Capitulo 4
Parte 1 de 2
Diana
Era mi último día de reposo tras mi incidente y mañana volvería al trabajo, me encontraba viendo la televisión cuando de repente vi en las noticias que habían encontrado a una mujer muerta, con múltiples golpes y lo que más me llamo la atención fue que a ella también le habían cortado las venas, sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo pues enseguida me vino a la mente que podría tratarse de él.
Nadie más tenía esa manera de hacer la cosas, tal vez había encontrado una nueva manera de satisfacer sus más oscuros y retorcidos deseos, sentí miedo al pensar en que pude haber muerto y de que aún podía estar en peligro de muerte si habría la boca o si a él se le ocurría cambiar de opinión por haber cometido el error de dejarme con vida y venir a buscarme para terminar lo que había empezado. Con la cabeza echa un lío apague la televisión, la noticia había arruinado mi última noche de descanso, dejando demasiada información para mi estado emocional que últimamente no era la mejor. Así que a modo de relajación me desnude y entre a la ducha, necesitaba sacarme aquello de la mente para dormir más o menos bien, no es que últimamente lo hiciera, si dormía tenía pesadillas y despertaba bañada en sudor, con el corazón latiéndome a mil por hora.
Una vez salir del baño, apague las luces y me metí a la cama, por lo menos desde mañana no me sentiría tan aburrida. Me acurruque entre mis sábanas y disfrute de dormir de noche por última vez en mi cama.
Al día siguiente por la mañana lave mi ropa sucia, cuando termine salí hacer mis compras para eso de las cuatro de la tarde estar desocupada y salir nuevamente pero esta vez rumbo al club nocturno, necesitaba practicar un poco el baile en el tubo y calentar luego de semanas sin mover mi cuerpo.
Cuando caminaba por la calle un tanto distraída choque con alguien de frente, sacándome de mis pensamientos y de inmediato mire a la persona con la que tropecé, era una mujer con mucha presencia, alta, de apariencia atlética, fácilmente rebasaba mi altura unos ocho centímetros, sus ojos eran grandes color castaños, me miraban con gran escudriño y seguridad, era de una belleza natural porque descubrí que en su rostro no había ni una pizca de maquillaje, rápidamente me pareció guapa, era la primera vez que alguien me parecía guapa, de pronto me sentí más insegura de lo que de por sí me sentía cuando caminaba por la calle, la mujer me hizo sentir aun más pequeña sin decir ni una sola palabra, con tan solo su cercanía y mirada, me hacía polvo. De pronto me di cuenta de que ella me mantenía sujetada de los brazos para que no cayera, ahora entendía aquella electricidad que recorría todo mi cuerpo, yo me había tambaleado mientras que ella seguía tan firme y fuerte como un roble, me sonrió con amabilidad y sentí que el tiempo se detenía para mi un instante, a la vez que me quedaba sin aliento.
—Discúlpame — me adelanté a decir una vez que recobre la compostura.
Ella me soltó y de inmediato extrañe el contacto de su manos grandes y cálidas.
—Lo siento — también se disculpó.
Su voz era grave, pero suave a la vez, se le notaba a leguas que ella era de las que mandaban , de las que tenían el poder de organizar y mandar.
—Venía distraída — hablé de nuevo para tratar de disimular que no podía evitar apartar mi mirada de ella —. Lo siento — me disculpé una vez más.
—No ha pasado nada — dijo restándole importancia y me sonrió de nuevo —. Hasta luego.
Y emprendió su camino de nuevo, que sensación tan extraña sentía todavía cuando se alejaba de mi, era algo jamás experimentado en mí, pero sin duda me hacía sentir bien, era como adrenalina, sin poder evitarlo voltee a verla y para mi sorpresa ella hizo lo mismo, me dedico de nuevo otra sonrisa y yo se la devolví aunque en el fondo sentí una enorme tristeza por ser quien era, de no poder ser alguien que pudiera hablar con personas del tipo que me acababa de topar esta tarde, me sentía sucia y el insecto más rastrero sobre la tierra, una mala persona, una que alejaba a los hombres de las esposas o novias que le daban su amor sin interés.
Pero no era solo yo la que hacía este trabajo, había otras que solo lo hacían por placer o vanidad de sentirse guapas ante los hombres, pero que al final también robaba las caricias del ser amado, quizá esa era una de las razones por las que jamás me había enamorado y no creía en los hombres.
Mi padre había abandonado a mamá a penas yo naciera, la pobre trabajo muy duro para mí y por mi, mientras yo la pasaba entre guarderías y por las tardes escondida de bajo del escritorio de mamá, quien decía que yo no daba mucha guerra y que era fácil de cuidar y así fue durante mis más tiernos años.
