Capítulo 1: Por si tu corazón busca algún dueño.
«Los árboles».
No pudo evitar recordar aquel sueño, quizás hayan sido las especias en el aire. El sueño regresó, vivido: estaba sola en un bosque oscuro, el viento hacía susurrar las hojas en una lengua olvidada, las ramas crujían y se mecían. Sus raíces salieron de la tierra y fueron tras ella. Tenían caras sonrientes, malévolas y tristes.
No supo cuánto estuvo corriendo, pero llegó a un claro del bosque. Bajo sus pies descalzos, se erigía un suelo de mármol blanco, con restos de ramas chamuscadas esparcidas en todo el lugar. En el centro, se alzaba una estatua de mármol negro, perfectamente tallada... de su padre. Lord Verrochio, desnudo, con un temple de piedra, majestuoso; tenía el brazo perdido labrado en oricalco hasta el codo. La maleza se había apoderado de él, abrazándolo.
Se acercó para verlo. Una venda negra cegaba sus ojos. Intentó quitársela, pero la estatua cobró vida y la estranguló... Los dedos de piedra se cerraron en su garganta y no podía respirar. El agarre le quemaba la piel.
Su padre estaba resentido con ella porque había robado la vida de su madre. «Lady Annie» se llamaba su madre… Cuando su padre la miraba podía sentir en aquellos ojos vacíos una profunda tristeza.
—Lord Verrochio amaba mucho a tu madre —le había dicho Misa, el ama de la casa—. Tú le recuerdas mucho a ella, no lo culpes. Puede parecer un hombre frío y déspota. Pero su amor por ti, aunque silencio, es incondicional. Nunca dudes del amor que tu padre Friedrich te profesa.
Pero Friedrich había sido otro. Ella lo recordaba como un hombre risueño que le acariciaba el cabello al dormir y le contaba que hacía en el castillo, como regente. Incluso, tras perder casi todo el brazo en el accidente. Seguía sonriendo y llevando el manto del alquimista con orgullo. Tal como se lo había prometido a Lady Annie. Con los años... se fue alejando de ella. No dormía en la casa. Su estadía lejos de ella, era prolongada. No volvía...
«Cambió». Sus ojos ya no brillaban. Pasaba días y noches en la Maison de Noir o en el Castillo de la Corte. Siempre rodeado de alquimistas. Desvelando secretos. Los había escuchado, desde su habitación, a través de las delgadas paredes. Ella... podía escuchar mucho más que Louis o Niccolo. Tenía oídos curiosos y sentidos refinados que la metían en problemas.
—Abrimos los sepulcros—el alquimista bajó la voz y no lo volvió a escuchar.
—Nunca debimos—escuchó otra voz... más asustada.
—Si las leyendas son ciertas—la voz prominente de Lord Verrochio cortó las otras dos—... En los secretos de los antiguos reyes. Existe el poder confinado. Hemos redescubierto nuevas cavernas y abierto viejas cámaras.
«Poder y secretos».
Las historias cuentan que en las profundidades de Gobaith, se esconden cámaras con conocimientos codificados. El rey Julián Sisley había confinado el saber de los antiguos, temiendo por el peligro que representaba para los habitantes de la isla. Por años... La Sociedad de Magos buscaba, con deseo, aquellas cámaras secretas. Hasta ahora ninguna persona las encontró y regresó. Nadie sabía dónde se escondía la fuente de aquel conocimiento prohibido. Todo comenzó alrededor de ochocientos años atrás. Cuando ocurrió el primer levantamiento de los dragones. La alianza de los Wesen y los Scrammer contra los Sisley, donde ambas familias sufrieron pérdidas y los Wesen se extinguieron. Pero eso fue hace centurias, y el imaginativo no escapaba de la palabrería. Se tenía documentos de los reyes Julián y Chase Sisley de hace ochocientos años. El levantamiento de los Wesen trajo consigo la exclusión de los magos bajo su mandato. Comenzaron las persecuciones y aquellos conocimientos se destruyeron. El Misticismo Antiguo y sus ramas quedaron en el olvido por mucho tiempo.
Se habían sellado los recuerdos y el saber en cavernas. La auténtica fórmula del Fuegodragón. Los hechizos. Las Dioses Muertos. Los secretos de la larga vida. Las panaceas. La Maeglafia Antigua... Todos los grandes misterios que los alquimistas luchaban por rememorar. Durante su mandato, el rey Julian había prohibido la alquimia. Muchas prácticas habían permanecido ocultas en círculos o manuscritos. Todo lo que tienen ahora son siglos de fracasos y perdidas. Pruebas y errores. Su propio padre había perdido la mano al manipular Fuegodragón.
—Los engendros de Julián—había escuchado decir a su padre.
Louis tomó un mechón de su larga melena castaña y lo acarició entre las yemas del índice y el pulgar. Los ojos avellana de la muchacha decían una y mil cosas. La calle empedrada se abría ante ellas con una alfombra de baldosas relucientes. Los adornos colgaban por doquier: luces coloridas atenuadas por el atardecer, listones, linternas, blasones y tiendas. Las increíbles pinturas de los murales exhibían criaturas impresionantes. Pasaron junto a un lobo plateado. Un león blanco con la melena verdusca y dos dragones enzarzados en una pelea.
—Soñar no cuesta nada —replicó la muchacha con un suspiro. Era casi tan menuda como Annie. Últimamente, había crecido unos dedos y el busto se le vislumbraba bajo el vestido fino color ciruela—. Dicen que habrá una mancha roja en la luna, durante el festival.
Louis Leroy era un poco mayor que ella, y más bonita. Pero, Niccolo siempre decía que Annie era más astuta y brillante. Era pequeña para su edad, pero avispada.
