Capítulo 2
Cuando finalmente se despidieron, se estrecharon la mano con cariño y Núñez le dijo...
—¿A dónde quieres ir hoy en la noche…? Tal vez podría llevarte a…
—No… no puedo… tengo que acompañar a mi padre a Michoacán, a casa de mi abuela para festejar su cumpleaños, lo más seguro es que nos estemos unos días allá… en cuanto regrese te busco para que me sigas enseñando ese mundo hermoso de la vida de noche… ¿te parece…?
—Cómo tu digas… ya sabanas que con Miguelito no problem… sabes bien dónde encontrarme... cuando vuelvas o cuando quieras vicentearme… yo estoy más puesto que un calcetín con su respectivo agujero…
—Lo sé... y por eso me encantas... —respondió ella— no me canso de decirlo, eres genial.
Abrió la puerta de su casa y sin que él se lo esperara, le dio un tierno beso en los labios, Alexis, le correspondió con la misma ternura y cariño, hasta que ella se separó con un gesto coqueto.
—Cuídate mucho y no hagas locuras… bueno, hasta que regrese para que las hagamos juntos… y me pueda divertir en grande —le dijo ella entrando a su casa.
—Así lo haré... jainita… que te la pases suavena con tu abuela y diviértete…
—Claro… nos vemos…
Alexis, la vio cerrar la puerta y caminó por la calle rumbo a su casa mientras encendía otro cigarro, no tenía la menor duda de que la suerte le estaba cambiando y las cosas mejoraban, tenía bastante trabajo en el taller mecánico, sus amigos lo estimaban con sinceridad, su técnica al bailar mejoraba y ahora se podía decir que tenía una novia hermosa y que estaba loquita por él, aunque tal vez, Elena, siempre había estado medio loquita.
Agosto 10, 1946, 20:00 horas
Alexis se paró frente al espejo del ropero de su cuarto en Casa Gaona, y con las manos acomodó sus cabellos peinados con brillantina, recorrió su reflejo en la luna de pies a cabeza revisando con cuidado todo.
Se sintió satisfecho con su reflejo, vestía de pantalón, negro, con el tiro alto, casi hasta el pecho, de trabuco, con sus respectivas tramas, planchado con la raya impecable, su leontina colgando del cinturón de piel, y llegando hasta debajo de la rodilla para luego volver a subir y perderse en la bolsa izquierda de su pantalón sujeta a un reloj de bolsillo que tenía por costumbre cargar.
Sus tirantes a dos tonos, su camisa blanca reluciente, con los primeros botones abiertos para lucir la cadena de oro que colgaba de su cuello con una medalla de la imagen de la virgen de Guadalupe, su saco largo hasta las rodillas, de anchas solapas, hombros acolchados, zapatos a dos tonos con tacón cubano, todo un zoot suit a la medida y a la moda, lo que a él le agradaba y sabía lucir con estilo.
Tomó su sombrero de ala ancha y caída hacia el frente, a un costado, la hermosa y larga pluma verde de faisán, de unos 50 centímetros, se calzó el Tardan y volvió a verse en el espejo, estaba impecable.
Aunque la pluma le había costado una buena suma de dinero, valía la pena, desde que la vio se sintió atraído por ella, tal vez por la sangre indígena de sus antepasados, lo cierto es que aquel adorno le había fascinado para lucirlo en el sombrero, por otro lado, aquella era la moda y había que respetarla.
—Más mezcla maistro o le remojo los adobes... —se dijo al verse en el espejo— estoy que ni yo me la creo, de verdad que me veo bien… —pensó mientras caminaba hacia la puerta de su cuarto, apagó la luz y salió al pasillo caminando con esa agilidad que parecía que bailaba a cada paso.
No había sabido nada de Elena, en los últimos días y aunque no quería admitirlo, la extrañaba, estaba seguro que en cualquier momento aparecería por el taller mecánico buscándolo para retomar el cotorreo donde lo habían dejado y a acompañarlo a donde a él se le antojara ir.
—¿Va a rigresar muy tardi… siñor, Alexis…? —le preguntó de pronto María con su clásico sonsonete y acercándose a él con su especial modo de caminar, como si diera brinquitos.
