Capítulo 1
1946
Julio 28, 1946, 20:10 horas
Era una noche fresca y los pocos transeúntes que caminaban por la emblemática calle de Madero, en el centro histórico de la ciudad de México, lo hacían con monotonía, acostumbrados a la rutina del horario laboral.
De pronto, un carro se detuvo con precisión, orillándose a la banqueta frenando con firmeza. Como si fueran un solo hombre, por tres de las cuatro puertas bajaron tres hombres, mientras otro se quedaba al volante.
El que parecía dirigirlos, vestido con un traje de tres piezas y un fino sombrero, blanco, de media ala, con paso firme y seguro se acercó hasta la puerta de vidrio de una joyería, mientras los otros dos hombres se ocultaban a cada lado de la puerta para no ser vistos desde adentro.
Con fuerza, golpeó sobre el cristal de la puerta para atraer la atención, uno de los dueños de la joyería, se acercó y al reconocerlo que tocaba entreabrió la puerta:
—Ya está cerrado… ¿qué demonios quieres…? —dijo molesto
—Vengo por un collar… si no quieres vender… me voy y le diré a…
—Ya… ya… no hagas dramas y pásate… respondió
El joyero abrió la puerta para darle el paso, el hombre avanzó y en ese momento el joyero sintió que de un fuerte empujón lo hacían entrar a la joyería, junto con los otros dos hombres.
—¿Qué demonios… pasa…? —dijo el joyero
—¡Cállate… o te parto la madre…! —le dijo el hombre que lo aventara y mientras los otros dos entraban al local y comenzaban a recoger las alhajas que podían para meterlas en bolsas de ante.
Ninguno de ellos agarraba a diestra y siniestra, sino que sabían con exactitud cuales joyas tomar.
Al ver que el hombre al que conocía iba hacia la oficina, el joyero, ya no se pudo aguantar y caminó hacia él decidido a detenerlo y a enfrentarlo por aquella violenta intromisión:
—¡Te juro que te vas a arrepentir de todo esto… te voy a mandar a la cárcel a ti y a tu…!
El joyero no terminó de hablar, el que lo vigilaba lo alcanzó y sin contemplaciones de ninguna especie, le clavó una filosa navaja entre las costillas en un par de ocasiones…
El empresario sintió que las fuerzas de las piernas le fallaron y cayó de bruces, su agresor, con fría indiferencia lo vio en el suelo y se unió a sus cómplices para ayudarlos con las joyas.
El líder ya había encontrado una fuerte cantidad de dinero y lo guardó, vaciaba la caja fuerte cuando se escuchó la alarma del lugar sonando agudamente con intensidad y persistencia.
Todos voltearon a verse confundidos, descontrolados, sorprendidos, los ojos del líder vieron al joyero muerto con la mano pulsando el timbre de la alarma.
Los ojos del delincuente recorrieron el sendero de sangre que había dejado el joyero con su cuerpo al arrastrarse hasta la alarma, en donde no dudo en accionar el botón.
—¿Por qué lo mataste…? —preguntó fríamente a su cómplice.
—Porque iba sobre de ti… no iba a dejar que te madrugara…
—¿Por qué no lo remataste… ahora ya nos jodió…? —dijo y caminó hacia la puerta— ¡Vámonos que no tardan en llegar los juras y si nos agarran, nos vamos a ir muchos años al botellón…!
Todos se movieron de prisa y cuando llegaban a la calle, las luces de una patrulla y un carro de agentes se acercaban a toda velocidad con las sirenas abiertas, sin perder un segundo los ladrones se subieron al auto de la misma forma en que habían bajado; el vehículo arrancó a toda velocidad quemando llantas en el pavimento.
La patrulla se detuvo frente a la joyería y los patrulleros bajaron para investigar lo ocurrido, mientras tanto, el carro de los agentes seguía tras de los asaltantes a toda velocidad.
Por radio los patrulleros informaron a los agentes de la muerte del joyero y del robo a la joyería, el carro de los delincuentes corría por las calles de la ciudad buscando despistar a sus seguidores.