Ambas niñas pasaron junto a un callejón donde un pequeño grupo de magos ensayaba sus hechizos. Un joven de túnica verde bailaba en círculos, mientras el suelo se encendía en fuegos verdes, azules y dorados. El mago errante disfrazado de hojas, tomó un trago un brebaje y escupió a una antorcha. Creando una nube de llamas coloridas que tomaron forma de animales diminutos. Replicando maravillosamente una Evocación Elemental de Combustión.
—Trucos—admitió Louis como si le leyera los pensamientos—. Lord Milne contrató una gran variedad de espectáculos para el festival.
Annie sonrió. Los Leroy querían que Louis cursara Fundamentos como su hermana. La joven había aprobado el primer curso, regresó a la ciudadela por el festival y se marcharía otro año a progresar en su aprendizaje. Su hermano Claude se unió recientemente a un Château. Annie estaba atrasada, todo su aprendizaje se lo enseñaron Niccolo y la colección de libros de su padre. Ella también provenía de una antigua familia de magos del Antiguo Continente. La leyenda de origen de los Verrochio, a diferencia de los seres de luz de los Leroy. Contaba que eran los hijos de hombres y ninfas del bosque. Aquellos héroes de la antigüedad que sedujeron a las hermosas habitantes de las profundidades de la espesura. Heredando cualidades mágicas capaces de hacer milagros. Descendientes longevos, tocados por la luz y benditos con la palabra. Esas eran las historias que poblaban en los mitos de los Verrochio. Arsenio Verrochio fue uno de los magos más reconocidos de la familia, miembro de la tríada que derrotó al monstruo que azotó el puerto de Pozo Obscuro.
La quintaesencia corría por sus venas, aunque diluida por el mestizaje. Annie había intentado destilar un poco de la esencia en su sangre. Había sentido el flujo energético creciente en sus células en ocasiones. La energía primordial que se ionizaba con las imágenes elementales. La transformación energética. Quería pedirle a su padre que la llevara al Instituto de la Sociedad de Magos. Pero él nunca estaba en casa. El escriba era el único que de verdad se interesaba por ella. Por eso lo tenía en alta estima.
Niccolo tenía libros de Misticismo escondidos en su repisa. Se suponía que era penado por la Sociedad de Magos, el poseer tales manuscritos. Pero, aún así... Le mostró a ella sus gruesos de tomos de teorías. Tesis de Proyección. Cuestiones de Evocación. Conversión Energética. Redescubrimiento de la Maeglafia. También les enseñaba conocimientos básicos y astrología a sus poquísimos alumnos. Louis le estaba explicando que Venus estaría presente en su constelación... Por lo que esa noche tendría una aventura de pasión.
—Niccolo piensa que el rojo en la luna... es oscuridad que se acerca a la isla—replicó Annie, sin miramientos—. Sé que crees que es un tipo aburrido... que busca cosas que no existen en las estrellas. Pero, la verdad... me asustó mucho, con sus suposiciones—subieron una escalinata de piedra bajo la luz anaranjada del atardecer. Una brisa cálida le meció la melena rubia a Annie, recogida en una coleta—. ¿Qué crees tú?
Louis soltó una risita.
—Amor—dijo como para si—. Es el amor con el que sueñan todos, pero nadie se atreve a aceptar. Estarán Venus y Marte amándose en el cielo como viejos amantes en su despedida. Él lo sabe, pero nos ve como niñas. El rojo es el color del amor, la pasión y el deseo. La luna refleja nuestras más sinceras proposiciones. ¡Es hoy! Todos en el Jardin de Etoiles lo profetizaron. ¡La noche de los amantes! Debemos decírselo. Niccolo suspira por Miackola. Siempre la mira con esa cara de... ¡por favor cásate conmigo!—Louis soltó una risita y se apartó un mechón de la oreja—. A Mia le gusta, pero se niegan a admitirlo... y Niccolo es tan tímido como un gatito asustado. ¡Debemos ayudarlos!
Sí, Annie lo había visto sonrojarse ante las sonrisas brillante de Mia. Podía sentir la euforia colorar sus mejillas cuando ambos se hablaban. Mia los había acompañado durante aquellas noches mágicas cuando miraban las estrellas en busca de nereidas.
—Pero, Niccolo...
—Es un hombre solitario —aventuró Louis arrugando la nariz—. Se pasa todo el día leyendo historias de amor o redactando textos—le lanzó una extraña mirada—. Ya sabes, Annie—se sonrojó con una sonrisa—. Quiere un poco de calor femenino. Desea a Mia, pero juega al papel del joven frío, que no necesita a nadie. Pero se muere por dentro, mientras desea su fuego. Los dos están bien locos al no darse cuenta de las ganas que tienen de devorarse.
Annie frunció el ceño. Sus cejas rubias se apretaron.
—¿Devorarse?—Imaginó a Mia saltando desde la silla hasta Niccolo y arrancándole la garganta a dentelladas. Se estremeció.
Louis se tapó la boca, ahogando una risita.
—No, boba—sus labios dibujaron una sonrisa conspirativa—. No quieren comerse el uno al otro como caníbales. No... Quieren hacer el amor.
—Ah—las mejillas se le encendieron.
Recordó cuando revisaba los dibujos de un extraño libro de anatomía y vio la imagen de un hombre desnudo. Tenía como... un cilindro entre las piernas. Cuando se lo preguntó a Jean Rude le dijo que los varones tenía algo así como un pequeño cuchillo para orinar. Pero cuando le pidió que se lo enseñará, él se sonrojo y no quiso volverle a hablar. El libro le enseñó que el hombre acariciaba con esa espada el ombligo de la mujer hasta que tenía ganas de orinar y le apuntaba al ombligo, de allí nacían los niños. Aunque el pipí no huele tan bien. Una noche sintió curiosidad por embarazarse, mojó los dedos en el orinal y se frotó el ombligo. Pero a la mañana siguiente su tripa no había crecido. Repitió aquel proceso hasta que se olvidó del experimento... Quizás debía ser orina de un hombre. Pero se avergonzó al pedírselo a Niccolo.
