Canción de Medianoche de Courbet
Sinopsis
Friedrich Verrochio un frío alquimista conmovido por la muerte prematura de su esposa, profanó las tumbas de los antiguos reyes de Gobaith, el último refugio de un pueblo exiliado hace milenios. Liberando los males encarnados de la tierra. Plagas, hambrunas y pestes desatan una rebelión contra el anciano rey Joel Sisley regando la tierra marchita con sangre mientras las lluvias inclementes del otoño se precipitan sobre el inestable reino, la guerra por la supervivencia. Los demonios cazan a los hombres durante la noche… La extinción. El miedo, el amor, la traición, la soledad, el misterio y la muerte pueblan está isla de caos, donde los verdaderos monstruos son habitantes en la mente de los protagonistas…
Prólogo
El sol se evaporó en la mancha sangrienta de un cielo profundamente afligido. Los pecados de los impíos recorrían las calles como un río de sangre. El resplandor cortaba los tejidos en jirones… Las torres ardían y las casas estallaban con soplidos dorados. La oscuridad se paseaba, exacerbada, por los rincones lamentables. Las almas estaban pérdidas y cada una soñaba, con la liberación. Los demonios escarlatas los atormentaban, sorbiendo su existencia con injurias. El inmenso espectro alado, volaba… preñando la luz con desesperación y devorando las estrellas. El tiempo de los hombres llegó a su fin… Los dioses lanzaron sus barcazas de incienso sobre la faz de la tierra.
Sir Cedric se pasó una mano áspera por la cara maltrecha. Renunciando a aquellos pensamientos delirantes desbordados en su cabeza.
El reino terrorífico del Homúnculista había sucumbido. Profecías de destrucción… ¿Juramentos rotos? ¿Promesas solemnes? ¿Sueño de Redención?
El pueblo los recibió con una lluvia de flores y gritos de regocijo. Cedric se removió en sus pasos mientras le llovían petunias, tulipanes y capullos con embriagante mezcla de perfumes. Los niños corrían entre sus piernas, saltando y vitoreando. Los bardos cantaban sus ovaciones. Los comerciantes les regalaron manjares. Los nobles se le acercaban estrechando su mano. Pero… Todos miraban su mano mutilada.
Los magicians del Premieré Château, agotados tras el viaje, miraban a todos con su duro semblante. La única que levantaba a los niños y los besaba en las mejillas era Lucca Della Robbia, con la armadura ensangrentada y la capa roja deshecha en hilos. Miackola no dejó de temblar, con los pantalones manchados de orina… Las personas la miraban con curiosidad y… ¿duda? La veintena de magos se mantuvo orgullosa a medida que recorrían aquella calle de losas de piedra. Los carros destartalados de madera chirriante pisoteaban la alfombra colorida… En ella, descansaban, los muertos. Aquellos a los que, bajo su mando, juró proteger… y les falló.
Cuando llegaron a la calle Obscura, todos aclamaron al caballero del Dragón Escarlata lanzando perfumes a sus pies. El grandioso Cedric, hermano menor del Dragón de la Tormenta Sangrienta. Un título que le quedaba demasiado grande.
Bajo el zarrapastroso manto… Cedric Scrammer no se sentía triunfante, ni heroico. La sucesión de horrores que encontraron en lo profundo del Bosque Espinoso… arrastró a los magicians del Premieré Château, a lentas y dolorosas muertes. Presas de criaturas deformes. Homúnculos que vivían en las historias. Sus… protegidos, destrozados. Cerró los ojos.
Unos colmillos molían huesos, arrancando trozos de carne de un cuerpo sin vida. Las tuberías oxidadas soltaban gotas, gotas, gotas… En lo profundo de su cerebro como ácidos. Una puerta crujía al abrirse…
Las botas altas de cuero negro, manchadas con restos de sangre, suciedad… recuerdos. Miraba sin ver, intentando despejar su mente para no llorar. Los suyos tenían aquella expresión de desolación. Hombres y mujeres marcados. Carros agonizantes con restos de personas que alguna vez albergaron sueños. Regresaron en fragmentos…
«El Homúnculista nos despedazó—pensó Cedric… ¿Por qué seguía escuchando aquel goteo?—. Éramos veinte… y solo unos pocos lograron regresar».
El brazo mutilado envuelto en vendas sucias comenzó a dolerle, se mantuvo inexpresivo. Las ovaciones continuaron, siempre sonrisas y saludos cordiales. Personas que lloraban por los desaparecidos. Personas que temían por sus hijos. En su cráneo solo existía silencio… Gruñidos… Un prominente olor a frutos podridos que se impregnó debajo de su piel. Fugas de agua. Un silencio donde enterrar los pensamientos. Seres deformes… Ir a aquella misión fue su perdición. Pero no podía darle vida a los muertos… Solo darle sentido a sus recuerdos. Unos ojos dorados le escudriñaban desde la oscuridad.
