cobardes!

Alexis, lo observó con atención y luego en voz baja le contó todo lo que había sucedido desde su detención, Monterrubio, escuchaba atento, cuando el pachuco terminó el abogado guardó silencio pensativo.

—¿Quién puede estar detrás de todo esto…? —preguntó al final, y como si hablara consigo mismo

—Es lo mismo que yo me he preguntado y no encuentro respuesta… en un principio pensé que el Muñeco, Juan Zepeda, un padrote de la casa de citas de la francesa, no obstante, lo descarté porque ese desgraciado no es de los que se vale de otros para hacer las cosas, ese infeliz me quiere joder él mismo…

—Ahora entiendo muchas cosas, cómo el por qué no te habían registrado en la prisión como es debido, o por qué no se ha iniciado el proceso en tu contra… ni siquiera te han tomado la preparatoria…

Lo importante ahora es que te cuides mucho, ya sabes que hay consigna en contra tuya y por eso mismo debes estar alerta… mientras voy a tratar de agilizar las cosas para ver la forma de sacarte de aquí.

Tenemos que ponerte a salvo… según me dicen los médicos en dos días te darán el alta, ese mismo día buscaré que vayas a la crujía que te corresponde, eso les va a complicar un poco las cosas… aunque no los va a detener...

—Lo que usted diga licenciado… yo no puedo hacer otra cosa que esperar y enfrentar lo que se vaya presentando… por favor no le diga nada a Elena, de todo esto, no quiero que se preocupe por algo que no puede evitar, es mejor que piense que sólo estoy acusado de manera injusta…

—Tienes razón… no tiene caso preocuparla de forma inútil… —dijo el abogado poniéndose de pie— por lo pronto, cuídate y aguanta, ya verás que de una o de otra manera te sacaremos de aquí…

Mario Monterrubio, se marchó y Alexis, sintió que todo le daba vueltas, no quería volver a desmayarse así que forzó su mente a volver a las dudas que revoloteaban en su cabeza, sólo de esa manera podía mantenerse alerta y no caer en ese pozo negro y profundo que es la inconsciencia.

Estaba muy seguro de que no se trataba de matarlo, los mismos celadores, si hubieran querido matar, lo habrían hecho y sin problema alguno, incluso, desde el momento en que lo detuvieron, los mismos agentes, Ríos y sus hombres, podrían haberlo liquidado sin levantar sospechas, la verdadera cuestión era que, deseaban hacerle la vida imposible, querían que sufriera, que padeciera el encierro, tal vez buscaban desesperarlo hasta que él mismo deseara la muerte y la buscara de una o de otra forma.

Y aunque el Muñeco, lo odiaba y siempre lo había detestado, era de los que prefería disfrutar viéndolo sufrir que enterarse por terceros, si quería dañarlo, él mismo habría encontrado la forma de hacerlo de manera personal para verlo padecer y reírse de su desgracia, aunque en su cara, de frente.

Tal como lo había hecho durante los velorios de sus padres, esa mirada cínica y burlona, esa actitud arrogante y perdonavidas con la que siempre lo había tratado eran la muestra más clara de que el sadismo que traía en su alma lo motivaban a actuar de manera personal y directa, jamás empleando a otros.

Alexis, estaba seguro que Juan, no hubiera armado todo ese lío para desquitarse de él, no era su estilo, ni tenía la paciencia de esperar, alguien más estaba detrás de todo eso… aunque… ¿quién…?

Esa pregunta bailaba en su cabeza y le hubiera gustado contestarla para saber cómo cobrarse todo lo que le estaban haciendo sufrir, y sobre todo cual era el motivo, para él las cosas siempre habían sido claras y directas, no había vuelta de hoja, “tú me la pediste, tú me la pagas”, no había de otra.

Ahora más que nunca necesitaba a sus amigos, mientras él estuviera encerrado no podía hacer gran cosa, el Longinos y el Carrizos, si podían moverse con libertad y averiguar algo, cualquier cosa que pudiera darle un indicio sobre lo que estaba pasando, y ¿Por qué a él…? ¿Qué había hecho para que le causaran todo aquello?