La calle Obscura se preparaba para las Fiestas de la Luna. Hasta donde se alcanzase a mirar... relucían los puestos de comida, carpas rayadas, los comerciantes pregonando sus exquisiteces, amuletos y rarezas. Un festival de tres noches para celebrar un fructífero año caluroso. La fuente de la calle manaba agua cristalina y sobre ella, se erigía la estatua del Héroe Rojo. Un adusto e imponente hombre ataviado en una capa de piedra que lamía sus talones y ocultaba su cuerpo. Su rostro ceniciento de ojos ciegos custodiaba el Palacio de los Héroes en la cima de la colina Vidal. Del rojo intenso de su capa y cabello, solo quedaba un gris piedra. Le limpiaron los restos de excrementos secos, algunos pájaros se posaban en sus hombros. Parecía esculpido hace poco, cuando en verdad allí, llevaba más de seiscientos años.
«Con el rojo de su esencia ahuyentaba la fría oscuridad...» decía la canción del Héroe Rojo, una de muchas. Sam Wesen había derrotado al Mago del Frío, liberando a la isla del crudo invierno asesino. Fundador de la Primera Orden de Magicians, se encargó de proteger la isla de los adeptos al caoísmo y ayudar a los Sisley. Los magicians de la Sociedad de Magos seguían sus juramentos.
Un bardo rubio vestido de morado y blanco afinaba su lira, tocó una cuerda... Annie se detuvo a mirarlo. Tenía ojos dorados y olía a salitre. Era un olor... embriagante. Estaban lejos del mar y aún así esa persona portaba su solemnidad. Pero a su nariz llegó el penetrante olor a tinta. El cantante la miró mientras entonaba una melodía, sentado en la fuente, proyectando su sombra sobre el héroe.
El Aguadorada, un canal que discurría por todo Valle del Rey, alimentaba las calles Obscura y Etoile, el castillo de la Corte y desembocaba en el mar. Los puestos de ventas se unían a un grueso muro de tres varas de alto. Parecían más lúgubres mientras bordeaban las lindes del canal: había animales extraños, aves de caza, serpientes de colores exóticos, gatos majestuosos y artilugios que nunca había visto en su vida. Un hombre con una pata de palo y el rostro lleno de arrugas las vio de manera aterradora, mientras otro hombre, gordo y bajito... maldecía y vaciaba su jarra de ron.
—Estos no estaban ayer—señaló Annie.
Una mujer barajaba un mazo de cartas en una amplia mesa flanqueada por un guardia de capa morada y una mujer joven.
—No—rectificó Louis—. Estas personas son brujos. Viven en lo más recóndito del Bosque Espinoso y solo cambian sus hechizos por secretos.
—¿Secretos?
—Aunque el precio puede variar. Siempre piden algo de valor: un recuerdo amado, un cabello de un enamorado o huesos viejos. Cualquier ofrenda con poder. Y ellos te satisfacen con sus brebajes, conjuros, te libran de una maldición, echan un vistazo al camino del futuro —le lanzó una de esas miradas y remarcó sus últimas palabras con un tono estremecedor—: Descifran un sueño.
Annie sintió un escalofrió.
—Mi hermana siempre viene a ver a la bruja Sangreazul de parte de mi madre—contó la joven—. Pide el afrodisiaco que prepara la bruja para ganarse a algún amante. Eso, y... las hojas de duende para no acabar en cinta. La bruja siempre pide un mechón de cada amante. Es una mujer bastante joven. Su puesto permanece abierto al anochecer, a veces desaparece... Pero tiene un conocimiento del Misticismo que en el instituto refutan. La Sociedad de Magos persigue a estas personas desde hace años. Las juzga y las sentencia. Y sus experiencias se guardan bajo llave en uno de los departamentos.
Un gato naranja anduvo sobre el muro a toda velocidad. Una joven de cabellos plateados exhibía sus especias místicas, perfumando el aire mientras las quemaba.
—Lujuria para los amantes—echó un puñado de hojas secas en un caldero de fuegos violáceos. El humo ascendió, embriagador. Olía a canela, nuez moscada, menta y duraznos... A sueños de verano y deseos enterrados. Aquel olor despertó una sensación cálida en su cuerpo, entumeciendo sus piernas con un cosquilleo. Las mejillas se le colorearon de un agradable rojo provocador.
—¿Qué crees que hará Niccolo si le servimos un té de Lujuria?—Louis sonrió, pícara. A veces Annie dudaba que estuviera cuerda, al parecer... Las hormonas le habían chamuscado los sesos.
—No creo que sea buena idea.
—Claro —Louis se le río en la cara—. Que va a saber una niñita del arte del amor.
Annie frunció el ceño, sus ojos azules echaban chispas. Louis cogió su mano y aceleraron el paso por los edificios mayormente abandonados. Dieron una vuelta por el pequeño puente de piedra y regresaron a la calle Obscura. Más ornamentada y alegre. El humo de la grasa subía en jirones por las guirnaldas. Cruzaron las calles empinadas, abarrotadas del gentío. Pululaban cantantes, titiriteros, actores. En un escenario empotrado dos actores disfrazados de Sir Cedric y Courbet, se batían a duelo. Cedric era un tipo alto con el cabello y los bigotes pintados de naranja, una capa bermellón y una larga varita. Mientras Courbet era una figura oscura, delgada, descalza y con máscara de diablo.
—¡Asesino!—Bufó el actor de Cedric meneando la varita. Las chispas doradas volaron de ella—. ¡Manipulas fuerzas que no comprendes! ¡Voy a destruirte Mago de la Sal! ¡Así como destruiste los sueños de quienes arrebataste la vida!