La capa roja que el caballero del Dragón Escarlata, lucía con orgullo… se había desgarrado y decolorado. El arcángel Lucifer del Premieré Château, era un zarzal de hilos dorados. Cedric llevaba diez años como el señor del Château más importante de la Sociedad de Magos de la isla.
El castillo era una magnífica construcción de seis torres con muralla alta, junto a una afluencia del río Aguamiel. La leyenda del castillo contaba que, antiguamente, era el torreón de la familia Wesen. Se convirtió en la base de operaciones de Sam Wesen durante el Invierno Terrible provocado por Anastasio el Mago del Frío. La isla de convirtió en un glaciar congelado durante cinco años…
Las torres de construyeron para albergar a los magos errantes liderados por los Wesen. El primer castillo ocupado por magicians fieles a un juramento contra los magos negros que poblaban, con ruindad, en aquella edad oscura. Pero el castillo fue confiscado por el rey Julián Sisley durante el segundo levantamiento de los Wesen y los Scrammer. Sus corredores tapizados con los colores, blanco y rojo, de los Wesen parecían no haber envejecido… Cierta belleza fantasmal se reflejaba en los cuadros ominosos de criaturas fantásticas y la desnudes femenina. Había todo un salón relleno de lienzos en blanco y obras a medio terminar, debió ser un pintor muy guarro porque lo único que retrataba eran… imágenes subidas de tono al óleo. De niño le gustaba mucho dibujar al carboncillo, pero su hermano lo convenció de estudiar Misticismo para sucederlo como señor del Château. Los blasones del dragón blanco refulgían en las cortinas, tan limpios como cuando se bordaron. Pero el lugar favorito de Cedric era la biblioteca, un rincón apartado en la torre central con conocimientos sorprendentes. Historias impresionantes de las proezas de los primeros magicians y pergaminos de Proyecciones que habían colisionado con el tiempo a través de las ramas en las que se desglosó el Misticismo Ortodoxo.
La columna dobló la calle, seguida por la multitud, a través de la adoquinada calle Obscura… frente a una biblioteca antigua con un enorme ventanal circular. Desfilaron por la calle real, rumbo al castillo del rey Sisley. Que se divisaba a lo lejos como un gigante de piedra dormido, con picos azulados excavados por hombres. El dolor en el brazo se había vuelto insoportable, sentía pinchazos con cada paso. Los dedos entumecidos le ardían tanto que le era imposible moverlos. Delaila le habría cerrado las heridas en un parpadeo. Había sido su más cercana amiga, durante su complicada juventud en el Jardin de Etoiles. Se dedicaba a una especie de rama virgen llamada Misticismo Corporal. En el departamento de Investigación estuvieron muy interesados en su investigación. Pero un día, desmesuradamente… Delaila desapareció del instituto, y su trabajo fue clasificado en el departamento de Preservación como abyecto por ir en contra de la filosofía de la sociedad.
—Observa—Delaila tenía una larga cabellera marrón con un broche de latón con forma de serpiente. El emblema de los Curie—. El estudio de la inversión—Cedric se había quemado un dedo mientras practicaba sus evocaciones. Con resultados volátiles… Al parecer tenía un flujo energético impredecible y su influencia perdía la estabilidad con facilidad. La varita de nogal le hizo cosquillas en la quemadura—. Las heridas pueden cerrarse. El tejido puede ser influenciado por la esencia.
La varita de Delaila Curie recorrió la quemadura limpia y… se convirtió en una mancha oscura. La piel ya no ardía, ni tenía ampollas… Era como si, su herida se hubiera invertido. Lamentablemente, nunca volvió a saber más de ella. Salvo que se casó con un cristalero y se fue a vivir al Paraje, al otro lado de la isla.
Una tubería goteaba en algún lugar de su mente…
No siempre había querido ser un mago. Desde pequeño tenía un don para el dibujo, hacía retratos de sus padres con carbones. Pero… tenía una cierta peculiaridad que lo distanciaba de otros niños: podía beber agua hirviendo, ver perfectamente en la oscuridad, oler mucho mejor que cualquier otro y… a veces sus manos quemaban papeles al tacto. También tenía una temperatura anormal… Su cuerpo siempre estaba febril, aunque se sintiera bien. Lo obligaron a cursar Fundamentos del Misticismo y le encantó. Las historias de héroes que se enfrentaban a monstruos lo fascinaban… Quería ser un magician de renombre como su hermano. Los profesores se sorprendían por su afinidad con la Evocación Elemental de Combustión Energética. Se inclinó por aquella rama y desarrolló sus habilidades para hacerse un puesto en el Premieré Château junto a su hermano.