Cuándo entre a la primaria fui la única niña a la que su madre o su padre iban por ella a la escuela, en su lugar tenía que irme con nuestra vecina, la cuál tenía un hijo mayor que yo, y al cual no le caía nada bien porqué siempre me enseñaba la lengua en cuanto tenía oportunidad o su madre se descuidaba.
Una vez comencé a cursar la secundaria, mi madre me concedió la confianza de quedarme sola en casa, sabía que era responsable y que nunca le había dado motivos para desconfiar de mi, además de que siempre que llegaba del trabajo tenía la comida hecha, para mí madre suponía una gran alegría el ya no tener que llegar a cocinar, rara vez se quejaba de que estaba cansada o de qué no le alcanzaba el dinero, mi madre, para mí, a esa edad era mi heroína, la mujer que admiraba y por la cuál yo haría cualquier cosa sin dudarlo.
Cuándo estaba por terminar la secundaria, corrieron a mi madre de su trabajo como secretaria, la empresa en la que trabajo por casi quince años cambio de dueños y como mi madre ya no era joven, ni tan atractiva, decidieron correrla sin más.
Aunque no me lo dijera, sé que su estatus de desempleada la tenía preocupada, así tuviera el dinero de su finiquito, sabía que no sería eterno, que su edad le haría mucho más difícil conseguir un nuevo trabajo, pero no sé rindió, día tras día la mire salir de casa en busca de un nuevo empleo y casi cada que llegaba de la secundaria al preguntarle si había encontrado algo su respuesta era la misma.
—Nada hija, no he encontrado nada — y me sonreía a pesar de las circunstancias —. Mañana saldré de nuevo y buscaré empleó de lo que encuentre, está claro que de secretaria no tendré más.
Tardo una semana más para encontrar empleo, está vez no sería una secretaria, si no una cajera en una tienda, mientras que yo me convertí en cerillera días después en la misma durante los fines de semana, para obtener un dinerillo extra para mis pequeños gastos del diario, sin embargo un mes después de que comenzara a trabajar comenzó a sentirse mal, quizá se debía al estrés de no ganar le mismo sueldo que antes en su anterior trabajo.
Continúo sintiéndose mal y no tuvo más remedio que ir al doctor, ya no contábamos con seguro, así que todo tendría que correr por su cuenta. Lo que le dijo el médico es que tenía un problema cardíaco el cuál jugaba con su presión, así que le recetó a mi madre con algunas pastillas que nos dejaron con el agua al cuello.
El tiempo paso y ya no pude continuar como cerillera en la tienda en la que mamá trabajaba, mi aspecto físico había cambiado de niña a mujer, medía casi un metro setenta a mis diecisiete años y mi necesidad de encontrar trabajo me llevo a trabajar como una edecán, lo cual a mi madre no le gustó mucho la idea que fuera la degustación de la vista de los hombres, pero no había de otra para tener el dinero suficiente para los gastos corrientes y lo tuve que hacer.
Como edecán tenía que vestir ropa diminuta y pegada al cuerpo, por suerte era delgada sin mucho que ofrecer a la vista, al menos en ese momento. Pero fue hasta a los veinte años en que ser solo edecán no era suficiente, el problema de salud con mi madre aumento, así como los estudios médicos, la medicina, más sumándole por otro lado el estrés de no tener los recursos suficientes, obviamente esto último no era bueno para su salud, así que me vi obligada hacer lo que desde hacía tiempo me había resuelto a declinar con mucha convicción.
Así que una mañana me vi doblegándome ante la propuesta que hasta hacía poco de un mes yo rechazara con toda seguridad.
Todo fue extraño, él y yo estábamos conversando del precio por vender mi cuerpo, por ofrecer mi virginidad al mejor postor. Sentía la cara roja de vergüenza, mientras que Gustavo hablaba tan tranquilo del tema, como si estuviera hablando de vender un anillo de diamantes, él tenía ya a dos tipos que desde hacía un tiempo querían meterse conmigo al precio que fuere, el trabajo de Gustavo consistía en convencerme, tanto él como yo ganaríamos dinero, pero la única que tendría que perder sería yo, mi dignidad y el hecho de que mi primera vez no sería por amor, si no por dinero.
Cuándo llegó el día de entregarme al desconocido estaba nerviosa, Gustavo me había citado para el encuentro en un departamento que tenía únicamente para encuentros de ese tipo, aún así, yo no pude evitar sufrir algún tipo de shock al entrar, aunque yo era consiente de lo que estaba a punto de hacer, no dejaba de resultarme raro y extraño.
—Bebe esto — me ofreció Gustavo un vaso de whisky.
—No bebo — dije rechazando lo que me ofrecía.
—Creo que será mejor que te relajes — aconsejo —. Aún estás a tiempo de arrepentirte.
—¡No! — exclame —. No, lo haré.