Dos magos encapuchados con capas rojas subieron al escenario con las varitas en ristre. Dispararon chispas ondulantes. Courbet soltó una carcajada y las chispas se convirtieron en fino polvo con sus manos arrugadas. Sus dedos tenían múltiples anillos con joyas y Maeglifos. Las capuchas rojas corrieron a él con espadas de madera, pero el anciano con un movimiento de sus manos convirtió a ambos en sal. O eso parece que hizo, porque en verdad los roció con sal pulverizada y los actores se derrumbaron, fingiendo la muerte. La multitud aplaudió. Annie miró a su izquierda y pudo ver al bardo de la lira. Mirando el espectáculo con el ceño fruncido. Sus ojos dorados se oscurecieron por un momento.
Louis la llevó lejos del escenario, tirando de su brazo. Annie insistió con ir a ver a Niccolo, pero Louis quería ver los espectáculos. Llegaron de vuelta a la plaza con la estatua del héroe. Se había hecho un círculo de tiza. Una multitud miraba algo espectacular. Era un mago errante de túnica y cabellos morados que hacía que sus sombras se batieran a duelo. Pero al ver mejor, notó que no eran sombras... Eran figuras líquidas de tinta que sostenían sables delgados. Las formas se movían, ligeras, con los movimientos del mago. Enzarzados en una pelea donde las gotas volaban. Una de las sombras apuñaló la garganta de la otra, el sable que brillaba con la luz del atardecer. Tanto la figura triunfante como el mago, saludaron con un elegante floreo a todos los que aplaudían. El gentío aplaudió.
Un pequeño escenario de marionetas exhibía un pequeño espectáculo. Esta vez Annie arrastró a Louis, le encantaban las marionetas. Una mujer pequeña sostenía los hilos mientras Seth Scrammer se enfrentaba a un monstruo reptiliano. La música de una manivela envolvía aquella caja. Los niños se sentaban mientras la mujer entonaba las voces. La marioneta de Seth le cortó la cabeza al monstruo, liberando un montón de aserrín rojo. Los niños aplaudieron risueños y la marionetista puso un telón sobre la caja. Annie le regaló una estrella de cobre.
Louis cambió de opinión y quiso ir donde Niccolo, era su último día en la ciudadela y quería despedirse con una clase. La biblioteca de los Brosse era un recinto de dos pisos con un gran ventanal redondo. El primero, plagado de estantes con toda clase libros, tanto en el idioma antiguo como el nuevo. En el segundo, se exhibía el cristal y las habitaciones de los Brosse. En la terraza se podía apreciar el firmamento estrellado y las constelaciones. Niccolo las llevaba algunas noches a estudiar las estrellas y los planetas con su catalejo. La entrada era una puerta doble de grueso roble con ribetes de hierro forjado y un alicanto en el dintel.
Niccolo Brosse estaba sentado en una larga mesa con una docena de libros y pergaminos. El resto de la biblioteca estaba desolada. Al parecer, ellas eran las únicas que venían por las clases del escriba. Levantó la vista cuando entraron.
—Louis, Annie —las llamó.
Ambas se sentaron junto a él. Astrólogo y escribano. Niccolo era un hombre relativamente joven, rondaba los veinte. Era alto y delgado, taciturno, intelectual, solitario. Tenía el cabello y los ojos cobrizos. Esa tarde llevaba una túnica gris de largas mangas que le llegaban a la cintura, tenía el alicanto de los Brosse bordado en el pecho y se ceñía la ropa con un cordón del que colgaba un saquito lleno de monedas.
—Señor Niccolo—sonrió Louis tocándole el brazo con delicadeza.
Niccolo le sonrió, sincero. Tenía un rostro inocente de ojos alegres y sonrisa trémula. Los Brosse eran intelectuales. La biblioteca tenía más de trescientos años y había acabado en manos del joven cuando su tío Vidal se fue de viaje a buscar libros y a narrar historias en Puente blanco, atravesando el Bosque Espinoso. Vivía con su otro tío Marcel Brosse, un enorme guérisseur reconocido en Obscura por sus conocimientos. El otro, un cuentista y cronista de renombre. Niccolo impartía clases de historia, matemática, filosofía, geografía, astrología y les enseñaba a ciertos de sus alumnos química, maeglafia y Misticismo convencional. Por una cuota. Aunque no poseyera la esencia y no pudiera realizar Proyecciones, era un estudioso de ella. También redactaba y leía cartas, alquilaba libros y los transcribía.
Siempre se la pasaba solo, con el rostro sonriente inmerso en las letras de los libros. Tímido al contacto, renuente de las demás personas. Annie no sabía que había causado, que él terminará de esa forma. Aunque... debió ser algo muy triste. Por lo visto, tanto Marcel como Vidal habían preferido la compañía del Festival.
—Disculpen, tengo una montaña de encargos. Han pedido una copia de Cronología de Gobaith. —Su pluma iba y venía con una caligrafía majestuosa mientras firmaba el papel impreso. Mojó la punta en tinta negra y siguió—... Es un ejemplar muy raro y antiguo, tengo que imprimirlo cuanto antes.
Después de limpiar la imprenta. Niccolo se las empeñó para verificar la gramática de ambas, el cálculo avanzado, la geografía: hizo a Louis buscar un mapa de toda la isla. Luego otro mapa de estrellas, que Niccolo había dibujado durante aquellas místicas noches con su catalejo. Últimamente, Louis iba a visitar con más frecuencia al escribano que todos los demás. Debido a que retomaría algunas clases. Después de comprobar el cálculo, siguió una clase de historia sobre la dinastía Sisley. Annie cogió uno de los libros en una de las repisas de teoremas mientras Louis resolvía operaciones matemáticas. Niccolo comenzó a preguntarle sobre historia.
—¿Conocen la Guerra del Antiguo Continente?—Preguntó el escriba.
