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*CAPÍTULO 4; EL NACIMIENTO DE IRINA ROBERTS*

La casa de él era grande, muy grande y muy hermosa, tenía bonitos muebles, un suave alfombra, había también una larga escalera que llevaba a un segundo piso, unas lámparas con formas extrañas, todo parecía indicar que él tenía mucho dinero.

—Arriba están las habitaciones— dijo en tono amable— ¿Quieres escoger la tuya?— su ronca voz llegó hasta mí, sacándome de mis pensamientos.

—¿La que yo quiera?— le miré con ojos enormes, cargados de emoción. Nunca había tenido una habitación solo para mí, en el orfanato tenía que compartir con otras tres chicas, así que tener la oportunidad de tener mi propia habitación me daba una hermosa alegría.

—Por supuesto. Hay muchas habitaciones vacias, así que podrás tener la que más te guste— me dijo y le sonreí ampliamente.

—Muchas gracias, Maestro— le agradecí solemnemente, mirándolo con un una mezcla de agradecimiento y una naciente adoración.

Todas las habitaciones se parecían, y terminé escogiendo una que tenía una gran cama cubierta con una colcha color melón. Era realmente grande, más grande que cualquier habitación que pudiera haber visto o soñado alguna vez y lo mejor de todo es que no siquiera tenía que compartirla, era una habitación solo para mí. Los muebles eran preciosos y un ámplio ventanal daba vista al jardín.

—¡Es hermoso!— dije sintiendo que aquello era un sueño.

—Lo es, cariño— me sonrió con amabilidad— y lo mejor, es que es tuya. Aquella puerta es el cuarto de baño y esta otra es el vestidor— dijo señalando a medida que hablaba— por ahora te traeré una de mis camisas para que duermas, el servicio vuelve por la mañana, no me agrada tenerlos cerca. Solo Patricia se queda,  Mañana podremos ir a comprar lo que necesites, y pronto comenzaremos con tus clases.

—Muchas gracias, Maestro— quería llorar, nunca pensé que podría encontrarme con alguien tan bueno. Los días en el orfanato se habían acabado, los días y las noches en las calles habían llegado a su fin, no podría ser más feliz, de hecho, nunca en mi vida había estado tan feliz como en ese preciso momento.

Después de una larga ducha, peiné mi cabello, hacia tanto que no me sentía tan limpia y con tantas esperanzas. El Maestro cuidaría de mí, me enseñaría todo lo necesario para sobrevivir en este mundo cruel.

“Mi suerte había cambiado, había mejorado”

Pensé feliz, me coloqué su grande camisa y sin pensarlo más me metí a la cama. Era tan suave, tan grande, tan cómoda, sentí que esa noche dormiría sobre una nube o sobre algodón. Me propuse que aprendería todo del maestro, me convertiría en una nueva chica y nunca más permitiría que nadie me humillara como lo hizo aquel hombre del café. Ya no más pasar hambre, ya no más dormir en el suelo, ya no más pasar frío, ahora tenía al Maestro.

Dormí toda la noche como un tronco, había sido la mejor noche de mi vida. Me estiré en la cama sintiéndo que mi cuerpo había descansado tanto que estaba completamente relajada, recordé todo lo sucedido ayer y agradecí en silencio que el Maestro se hubiese cruzado en mi camino. Me senté en la cama y pude ver que había una indumentaria doblada, quizás era algo para ponerme, y volví a agradecer, sería bueno poder vestirme, no era nada agradable sentir que solo aquella camisa cubría mi cuerpo.

Afortunadamente todo era de mi talla, había también ropa interior y me sentí ruborizada, pero feliz, todo estaba tan limpio y olía tan bien.

Rápidamente me vestí, fui al cuarto de baño y lave mis dientes, me peiné un poco y luego me miré en el espejo. A pesar de los moretones, el maestro tenía razón, era una chica bonita y al parecer aquello era bueno.

—¡Señorita Katia!— escuché que alguien me llamaba. No era el Maestro, y por un momento tuve miedo, pero me obligué a tranquilizarme, él no permitiría que me hicieran daño y menos en su propia casa, él pensaba que yo era una joya.