Cedric tenía el cabello castaño rojizo, muy espeso y desaliñado. El día anterior se había afeitado la barba para mostrarse «presentable». Al verse en el espejo de bronce pulido, no reconoció al espectro demacrado y huesudo que se burlaba de él con los ojos color rubí, inundados de melancolía. Caminaron un eterno tramo ensombrecido mientras un millar de rostros los acusaban. Buscaban desesperados a los suyos… a los que desaparecieron bajo su mando.
Alguien tiró de su capa.
—Sir—era una joven de caballo castaño y ojos tristes, sus manos temblaban, algo brillaba en ellas. Un anillo dorado—. ¿D-donde…?
La hizo a un lado y siguió de largo. Eran más problemas de los que podía afrontar. Se detuvo, giró sobre su eje y ella lo miró, con los ojos enrojecidos. Por supuesto, él había dicho que se iba a casar cuando regresara.
—¿Dónde está?—La voz de la mujer se quebró.
—¿Quién?
—Es la esposa de Saturno—Escuchó la voz de Mia a su espalda.
George Bramante se detuvo a su lado, sombrío. Mia ni siquiera pudo mirarla. Lucca le dio una palmada en el hombro a Cedric. Hasta que Pietro Brunelleschi se detuvo negando con la cabeza, ante ella. Cedric se atrevió a hablar…
—No quedó nada de él. —Fue todo lo que pudo decir… La mujer se echó a llorar, cayó de rodillas sobre la alfombra de flores muertas.
Cedric recordó aquella habitación oscura. El duende, mitad hombre, mitad caribú… Había arrancado a Saturno de la habitación a través de unos conductos. Siguieron sus gritos a través de un amplio túnel. Las bifurcaciones de aquel laberinto llegaban hasta las entrañas de la tierra. Parecían excarvadas por gusanos gigantescos. Las criaturas que poblaban allí eran los moldes, donde el Homunculista vertió piezas de distintos animales para crear abominaciones. En aquel laboratorio abundaba un silencio sepulcral. Las ratas habían sido diezmadas por ellos. Estaban hambrientos… Las habitaciones de aquella misteriosa construcción estaban repletas de hallazgos indescifrables. Tanques anaranjados con especímenes desconocidas conservados en líquidos. Colecciones de órganos extirpados. Cerebros de todos los tamaños. Escritos en pieles humanas.
Todo un santuario construido hace mucho para albergar a magos negros y alquimistas locos. El laboratorio tenía ramificaciones unidas a las cavernas y túneles que recorrían la isla. Entradas y salidas misteriosas.
Cuando Cedric entró junto a Pietro, Miackola y Jean a una extraña cámara sin cerradura. Solo se escuchaba la fuga de una vieja tubería de agua… Los grilletes rotos y al duende masticando las costillas de Saturno. Aquellos ojos dorados brillaban con acuosa perversidad.
—Sir—repetía Miackola, con la varita temblorosa y el rostro pálido.
Cedric estaba abstraído. Una voz lo llamaba… Ver a aquel demonio devorar con gula los restos desmembrados de su amigo y aprendiz, al bueno de Saturno…. Era simplemente impensable. Saturno era un tipo tan alegre que cualquier diría que era eterno. Se había reducido a un montón de carne y huesos masticables. ¿Eso eran las personas… alimento para el resto de las criaturas?
Las varitas estaban dispuestas contra el duende, sus puntas finas destellaban. Pero sir Cedric no podía dejar de ver aquellos colmillos largos y finos. La carne se abría, sangraba, se desgarraba y desprendía. La rabia calentaba su cabeza… quería matar, quemar, hacer sufrir a esa cosa.
—Una casa estalla en llamas a mitad de la noche—vociferó la Imagen Elemental porque no podía centrarse. La esencia chisporroteó en su pecho, vibrando con un calor húmedo en su cuerpo y saliendo de sus manos como una corriente desconocida. Espiro un aroma a canela.
El zarcillos de fuego rojo brotó como un manantial de destrucción, consumiendo al duende en una fiera evocación. La habitación entera se incendió con un resplandor de calor que le recto por la piel, atravesando sus ropas con un estallido. Aquel fuego creció, avivado por la rabia, recorriendo los intrincados corredores y envolviendo las cámaras con su presencia.
Jean era el rastreador del grupo. Un magician con un desarrollado rasgo instintivo para detectar la esencia de las personas. El laboratorio ardía con desasosiego cuando encontraron al Homúnculista, un alquimista joven vestido de negro con el cabello rubio sucio y los ojos dorados. El hombre sopló una flauta y un homunculo más alto Cedric saltó a él, vomitando una espuma verdusca con olor a vinagre.