—¿Eso no fue hace dos mil años?—corroboró Louis, mordiéndose el labio.
—Sí—asintió Niccolo conspirativo, miró a la niña rubia—. Annie.
La niña cerró el libro de Proyección que hojeaba con mesura. Repasando las Imágenes Elementales... Imaginando las sensaciones que transformaban la esencia en energía manipulable. Le encantaba la historia de la isla. Las guerras, las traiciones, las venganzas y las pasiones. La historia de los celtas estaba caracterizada por los conflictos sangrientos y las leyendas.
—¿Si?
—¿Conoces las historias de las primeras guerras del Antiguo Continente?
—¿Las que estudiamos en invierno?
Niccolo asintió.
—Ah—su cabeza se puso en funcionamiento—. ¿Por dónde empiezo?
—Las Incursiones.
Annie miró al techo de la biblioteca. A su mente acudieron imágenes de batallas y héroes. Recuerdos de otras tierras... Sueños perdidos.
—Mucho antes de que el Rey Exiliado huyera de nuestra tierra natal—comenzó a narrar, suscitando lo que había leído en los libros de historia y las narraciones de Niccolo—. Las tribus dispersas en la espesura del vasto territorio. Tan grande como mil islas... muchísimo más. Se cantaban otras canciones y se creían en otros dioses. Las tribus vagaban por el mundo libre. Escribiendo sus leyendas y construyendo a las personas que sobreviven hoy en día. En esos tiempos, una revuelta provino del oeste. Del otro lado del continente. Llevaron el fuego y la muerte en su incursión. Su conquista recorrió las tierras habitadas por las tribus celtas. Quemaron los campos, masacraron a los hombres, destruyendo a los dioses antiguos y esclavizando a las tribus a su paso.
»Los llamaron Scrammer, de cabello rojo y ojos color sangre. Los últimos hijos de los dragones de las estrellas. Épocas de conquistas, masacres y tempestades. Las historias que se cuentan de aquella época, en su mayoría son relatos orales. La leyenda habla de Scram, primogénito del Dragón Escarlata, engendró medio centenar de hijos y vivió cuatrocientos años.
—El primer dragón era apasionado—suspiró Louis.
—Durante años, los clanes al otro lado del continente se habían enfrentado para ocupar las tierras. Pero fue Scram, quién convenció a los hijos del Dragón Blanco... Los Wesen. Para partir a la conquista del mundo. Motivados por la escasez y los tiempos difíciles en sus tierras—Annie hizo una pausa para recordar los sucesos—. Las tribus nativas se vieron esclavizadas. Sus tierras pertenecían a extranjeros. Sus creencias fueron erradicadas. En aquellos tiempos violentos, de tribulación y miedo. Las tribus pactaron una alianza bajo el liderazgo de los Sisley. Los Brosse de antaño que volaban sobre alicantos—miró el pájaro bordado en el pecho de Niccolo—. Los Verrochio. Bramante Brunelleschi, el culto de Daumier... y otras familias amenazadas por el poder de los invasores. Los hijos del bosque se unificaron, encabezados por el primer rey, Vidal Sisley, enfrentando a los belicosos dragones en la cruenta guerra de los cien años.
»Zerpa Sisley, uno de los descendientes de Vidal, derrotó de manera aplastante a los dragones. Les regaló tierras después que se arrodillaron y se asentaron junto a un reino próspero. Fue el primer rey de la Tierra Antigua. El nacimiento de una ciudadela donde convergían los conocimientos del mundo antiguo, dio paso a un desarrollo temprano del Misticismo. Un milenio de maravillas. Descubrimientos milagrosos.
»Un imperio crecía con fiereza desde el oeste, aquellas tierras inexploradas. La ciudadela que alguna vez fue gloriosa se convirtió en una corrupta capital del pecado. La decadencia de la sociedad, impulsada por la diferencia de clases sociales. Los linajes, el mestizaje y los prejuicios. Las constantes expansiones de los enemigos destruyeron el imperio que forjamos. Nuestro reino acabó en la ruina y nos arrebataron nuestra tierra. Fuimos deportados. Nuestros edificios, quemados hasta los cimientos. Nuestro pueblo, esclavizado, mutilado y perseguido. Cien años de destrucción... Nuestro legado se consumió en cenizas.
»Pero... existió un Sisley, harto de las heridas que la guerra y la devastación. Condujo los restos de los celtas a una isla, alejada de aquellos que buscaban destruirnos. Rodeó las costas con corales afilados, para evitar que los barcos enemigos atacaran. El Rey Exiliado llamó a esta isla Gobaith, que en la antigua lengua significa «esperanza». Hemos vivido dos mil años, confinados en esta isla. Olvidados por el mundo exterior.
Niccolo asintió, complacido. El brillo nocturno se filtraba por las ventanas. El recinto estaba obscuro. Niccolo encendió una vela de sebo con un yesquero de pedernal.
La segunda noche del festival
La oscuridad estaba cargada de fría soledad y Annie no tardó en tiritar. Es cierto... el año comenzaba con las heladas. Los jirones de niebla flotaban en halos, junto a los faroles de colores. El aire estaba impregnado de carne asada, especias, almizcle rancio y Lujuria quemada. Rememoró el sueño que tuvo cuando llegó a casa, estaba sola. Se tiró en la cama y se echó a llorar, se ponía emotiva de la nada. Vio al hombre con las manos manchadas de luz roja, persiguiéndola con el rostro asustado. Vomitaba abominaciones. No recordaba de qué color era su capa, quizás roja o negra... Todo estaba borroso.