—Un. . . Un momento— respondí y luego inhalé y exhalé varias veces para calmarme, salí del cuarto de baño y me encontré con una mujer joven, bonita, pero con muy mala cara, semblante serio, peinado severo, parecía una de esas señoritas del orfanato.

—Usted debe ser Katia— dijo en tono agrio y con su odiosa mirada me recorrió.

—Si— respondí muy tímida.

—El señor Dominik, te espera para desayunar.

—Muchas gracias.

Seguí a la mujer hasta llegar a una hermosa habitación, que supongo será el desayunador. Allí me esperaba el maestro. Levantó la vista hacia mí y me dedicó una gran sonrisa.

—Buen día, Katia.

—Buen día, Maestro— le sonreí también.

—¿Maestro?— preguntó la mujer.

—Puedes retirarte, Patricia— Su tono se endureció cuándo se dirigió a ella, entonces la mujer me miró fijamente, luego giró sobre sus talones y se marchó.

—Creo que le he caído muy mal a la señora— dije de forma tímida, me sentía mal, no era agradable saber que alguien en la casa que ahora viviría me despreciaba.

—No te preocupes, es mujer de mal carácter y para nada amigable— me respondió tranquilo— demasiado seria para su corta edad— dijo sonriendo.

—¿Es su esposa?— le pregunté tímida, él me miró y dejó escapar una larga carcajada.

—Yo no tengo esposa, Katia, y si deseas ser el tipo de alumna que conversamos, entonces te daré ahora mismo la primera lección; Una seductora, una mujer que se preocupa solo por ella y por el dinero que pueda obtener, nunca le pregunta a un hombre por su esposa. Es la manera más cruel de acabar con la pasión.

—Si, maestro— bajé la mirada, pero él me reprendió inmediatamente.

—¡KATIA!— le miré— regla número dos; jamás bajes la mirada ante nadie. Tú eres poderosa, eres bella, y yo te daré todas las herramientas que necesitas para triunfar, así que no vuelvas a bajar la mirada. Ni ante mí, ni ante nadie.

—Si, Maestro— quería llorar, sentí que mis ojos comenzarían a arder e intenté concentrarme en él, para evitar así que las lágrimas escurriera por mis mejillas— es solo que. . . la señora Patricia me mira muy mal, creo que no le agrado y eso me preocupa.

—Hoy es el primer día y ya debo darte tantas lecciones en la mesa Katia. Regla número tres; te importa muy poco lo que los demás piensen de ti. Tú nunca debes doblegarte ante nadie. ¿me oyes?— demandó y yo asentí— así que si Patricia o cualquier otra persona no te soporta, es asunto suyo, no tuyo. ¿De acuerdo?

—De acuerdo, Maestro, lo he entendido perfectamente.

—Muy bien. Espero no olvides nunca una lección Katia, harán de ti una mujer fuerte y decidida. ¿Recuerdas cómo te trató aquel hombre del café?

—Si— Respondí queriendo bajar la mirada, pero recordando su lección clavé mis ojos en él— me trato muy mal, como si yo fuese menos que basura.

—Y así será siempre si no cambias. Debes hacerte fuerte, debes formarte un duro carácter para sobrevivir en el mundo. Comprende que este mundo es solo de los más fuertes, Katia— me miró reflexivo— está bien que seas dulce y tierna, porque eso atrae mucho, pero eso debe ir acompañado de inteligencia, astucia, determinación y una gran dosis de seducción, eso harán de ti una mujer grande.

—Si Maestro, enseñeme, quiero aprenderlo,.quiero aprender a seducir, aprender a conseguir todo lo que deseo.

—Todo eso y mucho más— le aseguró.

—Estoy ansiosa por empezar a aprender.

—Solucionaremos hoy mismo lo de tu apellido. Necesitas uno, como todo el mundo. Tengo un amigo que me ayudará a tramitar todos los documentos necesarios. Escoge uno Susana.

—¿Un apellido, Maestro?—pregunté nerviosa.

—Si— me sonrió.

—¿El que yo quiera?