Cedric se cubrió el rostro con la mano… Pero un ardor rojo lo estremeció, su brazo diestro humeaba siendo corroído por la sinuosa sustancia de la criatura. La piel enrojecida colgaba hecha jirones y un dolor palpitante le atenazaba el brazo. Se le entumeció la mitad del cuerpo.
Sus magicians fusilaron a aquella criatura con sus proyecciones. Lucca lo arrastró lejos, cubriéndolo con su armadura y espada. Cedric se retorcía por el dolor, quería cortarse la mano mientras aquel ardor sulfuroso penetraba en su piel… Destruyéndolo por dentro. Las bestias se lanzaron a ellos, babeando por carroña… Mia temblaba, se había orinado del susto. George mantenía un reflejo mientras Jean, Pierre, Pietro, Lucca y Juliana no se dejaban acobardar. Sus varitas, orgullosas, seguían liberando dosis de esencia a pesar de que el cansancio los fatigue. Sus magicians iban a morir despedazados en aquella cámara de gritos y disparos. Un oso cubierto de carne desnuda le arrancó la cabeza a Juliana…
Sir Cedric dejó de respirar en aquel momento. Con Mia temblando a su lado y sus magicians bañados en sudor y desesperación…
«Un leño se parte en una hoguera». La Imagen Elemental silbó en su imaginación, alimentada por el miedo que sentía… Deseoso de que su inestabilidad fuera mayor que nunca. Su esencia vibró en su interior, enervando cada vía sanguínea de su cuerpo con un caudal de energía.
La mano corroída por ácido se encendió en un fuego dorado. El olor a carbón encendido inundó sus fosas nasales… Las llamas brillantes lamían sus brazo entero. Cedric lanzó aquellas flamas sin forma… rugientes. Contra la multitud de homúnculos monstruosos. El ardor le traspasaba la piel, calcinando sus huesos. Las lágrimas le saltaron de los ojos con un grito de batalla. Los magicians se echaron a sus pies, contemplando con los ojos acuitados como los terrores eran destruidos por la luz. Una luz purificadora abrasaba aquellas carnes impías Cedric extendió aquel furor catastrófico hasta el Homúnculista… que desapareció en una nube de fulgor. La esencia en su interior se consumió como una chispa.
Cuando despertó de su letargo, estaba en la superficie… Sus jóvenes pupilos lo llevaron lejos de aquel laboratorio. De su brazo quedaban restos chamuscado de piel y músculo. Dolía terriblemente y las fiebres recurrentes lo hacían maldecir su existencia. Pero seguía vivo… Había salvado a algunos pocos de los suyos. El Homúnculista estaba muerto y sus criaturas no tardarían en seguir su ejemplo. Tardaron poco tiempo en regresar… Sir Cedric estaba planeando en retirarse de la Sociedad de Magos y volverse el representante de la calle Obscura. Un rol que su padre le quería abdicar hace mucho tiempo. Y ahora… tenía motivos para renunciar al cargo de magicians y volverse un consejero del rey Joel Sisley.
A lo largo de la calle Obscura se exhibían los preparativos para el festival de la Luna: carpas multicolores, los puestos llenos de comida humeante, licores, libros, joyas, adivinos y los magos callejeros. El año estaba a punto de terminar, habían vivido un largo y fructífero verano y ahora se auguraba un sombrío otoño. Cedric quería celebrarlo en Puente Blanco, en su gran casa junto al Templo de las Gracias, junto a su esposa y sus hijas. La mayor estaba cursando el último año de Fundamentos y se uniría a un departamento o un Château. Quería persuadirla de dedicarse al estudio de una rama… antes de unirse a la guarnición de un castillo. Las quería abrazar… quería volver casa… Leerles historias, bailar con su bella esposa que en los últimos años se había vuelto un poco regordeta… Ver a las niñas crecer, enseñarles a ser felices. Quería arrancarse el manto del caballero heroico y volver a ser un padre y un marido. Quería ser un hombre simple, con defectos, imperfectamente feliz y sin embargo, tranquilo.
«Tu vida escapará de entre tus manos…» recordó aquellas palabras. Aquella profecía que nunca se cumplió.
Todos estaban callados, inmersos en sus más declinantes pensamientos… No podía dejar las cosas así, ningún sacrificio es en vano cuando se consigue un cambio.