Pero, ¿a quién le importaba? Las personas se daban besos tímidos, abrazados. Celebrando el final del año. Amor y soledad. Sueños rotos y proféticos. El cielo estaba cubierto de estrellas y cada una de ellas era un sueño hermoso. La luna estaba especialmente hermosa en su día. Desde tiempos inmemoriales la adoraban, porque de ella habían nacido maravillas. Los primeros humanos bajaron de la luna sobre caballos de fuego, labrando la tierra fértil y alumbrando hijos en abundancia. Diana y Bel, el Sol y Luna, estaban enamorados. Durante la creación del mundo, vieron sus imágenes cósmicas, separadas por la bestia negra del anochecer. Bel adoró las creaciones de la luna: figuras femeninas, plateadas, hermosas y misteriosas. Al no poder tener a su amada... Plantó las semillas de los primeros hombres en la superficie de la luna, siendo alimentados por los polvos estelares. Crecieron hombres, fuertes para proteger a las mujeres, débiles ante su belleza y sabios para comprenderlas. Los dioses les regalaron la vida, y ellos transformaron la creación... en el amor perdido que ellos se profesaban, pero no podían otorgarse. Porque Diana y Bel solo se encontraban en ocaciones. Su amor era tan intenso, que podrían destruir a sus adoradas creaciones. Tenían miedo de perder a sus hijos. Su más hermosa muestra de afecto. Se extrañan cada instante, adorando sus momentos efímeros de pasión, pero... solo convertirán en uno cuando las estrellas del cielo desaparezcan. Por eso, el amor de un hombre y una mujer, honra a los dioses del cielo. Es una réplica de la intensidad con que ellos se amaron, al inicio de los tiempos, y lo seguirán haciendo... cuando los humanos desaparezcan.
Annie se lavó el cabello dorado, lo peinó, perfumó y lo llevaba en una larga trenza llena de flores. Se había puesto un ligero vestido morado y sandalias de piel, atadas con cordones que le llegaban hasta las rodillas. Alrededor del cuello llevaba una gargantilla de oro adornada con zafiros que le hacían juego con los ojos.
Louis estaba deslumbrante envuelta en satén blanco, aunque su figura mostraba demasiado para su edad. Pulseras de plata en las muñecas y una rosa blanca a modo de aguja en el moño castaño.
Recorrieron la plaza humeante con la comida, el olor del vino, el ron, la cerveza y otras bebidas. Por todos lados había bullicio: los espectáculos, los duelos de jaques y magos errantes. Se detuvieron junto a un carro de pasteles calientes. Un hombre de túnica verde a rayas rojas se subió a los hombros de otro azul a rayas amarillas. Cada uno con una sarta de cuchillos en las manos. Comenzaron a hacer malabares, para el horror del público… Todo el mundo miró asombrado la destreza de las manos de los malabaristas, los cuchillos volaban en círculos y eran atrapados. Hasta que se subieron a los hombros de un tercero, vestido de dorado y negro con una máscara de chacal pintada de oro. Louis Leroy le apretó la mano... El corazón se le encogió. Los malabaristas entrechocaron los cuchillos, las hojas encendieron en llamas doradas, bailando cálidas sobre el metal brillante. Las lanzaban y las atrapaban, al ritmo de los tambores mientras una apretada y ruidosa multitud los aclamaba. A pesar de toda la emoción, se sentía muy tranquila.
Jean Rude les ofreció un trago de una extraña bebida verde... Louis hizo una mueca cuando la probó. Luego el muchacho se lo ofreció a Annie y la probó... Era fuerte y mentolada, el calor le bajó por el pecho con un escozor.
Jean era un muchacho risueño de cabello negro y ojos cafés que vestía con trajes marrones. Se estaba dejando crecer el bigote, pero apenas era una pelusa en su labio superior. Tenía un brazo escayolado, el mismo brazo que Annie había visto romperse cuando se cayó de un árbol.
El cuervo mascota de un joven llamado Camielle Daumier le robó la varita de roble de la familia Rude. Jean era pescador, pero al nacer con la quintaesencia, su sueño era ser magician y su familia lo apoyaba con orgullo La varita fue a parar al colosal roble que reposaba contra el edificio vecino a la biblioteca, un ancho hogar con terraza. Jean rabioso, subió mientras Annie le gritaba. Camielle se partía de risa, era mayor que ellos... Un tipo cruel que se divertía molestándolos.
Nadie trepaba mejor que Jean. Trepó como un lémur, subió las ramas con ímpetu, aferrándose al tronco con las piernas. Pero una rama estaba podrida y se quedó en su mano mientras caía... Escuchó como su cuerpo aterrizaba sobre el brazo con un profundo crujido. Se rompió un brazo y dos dientes. El cuervo de Camielle anunciaba en graznidos que existía carroña...
Compartieron la bebida mentolada de Jean mientras veían a dos jaques intercambiar tajos, con el torso desnudo, mientras un mago errante de túnica morada bailaba sobre un suelo en llamas. La música cesó, uno de los jaques se retiró con una herida sangrante en el pecho musculoso. El jaque ganador movió la espada en el aire mientras pedía un retante. Una mujer de la multitud se acercó con una fina espada que brillaba con la luz del espectáculo. Jean abrió la boca como un idiota cuando la mujer se desnudó, tenía piernas musculosas y unos grandes pechos de pezones rosados, su cintura describía una grandiosa curva. El fino vello corría desde su intimidad escondida hasta su ombligo. Se batió a duelo con el hombre hasta que los dos estuvieron bañados en sudor. La danza terminó, cuando la mujer de rizos negros le dibujó una profunda sonrisa roja en un muslo al jaque. Annie le vio bien el rostro, se dio cuenta que era Miackola Escamilla. Siempre usaba la capa y la vestimenta, tenía un cuerpo muy bonito y esbelto.
Mia hizo un movimiento de revés y llamó cobardes a los hombres. En sus ojos oscuros se reflejaba el reproche y la tristeza. Se vistió y salió del círculo con la espada chorreando sangre.