Sabía que podía contar con sus fieles amigos, después de todo siempre se habían portado a la altura y estaba seguro que ellos lo estimaban de la misma forma en que él lo hacía, la prueba más clara era que el Carrizos, había hablado con sus carnales para que lo cuidaran en el chero, en definitiva, en ellos si podía confiar.

Septiembre 9, 1946, 12:00 horas

—Sabía que hoy te reintegrarían a la población general, por eso vine a verte —le decía el licenciado Monterrubio, con voz profesional a Alexis, que lo escuchaba atento— en breve comenzará el litigio para determinar tu culpabilidad… es cuándo podremos sacarte, es el terreno en el que nos podremos mover con libertad.

—¿Ha averiguado algo más de lo que hablamos…? —preguntó el pachuco con vivo interés.

—No… hay mucho hermetismo al respecto, lo que, si te puedo asegurar, es que se están moviendo muchas influencias para todo este enredo —respondió con sinceridad el abogado— te prometo que no descansare hasta sacarte de aquí, por lo pronto te van a mandar a la crujía que te corresponde, así que cuídate mucho.

—Gracias, licenciado… le pido por favor que investigue lo más que pueda para que sepamos quien está empeñado en joderme la vida, necesito saberlo —le dijo Alexis, con un gesto de preocupación.

—No te preocupes, muchacho, voy a tratar de descubrir de donde viene el ataque… yo también tengo mis contactos y con toda seguridad, alguno va a descubrir quién está detrás de todo esto… dame tiempo.

—Se lo agradezco, licenciado, la verdad es que es usted muy reata… y tiempo es lo que me va a sobrar, lo que necesito es paciencia y no dejarme llevar por el pesimismo, tengo que mantenerme cuerdo.

—No tienes que agradecérmelo a mí, agradécelo a Elenita… esa mujercita es como una hija para mí… y armate de paciencia, ojalá y la cosas pudieran apresurarse, eso nos ayudaría mucho, sólo que, en los juzgados se mueven con ciertas fechas, con plazos y etapas que llevan su tiempo, no hay de otra…

—Lo sé… y le aseguro que sabré aguantar la bronca lo más que pueda… en cuanto a Elena, nada más que pueda verla le daré las gracias por todo lo que están haciendo por mí, usted y ella... gracias…

Con un fuerte apretón de manos se despidieron uno de los celadores que lo había llevado de la enfermería a locutorios abrió la puerta al ver que el abogado se marchaba, Alexis, no espero a que le dijeran algo, sólo siguió al vigilante por el pasillo de manera dócil, conocía las reglas de prisión y trataría de seguirlas.

Mientras avanzaban por aquel conjunto de pasillos que configuraban el presidio, el pachuco pensaba en lo sucedido ese día, había despertado temprano y el medico llegó unos minutos después para revisarlo, lo examino con detenimiento y le comunico que ya estaba bien, que iba a ser dado de alta.

Después de darle las gracias, al galeno, por sus atenciones y cuidados, comenzó a vestirse con el obligado y desgastado uniforme blanco con rayas negras, en esas estaba, cuando de pronto llego otro de los celadores y le dijo que tenía visita que se apurara, Alexis, no pregunto, aunque aquello lo confundió, no esperaba a nadie y mucho menos cuando recién lo habían dado de alta, algo que nadie sabía fuera del penal.

Eso indicaba que el abogado sabía bien su trabajo y no se detenía ante nada, lo cual era bueno para su causa, ahora debía estar alerta para lo que viniera dentro de aquellas paredes de la prisión.

Estaba más que convencido de que no podía confiar en nadie y no sabía de donde o por quién podía venir el siguiente ataque en su contra, así que, ahora más que nunca tenía que recordar todo lo que aprendiera del barrio si es que quería sobrevivir, no lo iban a agarrar desprevenido.

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