Levantó el puño y gritó con todas sus fuerzas que lo habían conseguido. Todos gritaron de júbilo y la calle se llenó de emoción. Se sintió revitalizado y levantó el brazo herido con una mueca de dolor. Sus magicians al verlo sonreír, levantaron la moral. Lucca y Mia se abrazaron y los muchachos intercambiaron sonrisas sinceras. Todos amaban al caballero sir Cedric y Cedric amaba al reino que lo admiraba. Aunque su deber pertenecía a la Sociedad de Magos, su voto pertenecía al reino. Juró proteger a todos de los adeptos del caoísmo, una tarde al pie del Premieré Château, juramentado por hermano mayor.
Un mago callejero resopló una nube de fuegos azules que se convirtió en un búho del tamaño de un niño. Otro escupió un río de fuego verde, las llamas rasparon las losas del suelo y una serpiente reluciente se alzó al cielo. El búho voló en torno a ella, enseñando las garras y batallaron… Trazando círculos e hiriendo mutuamente sus cuerpos efervescentes. El ave de fuego se llevó volando a la serpiente en una encrucijada de chispas y ambos estallaron soltando un mar de fuegos artificiales que se deshicieron antes de tocar el suelo. Los aplausos estallaron sin pensar. Lucca era amante de los fuegos artificiales.
Cedric se pasó una mano por el pelo rojizo, encanecido por los años. Un caballo se acercó al trote desde el final de la calle, era un palafrén bayo. Desde la montura, se mostraba, señorial… el regente de Pozo Obscuro y representante de los alquimistas. Lord Friedrich Verrochio lo saludó, su impecable capa negra parecía tejida con hilos de oscuridad. Llevaba las riendas en una mano enguantada. Había algo extraño en aquella mano, era rígida y sus movimientos lentos… Era la mano de oricalco. La que había perdido hace mucho tiempo en un accidente.
—Un gusto tenerlos de regreso, Sir—sus fríos ojos azules se dirigieron a su brazo escayolado. Tenía un rostro duro, ceñudo, pómulos altos y mandíbula firme. Su cabello era una melena dorada—. Permítame escoltarlo al Château du Coupe. Donde el rey lo espera.
—Un gusto, Lord Verrochio —Saludó Cedric, con falso aprecio.
Decían que desde la muerte de su esposa. Lord Verrochio no volvió a ser el mismo; si es que alguna vez fue alguien. Era un hombre sin personalidad, ausente. Tenía una hija, pero al parecer la culpaba por el hecho de arrebatarle a su esposa. Era un perro del castillo. A Cedric nunca le pareció confiable y prefería evitarlo. Pero había escuchado extraños rumores mientras su guarnición se acercaba a Valle del Rey por el Bosque Espinoso.
—¿Cómo estuvo su viaje de regreso? —Preguntó. Aquellos ojos brillantes parecían escudriñar en lo profundo de su alma.
—He escuchado rumores, Lord—replicó con tono interrogativo. Quería escuchar lo que Verrochio tenía para decir.
—Los rumores son solo eso: rumores — le cortó de forma áspera. Por el tono en que exponía las cosas, algo ocultaba.
—Sí—reiteró—, pero he escuchado sobre un nuevo siervo que acogió el rey Joel, que sus consejos son como mandados. Es una figura extraña que se comenta en el pueblo. Pero no es solo eso, Friedrich… tiene miedo en el sur. Hubo una plaga que destruyó muchas granjas. Los campesinos pasan mucha hambre. Se pelean por saber quién arruinó su cosecha. El verano llegó a su fin… Si la situación continúa de esta forma, una revuelta podría desatarse. La Sociedad de Magos no tiene permitido inmiscuirse en los conflictos políticos del reino, pero… No puedo quedarme sentado mientras las personas se matan por saber quién envenenó su agua.
—Sir—lo interrumpió—. Estoy al tanto de los problemas en el sur. Soy el regente de aquella tierra. Sí, existen problemas. Siempre han existido, si me pongo a escuchar todos los problemas que ocurren. Ya me hubiera arrancado las orejas. Son personas conflictivas que llevan disputas por tierras hace décadas. Me temo que está exagerando el problema.
Cedric prefirió guardar silencio Tuvo que apurar la marcha, porque Verrochio hacía avanzar su caballo aprisa. El espléndido animal andaba inmaculado con la silla cubierta de satén. Pero no se tranquilizó con la palabreja del hombre rubio. Los rumores contaban sobre la muerte del rey Joel a sus doscientos sesenta años, y una figura misteriosa que…
—Señor—replicó Cedric, exasperado—. Escuché rumores sobre la extraña plaga que ha liquidado todos los cultivos desde Pozo Obscuro hasta nuestras tierras. Eso es mayor que cualquier plaga en cien años. Todo comenzó desde aquel terremoto hace poco… Es algo impensable. Pero los granjeros hablan de… Bueno, no sé si creerles. Escuché sobre… gusanos.