—Yo creo que sí, jainita… a lo mejor ni llego… ya sabanas como es este meneo… tú vete a planchar oreja y no te preocupes por mí… ya embuchacaré algo por ahí… pa calmar la solitaria… ¿qué no?
—Ah que siñor… habla reti chistoso… pero ora si le entendí… va a cenar en la calle… tenga muncho cuidado ya ve que es rete peligroso andar de nochi por ahí… hay mucho malora…
—Ta suave… ahí nos vidrios… y no te preocupes… que el que es perico donde quiera es verde…
—Pos en mi pueblo dicen que el que es tarugo donde quiera pierde…
—Irala… me estas cabuleando… que se me hace que eres desas mátalas callando… ¿no esa...?
—Hay siñor… yo no sé ques eso…
—Bueno pues las golondrinas… me descuento de una vez… voy a borlotear… tú quedate trampando a oreja… y sueña con los angelitos… no… con esos no que andan encuerados… —le respondió al tiempo que le hacía una leve caricia en la mejilla provocando que María, se sonrojara y emitiera una nerviosa sonrisa.
Caminó hacia la puerta seguido por los ojos tiernos y cariñosos de la muchacha.
—Hay virgencita… cuídamelo muncho… es rete guena genti... Y no quero que le pase nada malo... —murmuró María al verlo salir encomendándoselo a todos los santos del cielo.
Ajeno a las bendiciones que vertían sobre él, Alexis, se enfiló hacia la calle de Victoria, rumbo hacia San Juan de Letrán, disfrutaba caminar y hacer tiempo antes de llegar al Salón de baile México, al irse acercando a la calle de San Juan de Letrán, comenzaron los saludos a su paso:
—¿Tons qué, mamas…? —dijo una hermosa mujer que taloneaba en la calle
—Tons qué, reinita… —le respondía el pachuco sonriendo y tocándose el ala del sombrero.
—¿Qué onda, mi buen mamas…? —le decía algún vendedor callejero
—Tons qué… ese… —respondía el pachuco que seguía saludando y sonriendo a todos.
Sin dejar de saludar llegó hasta el México, y entró a uno de los cuatro salones. Los saludos siguieron y un mesero se le acercó con una botella de cerveza en la mano y se la entrego, bien fría como le gustaba a él.
Alexis la tomó y le dio dos billetes de a peso, el mesero le agradeció y se retiró. El pachuco, bebió un par de sorbos mientras desplazaba su mirada por el lugar, en busca de alguna mujer con la cual pudiera bailar a su entero gusto y que se acoplara a su ritmo y no se perdiera en la melodía.
20:30 horas
No muy lejos de donde el pachuco disfrutaba de su cerveza, caminando lo más rápido que podía y haciendo resonar sus tacones sobre la acera de la calle de la Santa Veracruz, en la colonia Guerrero, Marina, avanzaba a toda prisa hacía la esquina de la calle de Valerio Trujano, volteando de manera insistente, cuidando que nadie la siguiera, se veía nerviosa y parecía aterrada, su rostro era una mueca clara de desesperación.
Estuvo tentada a correr, aunque no quiso arriesgarse a que se le rompiera un tacón del zapato, así que se movía lo más aprisa que le permitían sus zapatos de tacón alto y la entallada falda que se ceñía sobre sus bien torneadas pantorrillas, imposibilitándole dar pasos más largos para desplazarse más rápido.
De andar ágil, su escultural cuerpo se movía con sensualidad, natural, lo que era ideal para su trabajo como mesera o cantinera en la casa de citas de la madame Ruth en dónde laboraba de planta.
De 25 años, 1.58 de estatura, 56 kilos de peso, con un cuerpo diseñado de manera perfecta, en el cual destacaban sus firmes y abultados pechos, su estrecha cintura, sus caderas anchas, de nalgas redondas y firmes, sostenidas por un par de piernas que atraían las miradas de los hombres como el imán al hierro.
Su rostro, de grandes ojos negros, nariz achatada y boca de labios carnosos, poseía una coquetería natural, lo que la hacía verse más hermosa, había aprendido a maquillarse y con ello resaltaba el atractivo de su sonrisa y el ensoñador mirar que sus hermosos ojos tenían.