—El que más te guste— me sonrió nuevamente— tu puedes tener lo que quieras, Katia. Cualquier cosa que desees, puede ser tuyo, tu nuevo apellido no es nada comparado, con todo lo que obtendrás.

—¿Podría también cambiar mi nombre?— pregunté mirándolo con ojos enormes.

—¿No quieres más ser Katia?— me miró asombrado.

—No. Quiero dejar a Katia atrás, ella ha sido una chica llena de dolor, de maltrato, de muchísimo sufrimiento, Katia es debió, no tiene poder y yo quiero ser poderosa.

—Bien— sonrió orgulloso— le diremos adiós a Katia, podrás ser una nueva mujer.

—Yo. . . no sé cuál escoger. . .

—Te ayudaré un poco. ¿McMillan?, ¿Carson?, ¿Mattws?. . . No lo sé, el que quieras.

—¿Puedo tener su apellido, Maestro?— le pregunté con inocencia.

—No— me respondió firme— no confundas las cosas. No voy a adoptar te, no seré un padre para ti, no haré de ti una hija, te convertiré en una mujer— sus palabras me dolieron un poco. Entonces recordé que las chicas del instituto siempre hablaban de una modelos muy bonitas; Migdalia Roberts y también Irina Morgan, yo quería tener lo mejor de las dos mujeres, ser tan hermosa e influyente como ellas, que todos hablarán de mí.

Sí, yo quería ese nombre y ese apellido para mí. Quería ser tan importante como ellas.

—Roberts. . . quiero que mi apellido sea Roberts, y quiero que mi nombre sea Irina— declaré firme.

—Concedido, Irina Roberts. Ese será tu nombre, adiós a Katia, bienvenida Irina, ahora desayunemos que nos espera un largo día. Visitaremos a mi amigo y luego tiendas. Quiero que tengas mucha ropa hermosa, muchos zapatos, todo lo que necesites.

El día fue realmente agotador. Cuando volví a la casa con el Maestro, íbamos cargados de muchas bolsas. Me compró todo de lo que me enamoré, y conste que me enamoré de mucho. Era como una niña en una tienda de golosinas. Habíamos almorzado en un bonito y sencillo restaurant. Él había ordenado por los dos, y yo me había sentido incómoda por no saber cómo comportarme delante de todas aquellas personas.

—No te preocupes— me había dicho— dentro de poco comerás cómodamente en los restaurantes más elegantes de la ciudad, reconocer excelentes platillos en el menú y diferenciar un buen vino de esas asquerosas bebidas que suelen tomar los menos privilegiados.

—Gracias, Maestro.

—¿Sabes cuándo es tu cumpleaños?, ¿Sabes al menos cuántos años tienes?

—Si— respondí apenada— tengo casi diecisiete Maestro, cumpliré el doce de septiembre.

—Eso es la semana próxima— me sonrió y mi vista se desvió a sus hermosos dientes— podríamos hacer algo especial. ¿No crees?

—Nunca he hecho algo especial, de hecho nunca he celebrado mi cumpleaños, Maestro.

—Eso es solucionable, de ahora en adelante lo celebrarás siempre.

Para mí es muy extraño sentirme tan llena de atenciones. Nunca, nunca me había sentido así, es diferente pero a la vez es hermoso sentirse el centro de toda atención. ¡El Maestro se preocupa tanto por mí!, me ha dicho que le encanta mi tímida sonrisa y no sé porque pero eso me hizo sentir extremadamente bien.

Él dice que soy su joya, y yo deseo con todo mi corazón que me vea brillar.

Estoy dispuesta a ser la mejor de las alumnas, a aprender al pie de la letra todo lo que me enseñe. Haré que el Maestro se sienta muy orgulloso de mí. Seré la mejor seductora de todas, él me enseñará como seducir, aprenderé a defenderme en este mundo, y lograré que cuando me mire se sienta orgulloso de su obra.

Aún no sé por qué me ayuda, ni por qué está tan interesado en que yo sea su alumna, pero estoy dispuesta a esforzarme, no voy a defraudar a mi Maestro.

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