Capítulo 4: ¿Pones esa mirada para quejarte de mí?
Después de hacer bien la maleta, a pesar de la obstrucción y las humillaciones de la señora Semprún, Josefina se fue en taxi.
A las siete de la tarde, al llegar a Saelmere, Josefina se quedó desconcertada, porque Vicente no le había enviado la ubicación exacta de la villa ni el código de acceso, como le había prometido.
Josefina suponía que este lo había olvidado.
Como no conocía el número de móvil de Vicente, solo tuvo que esperar a la entrada.
El tiempo en agosto seguía siendo sofocante. Josefina esperó con cierta impaciencia y se le ocurrió ir al Grupo Lain a buscar a Vicente, pero pronto abandonó la idea, porque sabía que ni siquiera le dejarían subir al piso donde estaba el presidente del Grupo.
Tras una hora de espera, Josefina vio que el Rolls-Royce negro apareció en la entrada.
Con las piernas entumecidas de tanto estar en cuclillas, Josefina no consiguió levantarse y solo pudo agitar las manos y gritó:
—Señor Vicente, señor Vicente, estoy aquí...
Al oír la voz, Vicente detuvo el coche y se bajó.
Mirando a la mujer acuclillada en el suelo, Vicente se quedó ligeramente sorprendido y preguntó:
—¿Por qué estás aquí?
Josefina estaba muy enojada, pero no se atrevía a desquitarla con el hombre que tenía delante. Simplemente, trató de levantarse y forzar una sonrisa falsa.
—Señor Vicente, ya que no me ha dicho exactamente qué edificio es, ¿dónde yo podría estar si no es aquí? —dijo Josefina en un tono sarcástico.
—Lo siento. Tuve una reunión toda la tarde y me olvidé de enviarte la dirección y el código de acceso —explicó Vicente mientras le ayudaba a ella a subir al coche—. Por cierto, ¿pones esa mirada para quejarte de mí?
Josefina no se atrevió a admitirlo y guardó silencio, reprimiendo el enojo.
Unos minutos después, el coche lujoso se detuvo ante una villa aislada.
Josefina siguió a Vicente con su maleta. Cuando Vicente abrió la puerta, de paso le dijo el código de acceso.
Nada más entrar en el salón, Josefina miró a su alrededor. El salón estaba decorado al estilo sencillo y no tenía muchos muebles, que eran de colores fríos, pero daba un aura de elegancia y lujo.
—Tomarás la habitación de la izquierda en el primer piso. A la derecha está mi habitación y estudio. No entres sin mi permiso. Y no cambies de sitio los muebles.
—Sí, señor Vicente —respondió Josefina, asintiendo con la cabeza.
Aunque había muchos reglamentos raros aquí, Josefina prefería vivir con este molesto Vicente que con la señora Semprún e Iván.
Ahora ella ya no tenía que preocuparse por las facturas médicas de su padre, por eso debería poder ahorrar algo de dinero para el anticipo de un piso pequeño en Aeberuthey después de seis meses.
Pensando en el brillante futuro que le esperaba, Josefina tuvo un humor mejor y subió las escaleras felizmente con su maleta.
Josefina acababa de terminar de arreglar su cuarto nuevo cuando llamaron a la puerta. Ella abrió la puerta y vio que Vicente, quien se había puesto una bata, estaba en la puerta.
Este le echó una mirada indiferente y le tendió un documento.
—Aquí se nota mis aficiones. Memoriza todo esto esta noche. De lo contrario, mañana mi abuelo te sospecharía.
Josefina asintió con la cabeza y tomó el papel de la mano de este, pensando en secreto que la vida en la mansión no era nada fácil.
—¿Y mis aficiones? ¿Tengo que decírtelas?
—No.
Dicho esto, Vicente se volvió y se fue.
Vicente ya había investigado toda la información personal de Josefina.
Josefina cerró la puerta y se sentó delante del escritorio para leer el papel que el hombre le dio. Todo tipo de sus gustos, incluidas sus preferencias de comida, e incluso la talla de su ropa interior estaban claramente escritos en él.
Después de echar un rápido vistazo, Josefina se fue a duchar.
Antes de acostarse, envió un mensaje al director para pedirle el permiso de ausencia.
Josefina planeaba ir al hospital a visitar a su padre después de acompañar a Vicente a ver su abuelo mañana por la mañana, así que le pidió un día de ausencia al director.
Como era de esperar, el mezquino director estalló en ira y le envió a Josefina un mensaje de respuesta:
—Josefina, ya te has saltado el trabajo toda la tarde hoy. ¿Y quieres tomarte todo el día libre mañana? ¡Te digo que no estoy de acuerdo! Si mañana no vienes a trabajar a la hora, ¡te descontaré toda la prima de asistencia perfecta!
Al leer el mensaje, Josefina quiso romper a llorar. En el Grupo Lain, la prima de asistencia perfecta era de 1000 euros, que no era una cifra pequeña para Josefina.
Ella valoraba mucho el dinero, pero mañana tendría que acompañar a Vicente a visitar a su abuelo.