Llegó hasta la esquina de la Santa Veracruz con el Segundo Callejón de San Juan de Dios y amparada en la oscuridad del quicio de un negocio se detuvo, trató de controlar su agitada respiración, todo el cuerpo le sudaba, las manos le temblaban igual que las piernas, con la mirada buscó ansiosa, sentía que se le acababa el tiempo, por lo que tenía que moverse de prisa si deseaba conseguir su objetivo.
De pronto lo descubrió, sin titubear, salió de su escondite y se acercó al Cheo, casi tan alto como ella, sus gastadas ropas se veían limpias, aunque desarregladas, cargaba en su mano derecha su cajón para limpiar zapatos, lo sujetó por el codo y sin darle tiempo a reaccionar lo llevó hasta la pared en donde había estado escondida y ahí lo encaró con firmeza y determinación, viéndolo a los ojos:
—¿Wuashas al “Mamas”? — le dijo centrando su mirada en él que se sintió intimidado ante la proximidad de esa hermosa mujer que ahora casi lo besaba al hablarle.
—Simón, esa… pos cómo no... si ya quedamos… ¿qué no? El Mamas, buen bailarín y mejor cuate… todos le dan tinta a ese carnal… la neta que es bien riata... ¿Qué, te debe alguna lana? —respondió el bolero.
—Entonces vete al México y búscalo… dile que Marina, necesita que venga a verla… que es urgente... que no se tarde… aquí lo espero… corre con todas tus ganas… y no te detengas por nadie, ni por nada.
—Voooy… pos a poco soy tu gatigrafo… ya parece que me va a mandar una vieja…
—Cuando regreses con él, te doy tú buena propina… ahora vuélale… y localízalo…
—¿Me das cachuchazo? —dijo el bolero sonriendo con emoción
—Mejor te doy una madrina… ¡condenado chamaco caliente…! —le respondió dándole un golpe en la cabeza con la mano abierta— ve a lo que te mandé y no te tardes… urge… ya… menéale…
—Pero… —dijo el bolero viendo su estorboso cajón en el suelo.
—Déjalo aquí… yo te lo cuido así podrás correr más rápido y no te estorbará…
—Ta suave… —respondió dejando su cajón a un lado de Marina— namás no te vayas a picar algo… ¿eh?
Marina lo vio alejarse corriendo en la penumbra del callejón y volvió a esconderse en el quicio de aquel negocio, sabía qué Alexis, no tardaría en ir a verla y entonces ya podría respirar tranquila.
Su mirada se paseaba nerviosa para ambos lados de la acera; desde que saliera de la casa de citas estaba segura que la siguieron… debía que ver al Mamas y él sabría qué hacer.
Lo que había visto y oído en la casa de citas de Ruth, era algo que el pachuco tenía que saber, al recordar aquella conversación, de la que había sido testigo, su cuerpo se estremeció de miedo, sabía que irían tras de ella y no quería ni imaginarse lo que pasaría si llegaran a atraparla:
Se encontraba sirviendo mesas como era su costumbre, cuando de pronto lo vio entrar, era un hombre alto, varonil, con mucha personalidad y presencia, caminó por la sala recorriendo con la mirada todo el lugar, sus ojos de mirada profunda no perdían detalle alguno de su alrededor.
Era la enésima vez que lo veía en el lugar y ya lo conocía, sabía lo que haría a continuación, así que trató de no darle importancia y esperó a que se le acercara como acostumbraba a hacer, cuando estuvo a su lado, simplemente le dijo con su firme y varonil voz:
—¿Nos tomamos una copa, Marina? Nada más por ti vengo a este lugar…
—Gracias… y sí… vamos por ese trago… —respondió ella sabiendo que era parte de sus obligaciones.
Se sentaron en una de las mesas de la casa de citas de Madame Ruth y como siempre, él pidió un coñac y ella simplemente una cuba, sabía que tenía que ser “derecha” ya que él parecía saber mucho sobre el ambiente nocturno y no pretendía engañarlo, sobre todo por las generosas propinas que dejaba.