—Písale más a fondo… —decía el que iba al mando
—Se están acercando… vamos a darles en la madre de una buena vez y nos quitamos de broncas… no son piezas esos monos… —dijo el que asesinara al joyero y que parecía sediento de sangre.
—No… tenemos que despistarlos… no quiero más muertos… en la próxima esquina das vuelta y le bajas un poco la velocidad para que yo me baje, ustedes se siguen… —dijo el que iba al mando— me llevo el botín… si los agarran ustedes nieguen todo… ya veré como los saco, de la bronca…
Nadie le respondió, el chofer hizo lo que le ordenaron, al dar vuelta en la esquina oprimió el freno y casi detiene el carro, el jefe de ellos se bajó a toda prisa por la puerta del copiloto, por la puerta trasera bajó el que había matado al joyero casi al mismo tiempo.
Corrieron a la sombra del quicio de una casa y se pegaron completamente a la pared, el carro volvió a arrancar a toda velocidad y unos segundos después la patrulla dio la vuelva en la misma calle haciendo rechinar las llantas y escandalizando al vecindario con sus agudas sirenas.
Los asaltantes esperaron hasta ver que la patrulla daba la vuelta en la siguiente calle siempre tras del carro de los delincuentes, a los que esperaban atrapar pronto.
Los que bajaran del auto, salieron de entre las sombras y comenzaron a caminar por la calle sin prisas.
—¿Para qué te bajaste si les dije que siguieran juntos…? —preguntó el jefe, visiblemente molesto.
—Me iba a seguir… cuando dijiste que si nos agarraban… pos yo vengo manchado de sangre del joyero, me hubiera embarcado gacho… y no vale la pena ir al tambo por ese infeliz joyero…
—Bueno… pues ya qué… vamos a esperar a los otros…
Horas más tarde los cuatro asaltantes se reunían en el lugar acostumbrado para repartirse el botín.
—¿Cómo les fue…? —preguntó el cabecilla al ver llegar a los otros.
—Bien… plantamos a los tiras en el camino… los perdí en una glorieta por la colonia Roma… todavía di un par vueltas para ver si no nos seguían… no quería traerlos acá.
—Bien hecho… esos imbéciles no saben ni como perdieron… bueno… le voy a dar su parte a cada quién…
21:50 horas
Muy cerca de donde los delincuentes asaltaban la joyería de las calles de Madero, en una de las pistas del Salón de Baile México, Alexis, se lucía ejecutando sus mejores pasos de baile, rodeado de un grupo de gente que admiraba su estilo para bailar el danzón.
Los hombres lo veían con admiración y envidia, la mayoría anhelaba tener la cadencia en el baile y el porte con el que, el conocido pachuco, se desenvolvía en la pista que parecía pertenecerle.
Otros deseaban a la mujer que bailaba con él de aquella manera tan sensual, con un vaivén de caderas que despertaba pensamientos lúdicos en la mayoría de los que los observaban, sin perderlos de vista.
Algunas de las mujeres que, también, lo veían desplazarse por la pista conduciendo a su pareja a la perfección, lo deseaban, aunque sólo fuera, para una noche de placer, lo veían tan varonil y atractivo que todas lo anhelaban.
La mayoría de esas mujeres, sabía que el Mamas, mote con el que lo conocían en la vida nocturna de la ciudad de México, sólo bailaba con mujeres muy elegidas, como Elena, la que era su pareja esa noche.
La música terminó y una oleada de aplausos se escuchó en el recinto, Alexis, agradeció con caravanas Elena, lo imitó, se sentía feliz y muy contenta de que reconocieran su forma de bailar y sobre todo de ver la admiración y el respeto que todos les mostraban, por el simple hecho de ser la mejor pareja de bailarines del lugar.
Tomados de la mano caminaron hacia la mesa que ocupaban y sentándose frente a frente, luciendo una amplia sonrisa de felicidad y satisfacción, tomaron las cervezas que tenían en la mesa y bebieron sedientos.
