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Capítulo 3

Platicaron sobre algunas cosas y como había sucedido las ocasiones anteriores él tocó el tema:

—¿Y qué has pensado de lo que te dije?

—Qué no puedo… le estoy muy agradecida por su ofrecimiento, la verdad es que, tengo novio y me voy a casar con él, así que no tiene caso que le mienta o le dé falsas esperanzas.

—Ya te dije que no quiero un acostón solamente… deseo que vivas conmigo, hacerte feliz y tenerte como a una reina, bien sabes que puedo hacerlo y tú te mereces eso y más.

—Sí… aunque si he de ser sincera, no me interesa… estoy bien como estoy y no me quiero complicar la vida

—Eres una terca y te aseguro que tarde o temprano te vas a arrepentir de tu actitud… vas a venir a mi suplicando por lo que ahora te estoy ofreciendo, y entonces no serás sino una más para mí —dijo el hombre viéndola fijamente a los ojos, su mirada estaba cargada de coraje y rencor

—Bueno… entonces esperé a que así sea… y ya me lamentaré por no haber aceptado antes… —dijo ella levantándose de la silla— muchas gracias por la copa… y discúlpeme, tengo cosas que hacer.

Antes de que él pudiera evitarlo, ella se alejó y se perdió entre los parroquianos que atestaban el lugar, desde un oscuro rincón Marina, lo vio beberse de un trago su copa y luego se puso de pie para salir de la casa.

Ella sabía que él le había preguntado a madame Ruth desde el primer día que la vio:

—¿Cuánto cobra Marina por una noche de placer?

—Nada… ella no se vende… sólo sirve copas y ficha de vez en cuando —le dijo Ruth con sinceridad

—Y si la quiero por una semana para mí sólo, ¿cuánto te tengo que pagar? —insistió el hombre

—Vaya… nunca pensé que un hombre como tú, pudiera obsesionarse por una mujer, cierto que Marina, es hermosa y tiene un excelente cuerpo, y aun así es como para no creérsela… lástima… ella no se vende y yo no puedo ordenárselo… —respondió Ruth, fiel a la palabra que le diera a la propia Marina y sobre todo a Alexis.

—Pues la quiero para mí y tiene que ser mía… yo siempre tengo lo que quiero —dijo el hombre molesto

—No es para que te enojes, esa muchacha es fiel a sus ideas… no tiene caso que te aferres… Marina, no se va con nadie y yo no puedo obligarla, así se lo prometí al Mamas y a ella misma.

—¿Qué tiene que ver el Mamas, en todo esto? —preguntó el hombre confundido

—Que él es su protector y su amigo… por eso me la trajo, para que yo le diera trabajo… por otro lado la muchacha tiene novio y pronto se va a casar… así que no hay nada que hacer con ella…

—Eso no me importa, esa mujer me gusta y la voy a tener para mí.

Marina se había enterado de aquella plática por la propia Ruth, quién le había aconsejado que se cuidara mucho de él ya que era un hombre muy poderoso, peligroso, vengativo y violento.

Por eso Marina, lo había seguido tratando con amabilidad y lo soportaba cada vez que iba por la casa de citas, el problema era que ahora ya estaba en un plan que, ella no estaba dispuesta a tolerar.

Nerviosa por el coraje que le había hecho pasar, lo vio salir de la casa, entonces se acercó a una de las ventanas del salón y encendió un cigarrillo buscando tranquilizarse un poco.

Le daba la tercera fumada a su cigarro, cuando de pronto lo vio entre las sombras de la noche, estaba pegado a una de las paredes de la casa platicando con otro hombre al que también reconoció de inmediato.

Ambos platicaban de manera despreocupada, haciendo planes para perjudicar a alguien, ella no podía escuchar bien, aunque captaba gran parte de la conversación, enterándose de los planes que tenían, quería saber más, así que abrió un poco la ventana y afinó el oído esperando poder entender mejor su plática.

—Es el momento de hacerlo… ya no puedo esperar más… ese infeliz pachuco tiene que pagar todas las que me debe y pronto… —decía con coraje el hombre que la pretendía.

