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Capítulo 3: ¡Qué capitalista sin piedad!

Vicente, obviamente, no quiso perder más tiempo con Josefina, la miró con sus ojos aguileños y habló en voz indolente:

—Mi villa está en Saelmere. Te enviaré la dirección exacta y la contraseña de acceso más tarde. Te mudarás allí esta noche, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Josefina sabía que vivir juntos era una parte de su matrimonio falso, por eso no se sorprendió nada al oír lo que dijo este.

—Mañana vamos juntos a visitar al abuelo. En los seis meses siguientes, lo que tendrás que hacer es hacerle a mi abuelo ser feliz en sus últimos días. Después de que se vaya, nos divorciaremos.

—Y no pienses en lo que no te pertenece —añadió Vicente tras pensárselo un momento.

Josefina, quien era sensata, entendió lo que quería decir este.

Vicente quería advertirle a Josefina que su matrimonio solo era una actuación y que no debería codiciar el título verdadero de «la señora Lain».

—Ya lo sé. Y mi padre...

Vicente miró la hora en el reloj de pulsera y dijo:

—Mando a alguien arreglarlo de inmediato.

—Muchas gracias, señor Vicente.

Vicente asintió ligeramente con la cabeza, se metió en el Rolls-Royce negro y se fue.

«¿Me deja sola aquí después de obtener la licencia de matrimonio? ¡Qué capitalista sin piedad!»

Josefina se quejó de la mezquindad de Vicente en mente y frunció la boca. Rebuscó su cartera, vio que solo le quedaban dos monedas y decidió volver a casa en autobús.

Al llegar a casa, Josefina se disponía a abrir la puerta cuando oyó la voz de su madre:

—Iván, no te preocupes. A ese Ramón Botín le gusta mucho Josefina. Pase lo que pase, encontraré la manera de que Josefina se case con él. Para entonces, con el dinero de Ramón, podrás darle la dote a Sofía y comprarte un apartamento matrimonial.

«¡¿Quiere venderme a ese hombre asqueroso como si yo fuera un artículo?! ¡Qué buena madre es!»

Josefina abrió la puerta y entró. Al instante, la madre e hijo inmediatamente posaron la mirada en ella.

La señora Semprún habló:

—Josefina, a Ramón le caes bien. Sé que tienes prejuicios con él, pero de verdad es un buen tío. Sí que es un poco mayor, pero seguro que sabe mejor que los chicos jóvenes cómo mimar a su mujer, ¿no? Además, no tendrás que tener hijos si te casas con él...

Josefina puso los ojos en blanco e interrumpió directamente a su madre:

—¡Jamás me casaré con él!

La señora Semprún dio un golpe sobre la mesa y gritó agresivamente:

—No, Josefina, tienes que casarte con él. ¡Soy tu madre y soy la única que puede decidir sobre tu matrimonio!

De su bolso, Josefina sacó su licencia de matrimonio y dijo sonriendo:

—Ya estoy casada. La bigamia constituye un delito, mamá.

Inmediatamente, la señora Semprún se acercó a su hija con furia e interrogó gritando:

—¡¿Ya estás casada?! ¡¿Con quién te has casado?!

Justo cuando la señora Semprún iba a tocar el certificado de matrimonio, Josefina volvió a meterla en su bolso y arrojó el carnet de identidad sobre la mesa.

Como no quería revelar su trato con el presidente del Grupo Lain, Josefina inventó una mentira y dijo a la ligera:

—Un camarero. ¿No siempre querías que me casara y me fuera de casa? Ahora es como deseas.

—¡Hija ingrata! —la señora Semprún se enfadó tanto que se tapó el pecho— Josefina, ¡¿quieres que yo muera de rabia?! ¡¿Cómo te has atrevido a casarte con cualquiera sin permiso mío?!

Sin hacerle caso, Josefina volvió a su cuarto para hacer la maleta.

Después de unos minutos, la señora Semprún se calmó y se fue al cuarto de Josefina.

—Josefina, no me importa con quién te has casado, pero ahora Iván y Sofía se van a casar, como hermana mayor, tú tienes que ofrecer su apoyo...

—No tengo dinero.

La madre la agarró a Josefina de la muñeca y dijo con severidad:

—¡Entonces divórciate de ese tipo y cásate con Ramón Botín! Te he mantenido durante tantos años, y tienes que asumir tu responsabilidad como hermana mayor y no puedes ignorar a tu hermano menor.

Ante tales palabras, una frialdad brilló en los ojos de Josefina. Ella apartó la mano de la madre y habló con indiferencia:

—Ha sido papá quien me ha mantenido todos estos años. Y después del accidente de tráfico de papá, yo me he ganado todo el dinero para la universidad sola. ¿Me has mantenido?

Luego, Josefina clavó los ojos en Iván, quien apoyaba contra la puerta mirándolas, y continuó:

—Además, no soy tu hija biológica, ¡así que no tengo obligación de ayudar a este hermano menor que no está emparentado conmigo por sangre!

Resultó que Josefina había sufrido un accidente de coche y había perdido todos sus recuerdos a los doce años. Y el señor Semprún, quien trabajaba en el hospital, la había adoptado por misericordia.

A lo largo de los años, tanto la señora Semprún como Iván no habían tenido mucho afecto por Josefina y solo el señor Semprún la había estado tratando como si fuera su propia hija.

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