El mago errante de morado alzó las manos al cielo y llamas verdes salieron con un estruendo desde los braseros, mientras las monedas llovían. El mago de verde y rayas rojas soltó los cuchillos dorados y levanto las manos. Los árboles de la plaza se movieran de su sitio. Los hombres envueltos en disfraces de hojas cosidas se adentraron en su círculo de fuego creado por braseros. El espectáculo de los magos errantes era muy vistoso. Jean y Louis fueron a un lugar más apartado. Annie los siguió dejando todo el bullicio atrás. Llegaron hasta un callejón más vacío, con fresnos y bancos de piedra. Los árboles frutales perdían su coloración verdosa.
En algún lugar cercano, alguien tocó la cuerda de una lira. Una nota aguda recorrió el lugar como una campanada.
Un bardo sentado en un banco solitario, comenzó a tocar una melodía cargada de melancolía como si cada nota arrancará un pedazo de su alma. Era el mismo rubio que vestía de blanco y morado. No sabía si era un mago... su esencia se difuminaba con la brisa retorcida. Su voz melodiosa era dulce como una gota de miel al final de la garganta.
Quiero confesarte que ya tengo la certeza.
De que tu recuerdo vive adentro de mi piel.
Tengo un corazón que está perdiendo la cabeza.
Porque se dio cuenta que ha caído ante tus pies.
Annie se alejó, sentando en un banco apartado, donde podía escuchar al bardo y oler las hojas de naranjos. Las personas de allí eran pocas, amantes entusiastas. Unos ojos luminosos se acercaron a ella con rapidez, dio un respingo. Un gato naranja saltó de un tejado cercano, hasta el banco frente a ella y la miró, hosco, como si fuera una persona maliciosa.
Busco algún pretexto para acercarme a tu lado.
Si me sale bien tal vez parezca accidental.
Por fin usaré todo el coraje que he guardado.
Para confesarte lo que nunca pude hablar.
Miró en derredor, confusa. El bardo siguió cantando, a sus pies tenía una olla de hierro con unas cuantas estrellas de bronce y un orión de plata. Louis y Jean se besaban con pasión recargados sobre un viejo fresno, parecían succionarse los labios. Devorándose con soltura. Ella estaba sola, sintiendo un frío cada vez mayor y una soledad repentina. Pensó que todos tenían a alguien, excepto ella. Hasta el pobre Niccolo tenía a Mia para pasar el rato, riendo y hablando. Pero fuera de todo lo demás, ella no tenía a nadie. Ni siquiera Louis podía ser su amiga todo el tiempo porque se iba al instituto.
¡Acuérdate de mí!
Por si tu corazón busca algún dueño.
O si quieres mil besos en un sueño...
O si quieres más noches de las que no te den ganas de dormir.
El gato comenzó a seguirla, amenazante. Su andar felino exhibía, mostraba una elegancia natural. Una atracción magnética que jugaba con las más profundos engranajes de su mente. Retrocedió un paso, confundida, luego otro, asustada. Sentía las tripas revueltas, un miedo se alojó en la boca de su estómago mientras el gato dejaba escapar un maullido de exasperación.
—La hija del alquimista—se dio de espaldas contra Camielle Daumier. El cuervo en su hombro profirió un graznido.
Se apartó de él, rápidamente, y el gato le pasó entre las piernas con un cosquilleo gélido. Aquel cuervo negro como el carbón, siempre revoloteaba en torno al joven. En sus ojos había cierto resplandor húmedo. Tenía el cabello plateado, una boca pequeña y cruel. Llevaba un collar hecho de colmillos de distintos animales, en torno a un cuello menudo. Camielle nunca le dio miedo, pero desde que salió impune de la vez que le rompió el brazo a Jean, le resultaba temible. Tenía un aire perverso, había leído historias espantosas de los Daumier. Cuentos de magos negros y personajes malvados. Alegaban ser nahuales: personas que podían poseer el espíritu de los animales. Una familia extraña, arrogante y estricta. Camielle poseía aquel andar, enfermizo. Él decía poder poseer al cuervo y volar, una magia increíble, pero también malvada. Porque la usó para lastimar a otros. El joven pálido miró a su gato con un extraño orgullo. Estaba loco.
—Annie... Verrochio—dijo con una sonrisa. Le sacaba una cabeza de altura.
—Camielle...
—¿Creí que te encontraría en el instituto, pero veo que no?
—¿Qué sabes tú del instituto?—Replicó con reproche.
—Más que tú, por lo que veo—Camielle se acercó a ella con una sonrisa, olía a humo y sangre—. El orgullo de la familia es este poder maldito. ¿Cuál es el de los Verrochio? Sí, desaparecer... Creo que eres la única que heredó una gota de poder en esta generación—sonrió, lobuno—. Todos los Daumier estamos malditos, desde nuestros orígenes. Llevamos el pacto del demonio en la sangre. Tuve un tío que tenía un oso, pero cuando lo poseyó... estaba hambriento y se comió su cuerpo humano. También hubo varios Daumier en el Antiguo Continente, que poseyeron a tigres, manticoras y dicen que hubo uno capaz de poseer a un dragón. Puede que tengamos forma humana—se encorvó, acercando su rostro al suyo—. Pero somos depredadores, ocultos en pieles humanas. Todos se inclinan temerosos del nahual.
Todo lo que dijo, lo hizo odiarlo aún más... Odiaba aquellos ojos violáceos. Bajo toda aquella superficie de demencia había un brillante desquiciado. Pero sabía, que no se atreverá a hacerle nada porque le tenía miedo a su padre.
Annie sintió como se le congeló la sangre. Cuando vio el brillo rojo de la macha en la luna, reflejado en la hoja negra de un puñal. Una mancha de sangre... Una sombra negra de ojos rojos se movió detrás de Camielle. Recorrió el filo con un dedo, se colocó el puñal contra la mejilla. La mancha roja parecía una lágrima rodando sobre el acero negro. Los ojos de Camielle centelleaban, divertidos. El mango era de cornamenta ribeteada de plata. La hoja era de hierro de cometas.