—Como usted diga patrón… si quiere me lo echo de una buena vez, al fin que le traigo ganas desde hace mucho tiempo y quiero demostrarle quién es quién… —respondió el otro, con cinismo y determinación.

—No… no lo quiero muerto… al menos no por el momento… ¿preparaste las cosas como te lo ordené?

—Sí… todo es cuestión de esperar un poco a que las cosas se vayan dando y todo saldrá como usted quiere.

Aun en medio de la oscuridad, Marina, vio que ambos sonreían con crueldad, de pronto, ambos voltearon hacia la ventana donde ella estaba y apenas y tuvo tiempo de ocultarse tras el marco.

—Espero que no me hayan visto… tengo que ir a avisarle al Mamas, lo que estos planean… —pensaba Marina, mientras se encaminaba hacia la puerta de salida dispuesta a informarle a Alexis, todo lo que escuchó.

—¿Viste eso?

—Sí, patrón, alguien nos estaba espiando…

—Pues quien haya sido… si escuchó todo lo que hablamos sabe demasiado… así que tiene que callar para siempre… ya sabes lo que tienes que hacer… y no me falles…

—Pierda cuidado, quién haya sido, no va a volver a hablar en lo poquito que le queda de vida, y de eso me encargo yo, usted sabe que yo no sé fallar.

Los nervios la invadían, en ese momento no sabía si la habían seguido o no, buscó en su bolsa un cigarrillo, las manos le temblaban, se lo colocó entre los labios y buscó los cerillos, trató de encender uno y no pudo, volvió a intentarlo y no pudo, al tercer intento la llama del cerillo se iluminó y justo cuando estaba por encender su cigarrillo, una voz fría y seca se dejó escuchar provocando que ella se estremeciera sin poder evitarlo:

—A ti te andaba yo buscando… ¡maldita metiche…!

Aterrada levantó los ojos hacía el hombre que estaba frente a ella, con una mirada fría y una filosa navaja en la mano, la veía con indiferencia mortal, sus ojos decían todo lo que pensaba hacer:

—N-no… No, no le he dicho nada a nadie… y no lo voy a decir… de verdad… no me hagas daño, por lo que más quieras… haré lo que tú me pidas… sólo no me hagas daño —dijo ella tratando de ganar tiempo.

—Te conozco, reinita y sé que vas a andar de guaguara con el pinche pachuco ese… y en boca cerrada no entran moscas… —dijo el hombre al tiempo que, con violencia, le clavaba la punta de la navaja en el estómago.

Marina, sintió el frío metal que penetraba en su cuerpo y hasta alcanzó a escuchar el suave sonido del aire de su cuerpo saliendo por la herida, antes de que pudiera decir algo, el hombre sacó la navaja con rapidez y la volvió a hundir un par de veces más, en el vientre de la hermosa mujer que sintió que las piernas se le doblaban sin que ella pudiera evitarlo y sin poder gritar en busca de ayuda.

Marina, cayó pesadamente sobre sus rodillas, quiso gritar, no lo hizo, comprendió que sería inútil, con ambas manos se agarró el vientre, notando el viscoso y tibio líquido que emanaba, sintiendo que la vida se le escapaba de manera irremediable y ella nada podía hacer para evitarlo.

De sus hermosos ojos comenzaron a brotar dos gruesas lágrimas de desesperación, que con rapidez, escurrieron por sus mejillas, de reojo vio que el asesino comenzaba a alejarse por la calle con toda tranquilidad, sin prisa alguna, al tiempo que doblaba y guardaba la navaja entre sus ropas.

Mientras ella agonizaba en el piso de aquella calle, el bolero había llegado hasta el Salón México y buscó a Alexis Núñez, el Mamas, lo vio bailando con una hermosa mujer, por unos segundos se detuvo, en realidad, era todo un espectáculo verlo moverse de aquella manera, manejando a su pareja, como si ambos flotaran en el aire al realizar sus evoluciones, sus cuerpos se deslizaban en perfecta sincronía y con una precisión artística.