—¿Gusanos?—Lord Verrochio parecía divertido. Sus ojos soltaron destellos purpúreos.
—No hablaban de gusanos pequeños, Friedrich. Grandes, como troncos. Dejaban agujeros del tamaño de pozos, y traían hongos consigo. Los viajeros los vieron saliendo de la tierra con el temblor. Recuerdo que hizo mucho calor este verano. Demasiado. Los veranos son calurosos, pero este fue sin duda uno de los más cálidos que he vivido. Y en el sur… La tierra se echó a perder y las personas están enfermando. Como regente usted…
—Estoy ocupado—rectificó—. Durante ochocientos años hemos celebrado el festival de la Luna. Los astrólogos han anunciado que este año ocurrirá un fenómeno hermoso. La interrupción de esta antigua tradición significaría el disgusto del pueblo, y de la diosa Diana, que nos cuida desde la oscuridad. Vea a su alrededor, Sir… creé que puede detener a estas personas. ¡Hágalo!
Cedric miró a todas aquellas personas ansiosas, quizás no sería buena idea quitarles su ilusión. La última semana fue tortuosa, estaba cansado. Debía hablar con el rey en persona. Friedrich solo seguiría divirtiéndose a costa de sus malentendidos.
Lord Verrochio se adelantó al trote dejando la columna atrás.
El rey Joel reinaba desde hacía muchísimo tiempo en la isla. La Sociedad de Magos, era un instituto independiente del reino. No debían involucrarse en ningún conflicto. Era un sacrificio de imparcialidad con tal de preservar el conocimiento Místico de la isla. Los Echevarría podían observar como una guerra arrastraba cientos de vidas hasta el foso… pero tenían prohibido apoyar cualquier causa. En cambio, el rey podía solicitar apoyo de los Château que juraron resguardar la isla. Cedric fue profesor de Evocación en el Jardin de Etoiles durante tres años, realizó plazas en el Premieré Château de joven y reemplazo a su hermano Seth como castellano del Château. Tenía muchos allegados en la institución. Personas que confiaban en su juicio y aceptarían, sin incordiar, sus propuestas radicales.
Le Château du Coupe era un magnífico conjunto de torres altas de piedra azulada, rodeadas de murallas grises. Cuando pasaran bajo el rastrillo de hierro, vieron el patio desolado. El castillo estaba vacío. Solo unos pocos criados llevando agua en barriles o limpiando.
—Algo raro pasa—le confesó Jean con el rostro ceniciento. El lugar estaba envuelto en sombras. El rastreador levantó la nariz, captando aromas que para los demás eran desapercibidos. Era capaz de estirar sus sentidos hasta escuchar el ruido de las hojas al deslizarse en la brisa o… aromas realmente imperceptibles—. Las paredes huelen a cinabrio. Es como si…
—Silencio—le ordenó Cedric. Estaba preocupado, pero debía mantener la compostura… así viera el mundo desmoronarse bajo sus pies.
La sala del trono estaba desolada. Las largas bancas de madera pulida eran arropadas por una fina película de polvo. Lord Verrochio esperaba frente al trono desocupado, parecía la estatua de un dios indigno. A su lado, permanecía un alquimista pelirrojo de capa negra y ojos brillantes, sanguinolentos, casi sangre. También estaban otras presencias menos importantes sentadas en taburetes amueblados cerca del trono.
—Sir Cedric —proclamó sir Erich, el jefe de la Guardia de la Ciudad.
Los magicians los llamaban: los perros morados. Los guardias eran como perros hambrientos, obedecían cualquier piltrafa por un poco de dinero… Llevando siempre una capa morada, imitando la pulcritud del uniforme de los magicians.
Erich era un hombre de grandes dimensiones, calvo y de papada prominente. Su aliento siempre hedía a borracho. Se la pasaba bebiendo y sus gestos eran agresivos.
Al lado de sir Borracho, estaba el Grand Maître Chett… más enfermizo y encorvado de lo que lo recordaba. Ni siquiera levantó la cabeza tambaleante para verlo. Sir Cedric tomó uno de los taburetes, sacudió el polvo y se sentó ante el trono, mientras sus magicians esperaban en los bancos polvorientos. Las enormes cortinas rojas apenas dejaban entrar luz por los descuidados ventanales. El brazo le ardía en un calor sofocante.
—¿Dónde está Lord Milne? —Lanzó la pregunta al aire.
Lord Verrochio le lanzó una mirada dubitativa con la manos ocultas en su espalda.
—El noble de la calle Mercure está gravemente enfermo, repentinamente su estómago colapsó y los guérisseurs lo tienen aislado—Lord Milne era un importante noble, representante de la calle más grande de la ciudad y el mercader más rico de toda Gobaith.