La sombra negra tomó a Camielle del brazo. El cuervo graznó asustado, el gato soltó un siseo rabioso. El nahual se lo pensó de nuevo y escondió el puñal. Era tan alto como Camielle y su mirada de rubí hizo que se le borrara la sonrisa del rostro. No pasó mucho, hasta que Camielle se marchó. El joven se sentó junto a ella. Vestía una capa negra con guantes y botas oscuras. Parecía hecho de oscuridad neblinosa. Un demonio... o un ángel de las tinieblas. Tenía el cabello rojo intenso rematado en las puntas de un azul extravagante.
Annie se estremeció al verlo. Sintió un calor agobiante en el cuerpo, pegado al vestido. Quizás fuera el afrodisiaco en el aire. Sus ojos llamaron los suyos y se cruzaron. Un azul intenso contra una mirada forjada en sangre, parecían rubíes.
Desvió la mirada... El humo extravagante llenaba sus pulmones con calor. Cada insuflación la hacía sentir mareada. Con un sentimiento agradable recorriendo sus piernas. ¿Cómo se llamaban aquellas hierbas que quemaban en los braseros? ¿Lujuria? Que nombre más adecuado para aquella sensación que afloraba en su interior. El joven sonrió.
—¿Estás bien?—Su voz era un matiz de fuegos cálidos.
—Sí—la voz le salió entrecortada.
—No es bueno que vaya sola—le tendió su brazo y Annie lo estrecho sin pensar—. Déjeme acompañarla.
Era alto y fuerte... Junto a él se sentía capaz de hacer cualquier cosa y era todo un caballero: la hizo reír, le ofreció una taza de leche caliente endulzada con miel. La dejó hablar mientras se alejaban de la plaza desolada, sus preguntas alimentaban la conversación. Ella le contó quien era Niccolo, de cómo Jean se cayó del roble y que le daba mucho miedo el cuervo de Camielle. Se olvidó por completo de Louis y de Jean, de su padre y de todos. Regresó a la plaza del Héroe Rojo, con la estatua adornada por un montón de velas coloridas. La luna pálida lucía un mechón de sangre. Una línea espectral de ensueño. Un puente de maravillas. Se veía tan lejos y tan increíble...
—¿Sabe usted por qué festejamos a la luna?—Pregunto Annie, con tono cómplice. Quería demostrarle lo inteligente que era.
Una mujer echó un zarzal de hierbas secas en un brasero. El humo flotó, pálido, en toda la plaza y sintió como se le encendían las mejillas—. Había maravillas...
—... que bajaron de ella—completó el joven. La luz de luna bañaba su cabello, formando ondulaciones rojas, azules, grises—. Lo cierto es que ella es el testigo de nuestra existencia. Ha visto a los antiguos nacer y morir. Imperios levantarse y decaer. Honramos a los ancestros, a los dioses antiguos y a nuestra existencia misma a través de ella: divina, eterna y misteriosa.
—Es muy bonita—la luna blanca se fue tiñendo de rojo a medida que las horas avanzaban, fugaces. «Amor» le había dicho Louis.
—Esto también es hermoso—le acarició una mejilla con aquellos dedos enguantados, suaves y negros.
—¿Qué cosa?—Sintió sus rodillas temblar.
—Tiene una muy bella sonrisa, señorita.
Annie lo sujetó con más fuerza, aferrándose a él, no quería perderlo. No quería volver a sentirse asustada, paralizada, sola. ¿Se estaba enamorando? Las horas pasaban volando, la atracción que sentía por él era inigualable. El nacimiento del amor estaba pronosticado desde que vio el brillo en sus ojos. Lo sintió... Vagamente se mordió los labios. Caminó con él, donde un mago errante vestido de morado con un estrafalario sombrero de rayas blancas, negras, azules y moradas.
«Su cabello también es morado», advirtió Annie con un ladeo de cabeza. Olía a incienso, a frutas y a una desesperada tristeza. En sus manos llevaba un saquito de cuero con el que arrojaba polvillos finos a un gran brasero de hierro con forma de trébol. Las llamas purpureas se alzaban tan altas como él.
—Vengan dioses antiguos. Dioses Muertos—un ayudante pelirrojo de rostro pecoso le alcanzó un largo cayado de roble rematado en oro macizo. Arrojó un muérdago al fuego y extendió el báculo—. Déjenme verla una vez más.
Las llamas se alzaron, tomando muchas formas... Creciendo y tornándose de un pálido morado brillante. La figura de una mujer de fuegos purpúreos tomó forma en aquel brasero. Sus cabellos bailaban, era flamas. Annie lo reconoció, era Julius van Maslow el Mago Morado del Crepúsculo. El espectro estiró los brazos ardientes en torno al mago morado. Pero, cuando se cerraron para abrazarlo... ella despareció. Llevada por el viento. Annie vio unas cuantas lagrimas caer desde unos ojos grises, ocultos por el ostentoso sombrero y la barba purpura descuidada.
—Los muertos deberían descansar, no ser llamados a la vida otra vez—pronunció el joven. Aunque él también tenía los ojos vidriosos.
Sentía un regusto amargo, la bilis en la garganta. El resto de la noche se volvió humo y el bullicio. Los hombres bebían y reinaban estruendosas carcajadas. Pasaron junto a uno dormido o... posiblemente muerto, que apestaba a ron. Un jaque vestido solo con unos pantalones le lanzó una espada fina a un magician de capa roja, mientras lo maldecía.
—Te reto, Alfred Van Lene—clamó el jaque—. Espadas. Un duele de espadas. Donde los magos cobardes quedan indefensos.