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8

—A comer —comentó Camila.

Camila negó.

***

Un día después, nuevamente se encontraba dentro de la oficina dejando unas carpetas, y mirando de reojo al jefe. Quién no se dio vuelta de la silla en ningún momento.

—¿Por qué no muestra su rostro? —preguntó con curiosidad.

—No sé de qué habla.

—Siempre está dado vuelta.

—Solo... me gusta más apreciar la vista de la ventana que a mis empleados.

—Está bien.... Aquí le dejé todas las carpetas y...

—Necesito una esposa, ¿le gustaría casarse conmigo? —preguntó de repente.

Camila, miró el hueco de aquella silla con una mueca, no esperaba algo así. Sorprendida, algo impaciente y con el corazón palpitándole a mil por horas, dió un paso hacia atrás.

—¿Qué..? pero sea usted ni siquiera le conozco.

—No, pero parece una buena candidata para esposa.

—¿Y eso por qué sería? usted no me conoce, ni siquiera sabe cómo soy y...

—Claro que sé, aquí hay cámaras. Tiene un bonito cuerpo, y su rostro es bastante atractivo. Parece una buena persona, es sincera y sobre todo las cosas con sinceridad.

—Es que es cierto, en primer lugar no entiendo porque siempre está oculto detrás de esa silla.. Y en segundo lugar usted...

—Ve, es perfecta para ser mi esposa.

—Pensé que...

—Pensó que los hombres preferíamos una mujer florero que no hable. Está equivocada.

—Pues, en los libros siempre decía algo así —dijo con inocencia.

—Ademas es viuda.

—Mejor me voy —comentó con tristeza.

Escuchar la palabra viuda, la llenaba de dolor y en ese instante, solo quería refugiarse en el baño y llorar punta no es para respuesta del otro lado, simplemente salía de la oficina, sus pasos fueron rápidos, hasta que llegó frente ahora con los ojos rojos la tomó de la mano y huyeron al baño.

—¿Qué ocurre..? —preguntó preocupada Ana.

Sin saber qué ocurría con su amiga.

—Y él me dijo que era viuda.

—Lo lamento mucho, pero lo eres...

—Sé que lo soy, pero aún me duele aceptarlo. Es bastante difícil para mí.

—Tranquila, sé que duele, pero me tienes a mí. Soy tu nueva amiga y no dejaré que te sientas triste —comentó con alegría.

—Gracias.

—Vamos a tomar un café muy dulce, de eso que te quiten el sufrimiento.

—Está bien, pero no entiendo algo.

—Dime, qué cosa no entiendes.

—¿Por qué siempre eres tan alegre Ana? Me gustaría tener un poco de tu alegría.

—No lo sé, me siento así feliz —dijo y dando saltitos, salió del baño con Camila.

El resto del día. Camila había mirado de reojo el pasillo. Tenía que llevarle nuevas carpetas al jefe sin embargo. No había querido hacerlo.

—Ana, te molesto si me llevas esta carpetas para el jefe.

—Claro, ahora enseguida —dijo y Camila, suspiro de alivio.

—Al menos me liberaré de él por este día —dijo con alegría, y estiró los brazos para seguir trabajando.

10 minutos más tarde, sintió alguien a su lado a levantar la vista, se encontró con Ana.

—Dice que no va a recibir a nadie que no seas tú con esta carpeta —Dijo Ana, dejándole la carpeta nuevamente los brazos de una confundida Camila.

—¿Qué? es muy molesto —protestó, se puso de pie para poder dirigirse a la oficina.

Sus pasos se replicaron solos, el vacío era tan extenso que hacía bastante eco. Dió un leve golpeteo, sintiendo la mirada profunda de secretario.

—Pase —ordenaron el otro lado, y ella hizo eso.

Cerró la puerta atrás de sí, dejó la carpeta del escritorio y se dio la vuelta.

—Oye, no te escaparás de mí ¿lo sabes..?

—Es lo que quiero hacer, por eso dejé la carpeta y además usted ni siquiera se muestra y...

Se quedó en silencio. Al momento de que la silla fue girada, su mundo entero colapsó.

—¡No..! ¡tú estabas muerto! —murmuró con mosqueda, sintiéndose mal.

Pronto el suelo se volvió movedizo, y su alrededor empezó a oscurecerse poco a poco. Cerró los ojos fue lo último que vió, una mirada confusa del Ceo.

—Despertaste —comentó alguien a su lado.

Al prestar atención lo encontró nuevamente.

—¿Por qué te desmayaste? —volvió a repetir.

—Eres el rostro vivo de mi prometido.

—Creo que lo tienes que superar, no puede ser que sigas mirando...

—¡Eres igual! —protestó y buscó una foto de su teléfono para mostrársela.

Su jefe, pestañeó, algo confundido y viendo que era exactamente igual.

—Pues capaz que es una coincidencia y.

—No... es idéntico ¿No tenías un hermano o algo por el estilo?

—Pues, no, que yo recuerde soy hijo único ¿Por qué..?

—¡Porque él es igual, tú eres igual a él! Yo estuve novia con él desde que éramos adolescentes, si que eres idéntico y...

—Tal vez, mis padres...

—No lo sé, pero tienes que averiguarlo, no puede ser que tengas una persona tan idéntica y que encima...

—Sé que falleció. Por eso digo que tal vez solo es una coincidencia pero no puedo creer que seas tan igual — expresó con dolor, y empezó a llorar.

—No más razón puedes casarte conmigo —comentó su jefe y ella lo miró enojada.

—¡Jamás me casaría contigo! —protestó en voz alta, crustándose de brazos, e intentando bajar del escritorio.

—¿Por qué estoy en este lugar? —preguntó confusa, sintiendo el dolor de la de la madera en su trasero.

—No lo sé, no iba a ensuciar mi gran silla contigo.

—Siempre tan delicado usted.

Puso los ojos en blanco y bajó.

—Solo te desmayaste media hora, así que puedes irte trabajando.

—¡Que considerado que es usted mi jefe! y a propósito ¿Cómo se llama?

—Felipe.

Su sonrisa se borró, Camila se mordió los labios para intentar no llorar

—Es una broma ¿verdad..? —preguntó inquieta.

—No, me llamo así ¿por qué?

—Mi ex prometido se llamaba Felipe puede ser que seas igual y te llames igual. Algo tiene que haber ¿No te ha pasado algo raro como tener un accidente o..?

—No, puedes retirarte Camila.

Al escuchar su nombre en la voz de Felipe, se estremeció. Decidió no decir nada.

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