El anciano guérisseur no hacía más que mover la mandíbula de arriba abajo, intentando decirle algo… Tenía los ojos estúpidos, parecía asustado. Cedric lo señaló…
—El Grand Maître Chett ha servido a la dinastía Sisley, durante generaciones, es el doble de viejo que el rey Joel —le respondió Lord Verrochio en tono cortante, frío como el acero—. El elixir de Cinabrio tiene sus limitaciones. Chett parece llegar al suyo, el pobre anciano lleva días delirando. Se alegró con la noticia de su regreso… pero como ve, apenas tiene conciencia.
Aun así, cualquiera que hubiera visto al Maître Chett antes de que Cedric partiera. Hubiera pensado que,, al menos, le quedaban unos cien años más. El elixir del rector Comodoro no detenía el envejecimiento, pero detiene sus efectos a cambio de perder la capacidad de procrear.
Entre toses, llegó un frágil rey apoyado en un hombre de bastante edad, envuelto en una túnica gris. El rey Joel vestía una prenda muy fina de blanco y morado. La pesada corona de oro y piedras preciosas parecía hendirle en la arrugada piel de la frente. Esa forma desgarbada de caminar, esos gestos taimados casi nobles…. Jean lo miraba extrañado.
Cedric cerró el puño bajo la capa deshilachada, sentía que algo afloraba y apretó las muelas.
—El reino alaba vuestro regreso—corroboró Lord Verrochio. El joven junto a él lo miraba con gesto hosco, parecía divertido—. El magistral regreso del magician de mayor renombre es todo un hito en la ciudadela. El rey solicitó verlo antes de que se presentará ante la Sociedad de Magos—Se dirigió al rey Joel.
—No fue nada placentero —anunció Cedric cortando a Verrochio. No le gustaba que alguien, que no era él, cantará sus hazañas, y mucho menos Lord Verrochio—. Éramos toda la guarnición. Partimos hace una semana días… Una veintena de los magicians más habilidosos en nombre del rey y la Sociedad de Magos por igual.
»Todo el pueblo fue a despedirnos. Nos llovieron perfumes, ofrendas, bendiciones. Por los dioses… El Bosque Espinoso parecía maldito. No veíamos ni a los lémures en los árboles. Las aberraciones que vivimos. Las cosas que vimos… Las cosas que perdimos. No estoy seguro de que los que regresaron sigan cuerdos.
Los magicians del Premieré Château escuchaban impasibles, aún no habían regresado, pero estaban allí. Las manos huesudas del Maître Chett temblaban.
—Teníamos que atender el llamado—confesó Friedrich—. Cuando las personas empezaron a desaparecer en los alrededores del Bosque Espinoso.
—No hicimos nada —ladró Cedric. «No se sabe cuántos murieron de forma horrible o fueron raptados por aquel loco». Aquel hombre de túnica gris lo miraba de manera pétrea—. Nos demoramos más de dos años en hacer valer la autoridad de la Sociedad de Magos. Los magos negros se movieron astutamente, en las sombras, escaparon de nosotros. Ese alquimista loco fue solo uno de ellos. Una pieza del pináculo.
—Cumplió bien su encomienda, Sir—lo apremió aquel hombre gris de sonrisa cruel y ojos… sus ojos estaban abnegados de oscuridad.
—Lord Beret habla con la voluntad del rey— proclamó Joel como un autómata, con su voz rasposa.
—¿Lord Beret? —Cedric no sopesaba las palabras.
—El rey Joel enfermó de gravedad los últimos días—Lord Verrochio lanzaba destellos desde sus profundos ojos azules—. Lord Beret. Un menospreciado alquimista, salvó a nuestro rey de la muerte. El rey Joel le otorgó el título y lo acogió como consejero.
Lord Beret le sonrió, taimado…
—Todos han escuchado las proezas de sir Cedric. Su hermano también fue un gran magician—dijo. Su voz era melancólica, como si hubiera estado llorando.
«Es un gran magician». Seth seguía vivo. Lisiado, pero no olvidado. Desde la caída que casi le arrebató la vida, todo el mundo dejó de hablar de él… como si llevase años muerto. Se preguntaba si después que se retirase, seguirían recordandole como un caballero servidor.
El rey Joel sonrió con una boca arrugada, cruel y desdentada. Por un momento, pensó en todo el sufrimiento que caía en manos de aquella persona vieja y triste. Resultaba aterrador que todo ese poder estuviera en manos de un débil cascarón. Alguien tan simple. Tan manipulable. Aquello… olía a mercurio.