—Estoy feliz… sólo que ya tengo que irme… tengo permiso hasta las diez… —dijo ella apenada.
—Ta suave, jainita… yo Colón y no problem, chata… vamos… te llevo a tu cantón… a que cumplas con la lista y tu jefeciano no se engorile y te arme la de tos —respondió él viéndola con ternura.
—No, no es necesario… tú sigue divirtiéndote… yo me puedo ir en un libre, además….
—Mira, reina… para venir por mí menda, te pido que no traigas tu patín, así que lo menos que puedo hacer es acompañarte pa que no te vayas de a solapa, y ya… no te pongas tus moños.
—Ni hablar, mujer… trais puñal… como dicen ustedes… —respondió ella riéndose de manera abierta.
Salieron del México, y caminaron por la calle de Pensador Mexicano, para llegar hasta San Juan de Letrán, Elena, lo había agarrado del brazo y llevaba su cabeza recargada en el hombro de él, se sentía feliz a su lado y sobre todo su compañía la llenaba de seguridad.
Alexis, le chifló a un libre y este de inmediato se acercó, ambos subieron y Elena, le dio la dirección de su casa en la colonia Condesa, para que los llevara, mientras viajaban en el auto, ella le hacía preguntas sobre el ambiente nocturno de las calles del centro y él le contaba lo mucho que del tema sabía.
No tardaron mucho en llegar al domicilio, Alexis, bajó del libre y después de pagar con un billete de a peso, con galantería propia de él, le ofreció la mano a Elena, para que bajara.
—Bueno ya llegamos a tu chante, esa… —le dijo mientras la acercaba a la puerta de la elegante casa— las golondrinas y a planchar oreja que mañana hay que darle al camello…
—No te vayas... al menos no todavía… quédate a platicar otro ratito conmigo, me gusta escuchar todo lo que sabes… es tan interesante lo que me cuentas... que quiero oír más.
—Su avena con su arroz, por mi menda no hay fijón… sólo que tienes que llegar a tu casa, por tu jefecito… ¿no? ¿lo recuerdas...? Sólo hasta las diez tienes chance —le dijo Alexis, haciendo un gesto burlón.
—Deja y le aviso que ya llegué y que voy a estar en la puerta contigo… no me tardo… —dijo Elena y corrió hacia la hermosa casa con jardín en la que vivía en la Colonia Condesa…
—¿Qué va a estar conmigo? —se dijo el Mamas al verla ingresar a su domicilio— Pero si a mí ni me conoce el ruquillo ese… pero qué mene… es más, no sé ni su edad, ni su nombre… ¿estará rucailo? —pensaba el pachuco
La vio entrar a la elegante casa y sacó un cigarrillo, lo prendió con un cerillo y le dio una larga fumada, se sentía muy a gusto con la muchacha y cada vez que regresaba para sus vacaciones después de los estudios, la veía más hermosa y eso era algo qué, aunque le gustaba no quería que avanzara a más.
Sabía que una relación seria con Elena, no tenía sentido, eran de clases sociales diferentes y aunque él había tratado de alejarla de su vida varias veces, incluso complicándole el poder verlo, ella se aferraba.
Estaba más que consciente que tal vez él sólo era un capricho de niña rica, que en cualquier momento lo mandaría al demonio y a otra cosa mariposa, la ley de la vida y hay que fregarse.
Por eso era que no se había interesado en saber nada de su familia, aunque no tenía la menor duda de que, con el carro que se cargaba, la casa que tenía, la ropa que usaba y el estudiar en el extranjero, la familia de Elena, tenía los montones de dinero, costales por todos lados, se imaginaba el pachuco.
Elena, no tardó mucho en volver a salir y ambos se quedaron en la puerta de la casa platicando de todo aquello que a la muchacha le interesaba, por más de hora y media Alexis, le contó sobre el ambiente nocturno, los cabarets, las casas de cita, las ficheras, las taloneras, los padrotes, los pachucos, los caifanes y la forma de distinguirlos a todos y cada uno de ellos.