Cheo, estaba fascinado, deseando algún día poder hacerlo igual o mejor, recordó el gesto angustiado en el rostro de Marina y sin pensarlo se acercó al pachuco al cual jaló por un brazo con determinación.

—Ese mi buen Mamas…

—¿Qués pues nuez, chavalillo? —le dijo el Mamas, volteando confundido por la interrupción.

—Pos dice la Marina, que le urge vicentearte... te espera en la Santa Cruz... de boleto... —le respondió el bolero de prisa para que el pachuco supiera el motivo por el cual lo había sacado de concentración.

—Dile a esa jainita, que sorry ¿ves?… orita no puedo… que tengo un bisnes con una rorra que está bien suavena con su arroz —respondió el Mamas, sonriendo con picardía— tumorrou, cuando tenga una chanza, ese, la voy a buscar al quilombo donde camella y entonces podemos parlotear sabroso…

—La neta es que es urgente… se veía bien fruncida… no seas gacho y pastoreala un cachito, aunque sea… total… viejas hay muchas… y a ti te sobran… sí ya te he visto, canijo —insistió el bolero.

—Pos ya estaría de Diógenes ¿qué no...? vamos a guacharla total qué —respondió el Mamas, jalando al bolero rumbo a la puerta, caminando de prisa y sin detenerse a despedirse de nadie.

Ambos salieron a toda prisa del Salón y comenzaron a correr por el Callejón de San Juan de Dios, el Longinos, lo vio salir apresurado y fue tras él seguido por el Carrizos, algo pasaba y su carnal los necesitaba.

Cuando Alexis, llegó a la esquina con la Santa Veracruz se detuvo, vio a un grupo de personas que se arremolinaban, se abrió paso entre ellos y llegó hasta el cuerpo de Marina, que yacía sentada en el suelo, recargada en el quicio de la entrada de un negocio en medio de un gran charco de sangre, se agachó junto a ella y le tomó la cabeza con suavidad al tiempo que le hablaba con ternura:

—Marina… jainita… reina… Marina… ¿quién fue...? ¿Quién fue el, hojaldra que te pico...?

La mujer abrió los ojos y trató de sonreír al reconocer a su viejo amigo, en su cara se dibujó una mueca de tranquilidad y haciendo un verdadero esfuerzo pudo decirle:

—Ma… mas… gra… cias… yo… yo…

—No hables… ya fueron a buscar a ayuda… aguanta la vara… yo Colón… tranquila reina…

—N.no… no, es… to… ya… va… lió… madres… —musitó ella, de pronto un gesto de angustia se dibujó en su rostro— ¡debes cuidarte…! yo… yo… los vi… yo… mmmgh… yo... oí to... do... ellos quieren… van a…

—Aguanta… reinita… ya no hables… te vamos a llevar con el médico…

—No… no… fue… fue… el… mu… el mu-u…

Alexis, vio que Marina, se quedaba sin vida en sus brazos, con los ojos abiertos y un gesto de dolor en el rostro. Con ese infinito cariño que siempre sintió por ella, le cerró los ojos y la recargó con suavidad, contra el marco de la cortina del negocio, las lágrimas rasaban sus ojos a punto de brotar.

Verla ahí, sin vida, tirada en la calle como una muñeca rota, como un desecho al que nadie le importa, le trajo al pachuco un cúmulo de recuerdos que lo estremecieron, que lo cimbraron.

Contuvo el llanto, y trató de jalar aire con fuerza… lleno de coraje, sin pensar en nada, se levantó dejando el cadáver de Marina, en el piso y se abrió paso entre la gente aventándolos a un lado.

Cuando se alejó un poco sus amigos lo alcanzaron.

—¡Ese cabrón ya se pasó de rosca… ora si va a valer madres…! —dijo Alexis Núñez, el Mamas, enfurecido y caminando hacia las calles de Independencia— voy a pararle los tacos de una buena vez… ya estaría de Diógenes… lo que se tenga que cocer que se vaya remojando… sólo que, ahora si va a tener que responder por esto… se pasó de listo y así no se vale… que no sea pinche cobarde el infeliz…

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