—Alabo su victoria contra el Homúnculista—carraspeó. Lord Beret sonreía y se frotaba las manos con nerviosismo, le resultaba grotesca aquella sonrisa blanca y congelada—. Esta isla… puede disfrutar de la fiesta de la Luna en paz…, gracias a vosotros. Cedric, yo…
El rey Joel levantó una mano. La reunión real quedó interrumpida cuando el anciano sufrió un acceso de tos. Su rostro se puso morado mientras se ahogaba y Lord Beret tuvo que llevárselo del brazo. Todos guardaron silencio.
—¿Qué ocurre?
—Es su salud—Friedrich miró el techo alto—. Se ha deteriorado demasiado. Es un hombre muy viejo. El elixir que lo mantiene con vida está dejando de funcionar. Le queda poco tiempo…
—¿Cuánto?—Cedric se mordió la mejilla.
—Días… Meses… Es el último de los Sisley. Sin él, lo único que puede subsistir es un levantamiento. Los Daumier ansían el poder. Al igual que los Wesen y los Scrammer en su tiempo. Usted sabe quién es Beret.
—Sí, lo sé—hablaban en susurros. El aroma a cadáver lo revelaba—. Pero… Lo mejor sería dejar las cosas a su curso. Esto solo es prolongar la tormenta que en cualquier momento azotará la isla. Cuando los Sisley finalmente hayan desaparecido de la isla. Nosotros… nos mataremos por el trono.
Lord Verrochio escuchó, curioso, lo que había ocurrido en el laboratorio oculto. Los despidió con solemnidad.
Ninguno habló, hasta que salieron a la calle Obscura, y caminaron como muertos vivientes. El sol del final del verano les lamía las capas sucias.
—¿Qué ha pasado? —Vociferó George Bramante, cabizbajo, a sus espaldas—. ¿Ese era un…?
—Hemos perdido el reino —escuchó decir a Jean, entristecido por su propia respuesta—. Yo quería casarme y tener hijos… ahora, solo quiero estar bajo tierra.
La columna se fue desmembrando. Estaba bien que se marcharán, tenían que alejarse de este nuevo reinado caótico. Jean se fue sin avisar. George se retiró a su casa. Miackola le regaló una sonrisa lastimera y un abrazo. Finalmente quedó Lucca, que aspiraba a caballero y Cedric. Recordaba el día que ella le rogó ser una magician, era solo una niña pero se esforzó más que nadie. De todas era la única que usaba armadura, la más débil, pero también la que más temeraria.
—Me iré a Pozo Obscuro —le dijo la joven risueña, aunque marchita. Su cabello dorado lanzaba destellos de sol mientras la brisa calurosa lo agitaba—. No sé cuándo volveré. Pero usted también debe ir ante el Instituto. Por favor, aléjese de la ciudadela. Usted merece tener una vida tranquila junto a su familia. Con gusto, yo cargaré con su responsabilidad.
Cedric dejó escapar una carcajada.
—Eres muy astuta, niñita.
—¿Por qué?—La mujer enrojeció.
—¿Creíste que te iba a dejar el puesto de castellano?
—Yo…
Bajó la mirada, roja como el atardecer. Cedric le puso una mano en la cabeza, era mucho más alto que ella. Era más alto que casi todos en la isla.
—Pensé en quien sería la más indicada. Pensé en Mia, en primer lugar como la más indicada. Pero… tú eres la más valiente de todas las personas que he conocido. Te quiero mucho, Lucca. Nunca lo olvides.
—Juro que cumpliré mi deber, señor.
Lucca le robó un beso húmedo en la mejilla. Sus ojos verdes perdieron un poco su brillo. Lo último que recordó de ella fue un gastado perfume de ozono… al alejarse. Cedric la había acogido, pesé a sus escasas facultades para la proyección de la quintaesencia. Ahora, ya nada de eso importaba.
—Quizás sea la última vez que nos veamos—murmuró para si mismo. No le gustaba despedirse. Lo que estaba a punto de hacer era por el bien del reino—… Si fallo, una horrible sombra de muerte oscurecerá la isla.
El agua escapaba en forma de gotas, de una fuga. Algo roto en algún lugar de su mente.
La casa de los Scrammer estaba erigida en la calle Mercure junto al mercado. Era una gran fachada de grandes ventanales con un techo salpicado de terracota. Allí se había refugiado si familia durante las persecuciones. En esos tiempos, ser un Scrammer era pecaminoso. Llegar la sangre de los dragones era símbolo de impureza. Muchos de sus familias fueron asesinados antes de que los Echevarría constituyeran un renacimiento para el Misticismo. Uno de los sirvientes o esperaba en la entrada. Lo llevó bajo unos arcos de piedra hasta un patio muy cuidado con estatuas de formas salvajes. Las mejores flores eran las del final del verano… porque durante el frío uno las extrañaba.